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26 nov 2012

Reseña: Crimson Crop, de Peter Rose


Peter Rose, Crimson Crop (Crawley: UWA Publishing, 2012). 86 páginas.

En el poema que abre este volumen del australiano Peter Rose (su quinto libro de poesía) se nos describe a un hombre que se golpea la cabeza contra las máquinas expendedoras en la estación de Roma Termini hasta hacerla sangrar:

“banging his head on the machines
(Coke, coffee, condoms –
anything commercial)…”
La sangre que se derrama por su cuerpo parece hacer de él un mártir (pos)moderno, mientras “tutti romani rushed to their trains”, asustados, temerosos, refugiados de esa lúcida locura tras sus abrigos o sus lentes. Es la denuncia de la indiferencia, esa malaise que tanto se ha extendido en el primer mundo, sea éste Italia, Sydney o  San Francisco, y a la que el poeta llega mientras desde su apartamento observa a un loco que llora en la calle y oye en insólita conjunción el sonido de dos coros, el ‘preludio’ a una infección: por un lado, el ritmo machacón del bajo de una banda de rock del vecino de al lado, mientras una arpía aúlla ‘Yairs!’ en el piso de abajo.

Es sin duda un preludio algo turbador para escogerlo como apertura de un poemario. Pero Peter Rose no le tiene miedo a las aristas afiladas que el mundo nos muestra en su cotidiano devenir. En otro de los poemas de la primera sección – el libro consta de cuatro – el poeta es sorprendido en su casa por unos jóvenes que inspeccionan otro apartamento; sentado junto a la ventana, está leyendo a Elizabeth Bishop en voz alta, y en los ojos de los jóvenes ve la sospecha,
“As if they didn’t like what they heard,
or marvelled at a tenement that housed such types, …”
El título del poema, ‘Open Book’, es naturalmente también un juego de palabras, algo con que Rose regala  a su lector con frecuencia (muy recomendable es, por la chispa que rebosa, ‘More Mutant Proverbs’, de la tercera sección, el cual está dedicado al gran Peter Porter). El poeta se debe a la literatura, pero es bien consciente de que en los tiempos en que vivimos la poesía puede causar no solo fastidiosa indiferencia sino abierta hostilidad.

Los poemas de esta primera parte llevan a escenas urbanas y mundanas, tratadas con mucha pulcritud y fina ironía (‘Sheridan Close’, ‘Green Park’, ‘Traffic’ o ‘Grade’), o a situaciones curiosas que analiza con mesura (‘Gladstone’ es un excelente ejemplo), pero también hay espacio para la sutil meditación sobre la soledad (‘Brougham Place’) o el pasado (‘Wall’).

La segunda sección de Crimson Crop la componen nueve elegías. La elegía es, lamentablemente, un género ingrato: requiere del lector el esfuerzo de salir de su cómodo entorno y vestir los ropajes del que llora. Peter Rose ha escrito nueve estupendos poemas elegíacos, algunos de ellos de motivos personales. En ‘Beach Burial’ Rose retoma el título de un poema – considerado ya un clásico – del modernista australiano  Kenneth Slessor, pero en este caso son las cenizas de su padre lo que vienen a inhumar en la playa:
“No one notices what’s borne in a casket,
old sumpture furnaced in the drabbest stove,
death a utilitarian blast.”
Como las motas de polvo al trasluz, la pérdida está en todas partes, dice Rose en su poema ‘Motes’. Y es, precisamente a causa de la universalidad de la pérdida, porque nuestro dolor, en un afán reduccionista, termina siempre por ser algo compartido, que la poesía debe acomodar un amplio espacio, tanto para el clamor colérico como para el sollozo reposado.

La tercera sección de este poemario contiene poemas también muy logrados, si bien la temática aquí es algo un tanto más heterogénea, y la irrupción de lo mundano está en todo caso supeditada a la estética literaria. Los versos de Rose tienen una fuerza deslumbrante: no solamente por el hecho de que el poeta hace gala de una erudición nada corriente en estos tiempos, sino porque las imágenes con las que esparce sus versos son frescas, atrevidas:
“That new sound system we all lust after
is a kind of psychotherapy: mirror without end.” (de ‘Spool’)
La sección final de Crimson Crop lleva por subtítulo ‘Fifteen New Poems in the Catullan Rag’; se trata de una suerte de anexo a un libro anterior de Rose de 1993, epigramáticos en su tono y plenamente australianos en su temática. Son versos de un sutil sarcasmo, en los que Rose (editor desde hace años de la revista Australian Book Review) parodia actitudes y personajes de la vida literaria australiana, de la que tiene amplísimo conocimiento. Tomemos por ejemplo ‘Sensation’:
“For the third night in a row
Socration wakes Catullus with gripping news.
This time it’s from the Gallic Review.
Of the seven poems Socration sent them
they’ve taken two. They can’t pay
because they’re being conquered
but nothing fazes Socration,
who urges Catullus to place an order.”
Ciertamente, abundan los tintes corrosivos en el tono general de estos poemas; en el caso de ‘Sensation’, para quien conozca un poco el mundillo de las revistas literarias en Australia, la historia que describe tiene fuertes visos de realidad.

Crimson Crop es, a mi parecer, un poemario muy completo, que deleita al lector de poesía tanto por la forma como por el contenido, y es por fortuna una valiosísima isla en el vasto océano de medianías que abundan en la poesía australiana contemporánea. No es por tanto de extrañar que hace apenas un par de meses fuese galardonado con el Premio Judith Wright Calanthe en Queensland.

8 jun 2012

El nou Colós: versió del sonet d'Emma Lazarus


Uno de los más famosos poemas escritos como homenaje a los emigrantes es éste, un soneto de la estadounidense Emma Lazarus. El poema, escrito en 1883, figura en la base de la Estatua de la Libertad en Nueva York. La estatua no fue inicialmente ideada como símbolo de bienvenida a los emigrantes a los EE.UU., sino que era un homenaje al republicanismo internacional.

Sello de la República (Fábrica Nacional de Moneda y Timbre)
Aquesta versió meua en català tracta de aproximar-se'n formalment al sonet.


The New Colossus
(Emma Lazarus, 1849–1887)

Not like the brazen giant of Greek fame,
With conquering limbs astride from land to land;
Here at our sea-washed, sunset gates shall stand
A mighty woman with a torch, whose flame

Is the imprisoned lightning, and her name
Mother of Exiles. From her beacon-hand
Glows world-wide welcome; her mild eyes command
The air-bridged harbor that twin cities frame.

"Keep, ancient lands, your storied pomp!" cries she
With silent lips. "Give me your tired, your poor,
Your huddled masses yearning to breathe free,

The wretched refuse of your teeming shore,
Send these, the homeless, tempest-tossed to me,
I lift my lamp beside the golden door!"
El nou Colós


No com aquell gegant de llautó de grega fama,
que amb cames victorioses creuava estats;
ací quedarà, a les portes de ponent, vora la mar,
poderosa dona amb una torxa, la flama

de la qual és un llamp empresonat; li diuen
Mare dels Exiliats. Des de la seua mà, far de llum,
rutila la seva benvinguda per a tots; els seus ulls
sotgen la badia que dues ciutats circumden.

Oh, terra antiga, queda't la teua èpica, el teu fast!’
ens diu amb el seu silenci. ‘Doneu-me les vostres masses
cansades, els pobres, gents arraulides que volen llibertat,

escorrialles desgraciades a les vostres platges,
envieu-me els que, sense llar, la tempesta ha garfullat:
vora aquesta porta daurada la meua llum he alçat!’

3 may 2012

Nace Hypallage


Son muchos los caminos, y uno es el destino.
Son muchos los idiomas, y uno es el sentido.
Son muchos los sueños, y muchos los que sueñan.
Ven, sueña conmigo, y con otros que lo intentan.

Hypallage ha nacido.

21 mar 2012

Día Mundial de la Poesía-World Poetry Day



En el Día Mundial de la Poesía, la primera estrofa de un poema titulado ‘Whisper her name in the wind’

Although born in a big city, she had always loved the farm.
She trod softly in the old house, ever filled with dust and charm.
Even as a baby she felt the distinctive warmth was there:
her own mum’s family’s place, all people who loved her and cared.

25 feb 2012

Versos virales/Viral verses - Un cuento/A short story



Este es un cuento que advierte sobre el peligro de escribir poesía. No es pues una historia cualquiera, si bien podría decirse que reúne todas las características para ser una historia cualquiera. De entrada, digamos que cuenta con un personaje central, el protagonista, al que llamaremos Pen.
Pen está atravesando una especie de crisis que algunos llamarían existencial. El caso es que a Pen le ha dado por hacerse preguntas; su trending actual es la introspección, pero con los ciento cuarenta caracteres que acepta Twitter no tiene ni para empezar. Se pregunta Pen en determinadas ocasiones qué sería de él si no se hiciera nunca esas preguntas, pues sabe con certeza que sí existen personas que pueden pasar por este mundo y vivir toda una vida sin examinarse a sí mismas.
Pen se ha ido acostumbrando a experimentar la sensación, cada vez más fuerte, cada vez más evidente, de que para muchas personas el ser que él fue ya no existe, como si de verdad un poquito de su ser hubiera muerto – cosa que bien pudiera ser cierta, pero eso es algo que no vamos a considerar detalladamente. Decimos muerto, pero no muerto física o vitalmente, no, pues Pen sigue respirando, comiendo, bebiendo, defecando y orinando, incluso de vez en cuando, copulando, como todo hijo de vecino. Pese a todo lo anterior, Pen suele acudir todas las mañanas a la oficina a trabajar, o a fingir que realmente trabaja, o las más de las veces, simplemente a escribir.
En realidad, son determinados lances de la vida diaria los que le refuerzan a Pen esa sensación de haber muerto un poco; la sensación varía según los días, pero por lo general ha alcanzado las máximas cotas de perceptibilidad en momentos específicos, a saber: cuando sus congéneres callan palabras que posiblemente debieran estar dirigiéndole o escribiéndole. La sensación puede sentirla en su interior (es decir, que Pen llega a sentirse como muerto) o puede sentirla como algo externo y ajeno a su ser: como muerto en la conciencia de otros.
Dejemos claro en este punto que se trata de una impresión, y que por lo tanto es una respuesta subjetiva a su experiencia del mundo que le rodea.
Pen se ha estado haciendo importantes preguntas sobre su identidad, su personalidad, sobre cómo le perciben, cómo es visto (o, por el contrario, no visto). Mientras mira por la ventana de su oficina – el lector debiera pues imaginárselo, hacerse ese dibujo mental que tanto nos recuerda a la fotografía – Pen reflexiona y medita quién es él en momentos perdidos en cualquiera de las muchas semanas que tiene un año.
Añadamos aquí una anécdota: con cada vez mayor frecuencia sus propios hijos se dirigen a él como a través de un intérprete, evitando el esfuerzo de hablarle en la lengua que ha tratado de enseñarles desde que nacieron. Como si Pen no estuviera físicamente presente, esto es, como si Pen fuera invisible o estuviera ausente, o en el peor de los casos, muerto. Y cuando Pen protesta (algo dolido pero especialmente frustrado) y se queja, no sin cierta ironía, de esa aparente invisibilidad o inexistencia suya, los pequeños se ríen. Eso sí, lo hacen sin malicia.
Es muy probable que, al fin y al cabo, los pequeñuelos vean este asunto como un juego, quizás otro de los muchos juegos lingüísticos que Pen siempre ha practicado con ellos, con la vana esperanza de instruirles o educarles en algo que, según todos los indicadores, índices y tablas habidas y por haber, no sirve prácticamente para nada en esta década del siglo XXI que ahora transcurre indolente y decaído mientras Pen mira por la ventana, y que bien pudiera ser de muchísima menos utilidad (por no decir una verdadera mácula en el currículo profesional de cualquier persona) en veinte o treinta años.
Es en el ámbito extrafamiliar donde esa intensa sensación de inexistencia ha venido cobrando dimensiones que quizá debiéramos calificar de francamente intolerables. Resulta que muchas de sus correspondencias (en su mayoría por medios electrónicos), surgidas a partir de contactos que en su momento le resultaron indudablemente interesantes, en ámbitos o entornos (llamémoslos así) no solamente profesionales sino manifiestamente humanos, se rompieron de forma abrupta, se interrumpieron sin él comerlo ni beberlo. Y lo hicieron desde el mismo momento en que Pen decidió (de manera bastante humana, podría argumentar un observador externo e imparcial) hacer partícipes a través de sus poesías a sus interlocutores y/o corresponsales del hecho de que, en el más recóndito interior de su ser (lo que algunos llamarían alma) vivía día a día con un insoportable dolor.
En efecto, el lector debe tomar buena nota de que fue el dolor lo que llevó a Pen (a su vez ávido lector) a escribir poesía. Esa necesidad simplemente sucedió (por circunstancias que, a las alturas en que nos encontramos de la estructura interna de este cuento, no vienen al caso), y terminó por transformarse en (auto)exigencia de escribir versos, poesías. ¿Le estaba dominando la voluntad algo ajeno y desconocido?
Lo hizo – lo de escribir poemas – y tras varias semanas de denodados esfuerzos, tras varios meses de revisar, corregir, enmendar y pulir versos, rimas e imágenes, metáforas e incluso hipálages, quedó ciertamente satisfecho del resultado.
Sus versos tenían ritmo y una rima impecable, y realmente – se dijo entonces Pen – desbordaban emoción, rebosaban ternura, manaban llanto desde el primero hasta el último verso. ¿Qué más se le puede pedir a unos poemas?
Pen había estado asistiendo a diversas conferencias y simposios en los que, haciendo gala de un candor invulnerable al desaliento, se empeñó en diseminar sus versos. Quiso compartir la dolorosa magia de sus poemas con todos, conocidos y desconocidos. Extenderse, o quizás hacerse ver un poquitito, o simplemente estar presente en la foto, pero sin llegar nunca a reclamar una posición predominante que no deseaba ocupar en ningún caso.
Un día sucedió lo imprevisible. Fue durante una visita rutinaria al médico de cabecera que la realidad se abrió ante sus ojos, de pronto, como una de esas puertas automáticas en los grandes centros comerciales.
El doctor le había estado haciendo las preguntas habituales sobre sus costumbres sociales, y Pen – ingenuamente, todo hay que decirlo – las respondía sin meditar mucho las respuestas. Mencionó de pasada que había escrito unos poemas, y que tenía la impresión de que a poca gente le gustaban.
‘Pero ¿qué ha escrito usted en sus poemas, buen hombre?’ La pregunta del doctor le sorprendió. Por pura coincidencia, Pen llevaba una copia en su maletín y se la entregó al médico, quien, antes de tomarlos en sus manos adoptó la precaución de ponerse sus guantes de látex; solo entonces los observó detenidamente, y finalmente alzó los ojos por encima de las lentes de sus gafas para estudiar al paciente.
No le hizo falta decir mucho más que la palabra ‘virus’. Pen cayó de inmediato en la cuenta de que había vertido tanta existencia propia interior, de que había puesto un porcentaje tan alto de su identidad y de su ser en esos poemas que, sin que fuera esa su intención, los había convertido en algo de mucho riesgo para la salud de los demás. El doctor le hizo ver mediante unos diagramas y unas cuantas expresiones especializadas que los versos de Pen, pese a ser sublimes y bellos, podían inocular el peligroso virus causante de la altamente indeseable introspección. Obviamente enojado por la situación de riesgo a la que Pen le había expuesto con sus poemas, el facultativo le instó a salir de inmediato de la consulta y a limitarse a leer sus poemas ‘en la más estricta intimidad’.
Nunca antes se le había pasado por la cabeza que la poesía pudiera ser un vehículo de contagio.
Fue así como se puso punto final a un periodo increíblemente extraño, que como ya hemos dicho parece haberse caracterizado por una suerte de inexistencia, de invisibilidad, de ausencia, o en el peor de los casos, de muerte, dependiendo de quienes sean los que se sientan la amenaza o perciban el riesgo de tan pavoroso contagio.
Y no obstante, a Pen le sorprendió averiguar que personas con las que hablaba todas las semanas – individuos ya contagiados sin duda, o quizá inmunes al terrible virus del que sus versos eran portadores – le aseguraban que eran muchos los que inquirían sobre su estado de salud, y le hacían preguntas sobre él, sobre cómo le iban las cosas. Escuchar esas palabras reforzaba la sensación de, si no haberse muerto, al menos estar como desvanecido del mundo.
En cierto modo, P debe estarle agradecido a su médico de cabecera, quien le conminó a poner sus versos a buen recaudo, lejos de las conciencias de amigos, conocidos y extraños con quienes pudiese en el futuro departir. La noticia, claro está, podría haber llegado fácilmente a las manos de periodistas sin escrúpulos de todo el planeta, y todo ello hubiera sido mucho, mucho peor para P.
Incluso a miles y miles de kilómetros de distancia debe haber quienes todavía teman el contagio, y es muy probable que de forma sutil hayan decidido que de momento deben seguir ‘invisibilizándolo’, o borrar su misma existencia de su confortable cotidianeidad, o en todo caso quizá mediatizarla, supeditándola a una cómoda aunque desde luego ya manida distancia de interposición.
Y así, P sigue preguntándose, mientras mira por la ventana y finge estar trabajando, quién es, o más bien en qué se ha convertido. Y cuando el sol, poco antes del mediodía, brilla en el reluciente capó del 4x4 que alguien a quien no conoce aparca en el exterior de la oficina e irradia con sus destellos sobre la sombría mirada de P, surgen de sus labios inescrutables rimas contagiosas, temibles cadencias cohibidas, virulentos versos heridos, líricas preguntas sin respuesta.

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This story is a warning about the perils of writing poetry. It is not just any story, although it might well be said that it has all the characteristics to be just any story. To start with, let us say that it has a main character, the protagonist, who we shall call Pen.
Pen is having a crisis, of the kind some people would call existential. The thing is, Pen has taken to asking questions of himself; his current trending is introspection, but the one hundred and forty characters Twitter accepts are nowhere near enough for him. Sometimes Pen wonders what would become of him if he would never ask such questions, for he positively knows there are persons who can live in this world and go through their whole lives without examining themselves a single time.
Pen has been getting accustomed to experiencing the increasingly stronger sensation, more and more evident, that for many people the self he used to be no longer exists, as if a little bit of his self were truly dead – which might well be true, but that is something we shall not consider in detail. We say dead, but not dead in the physical, vital sense, no, since Pen continues to breathe, eat, drink, defecate and urinate, even copulate every now and then, just like any Tom, Dick Harry. Despite all of the above, Pen keeps going to his office every morning to work, or to pretend he actually works, or most of the time, simply to write.
Certain events in his daily life actually reinforce in Pen the impression of being a little dead; the sensation varies from day to day, but generally speaking it has reached its highest marks of perceptibility in specific moments, namely: when his fellow human beings unsay words they should likely be addressing or writing to him. He may feel this sensation in his inner self (that is to say, Pen ends up feeling like dead) or he may feel it as something external and alien to his self: like dead to others’ conscience.
Let us stress at this point that this is an impression, and therefore it is Pen’s subjective response to his experience of the world around him.
Pen has been asking himself important questions about his own identity, his personality, about how he is perceived, how he is seen (or the opposite, unseen). While he looks out of the office window – the reader should now imagine him, make that mental picture that reminds us so much of photography – Pen reflects and ponders on who he is during lost moments of any of the many weeks a year has.
Let us add an anecdote here: his own children have been increasingly addressing him via an interpreter, avoiding the effort of speaking to him in the language he has been attempting to teach them from the moment they were born. As if Pen were not physically present, that is to say, as if Pen were invisible or absent, or in the worst-case scenario, dead. And when Pen remonstrates (a little hurt but mostly frustrated) and complains not without some irony, about his apparent invisibility or inexistence, the little ‘uns laugh. True, they do so without malice.
It is very likely that, when all is said and done, the little ‘uns see this matter as a game, perhaps just another one of the many language games Pen has always played on them, in the vain hope of instructing them or educating them in something that, according to all indicators, markers and graphs currently at our disposal and in times to come, is practically useless in this decade of the crestfallen 21st century that sluggishly goes by outside the window, something that might turn out to be even less useful (not to say a real blemish in anyone’s professional curriculum) within twenty to thirty years’ time.
It is outside his familial setting where his sensation of inexistence has been reaching dimensions we should perhaps call frankly intolerable. As it happens, many correspondences (mostly via electronic means) developing as a result of contacts that at the time were undoubtedly interesting, in settings or environments (let us put it this way) not only professional but also manifestly human, were abruptly broken, were interrupted for no apparent reason. And they were so from the very moment Pen decided (in a very human fashion, an impartial or external observer might have argued) he would through his poetry share with those very interlocutors/correspondents the fact that in the deepest recesses within his self (what some would call a soul) he was living, day after day, an unbearable sorrow.
Indeed: the reader should note that it was sorrow what prompted Pen (a very keen reader himself) to write poetry. This need simply happened (due to circumstances that, at this point in the internal structure of this narrative, do not matter), and ended up becoming a (self)-imposed demand to write lines, poems. Had his will been subjugated by something alien and unknown?
He did it – write poems, we mean – and after several weeks of tireless effort, after several months of revising, correcting, amending and polishing up lines, rhymes and imagery, metaphors and even hypallages, he was certainly satisfied with the results.
The poems had rhythm and faultless rhymes, and they truly – Pen told himself – overflowed with emotion, they were bursting with tenderness and oozing tears, from the first to the very last line. What else could you ask of poetry?
Pen had attended several conferences and symposia where, showing candour impregnable to dejection, he made sure his poetry would be disseminated. He wanted to share the painful magic of his poetry with everyone, those who he already knew and those unknown to him. To spread himself around, or perhaps to make himself be seen a little bit, or simply to be in the picture, though never claiming a leading position he did not wish to occupy in any case.
The unthinkable happened one day. It was during a routine visit to his GP that reality opened itself up suddenly before his very eyes, just like those automatic doors at the shopping malls.
The doctor had been asking him the usual questions about his social habits, and Pen – rather naively, it has to be said, too – was answering them without thinking over the answers. He did mention in passing that he had written a few poems, and that he got the impression people did not like them.
‘What have you written in those poems, you poor soul?’ The medico’s question took him by surprise. It was a coincidence that Pen had a copy in his briefcase, which he handed over to the doctor, who, before grasping it in his hands took precautions and put on a pair of latex gloves; only then did he glance at them studiously, and finally he raised his eyes above the glass rims in order to consider his patient.
He did not need to make mention of little else than the word ‘virus’. Pen immediately realised he had poured so much of his inner self, he had staked such a high percentage of his own identity and being into those poems that he had unintentionally turned them into a high-risk source to others’ health. The doctor made Pen understand by means of some graphs and some specialised jargon that his poems, despite their sublimeness and beauty, might inoculate the dangerous virus that brings about the highly undesirable introspection. Perceptibly annoyed by the hazardous situation Pen had exposed him to with his poems, the clinician urged him to leave the practice and to restrict himself to reading his poems ‘in the strictest privacy’.
It had never crossed his mind that poetry could be a vehicle for contagion.
This put an end to an incredibly strange period of time, which seems to have been characterised, as we already said, by some sort of inexistence, invisibility, absence or, in the worst-case scenario, death, depending on who it is that feels the threat or perceives the risk of such frightful contagion.
However, Pen was surprised to learn that people who he talked to on a weekly basis – individuals who, no doubt, had already been infected, or were perhaps immune to the appalling virus his poems were carriers of – assured him that many were the ones who enquired about his health and asked questions about him, about how he was faring. Hearing these things reinforced the sensation that, if not dead, he was at the very least vanished from their world.
Somehow Pen must be grateful to his GP, who ordered him to put his poems in a safe place, far from the consciences of friends, acquaintances and strangers with whom he might converse in the future. The news, this much is clear, could have reached unscrupulous reporters all over the world, and that all would have been far, far worse for Pen.
Even thousands and thousands of kilometres away there must be those who still fear contagion, and they are likely to have subtly resolved that for the time being they must continue to ‘invisibilise’ him, or delete his existence from their own everyday routine or in any case to hamper it by subordinating it to a comfortable albeit by now obviously hackneyed interposing distance.
And so, Pen keeps wondering, while he looks out of the window and pretends to be at work, who he is, or rather what he has become. And when the sun, just before noon, shines on the glittery bonnet of the four-wheel-drive someone he does not know keeps parking outside his office and flickers on Pen’s gloomy eyes, from his lips pop out contagious rhymes, frightening bashful cadences, virulent hurt lines, lyrical unanswerable questions.

6 dic 2011

Tres sonetos del Siglo de Oro, traducidos al inglés


Retrato de Góngora en el Museo del Prado
La revista australiana Colloquy, de la Universidad de Monash (Melbourne), acaba de publicar las traducciones al inglés de tres sonetos del Siglo de Oro, traducciones que hice ya algún tiempo, pero que por una razón u otra no habían visto la luz hasta ahora.

Si alguien me preguntara por qué me dedico a hacer estas cosas, creo que quizás respondería: porque sí, o por puro gusto o amor a la literatura. Es, salvando siempre las distancias, un poco parecido al caso del alpinista, que dice que escala una montaña simplemente porque la montaña está ahí. Estoy seguro de que estos sonetos ya han sido traducidos con anterioridad al inglés. No creo que estas traducciones sean ni mejores ni peores que otras ya existentes. Son simplemente otras opciones.

Lope de Vega

En cierto modo, también busco demostrar que no es ABSOLUTAMENTE necesario ser un hablante nativo de la lengua de llegada para poder traducir de una forma más o menos competente. Creo que estos Three Spanish Golden Age Sonnets (en PDF) demuestran de forma fehaciente lo que digo: que es posible traducir sin ser hablante nativo de la lengua; eso sí, es necesario tener muy buenos conocimientos de esa lengua de llegada (y de su literatura). Y de esos, modestia aparte y por fortuna, no me faltan.

Estos tres sonetos (una forma poética harto complicada y restrictiva, tanto en castellano como en inglés) se suman a la traducción que hice unos años atrás del soneto satírico atribuido a Quevedo ("Érase un hombre a una nariz pegado...") y, según parece, dedicado a su archienemigo, Luis de Góngora, y que también publicó Colloquyaquí.

15 nov 2011

La milonga de una vida



La revista HermanoCerdo publica esta semana la crónica de un concierto que tuvo lugar en Canberra hace ya unas cuantas semanas. Un evento entrañable por muchos motivos, pero sobre todo porque supuso el descubrimiento de la voz de Faye Bendrups. Que nuestros amigos tenían talento lo intuíamos, pues nunca los habíamos visto actuar. Pero qué gran sorpresa es ver ese enorme talento en vivo...






Esta es la introducción a la crónica:


Supongamos que esta crónica comenzase hace tres años. Estoy en mi nueva oficina cuando suena el teléfono y una mujer, cuya voz no reconozco, me ruega que acceda a hablar con ella dentro de un par de horas. Me explica que alguien le ha dado mi nombre porque otro alguien (cobarde, anónimamente) ha acusado a su marido, un profesor argentino en la universidad, de falsear sus cualificaciones. Mi nombre salió a colación durante una charla porque otro alguien (digamos que este alguien es alguien “de peso”) también se ensañó conmigo, le han dicho. Naturalmente, le digo que sí, que venga. Que hablaremos.
Nunca imaginé que esa voz cantase como lo hace.



Tangomundo interpretan Roto (Canberra, 28 de octubre de 2011)

Puedes terminar de leer esta crónica en la revista HermanoCerdo, haciendo clic aquí.

'Roto', del libro Lalomanu (2010)

2 nov 2011

Poema: El teu arbret



El teu arbret

Un dia cap a la fi de l'hivern, filla,
vas plantar el teu arbret.
Aquell fred matí vam anar
amb un kurrajong dins d'un test,
una pala menuda i una aixada.
Vam escollir un lloc prop de casa,
on podries vigilar-lo cada matí
de camí a l’escola.
Les teues rialles van fer el forat a la terra,
i regiràrem el sòl, envoltant
l’arbret amb les pedres
que tu i els teus germans
trobàreu per tot arreu.
Et vaig dir llavors que plantar
un arbre és una de tres coses
que cal fer en aquesta vida.
Als sis anys i set mesos, ja tenies
una d'elles
ben complida.


Dues setmanes després,
un home del govern,
un jardiner ho va serrar amb el seu tallagespa.
Ell no ho va veure,
no sabia el que feia.
(Va ser una premonició? Un avís que no vaig entendre?)
Com l'arbre, també la teua vida la tallà
en sec la Terra,
en despertar un colós d'aigua,
brutal i assassí.
Mai tindràs, Clea, els anys per poder escriure
el teu llibre,
ni em donaràs un nét
a qui un dia puga fer-li cosconelles
o dir-li facècies.

Ara, molts mesos després d'aquell dia,
de tants i tants dies
sense la teua alegria, enyorant
el teu riure
d'estudiant riallera,
he tornat a aquest paratge:
potser haja sentit la teua veu,
les teues rialles
mentre acariciava les fulles del plançó,
encara amb vida.

(c) Jorge Salavert, 2011

20 oct 2011

Una mena de rutina


Self-portrait of sadness, (c) Etsy Ketsy, 2010
Una mena de rutina

I tornes a la teua llar a la fi del dia,
amb el cor en un puny
o la punyada d’una tristessa feixuga
dibuixada al rostre,
i potser et trobes que la casa
ja no és la casa,
que la dona
ja no és la dona,
o que la vida que al matí havies somniat
mentre distret et portaves a la boca les torrades
amb melmelada d'amarga taronja,
t'ha deixat,
t'ha abandonat al racó
d'una època oblidada,
i que l'ànima d’alta fidelitat de marca japonesa
que t'havies comprat pel teu aniversari
ha deixat de fer el seu tic-tac,
amb què et dormies, tranquil
de dilluns a divendres.


© J.Salavert, 2011

21 sept 2011

I am no good at love - No sirvo para el amor; un poema de Noël Coward

The Noël Coward Theatre (Fotografía de Derek Harper)
Traducir poesía puede parecerles a muchos un empeño fútil, pues en demasiadas ocasiones es causa de sinsabores y frecuentes frustraciones. La empresa puede estar, por lo demás, cargada de una cierta ambición lírica, hasta el punto de buscar recrear metro y ritmo en la lengua de llegada, y por eso será siempre motivo de satisfacción lograr una traducción rimada.

El poema cuya traducción presento en esta entrada del blog Notas Literarias, del inglés Noël Coward, forma parte de la antología The Complete Verse of Noël Coward, y digamos que lo encontré por casualidad en la sección de libros de The Guardian.

Me gustó de inmediato su tono, que parece alternar entre lo burlesco, lo juguetón, y una pizca de melancolía. El poema original en inglés se compone de cuatro estrofas de seis versos cada una, en las que riman los versos pares, mientras que los impares quedan sueltos. El metro del original es un tanto irregular, pero uno puede fácilmente conjeturar un ritmo, una melodía, posiblemente una canción.

Al plantearme una traducción al castellano me pareció que la opción más lógica era adoptar una forma tradicional y maleable, como el romance, en octosílabos de rima asonante (como en el inglés) en los versos impares. El hecho de que el primer verso de cada estrofa sea idéntico en las cuatro me obligaba entonces a buscar rimas de ‘amor’, tarea que el castellano facilita en todo caso.

Una vez ajustado el tono con el que quería imbuir el texto de llegada, la tarea era lograr cuatro estrofas que trasladasen la ironía y la burla de sí mismo, al tiempo que se insinuase ese deje melancólico del que hablaba antes.

El resultado es un poema que, en mi opinión, se vale hasta cierto punto por sí mismo, sin alejarse en exceso del original ni en su forma ni en su contenido.

Espero que te guste.

No sirvo para el amor
Noël Coward


No sirvo para el amor,
pues mi corazón es libre.
Destruyo a quien es mi sol,
¡ay del pobre desgraciado!
Pues me sobra la afección,
y peco de intensidad.

No sirvo para el amor:
pronto lo llevo a la ruina.
Me desvela un gran temor
y farfullo como un mico,
solo en mi confusión
sabiendo que no hay salida.

No sirvo para el amor:
si mi corazón entrego,
de mis labios sin control
salen palabras hirientes
que debiera ocultar yo.
Mis celos todo lo arruinan.

No sirvo para el amor,
que yo soy muy indiscreto:
sé que acerba conclusión
tendrá desde el mismo inicio,
pues en el postrero adiós
siempre gana la amargura.

© de la traducción, Jorge Salavert, 2011.

10 sept 2011

Narrative and Healing - Un simposio en Sydney


El sábado 3 de septiembre se celebró en la Universidad de Sydney un simposio en torno al tema ‘Narrativa y curación’. Organizado por la profesora Bernadette Brennan de la Universidad de Sydney, el simposio contó con la participación de profesionales de muy diversas procedencias. El tema central era el poder que tienen las palabras para curar y la posibilidad de que lo hagan.


En la primera sesión, ‘Poetry and Healing’ la poeta australiana Judy Beveridge y la académica de la Escuela de Humanidades y Artes Creativas del Avondale College, Carolyn Rickett, hablaron del proyecto ‘New Leaves’, que se desarrolló hace unos cuantos años. En pocas palabras, consistía en ofrecer a personas con enfermedades muy graves la posibilidad de escribir poesía. De ese proyecto nació una antología, que ambas editaron, y que se publicó en 2008. Beveridge habló del poder restaurador que tiene la poesía, en tanto que utiliza como medio palabras que tratan (y salen) de lo más profundo del interior de nuestro ser. Beveridge y Ryckett se refirieron al concepto enunciado por Suzette Heinke, scriptotheraphy: ‘a process of writing out and writing through traumatic experience in the mode of therapeutic re-enactment’.


La segunda sesión reunió a tres autoras australianas, Helen Garner, Maggie MacKellar y Brenda Walker, que hablaron de sus diferentes enfoques como narradoras en torno al proceso de curación por medio de la narrativa de experiencias traumáticas personales. Desde mi punto de vista, Maggie MacKellar aportó ideas y ángulos realmente valiosos, mientras que Helen Garner me decepcionó bastante a causa de su respuesta un tanto displicente a una pregunta de uno de los asistentes.

La pregunta referida, que por otra parte me pareció primordial en el contexto de lo que se estaba discutiendo, tenía que ver con las metáforas y los eufemismos que se emplean para hablar de la muerte. ¿Cómo elucidar la diferencia entre metáfora y eufemismo respecto a la muerte, y sus implicaciones tanto para los pacientes como para los profesionales que suministran tratamientos paliativos? Con su respuesta simplona, Garner pareció olvidar por un instante que no todos en la audiencia eran especialistas en lingüística.

De la sesión vespertina caben destacar las palabras de Sinéad Donnelly, una doctora irlandesa especializada en cuidados paliativos, que en la actualidad trabaja en Wellington (Nueva Zelanda). En una presentación muy razonada aunque llena de emotividad, Sinéad nos recordó algo que hoy en día se suele dar por hecho tan frecuentemente que se olvida su función crucial para el ser humano: es necesario escuchar. 'Listening is a form of touch'. O lo que es lo mismo: ‘Escuchar es una modalidad del tacto’.

Creo que es algo sobre lo que merecería la pena, y mucho, reflexionar.

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