5 mar 2016

Reseña: The Flamethrowers, de Rachel Kushner

Rachel Kushner, The Flamethrowers (Nueva York: Scribner, 2013). 384 páginas.
Tenemos un piano en casa, en el que mi mujer toca algún que otro vals y otras piezas de tono más bien melancólico, que es el que nos va. Hace unas semanas busqué en internet la partitura de ‘Perfect Day’ para que la interprete y así me alegre un poquito la tarde, incluso aunque a ella le resulte bastante difícil y se atasque a veces. Esto viene a cuento de que en la página 268 de The Flamethrowers, Kushner menciona este temazo de Lou Reed como la música que emite la radio clandestina tras un comunicado desde la casa a la que ha llegado la protagonista en compañía de Gianni, tras la traición de su novio Sandro. Puedes ponerte la música como acompañamiento, si es que te decides a invertir un par de minutos de tu tiempo en seguir leyendo.


Las desmedidas alabanzas que recibió esta novela (la segunda de Kushner; Telex from Cuba, la primera, todavía no ha caído entre mis manos) son precisamente eso: desmedidas. Es ciertamente una narración inusual, bastante disimilar de lo acostumbrado en los EE.UU., pero para mi gusto está una pizca deslavazada en el arranque. Me costó horrores conectar con la novela (no con la trama, que no es en absoluto enrevesada).

Una joven de Nevada (Reno funciona como apodo de la protagonista) con aspiraciones artísticas se traslada a Nueva York. El verdadero arte, nos dice, entraña riesgos. Hacer amigos en la Gran Manzana no es tan fácil, y Reno aprovecha la más mínima oportunidad para acercarse a los círculos y grupos de artistas más en boga. Entre ellos está un italiano casi dos décadas mayor que ella, un tal Sandro Valera, rico heredero de una ficticia famiglia propietaria de una enorme fábrica de neumáticos y motocicletas. Sandro le consigue una moto a Reno para que pueda correr en las salinas de Bonneville y luego fotografiar los dibujos que deje la moto en la blanquísima superficie de las salinas. ¿Arte terrestre?

Las planicies salinas de Bonneville. Fotografía de Famartin.
Reno tiene un fuerte accidente en Nevada del que sale mayormente indemne. Destroza la moto, pero el equipo Valera le ofrece la oportunidad de batir el record de velocidad femenino con el coche de Didi, el piloto profesional. Meses después surge la posibilidad de viajar a Italia para promocionar el coche y la marca Valera, y allí que se va Reno con Sandro. La recepción por parte de la familia Valera es más bien fría cuando no abiertamente grosera. Cuando por pura casualidad descubre que Sandro no quiere evitar ser el estereotípico machito italiano infiel, Reno huye a Roma en compañía de uno de los empleados de la familia, Gianni. En Roma se une a un grupo activista y participa en las marchas de protesta anticapitalista, pero en las consabidas carreras huyendo de los antidisturbios pierde su cámara, y todo propósito que pudiera haber tenido el viaje a Italia se desvanece. ¿Qué busca Reno? Posiblemente ni ella misma lo sepa.

Kushner combina lo histórico con lo inventado. La firma Valera bien podría estar inspirada en la famosísima Laverda, una marca histórica prácticamente desaparecida pero que recuerdan muy bien nostálgicos moteros como mi amigo Glenn, propietario de una moto Guzzi. El armazón histórico le permite a Kushner dotar su ficción de verosimilitud y un sabor a autenticidad. Así, el primer capítulo nos lleva al frente de la I Guerra Mundial, donde el patriarca Valera mata a un soldado alemán con el faro de una motocicleta.

¿650 cc de puro fuego? Or a coffin on wheels? Fotografía de Mike Schinkel. 
La trama está sólidamente apuntalada con unos personajes secundarios a cada cual más curioso. La mayoría dan muchísimo juego y generalmente (no siempre) ayudan a mantener el ritmo de la novela. Por ejemplo, Giddle, la camarera amiga de Reno, que aun albergando aspiraciones artísticas busca deliberadamente el anonimato, la insignificancia. O el artista amigo de Sandro, Ronnie Fontaine, quizás el más enigmático, con quien Reno pasa una noche de tragos y locuras en la compañía de otra pareja. O el siniestro Burdmoore Model, que fue líder de los Motherfuckers, un grupo anarquista, justiciero y criminal de Nueva York, en compañía de un cubano que se hacía llamar Fah-Q. Muchos de los personajes tienen alguna historia que contar: algunas son mejores que otras, pero llenan en todo caso las páginas. En todos los escenarios, presente aunque a un tiempo algo apartada de todo, está Reno. Es una narradora bastante pasiva: guarda un irónico silencio en las cenas en las que los artistas fanfarronean e interpretan la conocida bufonada que caracteriza a muchos de ellos en público.

Y la verdad es que tampoco en Italia se suelta Reno, pese a que asegura hablar el idioma con cierta fluidez. Más bien se limita a escuchar y tragar los dardos envenenados e insultos del hermano de Sandro, Roberto Valera, y de Mamma Varela. En ese sentido, pareciera ser más antiheroína que figura fundamental de la novela.

En mi opinión, The Flamethrowers busca abarcar mucho más de lo que puede controlar con solidez: las referencias históricas a la Gran Guerra, el futurismo italiano, el fascismo de Mussolini, la esclavitud encubierta de los indígenas en las explotaciones caucheras en el Brasil de la posguerra, las revueltas de la Italia de los 70 y la guerrilla urbana de las Brigatti Rossi, la misoginia más descarnada, la escena artística en los tiempos de Warhol y Ginsberg. Una mezcolanza informe, un batido de ideas políticas, artísticas y socioculturales sin que nadie le aplique el necesario control. Son demasiadas las nueces que se juntan para producir un extraño ruido, por muy elegante y bien escrito que esté (que lo está: Kushner tiene el don de la palabra justa, y produce evocativos pasajes rebosantes de lirismo). 

The Flamethrowers se publicó en castellano en 2014 en Galaxia Gutenberg, bajo el título de Los lanzallamas, en traducción de Amelia Pérez de Villar.

22 feb 2016

Reseña: Flying-Fox in a Freedom Tree, de Albert Wendt

Albert Wendt, Flying-Fox in a Freedom Tree (Honolulu: University of Hawai'i Press, 1999 [1974]). 149 páginas.
Decir que la narrativa de las islas del Pacífico es una gran desconocida para el público lector (no me refiero solamente al público lector en lengua castellana, o en lengua catalana, sino al público lector en general, incluido el público lector en lengua inglesa) no debe ser ninguna novedad para nadie. Es cierto que se trata de literaturas de aparición relativamente reciente, surgidas dentro de, o como respuesta a, un proceso de descolonización en lugares en los que existía una cultura meramente oral, con una tradición narrativa local singular basada en la transmisión oral de generación a generación.

Como en los demás archipiélagos del Pacífico, en el caso de Samoa, fue en gran medida la llegada de los misioneros en el siglo XIX lo que transmutó esa cultura para siempre. No hay, lamentablemente, posibilidad de una vuelta atrás en un mundo globalizado en el que la transmisión de objetos culturales es prácticamente instantánea. Albert Wendt (Apia, 1939) es sin lugar a dudas el máximo exponente de la literatura samoana.

Este volumen de cuentos se publicó por primera vez en 1974. Consta de 9 narraciones, algunas muy breves (‘A Descendant of the Mountain’ o ‘Virgin-Wise’, por ejemplo, apenas superan las cuatro páginas). Wendt emplea una variedad de técnicas: historias narradas tanto en tercera (‘The como en primera persona (‘Captain Full – the Strongest Man Alive who Allthing Strong Men got’, ‘Pint-size Devil on a Thoroughbred’ son dos estupendos ejemplos del peculiar estilo con que Wendt perfila a narradores locales poco fidedignos, en un inglés nada ortodoxo; así comienza ‘Captain Full’: “Mine neighbourhood I to you must tell about. It lie like old woman who got no teeth between Catholic Church and Police Station.” (p. 21)).

El escenario de estos cuentos es la Samoa antes de su independencia, cuando todavía era un protectorado de Nueva Zelanda. Muchos de los personajes en estos cuentos buscan conformar una identidad que conjugue la cultura pre-colonial frente a las inexorables presiones del extranjero y sus sistemas de gobierno, de educación y de la administración de justicia.

Quizás sea el cuento que da título al libro el que más elocuentemente describa ese conflicto. El narrador de ‘Flying-Fox in a Freedom Tree’, Pepesa (Pepe), cuenta su historia desde el lecho de muerte en el hospital de Motootua, en Apia. Aparte de su historia de enfrentamiento al poder establecido, que encarnan su padre Tauilopepe y los papalagi (la palabra samoana que designa a los blancos extranjeros), Pepe nos habla acerca de su amistad con el verdadero protagonista de la historia es un enano samoano llamado Tagata. Pese a ser de muy baja estatura físicamente, Tagata asume la responsabilidad de decidir su destino.

Pepe llega a Apia desde un pequeño pueblo en la costa oriental de Upolu, Sapepe, para integrarse en el sistema educativo colonial. Es en realidad carne de cañón para la ambición de su padre. Cuando entabla amistad con Tagata, se inicia un pacto de hermandad que será más fuerte y duradero que la relación de Pepe con sus padres.

Una noche, Pepe y Tagata organizan un robo en la tienda de Tauilopepe. Recaban la ayuda de una pandilla de muchachos para incendiar una iglesia en la otra punta de Apia y así distraer a la policía. Pero un vigilante reconoce a Pepe. Cuando la policía se presenta en su casa, y ante la sorpresa y la incredulidad de sus padres, Pepe reconoce ser el ladrón, pero no admite haber recibido la ayuda de ningún cómplice. En el juicio, Pepe lleva su propia defensa hasta una posición casi absurda. Este relato del juicio es, para mí, uno de los mejores pasajes del libro, y tiene una amplia significación: pese a ser condenado a cuatro años de trabajos forzados, Pepe termina dejando en ridículo al juez. Primero, en un sagaz desplazamiento de categoría gramatical, el Juez pasa a ser una simple voz o unos ropajes de color negro, y el narrador se refiere a Su Señoría con el pronombre neutro “It”. Aunque es evidente que Pepe no pudo haber cometido todas las fechorías él solo, el Juez le condena por su negativa a aceptar la autoridad de la religión cristiana que el poder colonial le impone. Al terminar el juicio, el Juez se da de bruces contra el piso y queda en evidencia: “El Vestido Negro se pone en pie. Nos ponemos en pie y esperamos a que Eso deje el trono. Por los peldaños viene bajando Eso. De repente Eso tropieza y cae de rodillas, y se le cae la peluca de la cabeza. Pelo negro humano. El Vestido Negro es humano después de todo, desnudo sin su peluca de poder. Se me queda mirando, agarra la peluca, se la pone y sale corriendo por la puerta, con mi sonrisa persiguiéndole.” (p. 132, mi traducción)

El libro lo completan los cuentos ‘A Resurrection’, un dramático relato sobre un joven que se niega a cumplir con la tradición cultural local que le obliga a matar a quien ha seducido a su hermana, ‘Declaration of Independence’, una narración de misterio, en la que un pequeño funcionario samoano es muerto de un disparo en la cabeza por su esposa en el momento de salir de la ducha, ‘The Cross of Soot’, que tiene como protagonista a un niño que vive en las inmediaciones de la infame prisión de Tafaigata, en las afueras de Apia, y ‘The Coming of the Whiteman’, un relato que sigue la triste vida de Peilua, que regresó a Apia desde Nueva Zelanda después de fracasar – según dicen los rumores – en sus estudios allí, y termina siendo el blanco del escarnio de los vecinos cuando le roban sus ropas de palagi.

Lava
“…’Este mundo que la gente cree querer tanto es solamente cierto en las películas porque la gente hace películas, ¿me entiendes?’, me dice Tagata. Yo niego con la cabeza. ‘Bueno, pues déjame que te lo explique de esta manera’, prosigue.  ‘¿Has visto los campos de lava de Savaii?’ Vuelvo a negar con la cabeza. ‘Hace dos años fui allí con algunos amigos. Atraviesas la selva durante millas y millas, y tantos pueblecitos donde la gente ha arruinado la belleza, y luego … Y luego ahí está eso. Uno tiene la sensación de que por fin estás justo ahí, ¿me entiendes? Como si estás ahí donde se encuentra la paz, donde todos los pequeños lugares sucios, las mentiras y monumentos a nosotros mismos que construimos no significan nada porque la lava no puede ser otra cosa que lava. ¿Me entiendes?’ Se para un instante y me mira. ‘La lava se extiende por millas hasta entrar en el mar. No hay otra cosa. Solamente un silencio negro, puede que como la luna. ¿Te acuerdas de esa película que viste con nosotros hace unos años? Pues se parece a eso, como la superficie de la luna en esa película. Una inundación de lava por todas partes. Pero en algunos sitios ves plantitas que crecen en las grietas de la lava, como historias divertidas que se abren camino en tu mente rocosa. ¿Me entiendes? Tuve la sensación de que llevo buscando eso toda mi desgraciada vida. Chico, por una vez me hizo ver las cosas tan claras. Que ser un enano o un gigante o un santo no significa nada.’ A Tagata le brillan mucho los ojos. ‘Que todos somos iguales en el silencio, en la nada, en la lava. No quería marcharme de los campos de lava, pero…pero es que uno no puede quedarse allí por siempre, porque se morirá de sed y de hambre si se queda. No hay agua, ni comida, solamente lava. Todo es lava.’” (p.132, mi traducción)
Campos de lava en Savaii. Fotografía de www.traveladventures.org

Wendt acierta plenamente en su mordaz crítica del sistema colonial, cuyas escuelas e iglesias son las dos aristas de un freno cultural y moral insoslayable. Casi sesenta años después, Samoa, un país que visito con cierta regularidad, continúa en gran medida anclada en la penuria y la ignorancia, frenada por la corrupción; es una sociedad donde las iglesias cristianas de todas las denominaciones abusan de la extracción de los magros recursos financieros de unos habitantes inmersos en un ciclo de pobreza del cual es muy difícil salir.

10 feb 2016

Reseña: Grief Is the Thing with Feathers, de Max Porter

Max Porter, Grief Is the Thing with Feathers (Londres: Faber & Faber, 2015). 114 páginas.

¿Cuántos libros valiosos e irrecuperables habrán quedado abandonados a lo largo de la historia a causa de la indiferencia y/o la ignorancia de numerosos editores? Nadie puede saberlo, pero bueno es que, de vez en cuando, alguien reciba tan sencillo reconocimiento de la industria del libro por una obra audaz, que rompa moldes y resquebraje las tradiciones y las expectativas más comunes, como la publicación de ese libro imposible.

Grief Is the Thing with Feathers es un libro inclasificable. No es novela; tampoco es un libro de poesía propiamente dicha, y pese a su formato coral no se aproxima en ningún momento al género dramático. Un híbrido contado a veces en verso, a veces en prosa, a tres voces: la del Padre, la de los Chicos y la de esa cosa con plumas a la que se refiere el título, el Cuervo.

¿Te acuerdas del "Cuervo Loco, pica, pero pica poco"? Fotografía de Toby Hudson.
Este es un inusual libro en torno a la muerte y el duelo. La fallecida es la madre (tras un pequeño accidente doméstico en el que se golpea la cabeza); los que quedan atrás son el marido y los dos hijos varones, que hablan con una sola voz incluso cuando uno de ellos se refiere al otro. Porter no nos da sus nombres, ni falta que hace.

El padre trata de seguir adelante mientras escribe un análisis de un libro del poeta Ted Hughes titulado Crow. El estudio llevará el título Crow on the Couch: A Wild Analysis. El Cuervo del poeta entra en las vidas de los tres varones de la casa, convirtiéndose en el personaje protagonista del proceso de supervivencia y curación, ese proceso que, al menos en inglés, sí se puede identificar claramente con una palabra: “grieving”. El Cuervo se compromete a acompañar al Padre y los chicos hasta que su presencia ya no sea necesaria.

Hay humor, hay dolor, hay absurdo, hay poesía, hay algo de todas esas cosas, como sucede en la vida de quien haya perdido a un ser amado. Hay verdades brutales, expresadas sin tapujos: “Moving on, as a concept, was mooted, a year or/ two after, by friendly men on behalf of their well-intentioned wives. […] Oh, I said, we move. WE FUCKING HURTLE THROUGH SPACE LIKE THREE MAGNIFICENT BRAKE-FAILED BANGERS, […] Moving on, as a concept, is for stupid people, because/ any sensible person knows grief is a long-term/ project. I refuse to rush. The pain that is thrust upon/ us let no man slow or speed or fix.” {Alguien sugirió el seguir adelante, como concepto, un año o dos después, amables hombres que hablaban en nombre de sus bienintencionadas esposas. […] Ah, les decía yo. Nosotros seguimos. JODER, SEGUIMOS LANZADOS POR EL ESPACIO, COMO TRES ESPLÉNDIDOS CACHARROS SIN FRENOS, […] Seguir adelante, como concepto, es para gente estúpida, porque cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que el duelo es proyecto de largo plazo. Me niego a darme prisa. Que nadie reduzca ni incremente ni arregle el tempo del dolor que se nos inflige.} (p. 99, mi traducción)

Escrita mediante fragmentos aparentemente inconexos, Grief Is the Thing with Feathers se detiene a veces en los detalles que mejor explican el todo. También es cierto que gran parte de las referencias intertextuales a la poesía de Hughes y de Emily Dickinson (véase el poema ‘Hope’ de la autora estadounidense) pasan desapercibidas si, como es mi caso, no se es especialista en la obra de ambos.

Ted Hughes. Retrato a cargo de Reginald Gray.
En su reseña para el Times Literary Supplement, Anna Girling señalaba que “si no fuera por sus conexiones en el mundo editorial, de una carrera en la que primero fue librero y luego editor (en Granta y en Portobello Books), es poco probable que este libro se hubiese publicado” (mi traducción). Por suerte para muchos lectores que buscan algo diferente y perspicaz, un reto formal y franco a los formatos y modos prestablecidos, no fue así.

7 feb 2016

Reseña: Media vuelta de vida, de Carlos Peramo

Carlos Peramo, Media vuelta de vida (Barcelona: Ediciones B, 2009). 527 páginas.

Una de las debilidades recurrentes en el panorama narrativo español actual es la absurda tendencia a despreciar el formato de la narración breve (o si se prefiere, el cuento, tal como se le ha llamado toda la vida) en favor de la fórmula de la carrera de fondo, la novela. Esta resulta ser mucho más exigente en todos los aspectos narratológicos, por lo que ese empecinamiento en escribir novelas termina por producir algunas mediocridades, cuando no engendros verdaderamente indigeribles. En el caso de Media vuelta de vida, una trama óptima con temas de interés, que podría muy certeramente haberse resuelto en menos de 50 páginas, se extiende hasta más allá de las 500, con poco disfrute añadido para el lector.

En una de las ciudades del cinturón industrial que rodea la Barcelona de mediados de los 80, Ángel Daldo, el típico chaval discotequero y una pizca fantasmón, parece haber encontrado un puesto de trabajo fijo en la misma empresa en la que trabaja su padre. En el ladrillar, Ángel maneja el toro (la simbología del vehículo no me pasó desapercibida) en un universo totalmente masculino si no machista. Es un escenario bastante duro para un chico de veintiún años, condenado a ser el eterno novato para sus compañeros, esos legendarios currantes de la copa diaria de brandy con el desayuno, haga frío o calor.

A diferencia de sus amigos Félix y Sadurní, Ángel ni siquiera llegó a completar el graduado escolar: el sueldo le permite pagarles las copas a sus amigos estudiantes en Casino, el garito local en el que a veces consiguen chicas. Una de ellas es Belén, a la que Ángel persigue un día hasta lograr que salga con él.

Los amigos de Ángel lo han bautizado como “Angelito de la muerte”. Algo de obsesión por la parca sí parece haber en el muchacho. En el primer capítulo, Ángel nos cuenta cómo uno de los compañeros del ladrillar, Linares, le pide que le acompañe a echar al fuego de los hornos de la fábrica a los cachorros que acaba de parir su perra Rafaela. Cuando solamente queda uno, Linares le sugiere que sea él, Ángel, el que lo arroje al fuego. Y lo hace, pese a los posteriores remordimientos. Es la primera indicación de que lo de Daldo tiene que resolverse de mala manera.

El ballestrinque, el nudo favorito de los verdugos: "...y fue tenerlo en la silla que mi padre le pasó la cuerda asín por el pecho y le dio dos vueltas por detrás del palo, p'amarrarlo bien. ¿no me comprendes?, y luego le ató los pies a la silla con un ballestrinque, que mi padre pues ataba con un ballestrinque, que ahí cada uno lo hacía a su manera, o sea que había otros que sujetaban con correas, pero mi padre decía que con un ballestrinque pues no había ya forma de moverse de allí..." (p. 268). Fotografía de Patricio Lorente. 
Unos días después Linares le pide a Ángel que repare el techo de la casa donde vive en el ladrillar. Linares es una especie de vigilante y encargado de mantenimiento de la fábrica, un viejo huraño y alcoholizado al que nadie hace caso. A lo largo de los días, entre el joven Daldo y el viejo Linares comienza a surgir una extraña relación: Ángel se siente al mismo tiempo atraído y repelido por el viejo, y su curiosidad irá en aumento conforme Linares le vaya revelando detalles de su vida: cómo emigró desde Almería, quiénes eran sus padres. El enigma es descubierto cuando Linares le explica que su padre era “ejecutor de sentencias” durante la época franquista adscrito a la Audiencia de Sevilla. Un verdugo especializado en el funcionamiento del garrote vil.

Exécution d`un assassin a Barcelone, un grabado de Gustave Doré.
Tras romper con Belén y terminar la reparación del techo de la casa de Tanco Linares, las cosas se complican para Ángel Daldo. Belén y su nuevo novio están preparando un trabajo de recuperación de verano en una asignatura suspendida, Historia, y gracias a un chivatazo de Ángel, se presentan en la casa de Linares exigiéndole una entrevista. El enfrentamiento inevitable derivará en un brutal desenlace.

Media vuelta de vida tiene por lo tanto un trasfondo histórico – la época tenebrosa de esa España negra y truculenta que persiste en la sociedad española contemporánea, a través de las mal llamadas “fiestas populares” tradicionales en las que inocentes animales son tratados salvajemente cuando no finiquitados en medio del repugnante regocijo de individuos ebrios o sedientos de sangre.

En parte Bildungsroman, en parte novela realista en la más amplia tradición narrativa peninsular, la novela es excesivamente minuciosa en detalles (¿a quién narices le importa el nombre de la marca de papas que piden los chicos en el bar mientras ven un partido de fútbol? ¿De verdad cree el autor que ese frívolo detalle añade algo a la novela?) y demasiado extensa en páginas. Algunos párrafos debieran ser causa de sonrojo: “Llegué a casa a las nueve y media pasadas y me senté a cenar sin ducharme porque mis padres ya habían empezado; el vapor del aceite caliente flotaba sobre los fogones, se había apoderado de las paredes y de cada soplo de aire, difuminaba a mis padres, y el anís vomitado de Linares seguía estancado en el fondo de mi nariz, y arruinaba el olor a tortilla de patata que impregnaba mi casa los jueves por la noche.” (p. 272-3) LOL. En fin, dios nos pille bien cenados esta noche.

Narrada en primera persona, Peramo abusa hasta lo insoportable de la interpelación del narrador al lector a través de las incontables preguntas sin respuesta que Ángel se hace. El libro habría merecido una edición mucho más estricta – o simplemente estricta, mucho me temo que no hubiera ni siquiera un mínimo intento de edición –  además de la consabida corrección de galeradas que, cada vez más, parece ser un aspecto que los editores españoles consideran superfluo. Un botón de muestra, en la página 297: “Escudé se encogió de hombros no me pareció un gesto de duda [sic, sin coma ni punto ni nada que se le parezca], sino de fatalidad. — Pues al desgüace [sic] — respondió.”

Desguacen ustedes a quien hizo este pésimo trabajo de edición. Bruguera, los lectores – que son sus clientes, no lo olviden – se merecen algo mejor. Debieran preocuparse de que al menos haya unos mínimos de cuidado en el tratamiento del texto.

30 ene 2016

Reseña: American Rust, de Philipp Meyer

Philipp Meyer, American Rust (Crows Nest: Allen & Unwin, 2009). 367 páginas.

Uno de los precandidatos a la nominación por el Partido Republicano en los EE.UU. (todos sabemos de quién se trata, ¿no?) parece echarle la culpa de todos los males que afectan a su país a la gente procedente de otros países, obviando la pésima gestión que tuvo durante ocho larguísimos años un presidente inepto e incompetente. Parece que ni siquiera los ochos años del mandato de Obama podrán salvar al Imperio de su declive. Y lo peor que casi seguro arrastrarán al resto del mundo con ellos.

Meyer escoge una pequeña ciudad de Pennsylvania llamada Buell como escenario modelo de ese declive. Durante décadas la población local vivió de la siderurgia. Pero las acerías cerraron, y la herrumbre de los edificios y la maquinaria está por todas partes. Cuando el tejido productivo de una comunidad se pudre, lo lógico y normal es que también los miembros de esa comunidad sufran esa corrosión moral, y la desesperación se ceba en ellos. Sin un gran sueño americano por el que luchar, ¿qué les queda?

Víctimas de esa decadencia son dos jóvenes, Isaac English y Billy Poe. Sus circunstancias personales son algo diferentes: Isaac es muy inteligente, pero algo retraído, y por los avatares del destino está atado al cuidado de su padre, discapacitado tras un accidente laboral. La madre optó por suicidarse. Billy, en cambio, es muy atlético y bastante atractivo, pero es el típico camorrista de pequeña ciudad. Vive con su madre en una caravana, evitando encontrar trabajo o que el trabajo le encuentre a él. Las diferencias entre las personalidades de ambos muchachos son enormes, pero de un incidente pasado surgió entre ellos la amistad.

El río Mon en verano. En la otra orilla, algunas de las muchas ruinas del otrora poderío industrial estadounidense. Fotografía de Tur3106.
El día que Isaac decide largarse del valle del río Mon (tras haberse apropiado de cuatro mil dólares que su viejo tenía escondidos) le pide a Billy que le acompañe en su primera jornada. ¿Destino final? California, Berkeley, la universidad, un porvenir. Un fuerte aguacero los obliga a refugiarse en uno de las numerosas fábricas abandonadas cerca del río, y mientras están allí llegan tres vagamundos, quienes reclaman el lugar como suyo.

Isaac, poco dado a discutir con nadie, entiende las indirectas, pero Billy no se arredra y decide plantarles cara. Pasados unos minutos, Isaac regresa por una ruta diferente. La escena que se encuentra es terrorífica: uno de los tres nómadas, el mexicano, tiene dominado a su amigo con una navaja al cuello, otro de ellos, el sueco, parece disponerse a abusar sexualmente de él y un tercero está en tierra, presumiblemente golpeado por Billy. Isaac no se lo piensa dos veces y le lanza el primer objeto contundente a la cabeza al sueco, que cae desplomado. Aprovechando la confusión, Billy logra evadirse (si bien se lleva un tajo), y los chicos huyen del lugar. Isaac ha dejado la guita escondida, y Billy se ha dejado su jersey en la escena del crimen.

Pittsburgh Steel Company, Monessen Works, Blast Furnace No. 3, Donner Avenue, Monessen, Westmoreland County. Pero podría haber sido el Port de Sagunt, o Port Kembla.
La narración en la que nos sumerge Meyer es más bien ralentizada, a ratos repetitiva. Incluso en ocasiones da la impresión de ir un pelín a la deriva. Las diferentes partes del libro se dividen en capítulos que adoptan el punto de vista de cada uno de los personajes. Los dos jóvenes toman decisiones erróneas que terminarán por causarles graves problemas. Mientras, la relación entre la madre de Billy, Grace, y el jefe de policía local, Bud Harris, añade una interesante trama secundaria, en la que se plantean otras cuestiones morales en torno a personajes maduros, aunque prácticamente resignados al fracaso.

El homicidio del sueco es tratado con cierta ambigüedad moral: tanto Billy como Isaac se hacen preguntas acerca de las consecuencias de ese acto − muy diferentes en cada caso – pero la mayoría de las veces conjeturan sobre sus propias inacciones u omisiones pasadas. Cuando ambos tuvieron la oportunidad de salir del círculo vicioso que es la pobreza en esa parte del país, no lo hicieron. Ahora ya es demasiado tarde.

Pero salir, ambos salen. Mientras que Isaac emprende huida a bordo de trenes de mercancías, sufre una paliza y finalmente le roban el dinero, Isaac es arrestado. Ingresa en la cárcel al negarse a declarar (y así proteger a Isaac), un mundo terrorífico en el que es extraordinariamente difícil que sobreviva un joven sin experiencia como él.

American Rust bebe de una gran tradición estadounidense, que se remonta a Huckleberry Finn y pasa por el Kerouac de On the Road. Uno de los principales problemas del debut del autor de The Son, una magnífica novela que reseñé hace unos meses, es que Isaac está pobremente caracterizado. No porque sea poco plausible que un chico enclenque, posiblemente virgen y no muy ducho en las artes, buenas y malas, que se requieren para sobrevivir en la jungla de la calle, pueda matar a un hombre fornido y recorrer cientos de millas en solitario y vivir para contarlo. Isaac es un personaje poco creíble porque son muchas las contradicciones que lo rodean, amén del absurdo recurso que emplea Meyer para hacer que Isaac se refiera a sí mismo en tercera persona. Simplemente no funciona. En todo caso, es una amena lectura. Pero a diferencia de The Son, todavía no se ha publicado en castellano.

21 ene 2016

Reseña: Painting Death, de Tim Parks

Tim Parks, Painting Death (Londres: Harvill Secker, 2014). 346 páginas.

Quizás con este libro debería haberse incluido un pequeño catálogo de las pinturas a las que se hace referencia en sus casi 350 páginas. Aunque los comentarios sobre los cuadros son excelentes, es casi obligatorio mirar las imágenes para hacerse una idea más completa y exacta de qué entraña cada una de ellas.

El inglés Morris A. Duckworth (las iniciales no son una coincidencia gratuita) es residente de Verona (como el autor, quien dedica la novela a los veroneses). Casado con la heredera de una pudiente familia de la muy católica burguesía de la ciudad, ha logrado hacerse un hueco entre la clase alta. Justo cuando le llega el honor de ser nombrado hijo adoptivo y predilecto de la hermosa municipalidad del norte de Italia decide embarcarse en un aparentemente descabellado proyecto: una grandiosa exposición de arte que recorra la extraña obsesión de los artistas con el asesinato. Pintar la muerte, como dice el título.

Lo curioso es que Duckworth ha hecho del asesinato una de las bellas artes. A lo largo de los años se ha pulido a las dos hermanas de su esposa Antonella, al exmarido de ésta, al chófer y al pintor al que le encargaba copias de valiosísimos cuadros que luego suplantaba con las imitaciones, amén de alguna que otra víctima más. Una joyita, vamos.

Todo en esta novela es engañoso, hasta la misma novela. Al comienzo de la trama, Duckworth parece llevar las riendas de su vida con soltura, pero cuando la policía arresta por conducta violenta a su hijo, seguidor incondicional del Hellas Verona (que ocupa por estas fechas el último peldaño de la clasificación de la Serie A), comienzan a torcérsele las cosas. Y en cierto modo, también se le tuercen, por desgracia, al autor.

Lo que comienza como una cómica novela negra, con una trama de thriller y un cáustico trasfondo de crítica a la omnipresente corrupción de la Italia de Berlusconi se convierte poco a poco en una enrevesada farsa, en un embrollo inconsecuente con un desenlace previsible, personalmente muy poco satisfactorio.

Por el camino quedarán tres muertos, diversas componendas y variados chanchullos que implican al clero, la policía, a políticos locales y a diplomáticos libios. La masonería hace acto de presencia con sus anacrónicos rituales iniciáticos. Y en todo este pastel, Duckworth, acusado del primero de esos tres asesinatos, mantiene esperpénticas conversaciones con los fantasmas de sus víctimas.

En suma, una gran decepción, considerando que la otra novela suya que había leído, Destiny, me dejó un excelente sabor de boca. Aunque Parks escriba en una prosa briosa que rebosa sátira e ingenio (se incluye a sí mismo en la novela bajo el nombre de Tim Parkes como el socorrido escritor local a quien le piden en última instancia que escriba los comentarios para el catálogo de la exposición), el resultado final parece un tanto desquiciado.

Para compensar, aquí te dejo tres imágenes de esa ficticia exposición, incluidos los pies de foto que Morris escribe en su “cautiverio” mientras espera la fecha para la vista de su juicio.

Tiziano, Caino e Abele.
“Los primeros hombres, el primer asesinato. […] No todos pueden complacer a Dios, y es bien difícil cuando tu hermano se convierte en el favorito del Todopoderoso. ¡Mátalo! Ticiano añade un cielo de tormenta y nos ofrece la acción desde un ángulo inferior. Sangriento y brutal, pero estéticamente emocionante, Ahora Dios puede desterrar a Caín, el mundo cuenta ya con su primer refugiado y la Historia se ha puesto en marcha.” (p. 304, mi traducción) 
Artemisia Gentileschi, Giuditta decapita Oloferne.
“¡Vestida para decapitar! Tenemos aquí dos armas: la belleza femenina y la espada. Maquillada y con vistosas alhajas, Judith embiste con la bendición de Dios. Holofernes se lo merece porque quiere destruir a los Hijos de Israel y seducir a una pobre mujer. Violada en su juventud, Artemisia Gentileschi pintó este asesinato una y otra vez con cada vez mayor deleite. A todos nos gusta una señora que mata por una buena causa.” (p. 304, mi traducción)
Walter Sickert, What Shall We Do for the Rent? 
"¡Misterio! – así debía comenzar – El Destripador se sienta junto a su víctima desnuda, la cabeza gacha, su cara y su identidad ocultas, un hombre derrotado por su propia libido enferma. La mujer no es hermosa, salvo en la muerte pintada. Si durante breve tiempo el propio Sickert fue sospechoso de asesinato, es porque todos sentimos el vínculo entre los impulsos artísticos y criminales. Ambos reducen a la mujer a un objeto inerte.” (p. 304, mi traducción)

14 ene 2016

Reseña: J, de Howard Jacobson

Howard Jacobson, J (Londres: Jonathan Cape, 2014). 327 páginas.
Comencemos por la cubierta de esta novela: la letra J aparece “cortada” por dos bandas (en las que se puede leer el nombre del autor), al igual que lo hace en muchas de las páginas de esta oscura sátira distópica del escritor inglés de ascendencia judía. Siguiendo la costumbre que le inculcaron sus padres, Kevern Cohen, uno de los dos personajes principales, siempre pronuncia temerosamente la letra J cruzando dos dedos por delante de los labios.

La escena es deliberadamente vaga e imprecisa. Parece ser la Inglaterra de la segunda mitad del presente siglo. El país, del cual nadie puede salir y al cual nadie de afuera puede entrar, parece haberse sobrepuesto a un suceso de enorme magnitud y cierto cariz apocalíptico. Los ciudadanos únicamente se refieren a ello con una enigmática frase, pero cargada de ironía: “WHAT HAPPENED, IF IT HAPPENED” [LO QUE SUCEDIÓ, SI ES QUE LLEGÓ A SUCEDER]. Todos han sido reeducados para pedir perdón por lo ocurrido hace décadas, aproximadamente en la segunda década del siglo en que vivimos. ¿No tiene sentido? Solo aparentemente.

Una de las muchas curiosidades de esa reeducación es el hecho de que toda la población haya adoptado apellidos judíos. La uniformidad es la norma: géneros musicales que estimulan la improvisación (como el jazz) no están bien vistos, si bien no están prohibidos. La conservación de objetos del pasado (las reliquias de familia) sí pueden ser objeto de denuncia. ¡Mucho cuidado con guardar los diarios o los discos de tus abuelos!

La atmósfera no es tan orwelliana como parece. La paz es algo impuesto, pero la violencia está siempre latente en el pequeño poblado pesquero de Port Reuben. Kevern es un muchacho local, al que todos tienen por un bicho raro. Hasta un lugar cercano llamado Valle del Paraíso llega la joven Ailínn. Ambos comparten el hecho de tener un pasado oscuro: si Kevern ha heredado extraños hábitos cuando no un claro trastorno obsesivo-compulsivo, Ailínn es también huérfana y está convencida de que alguien la espía y la controla. En un momento que ninguno de los dos olvidará, un desconocido los pone en contacto. ¿Paranoia? Ni hablar.

Con esa historia de amor como divertido telón de fondo, Jacobson propone una probablemente intolerable sociedad que ha diluido el lenguaje y se ha reconstruido sobre la base de una disculpa por algo que sucedió pero que nunca se explica del todo, “si es que llegó a suceder”. En J Dicen más las elisiones que las palabras expresadas, aunque Jacobson nos deja algunas joyas como el hecho de que los locales llamen a los foráneos “aphids” [áfidos o pulgones].

Si a la historia de esa pareja de jóvenes que resultan manipulados añadimos un macabro y repugnante detective (Gutkind) que investiga la extraña y nunca resuelta sub-trama de un triple asesinato en Port Reuben, la presencia de Esme (que parece tirar de los hilos en todo lo que concierne a Ailínn) y que es la representante de la agencia gubernamental Ofnow (dedicada a evaluar la psiquis colectiva, sus eslóganes no tienen desperdicio: "the overexamined life is not worth living" [no vale la pena vivir una vida examinada en exceso] o "yesterday is a lesson we can learn only by looking to tomorrow" [el ayer es una lección que solamente podemos aprender mirando al futuro]) y algunos capítulos del diario de un excéntrico Profesor de las Artes Benignas escritos en primera persona, la mescolanza podría dar la impresión de ser un poco rebuscada. No es así. Es cierto que esta es una novela atípica, y aunque cueste meterse en ella, en mi opinión vale la pena.

¿Sería posible un nuevo holocausto en la actual Inglaterra, o en otro lugar de Europa, por decir lo indecible? También en Submission Houellebecq planteaba una imparable huida de judíos de Francia en un escenario futuro más implausible que otra cosa. Lo que no elimina la terrible posibilidad de purgas étnicas o pogromos en otras partes, ante la encrucijada en que se encuentra el mal llamado viejo continente.

J es una novela sutilmente provocadora en torno a lo que motiva el odio en el corazón de los seres humanos. Plantea preguntas francamente incontestables acerca de lo que significa la identidad, en un trasfondo de fuerte crítica a la sociedad del ciego y estúpido consumismo de la cultura pop al que nos hemos abocado en nombre de un progreso muy mal entendido. La imprecisión y la indeterminación con que Jacobson retrata ese futuro contribuyen a darle un sabor siniestro y temible.

4 ene 2016

Reseña: A Little Life, de Hanya Yanagihara

Hanya Yanagihara, A Little Life (Londres: Doubleday, 2015). 720 páginas.
La mayoría de las muchísimas personas con las que cualquiera de nosotros tendremos algún tipo de contacto a lo largo de la vida sabrán perfectamente quiénes son, y quiénes son o eran sus padres, y de qué manera les habrá afectado su entorno familiar. Aun así, huérfanos sigue habiéndolos, pero la sociedad cuenta hoy en día con instituciones que suelen proteger a los niños indefensos. Aunque no siempre sea el caso, lamentablemente.

El personaje central de esta larga novela (la segunda que publica esta autora nacida en Hawái, quien ya destacó por la audaz y provocativa The People in the Trees) es Jude St Francis, huérfano abandonado nada más nacer. La trama se sitúa principalmente en la ciudad de Nueva York, donde cuatro jóvenes universitarios recién egresados se sumergen en la vida competitiva y dura a la que la edad adulta nos aboca. Jude ha estudiado derecho y matemáticas; Willem Ragnarsson se ha formado como actor, pero trabaja en un restaurante a la espera de una oportunidad en la escena; Malcolm Irvine es arquitecto, hijo de una familia acomodada y de un matrimonio interracial; y Jean Baptiste, JB, es artista, hijo de inmigrantes haitianos.

Los primeros años tras su llegada a Nueva York son más o menos difíciles, de tanteo. La narración sigue a los cuatro amigos en sus escarceos laborales y a las muchas fiestas a que asisten como invitados o como anfitriones. Con el paso del tiempo, los cuatro se abren camino, y lograrán el éxito. Jude se convierte en uno de los principales abogados litigantes de un importante bufete neoyorquino; Willem triunfa como actor y pasa a cotizarse entre los grandes directores de cine; Malcolm funda su propio estudio de arquitectura y empieza a ganar dinero a espuertas, mientras que JB adquiere un gran renombre como pintor, gracias principalmente a los retratos que hace de sus amigos.

Entre amigos no hay secretos, ¿verdad? No si te llamas Jude St Francis, sufres una cojera sobre cuyas causas no quieres hablar y nunca hablas de tus orígenes. En un libro con muchísimas páginas, de las que posiblemente sobren algunas, la narración va deslizándose gradualmente desde los cuatro amigos hacia solamente un par de ellos, Jude y Willem, quienes comparten apartamento. Cuando una noche Jude despierta a Willem con el brazo ensangrentado (“Ha sido un accidente”, le dice) y le pide que le lleve a que le atienda su médico, Andy, Willem se convertirá efectivamente en guardián del secreto de Jude. El huérfano discapacitado tuvo una infancia terrible, y su manera de enfrentarse a ese horrible y traumático pasado, el modo que tiene de enfrentarse al rencor y la vergüenza que siente por sí mismo, consiste en infligirse dolor físico mediante cortes en la piel, lo cuales lleva a cabo con cuchillas.

A Little Life tiene algunas características muy inusuales: las vidas de los personajes parecen estar ancladas en un presente constante, a pesar del hecho de que todos ellos envejecen con el paso de los años. La novela no contiene referencia alguna a eventos contemporáneos. No hay mención alguna de los políticos de los últimos treinta años, de los sucesos trascendentales, las catástrofes y otros acontecimientos que de alguna manera pudieran (si no debieran) haber marcado sus vidas.

Esta es una novela sobre el significado más profundo y esencial de lo que es la amistad, amistad ejemplificada por Willem y Jude, pero también toma como ejemplo la de Harold, el profesor de derecho que se convierte en padre adoptivo de Jude, y Willem. Yanagihara introduce en la narración algunos capítulos escritos por Harold en primera persona, redactados a modo de confesión epistolar, y dirigidos a Willem. Es solamente hacia el final (estoy tratando de evitar por todos los medios el spoiler) cuando el lector se da cuenta de que las confesiones de Harold funcionan más bien como un epílogo.

Gran parte de A Little Life es un continuo rodeo a la historia de la niñez de Jude. Es un terrible relato – que Jude nunca había querido compartir con nadie – que incluye el paso por un monasterio de monjes pederastas, crueles y brutales, la huida del Jude niño con el Hermano Luke (quien, cuando se le termina el dinero, empieza a prostituir a Jude en moteles de mala muerte de Texas y otros lugares del medio-oeste); la emigración de Jude hacia la costa este a bordo de innumerables camiones, a cuyos conductores pagará con sexo, y el engañoso rescate del niño que un tal doctor Traylor hace en Ohio, solamente para curar sus infecciones venéreas y luego aprovecharse de él. ¿Cómo puede alguien superar tantos años de sufrimiento, humillación, degradación y brutalidad y vivir una vida ‘normal’?

Un momento especialmente significativo puede ser cuando el niño Jude se da cuenta de que es su cumpleaños mientras está cautivo del doctor Traylor, que le ha dicho que lo quiere perder de vista: “Durante varios días, no sucedió nada, y él supuso que se trataba de otra mentira, y daba gracias por no haberse emocionado mucho, por poder finalmente reconocer una mentira cuando se la decían. El Dr. Traylor había empezado a servirle las comidas envueltas en el papel del diario, y un día miró la fecha y se dio cuenta de que era su cumpleaños. ‘Tengo quince años’, anunció a la habitación silenciosa, y al oírse a sí mismo decir esas palabras – las esperanzas, las fantasías, las imposibilidades que sólo él sabía estaban tras ellas – se sintió enfermo. Pero no lloró: su capacidad para evitar el lloro era su único logro, lo único de lo que podía sentirse orgulloso.” (p. 557, mi traducción)

Pocos días después, tras otras palizas y abusos, el Dr. Traylor lo obligará a salir, y lo utilizará como presa en un macabro juego de extraordinario salvajismo. Como lector es necesario prescindir de la incredulidad ante la sucesión de degradaciones, crímenes y crueldades a que someten a Jude, y ciertamente hay que reconocer el mérito de Yanagihara en dotar a esta historia de un aura de verosimilitud. Al narrar este sadismo en tercera persona por medio de una voz narradora omnisciente, la autora crea una distancia cómoda para el lector. Somos meros espectadores de un lamentable, insoportable y asqueroso espectáculo (espectáculo en el sentido de que somos meros espectadores).

A Little Life no está escrita en una prosa delicada ni elegante. A ratos es más bien repetitiva, y atraviesa meandros argumentales que bien pudieran repeler a muchos lectores. Aunque pocos, hay algunas reflexiones que merecen la pena, como esta en torno a la vida del Jude adulto y millonario: “Aunque no le había inquietado el hecho de si su vida valía la pena, siempre se había preguntado por qué él, por qué tantos otros, seguían viviendo; a veces le había resultado difícil convencerse y, sin embargo, tantísima gente, tantos millones, miles de millones, vivían en una penuria que no podía comprender, con privaciones y enfermedades que eran obscenas en extremo. Pero no paraban de seguir adelante. De manera que, esa determinación por seguir viviendo, ¿no era en modo alguno una elección sino una culminación evolutiva? ¿Había algo en la propia mente, esa constelación de neuronas tan endurecidas y marcadas como un tendón, que impedía a los humanos hacer lo que la lógica argüía con tanta frecuencia que debían hacer? Pero ese instinto no era infalible – lo había superado en una ocasión. ¿Pero qué había sucedido después? ¿Se había debilitado o se había hecho resiliente? ¿Era acaso su vida tan suya como para elegir si quería vivirla más tiempo?” (p. 688, mi traducción)
¿Un hermano franciscano bueno? Jacopo Bassano, Kimbell Art Museum. 
A Little Life recibió el Premio Kirkus de 2015, y fue finalista del Booker del mismo año. El título es una referencia a la frase que el Hermano Luke le conmina a Jude a emplear en su ‘trabajo’: algo así como darle algo de vidilla, de alegría, a lo que le obliga a hacer. Como para fiarse del Hermano Luke.

Mi impresión es que se trata de una novela rara, muy desigual, pero que no puede dejar a nadie indiferente. Le habría venido muy bien un editor riguroso, que quitara broza y algunas malas hierbas. Mucho menos audaz que The People in the Trees, si bien comparten líneas temáticas inquietantes.

Añadido el 26/09/2016: A Little Life la acaba de publicar Lumen en español, en traducción a cargo de Aurora Echevarría, con el paradójico título de Tan poca vida. Si te animas a leerla en español, tienes unas 1.040 páginas por delante.

1 ene 2016

A few holiday images to end 2015

To begin with, the family favourite I cooked on Christmas Eve...

Ladies and gentlemen....  probably the best fideuà to be found in Ngunnawal land.
The end of the year found us at a little Victorian town called Beechworth, where the legendary bushranger Ned Kelly grew up. Traces of his indelible presence can be seen everywhere, and it is somewhat exciting to enter the bars where he drank and walk the streets where he bragged.

The local bakery's best-seller is an egg-and-bacon meat pie named after Ned Kelly. The locals love it, and the out-of-towners cannot get enough of them! A tasty and courageous bite! 
Any visit to Beechworth must necessarily include an evening at the Bridge Road Brewery. Get a taste of 10 delicious local brews for just $15.

La cervecería local produce 10 cervezas diferentes. "The paddle" te permite probarlas todas antes de decidir cuál es tu favorita.
The names of the ten beers (and my grades on a scale from 1 to 5):
  1. Hefe Weizen. 4
  2. Golden Ale. 3
  3. Beechworth Pale Ale. 4.5
  4. Magical Christmas Unicorn (vanilla-flavoured!). 2.5
  5. Hickory Chicory Bock. 4
  6. Little Bling. 3
  7. Celtic Red Ale. 4
  8. Rule 47. 4
  9. Bling Bling. 5
  10. Robust Porter. 4
Argo local para picar...

y unas pizzas para rematar la faena.


With many walking trails and swimming spots around Beechworth and in other nearby towns, as well as amusing tours to keep you entertained and exquisitely satisfying food and grog to get you going, Beechworth is a very recommendable short-term holiday destination.

El centro de Beechworth. Fotografía de fir0002. 

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