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17 oct 2021

Reseña: Zeroville, de Steve Erickson

Steve Erickson, Zeroville (Nueva York: Europa Editions, 2007). 329 páginas.

“Fuck continuity”. A la mierda la continuidad. Como propuesta filosófica en torno a la creación artística, la frase anterior vale tanto para el cine como para la literatura. Una trama absolutamente lineal puede que sea tan atractiva como una que no lo es; pero una narración discontinua, con narradores no fiables y saltos cronológicos también tiene su gracia. Y leerla suele bastante entretenido (y a propósito de esto, me viene a la memoria Larva, ese monstruo literario informe que nos regaló Julián Ríos a todos los que amamos la literatura y que debo releer algún día, antes de que sea demasiado tarde).

Ike Jerome ha huido de la pesadilla viviente que es su padre en Pennsylvania y se ha cruzado el país entero para llegar a Los Ángeles. Se ha rapado la cabeza y se ha hecho tatuar una imagen de Liz Taylor y Montgomery Clift en la película Un lugar en el sol. Ha descubierto el cine; el veneno del celuloide lo tiene atrapado y no lo soltará.

¿Qué hacer en un lugar como Hollywood? Lo primero es cambiar de nombre. Pasará a llamarse Vikar. Luego, encontrar trabajo en la industria que crea sueños. Sus comienzos no son muy prometedores, pues la policía lo arresta cerca del lugar donde Manson ha asesinado a Sharon Tate y otras cuatro personas.

El caso es que Vikar va abriéndose camino, consolidando algunas conexiones que casi pueden llamarse amistades y prendándose de una belleza llamada Soledad. Es un alma inquieta, una mente atormentada por imágenes, sueños y sonidos.

La Soledad de Vikar parece estar basada en la sevillana Soledad Rendón Bueno, conocida por le nombre artístico de Soledad Miranda. Imagen procedente del film She Killed in Ecstasy de Jess Franco.  

Gracias a Dorothy, Vikar aprende a editar filmes. Reclutado por su amigo y mentor, Viking Man, esa habilidad técnica le llevará a España en los últimos años de la dictadura fascista. Allí lo secuestra un grupo guerrillero que quiere producir una película que mate a Franco, utilizando al padre del jefe guerrillero como actor, fragmentos del NO-DO, fragmentos del western que estaba editando hasta ese momento y también algunas imágenes de la famosísima Emmanuelle, ya un clásico por entonces.

Años más tarde Vikar recibirá un premio especial en Cannes tras rescatar el montaje de una película cuyo director ha abandonado tras un desacuerdo con los productores. Las desventuras de Vikar en la Côte d'Azur son de lo más divertido.

Es evidente que Erickson está haciendo uso de figuras históricas de la industria cinematográfica para sus propios fines. Es un libro a ratos difícil, casi siempre con guiños humorísticos, que tiene una estructura extraña. El autor divide el texto en secciones normalmente muy breves, numeradas hasta el 227, que dice que “Vikar no lo sabe, pero ahora todo se ha puesto a cero de nuevo.” Y a partir de ahí la cuenta es regresiva hasta el final. Es por supuesto un recurso extraño, pero no tan provocador como el que utilizó en Our Ecstatic Days, reseñada en este blog hace cuatro años.

La novela fue descuartizada en el formato cinematográfico por James Franco en 2019. Una gran decepción, y no solo por los cambios argumentales que el guion introduce.

En todo caso, vale la pena leerla; que el lector trate de extraer las enseñanzas sobre el séptimo arte y la creatividad e innovación que Vikar nos ofrece.  

Zeroville la publicó en castellano Pálido Fuego en 2015, con traducción a cargo de José Luis Amores.

12 jul 2021

Reseña: How to Kidnap the Rich, de Rahul Raina

Rahul Raina, How to Kidnap the Rich (Londres: Little, Brown, 2021). 292 páginas.

Esta divertidísima y cáustica novela es el debut de este autor indio. El narrador es Ramesh Kumar, cuyo humilde origen no concluye, como suele ser la norma entre las castas inferiores de la India, en la miseria. Y todo gracias a una monja francesa.

Huérfano de madre al poco de nacer, Ramesh crece a la sombra de un padre violento y alcohólico que hace todo lo posible por mantenerlo en la miseria mientras lo explota en su puesto de venta de té. Pero Ramesh tiene la fortuna de que Claire lo acoja y le dé una educación que ya quisieran muchísimos otros.

Ramesh, prepárale al señor un rico té, elaborado conforme a recetas milenarias...Fotografía de Satish Krishnamurthy, Bombay.

Ya adulto, Ramesh pone en marcha su negocio de consultoría educativa. Consiste en hacerse pasar por los hijos de las clases pudientes de Delhi en los exámenes oficiales, que determinan la jerarquía de acceso a universidades locales y foráneas y permiten mantener sus privilegios a las elites indias.

El problema se produce cuando Ramesh suplanta a Rudraskesh (Rudi para los amigos) en los exámenes y consigue para él unos resultados que le dan el número uno de esa promoción. Esa clase de hazaña supone que la fama es instantánea en la India. De la noche a la mañana será una estrella mediática. A Rudi le llueven las ofertas y Ramesh logra (haciéndoles chantaje a sus padres) convertirse en el manager de Rudi.

A Rudi lo colocan de presentador de un concurso televisivo bautizado como Beat the Brain. El dinero, todos lo sabemos, le puede hacer mucho daño a un joven adolescente, inmaduro y caprichoso. De manera que Ramesh va a tener mucho trabajo si quiere que todo vaya bien y el chiringuito dé sus frutos.

How to Kidnap the Rich se divide en dos partes. La primera narra la historia personal de Ramesh, cómo conoce a la monja Claire y, a pesar de los odios, desprecios y malas pasadas que le juegan diversos personajes de las elites de la escuela donde Claire le enseña, se abre paso en la vida.

La segunda cuenta en cambio los secuestros, las huidas, las interferencias políticas y las falsedades. Es un relato rocambolesco, caótico, alocado. Pero fluye con sobrada energía y humor. Dos muestras: La descripción de una silla en la que sienta un personaje: “… una silla, más blanca que un Panel occidental sobre la diversidad racial…”; y la reacción de Ramesh ante la descripción que hacen los padres de Rudi del muchacho: “… lo habían descrito como «un buen chico que necesita ayuda», pero acaso no reconozco yo una mentira tan grande como aquella de «los británicos solamente están estableciendo un enclave comercial» cuando la oigo.”

El debut de Raina es una excelente sátira de esa India que gobierna la ultraconservadora derecha de Modi y que en meses recientes estuvo en las noticias por las peores razones. Quizás hubiera sido una buena idea incluir un glosario de las palabras del indostaní y el urdu que el autor esparce en el diálogo, que sin duda forman parte del inglés local, pero no son reconocibles por un lector no iniciado, en especial insultos como bewaqoof, anpadh o bhosdike.

Los derechos para llevarla a la pantalla ya están vendidos, por cierto.

Delhi, la ciudad donde creció Ramesh.

“Ni siquiera tiene sentido describirme. Era un niño pequeño con unos grandes ojos marrones. Ahora soy más grande y todavía tengo unos grandes ojos marrones. En aquella época vestía vaqueros de séptima mano con agujeros en la entrepierna y caminaba con unas chanclas de plástico alrededor de las cuales me sobresalían los dedos de los pies. ¿Me entiendes?

Mi padre y yo vivíamos en apenas un cascarón de hormigón de una sola habitación, al final de un callejón que terminaba en otro callejón que daba a otro callejón, en ese lugar del que los guías turísticos occidentales decían que era la verdadera India, la de los montones de especias, mujeres con saris de color mango, hombres que huelen a aceite para el pelo y a incienso y que arrastran vacas detrás de ellos, bestias majestuosas y gordas; esa India en la que los turistas blancos se bajaban de sus jeeps con aire acondicionado y manifestaban que lo que veían y oían los dejaba abrumados.” (p.13, mi traducción). Fotografía de Vyacheslav Argenberg - http://www.vascoplanet.com/

25 jun 2021

Reseña: Providence, de Max Barry

Max Barry, Providence (Sydney: Hachette Australia, 2020). 306 páginas.

A quien esté un poco familiarizado con la trayectoria de Max Barry no debería extrañarle para nada que la novela más reciente (hay una más nueva, The 22 Murders of Madison May, que está a pocos días de ver la luz de las librerías y el universo digital) es un paso adelante hacia el vacío del universo. ¿Un thriller ambientado en una galaxia lejana? ¿Qué clase de locura es esa?

Pero decir que Providence es una novela de misterio situada en el espacio, en un futuro en el que la humanidad ya ha descubierto la presencia de otra especie extraterrestre, que no solamente es inteligente sino que además es hostil, agresiva y destructiva, sería simplificar y minusvalorar a este autor de Melbourne.

Desde su primera novela, Syrup, Barry se ha distinguido por realizar una sátira feroz en torno a temas muy señalados: sean el capitalismo y sus numerosas faltas (la ya mencionada Syrup o Company), sea la humillación de los valores humanistas a la maquinaria de la guerra o la industria armamentística (Jennifer Government o Lexicon), sea la intrusión desmedida de la tecnología en la vida humana (Machine Man), Barry nos muestra lo muy vulnerables y débiles que somos todos, en tanto que piezas de una mecánica sobre la que no ejercemos ningún poder.

Gilly, Talia, Anders y Jackson son los cuatro tripulantes de la Providence 5, una nueva nave espacial supuestamente invencible. El año podría ser 2100, 2200 o incluso 2300, pero realmente ese dato no importa. Es una nave se puede desplazar a velocidades impensables con la tecnología de la que disponemos hoy en día. Los rincones más distantes y desconocidos del universo están a nuestro alcance.

Una simpática y básicamente inofensiva salamandra. Estas no te arrojan pequeños agujeros negros que te trituran. Fotografía de Petar Milošević.

Siete años antes de la partida de la Providence 5 hubo un encuentro con los salamandras. El relato de ese encuentro es el prólogo de la novela. Fue la nave Coral Beach la que se acercó demasiado a esos seres desconocidos: “los salamandras pueden escupir pequeños balines de plasma de quarks-gluones, que esencialmente son unos diminutos agujeros negros, los cuales a su paso dejan un rastro de materia triturada, porque lo que ocurre cuando tanta gravedad te pasa a centímetros del corazón o a metro y medio de los pies es que las diferentes partes de tu cuerpo experimentan unas fuerzas que son colosalmente diferentes. La tripulación del Coral Beach no lo sabe.” (p. 6, mi traducción)

Lo que no todos los cuatro tripulantes de la Providence 5 saben es que la nave se dirige, se gestiona e incluso se repara ella solita, gracias a un sistema de inteligencia artificial que lo controla absolutamente todo, incluso la decisión de perseguir y atacar al enemigo, analizar los resultados de las batallas y configurar nuevas estrategias de cara a la próxima. ¿Qué hacen entonces esos cuatro humanos a millones de kilómetros de distancia? Figurar: son simplemente actores en lo que es un estratagema mediática planificada para justificar la descomunal inversión de dineros públicos en la maquinaria de guerra más costosa y sofisticada que jamás se haya visto. ¿Te suena de algo?

Tras los primeros meses, se imponen la claustrofobia y el hastío en la odisea de los cuatro escogidos. Pero poco a poco las cosas cambian. A Anders le da por jugar a cosas cada vez más arriesgadas y a desaparecer durante días en el interior de la nave. Ciertos errores en el sistema no tienen sentido y Gilly descubre que la Inteligencia Artificial no es tan infalible. Y para colmo de males, los salamandras demuestran haberse aprendido la lección de la múltiples derrotas y masacres sufridas.

Hay quien está dispuesto a gastarse millonadas para irse de aquí en lugar de tratar de solucionar los numerosos problemas que tenemos.
La campaña de destrucción es narrada de manera desapasionada. El número de enemigos abatidos va a permitirles entrar en el Salón de la Fama, sin duda. Hay ecos transparentes a las ejecuciones que drones y otros medios militares llevan a cabo en nuestro planeta en nombre de la democracia, la justicia, la libertad y otras palabras vacías de significado. No hace falta irse a otra galaxia para sentir la misma náusea.

El punto de vista narrativo alterna de capítulo en capítulo. Eso ayuda a que la novela avance rápido aunque los protagonistas no estén realmente haciendo gran cosa. La atmósfera de suspense se mantiene: el lector sabe que algo va a salir mal. Y naturalmente, algo sale muy mal.

De los cuatro personajes, es Gilly quien más simpatías despierta. Al menos en mi opinión: habrá quien se identifique más con Talia, o incluso (¿Por qué no? Tiene una pizca de psicópata y ha de haber para todos los gustos…) Anders. Sobre Gilligan: “Quería saber por qué estaban en guerra. No en términos generales. Esos ya le habían bastado anteriormente, pero ya no le valían. Quería hallarse en una habitación con la persona que había tomado la decisión, que había dicho «Adelante», e indagar si había habido otras opciones. Porque sí había discrepancias. Había protestas. Había gente que decía que las contratistas como Surplex tenían sus tentáculos metidos en todo Servicios, y manipulaban la percepción del público a favor de la guerra, cuyo propósito había en cierto modo cambiado: de obligar a los salamandras a replegarse del territorio de los humanos a su exterminación como especie; ¿era eso estrictamente necesario? ¿Era adentrarse en la Zona Violeta de hecho la misma guerra que todo el mundo había suscrito tras el desastre de la Coral Beach? Porque en aquel tiempo no había esa Inteligencia Artificial corporativa que se volcara en la construcción de naves espaciales acorazadas, además con el 22% del PIB mundial, y que tomara decisiones que resultaban literalmente excesivamente sofisticadas como para cuestionarlas. Esa parte le parecía sospechosa ahora. Verdaderamente sospechosa.

Sabía lo que estaba sucediendo. Se estaba inventando una ficción reconfortante en la cual era aceptable hablarle al salamandra, porque él, Gilly, no le debía nada a la Humanidad. Aun así, los razonamientos siguieron incrementándose en su cabeza hasta que se sintió furioso. Estaban todos en casa, sanos y salvos y felices, excepto él.” (p. 243, mi traducción)

14 may 2021

Reseña: The Making of Christina, de Meredith Jaffé

Meredith Jaffé, The Making of Christina (Sydney: Pan Macmillan Australia, 2017). 367 páginas.

Christina tiene 45 años y vive con su madre, Rosa, en la pequeña granja tasmana donde creció. “Dos mujeres disecadas que enfrentan un futuro incierto, aferrándose la una a la otra. La verdad llegó como un acto de Dios. Arrasó sus vidas llevándose consigo sus posesiones y experiencias, haciendo añicos sus recuerdos, recordándoles que lo temporal e ilusorio que es el control que se tiene sobre la vida. Tras su paso, queda la culpa. La culpa ha grabado a Christina como un tatuaje, ha dejado cicatrices y costras del sarpullido que apareció al saberla por vez primera, y que nunca la ha dejado. Una especie de llaga en braille marcada en la piel que narra su historia. La verdad no fija nada. Para empezar, no le ha devuelto a Bianca.” (p. 1, mi traducción)

Bianca es la hija de Christina. Faltan 4 semanas para la Navidad. Bianca ha pasado el último año en el extranjero, como maestra de inglés, o huyendo quizás de esa historia. El abuelo Massimo murió poco tiempo después de que se supiera la verdad que ha marcado a estas mujeres de tres generaciones de una misma familia de inmigrantes italianos en Australia.

Jaffé nos cuenta esa verdad en capítulos que alternan el pasado con ese presente inmediatamente anterior al posible regreso de Bianca a Tasmania que tanto desea Christina. ¿Cuál es esa verdad?

Unos diez años antes, Christina consigue un suculento contrato para la empresa en la que está empleada: la renovación de la casa de Jackson Plummer, adinerado hombre de negocios de Sydney. Cuando él la invita a almorzar y posteriormente se la lleva a la cama, Christina se cree afortunada. Se divorció del padre de Bianca y siente que la soledad le estaba corroyendo y vaciando el espíritu.

Se inicia pues una intensa relación, aunque Jackson nunca menciona la posibilidad de romper con su esposa. Por eso la sorpresa es mayúscula cuando, tras uno de sus viajes de lujo, Jackson le propone que busque una casa al oeste de Sydney, cerca de las Montañas Azules, donde vivirán los tres como una familia.

Dicho y hecho: hay una enorme casa vacía en mitad de una zona remota al norte de las Montañas Azules. Un lugar aislado y aparentemente seguro, que en su momento perteneció a un artista mediocre que cayó en desgracia. Christina pone todo su empeño (y ahorros) en recuperar la casa y conseguir reconocimiento del lugar como patrimonio histórico-artístico. ¿Quizás todo ese empeño y atención los haya estado prestando en exceso o, peor aún, en detrimento de su hija?

En la composición de esta novela la autora optó por no adoptar la estructura de un thriller: no hay misterio que resolver, sino un crimen que castigar y una culpa que asumir y arrastrar. Ya desde el principio se explicita que Plummer no resultó ser trigo limpio: su crimen es abominable y pagará por ello.

Es Bianca quien decide revelar al mundo lo que ha estado ocurriendo a espaldas de Christina. Que la madre no sea cómplice no quita que dejara de velar por la seguridad de su hija adolescente. Christina será objeto del juicio negativo de todos: de la doctora que examina a Bianca; de la compañera de cuarto de Bianca en el colegio donde estudia internada durante la semana; de la inspectora de policía que llevará el caso.

También Rosa, la abuela emigrada, le confiesa a Christina la verdadera razón por la que ella y Massimo salieron de su pueblo y emigraron a Australia. El mal habita en todas partes y tiene forma de hombre.

Christina no puede seguir sentada. Recorre las sendas de gravilla de la rosaleda dando tumbos de aquí para allá, en un estado de agitación. El Disparate de Rosa, un tributo floral a todo lo que perdieron. La muerte y la destrucción, reemplazadas por un derroche de colores y olores que impregnan el aire. Pero Christina no puede dejar de preguntarse si el dolor de su madre sigue vivo. Si es posible alguna vez alcanzar un punto en el que el pasado cobre sentido. Rosa y Massimo crearon una distancia física respecto a su pasado y el tiempo había hecho el resto, pero ¿había cicatrizado la herida? Christina reflexiona sobre la contundencia de su madre y el pozo profundo de la bondad de su padre. No tiene ni idea de cómo eran antes de que aquellos sucesos cambiasen sus vidas. Dice el proverbio que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero Christina no está tan segura de que sea cierto. (p. 263, mi traducción). Fotografía de kisaragitsuan.

The Making of Christina es una narración muy trabajada: los cabos están bien atados y aporta un desenlace que uno podría caracterizar como lógico, aunque predeciblemente feliz. Falla un poco el ritmo narrativo en el nudo de la novela: no me queda claro que la historia en torno al pintor Rivers y las maldades que pudo o no haber cometido en la casa debiera haber ocupado tanto espacio en la novela.

En realidad, si la autora hubiese optado por transformar la trama en un misterio, la obra habría perdido buena parte de la fuerza que posee. Es un buen relato que muestra hasta qué punto una persona puede no conocer a fondo a alguien con quien ha vivido mucho tiempo y a quien ha confiado la seguridad y el cuidado de sus propios hijos.

9 may 2021

Reseña: Late in the Day, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Late in the Day (Londres: Jonathan Cape, 2019). 281 páginas.

Serenata de Schubert

Estaban escuchando música cuando sonó el teléfono. Era una tarde de verano, las nueve en punto. Habían terminado de cenar y Christine estaba escuchando intensamente, sentada en el sillón, con los pies metidos debajo de ella; reconocía la música, aunque no sabía de quién era. La había elegido Alex, no la había consultado y ahora ella, tozuda, no quería preguntárselo – a él le daba demasiado gusto saber lo que ella no sabía. Alex estaba echado en el sofá junto a la ventana en mirador con un libro abierto en la mano, sin leerlo, el libro descansando en el pecho; estaba mirando el cielo en el exterior. Tenían un piso en la primera planta que daba a una ancha calle bordeada de plátanos. Una bandada de pericos cruzó la calle desde el parque; los oscuros tonos morados y marrones de la haya roja de la casa de al lado destacaban frente al cielo turquesa y engullían las últimas luces del día. Sobre una de sus ramas se apreciaba la silueta de un mirlo con el pico abierto; debía de estar cantando, pero la grabación lo silenciaba.

Era el teléfono fijo el que estaba sonando. Christine se fue olvidando de la música; se puso en pie y echó un vistazo a su alrededor, buscando dónde habían dejado el teléfono cuando lo habían usado por última vez – seguramente por allí, entre los montones de libros y papeles. ¿O en la cocina, cerca de los platos y cubiertos sucios? Alex no le hacía caso al teléfono, o únicamente demostraba ser consciente de él mediante un pequeña muestra de tensa irritación en su rostro – una cara siempre líquidamente expresiva, extranjera, pues sus ojos eran tan oscuros, esbozados como si hubiesen sido pintados. Era un efecto que se estaba tornando más llamativo a medida que envejecía y su pelo, que solía ser de un dorado fosco y deslustrado, se iba desprendiendo de la brillantez.

Era más probable que al teléfono estuviese su madre en vez de la de Alex – o bien sería su hija Isobel, y Christine quería hablar con ella. Tras renunciar a localizar el inalámbrico, y sin molestarse en calzarse los pies descalzos con unas alpargatas, subió las escaleras de prisa, de dos en dos escalones – todavía podía hacerlo – hasta el lugar donde estaba la extensión telefónica, en el dormitorio del ático. La música seguía sin ella en la habitación que dejaba detrás, era Schubert o algo similar, y mientras Christine se dejaba caer en la cama y respondía al teléfono casi sin aliento, era consciente de la dulzura que dejaban caer las notas descendientes encadenadas. Esta habitación, que habían hecho construir debajo de los cerrados ángulos del tejado, guardaba el calor del día y estaba repleta de olores – el humo del tráfico, la madreselva del jardín, la moqueta polvorienta, los libros, sus perfumes y la crema facial, el leve olor a rancio de las sábanas. Las litografías, foros y dibujos que colgaban de las paredes – algunos de ellos eran obras suyas – estaban ya escondidas, borradas entre la penumbra, y solamente el patrón de las formas enmarcadas se dejaban ver sobre la pintura blanca. A través de la claraboya podía oírse el canto del mirlo.

Qué maravilla. (1-3, mi traducción)

Así comienza Late in the Day. La llamada telefónica trae una terrible noticia que va a desencadenar cambios tajantes en la vida de las personas a las que va a afectar la muerte repentina de Zachary. Es Lydia, su mujer, la que llama. Lydia y Christine han sido mejores amigas desde su juventud. Zachary y Alex han mantenido también una profunda amistad desde muy jóvenes. Son dos parejas de clase media alta, bien acomodadas en el Londres de principios del siglo XXI.

De hecho, cuando los cuatro se conocieron, los devaneos eran un poco diferentes. Lydia estaba casi obsesionada con Alex (en un principio profesor de francés en la universidad tanto de ella como de Christine). Esta mantenía una relación más o menos formal con Zachary, aunque las ataduras no eran tan fuertes como para mantenerla y poder seguir siendo buenos amigos una vez ella se dio cuenta de que Zachary adoraba a Lydia.

Cualquiera puede permitirse comprar bienes raíces en Londres, ¿verdad?
St Mark's Church, Clerkenwell. Fotografía de John Salmon.
La faceta artística de Christine impactó en Zachary, quien tras recibir una importante suma en herencia opta por comprar una vieja capilla en Clerkenwell, en el centro de Londres, y convertirla en galería de arte. Lydia es la menos intelectual de los cuatro: sabe del poder de su belleza y su atractivo, y agenciarse a Zachary le asegura el bienestar de por vida.

Tras el deceso de Zachary, Alex y Christine invitan a Lydia a quedarse con ellos. Y ella lo hace por un tiempo prudencial, releyendo los viejos poemas de Alex, de cuando eran jóvenes. ¿Fue Lydia la que propició el divorcio de Alex? No es algo evidente. Pero el hecho es que al regresar de un viaje a Escocia para llevar a Grace (la hija de Zachary y Lydia) de vuelta a sus estudios, Alex no regresa a su casa y se va directamente a la galería. Al borde la histeria, Christine llama a Lydia a las tantas de la madrugada para compartir su inquietud con Lydia. Ella le responde con perfecta ecuanimidad y le dice que Alex está con ella. Extrañada, indaga la razón: «No sé qué decir. No sé cómo decírtelo.»

Hadley cuenta la historia entrelazada de estos cuatro personajes en un vaivén continuo entre el pasado y el presente. El punto clave temporal que divide la trama es la llamada telefónica del comienzo de la novela. Los capítulos se alternan, profundizando en los orígenes de la confusión a la que se han abocado sus vidas ya en su madurez, cuando nada hacía presagiar las sacudidas que sus vidas han dado.

Late in the Day añade una nueva hoja al ya notable currículo de Tessa Hadley (cuatro de sus libros ya han sido reseñados en este blog: The Past, The London Train, Bad Dreams and Other Stories, Clever Girl). Como en sus obras anteriores, Hadley explora las relaciones de pareja y las dinámicas de poder que se desarrollan en ellas; cómo las perspectivas vitales cambian con el paso de los años; el peso de la conciencia o su ausencia. Y lo hace con una prosa siempre comedida, elegante. Es una narradora sumamente perceptiva, que entiende de la falibilidad humana y muestra las contradicciones de sus personajes sin incurrir en lo excesivamente melodramático.

10/05/2021: Curiosament, aquesta mateixa setmana estarà a les llibreries Cap al tard, publicada per Edicions de 1984, amb traducció al català de Mercè Ubach.

2 abr 2021

Reseña: The Plains, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, The Plains (Melbourne: Text, 2017 [1982]). 174 páginas.

Publicada por primera vez en 1982, The Plains está en la línea de los otro cuatro libros de Murnane que he leído hasta la fecha (Tamarisk Row, Barley Patch, Invisible Yet Enduing Lilacs y A Lifetime On Clouds), un autor ciertamente idiosincrático y excepcional.

Un joven con aspiraciones creativas o artísticas llega a un pequeño pueblo de las llanuras del interior de Australia. Después de unos días o semanas (no termina de quedarme muy claro cuánto tiempo, ni si tal plazo es algo relevante) consigue que un terrateniente lo contrate para llevar a cabo su proyecto cinematográfico.

Su propósito es, según dice, estudiar las creencias, los comportamientos, sueños y cultura de las personas que habitan esas llanuras. Pero la narración que produce el cineasta es en realidad una especie de elucubración sobre la posibilidad de que un estudio tal pudiera ser factible, y que sirviera de algo

Los personajes no tienen nombre. El narrador no tiene nombre. Los lugares no tienen nombre. Es una manera de hacerlos incognoscibles y mantener un aura de misterio sobre todos ellos, por supuesto. Pero es también una curiosa estrategia narrativa: el autor logra ocultarse en y de la narración misma.

En The Plains no hay apenas una trama. Además, la falta de referenciación de los personajes que apenas se vislumbran convierte el libro en algo mítico: es una suerte de laberinto del que el lector sale prácticamente tan desconcertado como había entrado, mas le queda la sensación de haber intuido algo singular, poético, muy elaborado. Murnane dijo de sí mismo en una entrevista escrita que “Mis oraciones son las mejor formadas de todas las oraciones escritas por un escritor de ficción en lengua inglesa” hasta ese momento.

Sin embargo, también cabría especular con la posibilidad de otra lectura: que todo en The Plains es un juego, un envite completamente paradójico a costa del narrador protagonista primeramente, y en última instancia, también del lector. La figura del explorador perdido en el estéril interior de Australia ha dado pie a numerosas ficciones (la mejor, en mi opinión, es Voss, de Patrick White). Las llanuras que nos propone explorar Murnane son “una tierra plana a mi alrededor que parecía más y más un lugar que solamente yo podía interpretar.” (p. 3)

Una llanura como cualquier otra de las muchas que hay en Australia. Red Rock. Fotografía de Peterdownunder 
El libro concluye con el cineasta declarando su renuncia a producir la película que había ideado. En cierto modo, es la guinda con que Murnane adorna un texto opaco por su deliberada falta de definición, de referenciación. Las diversiones intertextuales son autorreferenciales: no van a ninguna parte. Si aceptas entrar en este laberinto, parece proponer el autor, los guiños y reflejos no te van a ayudar a encontrar un camino. ¿Para qué quieres una salida de esto, en cualquier caso? Disfruta del caos:

Antes de guardar los libros y los papeles que estaban en el escritorio en la maleta, marqué una carpeta con un rótulo que decía: ÚLTIMOS PENSAMIENTOS ANTES DE COMENZAR EL GUIÓN PROPIAMENTE DICHO. Después, en una hoja limpia dentro de la carpeta, escribí lo siguiente:

“En todas las semanas desde que arribé aquí solamente me he asomado a mirar desde el balcón dos veces. Habría sido algo sencillo explorar esas llanuras que empiezan al final de casi todas las calles de este pueblo. ¿Pero cómo hubiera podido poseerlas del modo que siempre he querido poseer un terreno en las llanuras?

Esta noche me colocaré por fin a la vista de sus llanuras. Empiezan ya por fin a revelárseme las primeras escenas de la película, El interior. Ahora solamente me queda poner mis notas en orden y escribirlo.

Mas vuelve una vieja duda. ¿Hay alguna llanura en alguna parte que pudiera representarse mediante una sencilla imagen? ¿Qué palabras, qué cámara, podría revelar las llanuras dentro de las llanuras de las que tan frecuentemente he oído hablar en estas últimas semanas?

La vista desde el balcón -ahora, igual que un nativo de las llanuras, ya no veo una tierra sólida sino una calima oscilante que oculta una cierta mansión en cuya poco iluminada biblioteca una joven mujer mira fijamente la imagen de otra joven mujer que se sienta leyendo un libro que le hace pensar en alguna llanura que está ahora fuera del campo de visión.

Sospecho que, estando en estados de ánimo así, todos los hombres pueden viajar hacia el corazón de alguna remota llanura privada. ¿Puedo siquiera hacerles una descripción a los demás de los pocos cientos de millas que atravesé para alcanzar este pueblo? Y aun así, ¿Por qué tratar de mostrarlas como tierra y pastos cuando alguien a mucha distancia pudiera verlas ahora como solamente una señal de algo, sea lo que sea que esté a punto de descubrir?

Y a estas horas, su padre le habrá dicho que estoy en camino hacia ella. (pp. 82-83, mi traducción)

The Plains está disponible en castellano (en traducción de Carles Andreu) y en català (amb traducció a càrrec de Marta Hernández i Pibernat), ambas publicadas por Minúscula. 

15 mar 2021

Reseña: In the Garden of the Fugitives, de Ceridwen Dovey

Ceridwen Dovey, In the Garden of the Fugitives (Australia: Penguin, 2018). 305 páginas.
No es casualidad que Dovey escogiese el llamado “Jardín de los Fugitivos” de Pompeya como motivo y germen para esta novela, construida en torno al intercambio de correspondencia entre un hombre en el umbral de la muerte, Royce, y una mujer, Vita, que diecisiete años antes le había conminado a cesar en su comunicación con ella. Le dice en la segunda carta:

“Mi último contacto voluntario contigo, hace diecisiete años – no puedes haberlo olvidado – fue una carta en la que te decía que no quería volver a saber de ti nunca más. Un ruego que has escogido ignorar. No podía permitirme el lujo de desvanecerme por completo, y arriesgarme a perder esos cheques extra con tu firma enmarañada que me llegaban puntualmente cada dos años, como un reloj. De manera que nunca corté por lo sano, y tú siempre supiste dónde encontrarme. Cuando los cheques dejaron de llevar, exactamente diez años después de mi graduación, continuaron llegándome las tarjetas de felicitación por mi cumpleaños, y me preguntabas si estaba prosperando.” (p. 4, mi traducción)

Inmortalizados en el desastre. Orto dei Fuggiaschi, Pompei.
Fotografía de Lancevortex.

Y reitero que no es casualidad porque ese lugar en las ruinas de la ciudad destruida por el volcán Vesubio en el año 79 es más que simbólico: los moldes de yeso generados tras las excavaciones muestran las posiciones exactas en las que quedaron los cuerpos enterrados por las cenizas volcánicas. El jardín nos muestra perfectamente una escena del pasado, mientras que tanto Royce como Vita tratan respectivamente de explicarse a sí mismos sus propios pasados.

"El mismo deseo que conjuraba Pompeya en la mayoría de los hombres que ingresaban en el recinto tras cruzar sus muros, tentados por la lascivia del arte y los sórdidos jardines secretos y los patios interiores, todos ellos espacios oscurecidos y ocultos a la vista. ¿Por qué, si no, es el Lupanar, un burdel con unas salas tan pequeñas como las celdas de una cárcel, el lugar más visitado en toda Pompeya? Anhelamos levantarle las faldas al pasado, penetrarlo, hacernos dueños de él." (p. 269, mi traducción)
Un fresco en el 'Lupanare'. Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta. 

En el caso de Royce, lo hace porque a sus 70 años, siente la proximidad de la muerte y ha “comenzado a excavar” en sus recuerdos de Kitty, la arqueóloga de la que estuvo enamorado y que pereció en un accidente en el cráter del Vesubio. Para Vita, por su parte, recontar el pasado es también una forma de terapia. Nacida en la Sudáfrica del apartheid, se pregunta repetidamente si está libre de culpa. ¿Es una consciente participación (que no necesariamente voluntaria) la nuestra cuando crecemos o vivimos en un sistema represivo? Como ciudadanos de un estado en el que vivimos y a cuya consolidación diaria contribuimos con nuestro trabajo y nuestros impuestos, ¿Qué grado de responsabilidad asumimos? Escribe Dovey (a través de Vita) en las páginas 159-60:

“[…] Se suponía que era lista, pues acababa de graduarme de una universidad de elite, pero ese verano me sentía como si me hicieran avergonzarme de admitir que en realidad era una imbécil.

Y entonces comenzó un ajuste de cuentas más incómodo. Encontraba dificil criticar América. ¿Cómo podía cuadrar mi experiencia de la generosidad americana (cuatro años de educación gratuita, un sistema de humanidades diseñado para producir pensadores creativos; amigos y amigas a quienes quería, cuyas familias me habían acogido en sus propios hogares) con este otro sórdido aspecto del país, la ira que estaba invadiendo a algunos de sus ciudadanos? ¿Por qué me sentía de igual modo incapaz de criticar Australia, con su propia historia vergonzosa de aniquilación y racismo, su creciente intolerancia hacia extranjeros de ciertas clases y colores? ¿Por qué me sentía yo incapaz de criticar ningún país que no fuera la Sudáfrica del apartheid de mi infancia, sus pecados ahora supuestamente borrados por las asombrosas hazañas morales de 1994?

Me recordaba los estrictos límites de empatía que mi padre se había autoimpuesto. Los pobres de Australia no le conmovían en absoluto, pero los de Sudáfrica le causaban un dolor realmente físico, le creaban un agujero sangrante en el pecho. También yo parecía haber compartimentado el mundo en dos categorías: aquellos que podía censurar y aquellos que no.” (mi traducción)

Cabe recalcar que la autora de la inmensa Blood Kin y de Only the Animals comparte con su personaje muchos datos biográficos. Nació en Sudáfrica en 1980 y se mudó a Australia cuando era muy joven. Estudió en los Estados Unidos (Harvard) y regresó (como Vita en la novela) a su tierra natal con el propósito de filmar un estudio antropológico sobre las relaciones laborales en las bodegas del país.

Un lugar para que Vita se pierda en sus sentimientos, caminando hacia ninguna parte. Vista de Ciudad del Cabo.

In the Garden of the Fugitives nos lleva a realizar un peculiar recorrido por el mundo: países, ciudades, yacimientos arqueológicos, plantaciones de viñedos en Sudáfrica y de olivares en Nueva Gales del Sur. Los lugares y sus nombres no son más que el pretexto para delinear las historias de los personajes y las intricadas relaciones de las personas con esos lugares y los hechos del pasado que los unen a ellos al tiempo que los persiguen en sus conciencias. Es por eso por lo que, en su regreso a Sudáfrica, Vita concentra su cámara en aspectos materiales, no humanos: el proceso de la producción vinícola; y lo hace sin superponer sentimiento alguno en ese estudio. Es la tierra a la que pertenece, pero ya no la siente suya. La rehúsa.

Por su parte, Royce rememora el deseo por Kitty, su obsesión por ella y la creciente manipulación que ejerció sobre ella mediante el dinero y su influencia. En el intercambio epistolar entre ambos se va formando la imagen de un hombre caprichoso, posesivo y calculador, que se escondía tras una fachada de benefactor de prometedores y brillantes estudiantes. El pasado surge en nuestra conciencia igual que las formas de los muertos en el jardín de las ruinas de Pompeya aparecen durante las excavaciones.

Esta es una brillante novela construida en un formato que es dificil ejecutar sin faltas. Aunque los relatos confesionales de Vita sobre su terapia en Ciudad del Cabo, y la obsesión en la que cae por Magdalene, la psicoterapeuta, le quitan algo de ritmo al total, en conjunto el resultado es óptimo.

21 feb 2021

Reseña: The Only Story, de Julian Barnes

Julian Barnes, The Only Story (Londres: Jonathan Cape, 2018). 213 páginas.

Al comienzo de esta novela, Barnes te pregunta a ti, lector o lectora, si es preferible amar más y sufrir más, o amar menos y por ende sufrir menos. Inmediatamente, en el siguiente párrafo, te dice: “Puede que [me] adviertas – y estarías en lo cierto – que no se trata de una pregunta de verdad. Porque no tenemos elección alguna. Si la tuviéramos, entonces no habría pregunta alguna. Pero no es así, de manera que no la hay. ¿Quién puede controlar cuánto ama? Si puedes controlarlo, entonces no es amor. No sé cómo llamarlo, pero no es amor” (p. 3, mi traducción)

La trama de esta mayormente dolorosa historia gira en torno a un joven estudiante universitario, Paul, quien con 19 años conoce a una mujer mucho mayor que él, Susan, en el club de tenis del pueblo del sudeste de Inglaterra donde viven sus padres. Ella está casada con un tipo odioso y violento; él carece de experiencia y el apasionamiento guía sus acciones y decisiones.

Con el paso de los meses, está claro que lo que parecía ser un breve idilio veraniego es mucho más. Tras sufrir un ataque brutal por parte del marido, Susan (con unos cuantos dientes menos) se va de casa y se instala en Londres con Paul. Es la década de los 60: por muchos Beatles que haya, ciertas convenciones sociales no han caducado. El escándalo que en el pueblecito solamente acarrea la expulsión del club de tenis puede pasar mejor desapercibido en una gran metrópolis.

Be always proper, please!
 Tunbridge Wells Lawn Tennis Club. Fotografía de Nigel Chadwick.
Pero no todo van a ser alegrías. Rara vez lo son, ¿no? De hecho, Susan padece una enfermedad muy mala y dificil de tratar: alcoholismo. Paul narra cómo trata de salvar una relación enfrentándose a un enemigo invisible, tenaz y prácticamente imbatible.

La novela está estructurada en tres partes. No hace falta repetir que Barnes es hábil en el manejo de la trama y de los puntos de vista narrativos. Tanto es así que en cada una de las tres secciones predomina una persona diferente. Al principio, Paul narra la historia en primera persona. En la segunda sección, en cambio, Barnes decide emplear la segunda persona, convirtiendo la narración en una especie de ajuste de cuentas, o al menos en un intento por exigir que Paul rinda (¿A sí mismo o al lector?) cuentas.

En la tercera parte, el narrador adopta la tercera persona y se convierte en una voz omnisciente, la voz del hombre ya mayor que reflexiona sobre su vida, sus vivencias, aciertos y errores, la soledad y los recuerdos de lo que fue el amor de su vida. La única historia posible.

El contraste entre los recuerdos del joven Paul y la perspectiva del hombre ya mayor, curtido por el tiempo y los acontecimientos tanto personales como sociales de su época, es enriquecedor. De alguna manera, Barnes parece estar reciclando conceptos y materiales ya contemplados en The Sense of an Ending, y lo hace, en mi opinión, con muy buen gusto. La idea de que la memoria siempre constituye una narración desconfiable es reforzada por la inestabilidad que provoca la combinación de primera, segunda o la tercera personas, a veces en unas pocas páginas.

La idea en la que insiste el título, la noción de que solamente hay una historia, puede que sea, en todo caso, una ilusión. Yo digo que es un poco como las meigas gallegas, y que historias hay muchas. Haberlas, haylas, y hace falta encontrarlas. Otro buen libro de Julian Barnes.

The Only Story, publicada en 2018, se ha publicado tanto en castellano (La única historia, en Anagrama en 2019, en traducción de Jaime Zulaika) com en català (L'única història, en Angle Editorial també l’any 2019, traduïda per Alexandre Gombau i Arnau).

30 ene 2021

Reseña: Nutshell, de Ian McEwan

Ian McEwan, Nutshell (Londres: Jonathan Cape, 2016). 199 páginas.

“Sería yo el rey del espacio infinito incluso encerrado en una nuez, si no fuera porque tengo pesadillas” (Hamlet, II.ii.260)

Esta cita es, curiosamente, la que Jorge Luis Borges escogió (en inglés) como epígrafe de ‘El Aleph’. Y digo yo que debe de ser harto divertido ser Ian McEwan. A estas alturas de su dilatada carrera literaria se puede permitir prácticamente cualquier cosa. Como utilizar Hamlet en la trama de una novela negra. Pero para más recochineo, en Nutshell, el Hamlet con el que realiza sus malabares artísticos McEwan es un feto: de ahí la cita del acto II que he copiado más arriba, y que el maestro argentino empleó como guiño a su lugar-cum-momento del universo en donde se compendia todo: mundos, tiempos, espacios y saberes.

La idea es extremadamente ambiciosa, no creo que nadie lo ponga en duda, pero el hecho es que, como lector, uno tiene que dejar constantemente de lado, esto es, ignorar, el hecho de que quien narra la historia es un feto. ¿Puede suspender su incredulidad el lector ante las disquisiciones intelectuales de un nonato? Pst… Si simplemente quieres disfrutar de la prosa de McEwan, Nutshell debería agradarte, y mucho. No hay misterio: el asesinato se produce mucho antes del final del libro, y el desenlace es, por así decirlo, intrascendente. Otra criatura viene al mundo en un parto prematuro.

Y como en Hamlet, hay una Gertrude (Trudy) y un Claudius (Claude): ella vive en una mansión medio en ruinas que pertenece en realidad a su marido, John, poeta y académico de poca estofa. Está preñada y a punto de dar a luz. John y Trudy se han separado porque ella quiere tiempo para recalibrar su situación, pero la relación está definitivamente terminada. Al igual que en Hamlet, hay un pérfido hermano, Claude, agente inmobiliario y especulador que necesita dinero. Y a todo esto, es Claude el que se está tirando a la joven madre embarazada.

El joven Hamlet mata a su tío Claudius. Pintura de Gustave Moreau (1826-98)
Dicho y hecho: entre los dos planean el asesinato del desdichado John. La casa podría valer hasta 8 millones de libras esterlinas, de manera que, ¿Por qué no? ¡Todo sea por la pasta! Un poquito de etilenglicol (anticongelante) en el batido de frutas favorito de John, y a esperar la llamada de la policía.

¿Se saldrán con la suya? Y si las cartas les vienen mal dadas, ¿se revolverán el uno contra la otra? La podredumbre moral se agrega a la ruina de la vivienda y los malos olores que la suciedad, la mugre y la dejadez han ido acumulando desde que John dejó su casa, y todo ello bien bañado en buenos vinos blancos, botella tras botella, amén de una buena botella de escocés. Menuda familia. No es de extrañar que el nonato hable de estrangularse con el cordón umbilical…

“Hace unos minutos que en la radio han dicho que eran las cuatro en punto. Estamos compartiendo un vaso, quizás una botella, de un Sauvignon Blanc del Marlborough. […] Pero ya estamos en Nueva Zelanda, ya está en nuestro interior, y me siento más feliz de lo que he estado en días.” (p. 31-32)
Nutshell, como casi todo lo que escribe McEwan, roza la perfección en sus detalles, en los sorprendentes giros narrativos y en las referencias a cuestiones muy actuales como comentario social de fondo. McEwan se disfraza de feto para fustigarnos a todos por nuestras flaquezas y desatinos. Si como lector/a tienes problemas para suspender tu incredulidad, entonces quizás no le veas el punto. En mi opinión, es divertida y terrible al mismo tiempo. Sin embargo, le otorga al narrador una voz que en ocasiones resulta quisquillosa, empalagosa y pedante. ¿Es deliberadamente cargante? Difícil decirlo, pero lo que es innegable es que el artificio choca repetidamente contra la constatación insoslayable de que es un bebé, todavía no nacido, el que te habla.

Nutshell se tradujo al castellano como Cáscara de nuez (2017) en Anagrama, traducida por Jaime Zulaika. I també al català amb el títol Closca de nou (2017, també Anagrama), traduïda per Jordi Martín Lloret.

31 dic 2020

Reseña: The Town, de Shaun Prescott

 
Shaun Prescott, The Town (Australia: Brow Books, 2017). 238 páginas.

Canowindra, Molong, Cudal, Yeoval, Manildra, Forbes, Wellington, Cowra, Boorowa… son nombres en un mapa, el del interior de Nueva Gales del Sur. Pequeñas ciudades con un pasado colonial y un futuro incierto. Hace más de veinte años, en lo que fueron mis primeras semanas como nuevo residente en Australia, tuve la oportunidad de asistir a una fiesta de cumpleaños en una de ellas. Muchos años después viví por espacio de seis años en otra, Yass, mucho más cercana a la capital de Australia. Me siento por lo tanto cualificado para opinar sobre un entorno semiurbano que conozco bien.

La premisa inicial de The Town, el debut editorial de Prescott, es simple: un joven escritor llega a una de estas pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. Su cometido es escribir un libro sobre estos municipios que, en sus propias palabras, están desapareciendo. Encuentra una casa compartida donde dormir y cocinar, un empleo en uno de los supermercados locales reponiendo productos en las estanterías y empieza a conocer a la gente local.

Picado por la curiosidad, y con el objetivo de acumular información sobre el lugar, investiga su pasado. Nadie parece saber nada sobre los orígenes de la ciudad; nadie tiene interés en rescatar la historia de la pequeña ciudad; nadie demuestra una actitud proactiva por la cultura, las artes, la música en la pequeña ciudad. ¿Será por eso por lo que están desapareciendo esas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur?

La estación ferroviaria de Canowindra, por donde no pasa ningún tren desde hace muchos años. Fotografía de Yeti Hunter.
Gracias a sus recorridos, paseos y charlas conocemos a algunas de las personas que viven en la ciudad. Y todos son especímenes del fracaso, perdedores de una u otra guisa. Tom, el chófer del único autobús que recorre la ciudad en una ruta circular y al que nunca sube ningún pasajero, cuenta sus experiencias como líder de un ya desaparecido grupo musical de la ciudad. Rick, que se pasa las horas en los pasillos del supermercado, pasó años recorriendo las calles con su C.V. en busca de un empleo que nunca consiguió. Jenny, la dueña de uno de los pubs de la ciudad, en el que casi nunca hay clientes. Y Steve Sanders, el típico matón local, de quien pronto se rumorea que va a darle una paliza al joven escritor, sin que se sepa la razón.

¿Qué hace la gente en la ciudad, aparte de emborracharse los fines de semana? Según el joven escritor, diríase que nada. Una vez al año, hay un evento en el que el alcalde da un discurso, y tan pronto lo concluye, una multitud ebria y drogada lo celebran con una gran pelea y la destrucción de instalaciones y propiedades municipales.

La calle principal de Molong, NSW. Un lugar en el mapa, un punto que se cruza camino a otro punto en el mapa. Fotografía de Mattinbgn.
La ciudad cuenta con una estación de ferrocarril, pero no para ya ningún tren. Las carreteras que la enlazan a otras partes parecen no ir a ninguna parte. Hay una emisora de radio comunitaria que nadie escucha. Las afueras de la ciudad son planicies sin horizonte, en las que un brillo nebuloso y funesto esconde lo que parece ser una nada más allá de las suaves colinas en la distancia.

Por si no te ha quedado claro ya, te aviso que no es una caracterización realista de la vida en esas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. Prescott tiene otras metas. Si la trama parece a un tiempo realista y absurda, es un recurso deliberado.

Y de pronto, un día, emergen unos agujeros con aspecto de espejo translúcido. La ciudad está de hecho despareciendo físicamente. Calles, parques, esquinas, edificios. ¿El fin del mundo o simplemente un fenómeno paranormal? Algo no anda bien en la ciudad. Una tarde el narrador se ve envuelto en un altercado con Steve Sanders, del que curiosamente hay de repente cuatro ejemplares, todos ellos racistas, agresivos, violentos.

Es entonces cuando el narrador y Ciara, la joven DJ que ha estado acompañándole durante semanas en sus pesquisas, deciden que ha llegado el momento de salir de la ciudad. Cargan varias bolsas de cintas de casete con la música experimental que Ciara ha grabado durante años, roban el coche de sus padres y ponen rumbo a la gran ciudad.

Cada uno de los lectores hará su propia interpretación de esta novela. Yo la veo como una alegoría de algo más profundamente cultural, algo relacionado con la esencia de la identidad (o la falta de una identidad clara) australiana. Cito este párrafo, traducido: “Leí artículos de noticias sobre hombres y mujeres que se enzarzaron en reyertas sobre lo que significa ser una ciudad o una nación: rompiéndoles botellas en los cráneos a los demás, arrancándoles prendas de ropa de la cabeza a mujeres de un tirón en los paseos y avenidas que bordean las impolutas orillas del mar. Dicen que no son ellos realmente, pero que sí lo son, pero también que no, y que quién sabe. Parecen sufrir los mismos síntomas que sufría la gente en las ciudades desaparecidas. Su idea de quiénes son pertenece al pasado, y solamente se puede leer en libros o encontrarse en forma de resumen en ciertas canciones o películas. Yo, solo y todavía realizando mis pesquisas, no puedo condenarlos porque crean que son buena gente. Pero igualmente no puedo entender cómo llegaron a esas ideas y síntesis suyas, ni por qué parece que les hagan faltan esas ideas en particular y no otras. Me dio la impresión, como persona que estaba en la ciudad por ningún motivo, que mi búsqueda de algo en particular era una actividad fútil. Solamente veía a gente que estaba allí, que existía. A la gente de la ciudad, y a la del campo, las une solamente el hecho de que están ahí, conectadas por la tierra que dicen poseer.” (pp. 226-7, mi traducción)

La historia está contada con un avispado sentido del humor, aunque a ratos resulte un poco monótona. El concepto que Prescott buscaba desarrollar se entiende, siempre y cuando el lector esté familiarizado con las pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. De hecho, hay incluso quien se ha molestado en elaborar una suerte de guía explicativa de las marcas y tiendas que figuran en la novela para quienes no conocen Australia.

El salón de la Country Women's Association en Boorowa, pequeño municipio en el que desde hace algunos años se celebra lo que los locales denominan "The Running of the Sheep", la versión local de los encierros pamplonicas. Fotografía de Mattinbgn.
Es innegable que estas ciudades han ido padeciendo una uniformización imparable: visitas una, y las has visitado todas, podría asegurarse sin exagerar un ápice. Todo lo que tiene de ingenio e ironía la novela se fractura, sin embargo, en ese sentido entre apocalíptico y distópico que el narrador vierte en sus apreciaciones de la sociedad y la cultura del centro-oeste de Nueva Gales del Sur, y que después se repite en la anonimidad, la pugna insolidaria y la constante porfía por sobrevivir o mejorar que se experimenta en una gran ciudad (Sydney).

Queda por ver si la próxima obra que produzca Prescott captará la atención del mundo editorial en todo el mundo como lo hizo esta. Resulta extraño que The Town se publicara en tantos países casi inmediatamente después de su publicación en Australia, donde pasó en cierta medida desapercibido. El libro es, en gran medida, un pequeño homenaje a Gerald Murnane, cuyo estilo imita, en mi opinión, sin disimulo alguno.

The Town la publicó en 2020 en castellano Random House con el título Un lugar en el mapa, en traducción a cargo de Aurora Echevarría Pérez.

16 nov 2020

Reseña: Out of the Line of Fire, de Mark Henshaw

Mark Henshaw, Out of the Line of Fire (Melbourne: Text, 287 páginas).

El autor de The Snow Kimono (reseñada aquí hace ya tres años, después de que ganase un premio que hizo las delicias financieras del autor, residente como yo en esa “aburrida” ciudad “sin alma”, Canberra) solamente había publicado una novela anteriormente, en 1988: Out of the Line of Fire. En su momento, esta primera obra también estuvo en la lista de finalistas del premio literario más prestigioso de Australia, el Miles Franklin.

La novela se inicia con una curiosa reflexión sobre la traducción al inglés de la novela de Italo Calvino Se una notte d’inverno un viaggiatore, planteando que hay en la edición de 1982 en Picador una diferencia entre el texto de la portada y el texto de la primera página: la diferencia ortográfica entre ‘traveler’ y ‘traveller’. Todo apunta a que a Henshaw le gustan los juegos metaliterarios, y que se trata de una novela que podríamos calificar de enfocada o encerrada en sí misma.

La trama es, sobre el papel, sencilla. El narrador es un australiano que está estudiando en Alemania, concretamente en Heidelberg, la capital del Palatinado; es allí donde conoce a Wolfi Schönberg, un doctorando austriaco nacido en Klagenfurt, cuya tesis doctoral versa sobre la percepción metonímica de la realidad. Entre ambos comienza a formarse una buena amistad, y Wolfi la profundiza a través de los relatos de su infancia.

¿Realmente existió un Wolfi Schönberg? Estación de Klagenfurt. Fotografía de Simon Legner.

De pronto, un buen día, mientras el australiano está en un viaje de estudios en Roma, Wolfi desaparece de Heidelberg sin dejar señas. La casera dice que se ha ido a Berlin. Al cabo de un año, le llega a Australia un paquete de Wolfi, en el que encuentra “manojos de papeles, recortes de periódico, cartas, postales y sabe Dios qué otras cosas”, y una nota que le deja más enojado todavía: «Vielleicht kannst Du etwas damit anfangen.» (Quizás sepas hacer algo con esto.)

Comienza ahí la segunda parte de la novela, construida por Wolfi. Nos cuenta su crianza en el seno de una familia dominada por la figura del padre, un estricto y desafecto profesor de filosofía. La historia comprende el relato de unas vacaciones en Dubrovnik. En su adolescencia, Wolfi está absolutamente obsesionado con su hermana Elena, pero con el paso del tiempo parece sobreponerse a esa obsesión. Luego está el episodio en el que pierde la virginidad con una muy atractiva prostituta llamada Andrea. La cita la hace su abuela (una mujer con un extraordinario carisma, según confiesa Wolfi), pero el joven inexperto se confunde de piso y entra en unas oficinas a la hora convenida:

‘Ya fuera en el pasillo me obligué a caminar con normalidad, refrenando el apremio de echar a correr, de huir lo más rápido posible por lo que ahora semejaba ser un túnel interminable que se me venía encima. ¿Cómo podía haberme puesto en tan gran ridículo? «Rudlinger y socios son consultores de diseño interior…» Mensch! Los sucesos de los últimos pocos minutos me rebotaban en la cabeza, mientras a mi alrededor resonaba un eco de risas reprimidas. Los imaginé contando mi historia en los años venideros: durante la sobremesa de cenas privadas en sus casas. Apenas podría terminar la frase a causa de las risas. Retorciéndose en la silla, secándose las lágrimas que le caerían por las mejillas.

«Pero ¿quién… quién… quién ha concertado la cita, Señor Schönberg? “Mi abuela”, va y dice. ¿Os lo podéis imaginar? Y se quedó allí de pie, como un buen colegial, sujetando la gorra entre las manos… y va suelta: “¡Mi abuela!»’ (p. 132-3, mi traducción)

Finalmente, Wolfi narra sus experiencias en Berlín, donde conoce a un actor especializado en robar en supermercados e implicado en varios negocios turbios. Tanto va el cántaro del delito a la fuente que a Wolfi lo arrestan tras un intento de extorsión a clientes de jóvenes chaperos y prostitutos en una estación de metro de Berlín. Del encuentro con su padre saltan chispas. Y es ahí donde termina la segunda parte, el relato autobiográfico de Wolfi.

Pero, ¿cuánto de lo que Wolfi nos ha contado es cierto? ¿Hay algo en esa historia que sea verdadero? El narrador australiano regresa a Alemania en un intento desesperado de saber cuál es la verdad. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es ficción? ¿Hasta qué punto se puede confiar en lo que Wolfi (nos) ha contado?

Out of the Line of Fire es una novela completamente alejada de las corrientes dominantes en la narrativa australiana de su época, por no hablar de la segunda década del siglo XXI. El libro está repleto de referencias metaliterarias y de disquisiciones sobre la traducción y las trampas que conlleva. Wolfi inserta extractos de la correspondencia entre Wittgenstein y Heidegger (como elemento fundamental de la investigación sobre su tesis, se presume).

Cuando vuelvo de la cocina, Wolfi está junto a la estantería. Ha cogido uno de los libros y lo está hojeando. Es Ich bin ein Bewohner des Elfenbeiturms [Soy un residente de la torre de marfil]. «Peter Handke,» dice. «¿Te gusta Peter Handke? Yo mismo escribí esto hace unos años.» (p. 18, mi traducción) Fotografía de  Wild + Team Agentur - UNI Salzburg.

A pesar de lo que a algunos les parecerá superfluo (en tanto que aparentes digresiones o desviaciones de la sustancia de la trama), la novela se sostiene en todo momento, y los capítulos finales tejen, destejen y vuelven a tejer un extraordinario misterio. Henshaw remarca que lo que distingue la ficción de lo que, a pesar de todo, seguimos insistiendo en llamar realidad, no es evidente ni válida. Para una novela que va camino de los 30 años, no ha envejecido ni una pizca.

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