Canowindra, Molong,
Cudal, Yeoval, Manildra, Forbes, Wellington, Cowra, Boorowa… son nombres en un
mapa, el del interior de Nueva Gales del Sur. Pequeñas ciudades con un pasado
colonial y un futuro incierto. Hace más de veinte años, en lo que fueron mis
primeras semanas como nuevo residente en Australia, tuve la oportunidad de asistir
a una fiesta de cumpleaños en una de ellas. Muchos años después viví por
espacio de seis años en otra, Yass, mucho más cercana a la capital de
Australia. Me siento por lo tanto cualificado para opinar sobre un entorno
semiurbano que conozco bien.
La premisa
inicial de The Town, el debut editorial de Prescott, es simple: un joven
escritor llega a una de estas pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur.
Su cometido es escribir un libro sobre estos municipios que, en sus propias
palabras, están desapareciendo. Encuentra una casa compartida donde dormir y
cocinar, un empleo en uno de los supermercados locales reponiendo productos en
las estanterías y empieza a conocer a la gente local.
Picado por la
curiosidad, y con el objetivo de acumular información sobre el lugar,
investiga su pasado. Nadie parece saber nada sobre los orígenes de la ciudad;
nadie tiene interés en rescatar la historia de la pequeña ciudad; nadie demuestra una
actitud proactiva por la cultura, las artes, la música en la pequeña ciudad. ¿Será por
eso por lo que están desapareciendo esas ciudades del centro-oeste de Nueva
Gales del Sur?
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La estación ferroviaria de Canowindra, por donde no pasa ningún tren desde hace muchos años. Fotografía de Yeti Hunter. |
Gracias a sus recorridos,
paseos y charlas conocemos a algunas de las personas que viven en la ciudad. Y
todos son especímenes del fracaso, perdedores de una u otra guisa. Tom, el
chófer del único autobús que recorre la ciudad en una ruta circular y al que
nunca sube ningún pasajero, cuenta sus experiencias como líder de un ya
desaparecido grupo musical de la ciudad. Rick, que se pasa las horas en los
pasillos del supermercado, pasó años recorriendo las calles con su C.V. en
busca de un empleo que nunca consiguió. Jenny, la dueña de uno de los pubs de
la ciudad, en el que casi nunca hay clientes. Y Steve Sanders, el típico matón
local, de quien pronto se rumorea que va a darle una paliza al joven escritor,
sin que se sepa la razón.
¿Qué hace la
gente en la ciudad, aparte de emborracharse los fines de semana? Según el joven
escritor, diríase que nada. Una vez al año, hay un evento en el que el alcalde
da un discurso, y tan pronto lo concluye, una multitud ebria y drogada lo
celebran con una gran pelea y la destrucción de instalaciones y propiedades
municipales.
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La calle principal de Molong, NSW. Un lugar en el mapa, un punto que se cruza camino a otro punto en el mapa. Fotografía de Mattinbgn. |
La ciudad cuenta con una
estación de ferrocarril, pero no para ya ningún tren. Las carreteras que la
enlazan a otras partes parecen no ir a ninguna parte. Hay una emisora de radio
comunitaria que nadie escucha. Las afueras de la ciudad son planicies sin
horizonte, en las que un brillo nebuloso y funesto esconde lo que parece ser
una nada más allá de las suaves colinas en la distancia.
Por si no te ha
quedado claro ya, te aviso que no es una caracterización realista de la vida en
esas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. Prescott tiene otras
metas. Si la trama parece a un tiempo realista y absurda, es un recurso
deliberado.
Y de pronto, un
día, emergen unos agujeros con aspecto de espejo translúcido. La ciudad está de
hecho despareciendo físicamente. Calles, parques, esquinas, edificios. ¿El fin
del mundo o simplemente un fenómeno paranormal? Algo no anda bien en la ciudad.
Una tarde el narrador se ve envuelto en un altercado con Steve Sanders, del que
curiosamente hay de repente cuatro ejemplares, todos ellos racistas, agresivos,
violentos.
Es entonces
cuando el narrador y Ciara, la joven DJ que ha estado acompañándole durante
semanas en sus pesquisas, deciden que ha llegado el momento de salir de la
ciudad. Cargan varias bolsas de cintas de casete con la música experimental que
Ciara ha grabado durante años, roban el coche de sus padres y ponen rumbo a la
gran ciudad.
Cada uno de los
lectores hará su propia interpretación de esta novela. Yo la veo como una
alegoría de algo más profundamente cultural, algo relacionado con la esencia de
la identidad (o la falta de una identidad clara) australiana. Cito este
párrafo, traducido: “Leí artículos de noticias sobre hombres y mujeres que se
enzarzaron en reyertas sobre lo que significa ser una ciudad o una nación: rompiéndoles
botellas en los cráneos a los demás, arrancándoles prendas de ropa de la cabeza
a mujeres de un tirón en los paseos y avenidas que bordean las impolutas
orillas del mar. Dicen que no son ellos realmente, pero que sí lo son, pero
también que no, y que quién sabe. Parecen sufrir los mismos síntomas que sufría
la gente en las ciudades desaparecidas. Su idea de quiénes son pertenece al
pasado, y solamente se puede leer en libros o encontrarse en forma de resumen
en ciertas canciones o películas. Yo, solo y todavía realizando mis pesquisas,
no puedo condenarlos porque crean que son buena gente. Pero igualmente no puedo
entender cómo llegaron a esas ideas y síntesis suyas, ni por qué parece que les
hagan faltan esas ideas en particular y no otras. Me dio la impresión, como
persona que estaba en la ciudad por ningún motivo, que mi búsqueda de algo en
particular era una actividad fútil. Solamente veía a gente que estaba allí, que
existía. A la gente de la ciudad, y a la del campo, las une solamente el hecho
de que están ahí, conectadas por la tierra que dicen poseer.” (pp. 226-7, mi
traducción)
La historia está
contada con un avispado sentido del humor, aunque a ratos resulte un poco monótona.
El concepto que Prescott buscaba desarrollar se entiende, siempre y cuando el
lector esté familiarizado con las pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva
Gales del Sur. De hecho, hay incluso quien se ha molestado en elaborar una suerte de guía explicativa de las marcas y
tiendas que figuran en la novela para quienes no conocen Australia.
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El salón de la Country Women's Association en Boorowa, pequeño municipio en el que desde hace algunos años se celebra lo que los locales denominan "The Running of the Sheep", la versión local de los encierros pamplonicas. Fotografía de Mattinbgn. |
Es innegable que estas
ciudades han ido padeciendo una uniformización imparable: visitas una, y las
has visitado todas, podría asegurarse sin exagerar un ápice. Todo lo que tiene
de ingenio e ironía la novela se fractura, sin embargo, en ese sentido entre apocalíptico
y distópico que el narrador vierte en sus apreciaciones de la sociedad y la
cultura del centro-oeste de Nueva Gales del Sur, y que después se repite en la
anonimidad, la pugna insolidaria y la constante porfía por sobrevivir o mejorar
que se experimenta en una gran ciudad (Sydney).
Queda por ver si la próxima
obra que produzca Prescott captará la atención del mundo editorial en todo el
mundo como lo hizo esta. Resulta extraño que The Town se publicara en
tantos países casi inmediatamente después de su publicación en Australia, donde
pasó en cierta medida desapercibido. El libro es, en gran medida, un
pequeño homenaje a Gerald Murnane, cuyo estilo imita, en mi opinión, sin disimulo
alguno.
The Town la publicó en 2020 en
castellano Random House con el título Un lugar en el mapa, en traducción a cargo de Aurora Echevarría Pérez.