19 jul 2011

Reseña: Black Glass, de Meg Mundell


Meg Mundell, Black Glass. Melbourne: Scribe, 2011. 281 páginas.



Haciendo un uso laborioso y perspicaz de un acontecimiento real, la cumbre de los ministros de economía y de los gobernadores de los países del G-20 en Melbourne en noviembre de 2006, Meg Mundell construye en su primera novela una utopía negativa; es decir, lo que en inglés se conoce como ‘dystopia’ (distopía, palabra que el DRAE, absurdamente, no recoge todavía). Mundell la ubica en una ciudad dividida en zonas con mayor o menor control y vigilancia por parte del gobierno. La sociedad de esta futura Melbourne, una ciudad que alberga partes totalmente dilapidadas, se divide entre los documentados (los ciudadanos de pro, con derecho al trabajo legítimo) y los ‘undocs’, los indocumentados, sin derechos y por tanto sospechosos mientras no puedan demostrar lo contrario. Los peores aspectos de la sociedad contemporánea parecen haberse adueñado de la vida en este mundo futuro.
En la lectura de Black Glass no hay que olvidar el curioso preámbulo, que cita el ficticio (por ahora) artículo 18(b) de un código o una ley, y que nos dice: ‘No existe ningún requisito legal que obligue a hacer entrega de un conjunto completo de datos personales a la Base de Datos Nacional para la Documentación de la Identidad. Sin embargo, toda persona cuyos datos completos no estén registrados en la Base de Datos y no hayan sido actualizados tal como se estipula por el presente, pueden perder el derecho a ciertos beneficios, privilegios y derechos señalados en las pertinentes leyes nacionales e internacionales’.
Las principales protagonistas de Black Glass son dos hermanas, Grace y Tally (Tallulah), menores de edad y huérfanas (cabe suponer) de madre. Tras la muerte de su padre Max en una explosión accidental (un tipo taciturno, que se dedicaba a la fabricación de drogas de diseño), las dos adolescentes huyen por separado, pero se dirigen a Melbourne, donde esperan encontrarse. Allí, cada una por su lado, tratan de sobrevivir en un mundo hostil.
La trama nos lleva desde los casinos lujosos y edificios de oficinas a los recovecos más lúgubres y tenebrosos de esta ciudad futurista. Es una trama un tanto deslavazada: la narración se va construyendo a partir de notas, correos electrónicos y apuntes narrativos en tercera persona. Aunque un tanto caótica, no deja de tener una chispa de vivacidad.
Una de las subtramas más interesantes es la de Milk, un tipo extraño y reservado, cuyo trabajo consiste en crear ambientes propicios a los intereses de quien le paga. En la jerga de la novela, a Milk se le conoce como un ‘moodie’. Mediante esencias, aromas, colores, luces y sonidos subsónicos, este alquimista contemporáneo crea ‘ambientes’: en el Casino donde trabaja, escondido tras un ventanal negro, propicia las apuestas arriesgadas de clientes, que lo pierden todo al ‘oler’ la suerte.
El paisaje urbano que propone Mundell es, por lo demás, realista: la publicidad es dominante en el mercado, lo rige todo; los productores de los programas informativos no quieren informar; la armonía social está quebrada por la desigualdad económica; el inicuo gobierno vigila a la población con cámaras, y trata de controlar a las masas con las técnicas de Milk, influyendo en ‘el modo en que se percibe un espacio, se siente o se recuerda’.
Sin embargo, la sensación de que la trama carece de un rumbo previsto es palpable. De hecho, la narración de las vicisitudes por las que atraviesan las dos hermanas parece una recopilación de anécdotas más que una historia propiamente dicha, y es ahí donde falla Black Glass. El formato un tanto experimental, que no innovador, sí permite indagar en cuestiones de cierto peso y mucha relevancia actual. Por mencionar dos ejemplos: ¿es la podredumbre claramente percibida en los medios de comunicación de masas (News Corp) y en la clase política (Generalitat Valenciana) el resultado del fracaso del estado democrático y su defensa de la libertad pública? Ni siquiera Milk con sus extraordinarias esencias atenuantes podría enmascarar el hedor que surge de ciertos entornos.
Como dijo alguien hace unos cuantos siglos, ‘something’s rotten in the state’, pero no necesariamente el de Dinamarca.
El texto que sigue es del primer capítulo de Black Glass, una primera novela cuya lectura es amena y en general fácil, pero difícil de encasillar en un género preciso: en mi opinión, no es ciencia ficción, puesto que las situaciones descritas son inquietantemente actuales. Que lo disfrutes.


Capítulo Primero
Muerte de un químico

[Tally: Anotación en diario]
Justo antes de que suceda lo malo, siempre hay un pequeño aviso, una solamente tiene que prestar atención. Yo ya los he visto: un guante negro que alguien ha perdido junto al río, un naipe solo, tirado boca abajo en mitad de la calle. Una vez vi un gatito negro que había perdido uno de sus ojos y que llevaba un pajarito blanco en la boca. El pájaro no se movía, y va y el gato tuerto se quedó mirándome – y luego resultó que hubo un funeral al que tuvimos que ir. Y además otras cosas, como las flores que alguien se deja en un jarrón, o vivir en una calle sin salida cuando el rótulo de la calle ha desaparecido y una ni siquiera sabe dónde está, así es, Grace y yo sabíamos las dos que ésa fue una muy mala idea, pero ¿nos escuchó Max? Nones. Una no puede dejar que cosas así le dirijan la vida pero una quiere quedarse al margen de todo eso, una quiere tocar madera o alejarse sin más muy rápido y sin mirar atrás.


[Tally | Grace | Max: Vehículo matrícula FHE693]
Tally sabía que algo iba a salir mal. Por un lado, había habido algunas pistas, su padre había escogido un punto negro en la esquina derecha del mapa, un punto que estaba lo más al norte que nunca habían estado, y que apenas estaba en el mapa: Belton, decía en letra diminuta. Una línea férrea se apartaba al acercarse y luego desaparecía de la página.
Y los vidrios rotos. Cada vez que se mudaban de casa, había siempre unas cajas determinadas que las chicas sabían que no debían tocar. Max las marcaba poniéndoles encima con un rotulador grueso negro un garabato que decía Taller. Pero aquella noche, a última hora, cuando las panzudas palomillas topaban contra en las ventanas y Tally y Grace estaban guardando cubiertos y envolviendo platos con papel de periódico, su padre había entrado en la cocina sujetando una de esas cajas, que alguien – alguien que no era él – había dejado caer sin cuidado en el remolque. La dejaba caer encima de la mesa con una fuerza calculada, para que todos pudieran oír que algo caro estaba roto en su interior. Desde aquel sonido tintineante, apenas había dicho palabra.
En tercer lugar, estaba el poli – no es que los polis fueran algo inusual, pero este había aparecido de la nada, igual que lo hace una araña, o una premonición.

Se fueron en silencio antes del amanecer y habían estado conduciendo todo el día, la lona impermeable iba batiendo un ritmo caliente y aleatorio contra el remolque. Cada cierto tiempo, una de ellas miraba hacia atrás para comprobar que nada se hubiera soltado y caído en la carretera.
Atravesaron largos tramos de un vacío pardo roto por breves destellos de color apagado: un restaurante de carretera rosáceo, un grupo de casas de color pastel, un perro solitario que movía el rabo mientras sonreía cara al viento. Todo el paisaje estaba como apabullado por el calor, el aire arrastraba una fina calima de polvo. De vez en cuando pasaban por delante de una línea de cepas ennegrecidas, los restos de otro incendio forestal.
Max y Grace apenas hablaban aquel día. Los dos llevaban puestas sus nuevas y baratas gafas de sol, compradas en silencio del mismo estante en una estación de servicio: Las de Grace eran unos elegantes hexágonos (Paparazzi, decía la etiqueta que colgaba de ellas); Max escogió unas grandes y con patillas anchas que no dejaban pasar la luz por los lados.
Su padre conducía a un ritmo constante, con una lata de vodka con frambuesa metida entre los muslos, llevándose pequeños sorbos a la boca. Grace se había estirado en el asiento trasero, y su largo pelo rojo ondeaba junto a la ventana abierta, y de vez en cuando tatareaba alguna melodía acompañando a la radio.
Asomada a la ventana del copiloto, Tally tenía el brazo extendido contra el aire caliente. Llevaba una pequeña cámara plateada en el regazo. De vez en cuando la levantaba y enmarcaba contra el cielo algún árbol muerto, o la forma baja de algún granero, una mujer que hacía trotar a un caballo en pequeños círculos.
Había sido cuestión de pura suerte. La noche anterior, mientras llevaba a casa un paquete de patatas fritas calientes para la cena, el hombre viejo que vivía cerca de la tienda de comida para llevar se había asomado en el porche y le había hecho un ademán urgente para que se acercara. ‘Jovencita, ven, acércate, tengo una cosita para ti.’ En sus manos centelleaba una forma plateada. Tenía pinta de ser una chica lista, le había dicho él. ¿Había usado alguna vez una cámara? Hacía calor. Tenía unas Pepsis en la nevera. También tenía un libro de fotografía dentro de casa. ¿O a lo mejor le gustaría tomar prestada la cámara? Solo prestada.
El viejo esperó, con el aliento entrecortado y la mirada pálida y vacía. Tally se quedó clavada en los escalones del porche, pero se puso el paquete debajo de un brazo y le dejó que pusiera la cámara en la palma de la mano extendida. Pesaba menos de lo que parecía. Se la llevó a la altura de los ojos, se dio la vuelta para enfocar la escuela, el campo de fútbol, la seca hierba dorada por el sol y las bruscas sombras que había entre los edificios.
‘Papá tiene hambre, se me van a enfriar’, le dijo ella abruptamente. La cámara le encajaba perfectamente dentro de la mano; cerró el puño sin ofrecerse a devolverla. ‘¿Puedo jugar un poco con esto? Se lo traeré después de la cena'.
‘Tu papá, eh’, dijo el viejo con frialdad. ¿Y a qué se dedica tu papá?’

A la mañana siguiente se habían marchado de la casa alquilada, y con el coche se habían adentrado en la semi-penumbra, acompañados por los chirridos que el peso del remolque le causaba al coche. El pueblo estaba en silencio, el porche del viejo estaba vacío. Ni Max ni Grace se molestaron en preguntarle de dónde había sacado la cámara. En cuanto se hizo de día se dio la vuelta, encuadró a Grace que miraba fijamente por la ventana y apretó el botón: la piel pálida, el pelo rojo, unas gafas oscuras que ocultaban sus ojos, un perfil difuminado por el movimiento y el ocre quemado de la hierba seca que se extendía hasta el horizonte.
Tally estaba mirando la pantalla de la cámara cuando apareció la tercera señal. Se habían detenido ante un paso a nivel: el estruendo de las campanas, un tren que pasaba rugiendo por delante del rectángulo de luz, mientras el polvo brillaba con los rayos que brotaban a cada fracción de segundo entre los vagones.
Enseguida el tren desapareció, y allí delante, enfrente de ellos y al otro lado de la barrera, había un coche de la policía. Las campanas enmudecieron, la barrera se levantó con una sacudida, y los dos vehículos cruzaron arrastrando cada uno su carrocería por encima del montículo de las vías férreas, pasando al unísono como dos delfines que saltaran a través de un aro. Fue una maniobra fácil, pero pareció durar una eternidad.
Pasaron muy cerca. El poli llevaba puestas unas gafas de espejo, y las lentes desprendieron un destello sobre ellos al pasar, inexpresivamente. Reflejada en su superficie, Tally vio una imagen que se deslizaba: su viejo coche, el remolque, el perfil rígido de Max, el revoloteo rojizo del pelo de Grace y una forma pálida que posiblemente fuera su propia cara. Se dio la vuelta y se quedó mirando hasta que el coche del policía se fundió con las líneas evanescentes de la distancia.
[Tally: Anotación en diario]
Yo y Grace fuimos a dar un paseo. Pensé, vaya sitio, es tan pequeño. El aire parece espeso, la mayoría de las tiendas ha cerrado, las ventanas de las casas cerradas a cal y canto para que no entre el calor. Una señora vieja que desde su porche nos miraba cerrando los ojos, un chico muy flaco lanzando escupitajos dentro de una papelera en el exterior de la tienda de comidas para llevar, esto era todo lo que pasaba aquí. Grace levantó la vista y se quedó mirando un avión que pasaba por encima, dejando una de esas líneas blancas en el cielo, y dijo, estupendo, joder, es sencillamente estupendo.
Así que fuimos a ver el colegio, y vaya tela, incluso tiene peor pinta que el último, un montón de esos edificios prefabricados que tienen el color del pan mohoso, hay una cesta de baloncesto toda doblada, y la pista está toda agrietada. Pues eso, estuvimos allí un rato, de pie junto a la valla, imaginándonos el primer día de clases, cómo una entra en el aula con pinta de chica dura, se busca un asiento en la parte de atrás mientras todos los demás te miran de refilón, a ver si realmente das la talla. Nos quedamos un buen rato mirando ese sitio, yo y Grace. Es mejor no dejar que se te suba a las barbas.
Encontramos un buen mirador desde donde se ve el pueblo entero, subiendo un terraplén todo cubierto de plantas, cerca de las vías del tren, por donde cruza la carretera principal. Debajo está la terminal de carga de los ferrocarriles, un gran lío de líneas que se entrecruzan, se pueden ver los mercancías que cruzan el pueblo. Incluso se puede ver nuestra casa desde allí arriba, una casa que parece una cara vieja, con el porche deteriorado que le da un aspecto malhumorado. Se ven los graneros, la calle principal, la gasolinera, todas las casas viejas y luego los campos resecos con algunas vacas flacas en la distancia. En realidad no hay nada que ver. Como dice Grace, es otro caso de pueblo perdido en mitad de ninguna parte.

14 jul 2011

Literatura y traducción - Conferencia en Monash University



Hace un par de días asistí a una conferencia en la Universidad de Monash, en Melbourne, que bajo el muy ambicioso título de ‘Literature and Translation’ reunió a un numeroso grupo de traductores, estudiosos de la traducción y de la literatura. Dado el abigarrado programa, que comprendía cinco paneles simultáneos en seis sesiones distintas a lo largo de dos días, se hizo necesario escoger de antemano las ponencias a las que asistir, cosa bastante difícil puesto que prácticamente todas suscitaban interés.

Pude escuchar la interesante ponencia de María T. Sánchez, una simpática colega canaria que lleva afincada ya muchos años en la Universidad de Salford, en el Reino Unido. María nos hizo reflexionar sobre el proceso de traducción, y sobre cómo la metáfora de la traducción como imagen reflejada del original (la traducción como espejo) puede invertirse, y el texto original puede pasar a considerarse imagen reflejada en el texto de llegada, el cual, mediante el proceso de explicitación puede llegar a mostrar muchos aspectos que en el texto de partida estaban únicamente implícitos.

María es la autora de un libro que he leído no hace mucho, publicado por la prestigiosa editorial Lang, y que se titula The Problems of Literary Translation; es un texto altamente recomendable, tanto por sus muy acertadas observaciones en torno a la traducción literaria como por la claridad y la lucidez con que está escrito.

Otras ponencias que me resultaron interesantes e instructivas fueron las de Rita Wilson y Denise Formica, ambas profesoras en la Universidad de Monash, sobre la imagen de Australia y el lugar que ocupa la literatura australiana en el mundo, en el ámbito de las traducciones de novelas australianas al italiano. Una de las conclusiones que, en mi opinión, pueden extraerse de lo dicho por Wilson y Formica, y teniendo en cuenta mis propias observaciones respecto al caso de algunas traducciones al español de novelas australianas, es esta: la política del gobierno de Canberra de promoción de la cultura y la literatura australianas a través de subvenciones a editoriales extranjeras – para que estas publiquen y traduzcan literatura australiana – no incluye en la actualidad un proceso de control de calidad. La pregunta es: ¿se está despilfarrando el dinero? ¿Están contribuyendo a actualizar la imagen estereotipada que se tiene de Australia en muchos países europeos?

Una de las ponencias más notables y fascinantes fue la del poeta Ian Campbell, un australiano que ahora escribe poesía en indonesio. Campbell comenzó por traducir uno de sus poemas al indonesio, y ese enorme desafío le resultó tan cautivador que ahora escribe su poesía en indonesio. Actualmente está desarrollando un proyecto de investigación que comprende la poesía latinoamericana, en especial la de Pablo Neruda, la australiana e indonesia. Campbell lleva cierto tiempo investigando los años que Neruda pasó en Batavia, en la isla de Java, como diplomático chileno.

11 jul 2011

Reseña: L'últim dia abans de demà, de Eduard Márquez


Eduard Márquez, L'últim dia abans de demà (Barcelona: Empúries, 2011). 146 págs.

En una entrevista que le hizo José A. Muñoz para La Vanguardia, Eduard Márquez decía, a propósito de L’últim dia abans de demà, que los escritores deben ‘ser capaces de que el lector huela la realidad. Y eso es posible cuando el escritor también la huele y es capaz de transmitirlo.’

Comencé a leer L’últim dia abans de demà con una mezcla de expectación y aprensión. Las reseñas que había leído mencionaban un argumento que tiene un interés personal para mí: el del duelo causado por la pérdida de la hija del protagonista. La decepción ha sido mayúscula. La novela apenas pasa de puntillas y bordeando este asunto, y en mi opinión, dada la estructura narrativa adoptada deliberadamente por Márquez, ningún tema de los muchos que aparecen en sus 146 páginas los trata con mucha trascendencia.

L’últim dia abans de demà está construida más bien como un puzle, o un rompecabezas, en una línea narrativa un poco caótica. Es un ovillo desmadejado, con saltos temporales hacia adelante y detrás, una técnica que no siempre resulta ser tan efectiva como efectista. Puede ser cierto que la memoria no nos presente los recuerdos en una línea recta y perfecta; no es menos cierto que la exégesis ficcional otorga suficientes recursos como para darle al lector una visión menos alterada de esos recuerdos. Márquez opta por un mosaico, en el que se nos aparecen multitud de piezas, unas menos desdibujadas y borrosas que otras, y al menos una tan repetida que termina por hastiar (las hostias con sabor a pastillas Juanola que uno de los hermanos reparte a troche y moche).

Pero donde realmente pienso que Márquez me perdió es en la poca profundización que lleva a cabo en los sentimientos del dolor y la pérdida. En casi ningún momento se nos revela el narrador protagonista como alguien que esté atravesando un proceso de duelo. La fijación con el peso (623 gramos, cifra que repite unas cuantas veces) de las cenizas de la hija muerta resulta un tanto extraña, aunque no inverosímil. En su afán de producir una narración tan contenida, y con una prosa escueta, rápida, Márquez apenas explora el mundo interior del protagonista. Da la impresión de que el autor haya escogido que la muerte de Jana sea la excusa que se necesitaba para hacer un recuento desordenado de los recuerdos de una vida, recuerdos que la trama deslavazada revelará como determinantes para el desenlace trágico.

Un interesante aspecto de L’últim dia abans de demà estriba en la contraposición a lo largo de la narración y en los diálogos, de dos idiomas, el catalán y el castellano. Que el discurso represivo, beatón y caduco de los educadores religiosos (los hermanos) se exprese siempre en castellano dentro de una narración en catalán y en la cual los diálogos entre los protagonistas se expresen en catalán recrea magistralmente la sensación de antagonismo y enfrentamiento; su perniciosa influencia queda, en mi opinión, correctamente insinuada. Al fin y al cabo, a los que somos de la generación de Márquez no se nos han olvidado esos ‘sabios’ consejos que se impartían en los colegios religiosos en los últimos años de la larga época franquista.

No quisiera restarle méritos a Eduard Márquez (de quien no he leído ninguna otra obra), pero he de rebatir la idea de que el lector de L’últim dia abans de demà huela la realidad. En mi caso, la realidad no apareció por ninguna parte. Claro está, que mi realidad puede que resulte demasiado exigente con la que propone L’últim dia abans de demà.

8 jul 2011

Periodismo y ética



El escándalo de las escuchas y el acceso ilegal por parte de periodistas al servicio del magnate Rupert Murdoch (nacido en Australia pero nacionalizado estadounidense) al buzón de mensajes de varias personas, entre ellas una joven que había sido secuestrada y asesinada, ha venido a demostrar que la ausencia de los más mínimos principios éticos y morales en la profesión periodística ha alcanzado cotas impredecibles.

Muchas son las opiniones sobre este tema, y apunto aquí algunas que he visto por la red: por ejemplo, este editorial de The New York Times o un artículo de Tim Dick en el Sydney Morning Herald, por citar dos en inglés, o en español, este de Walter Oppenheimer para El País.

Por mi parte, solamente puedo apuntar el comportamiento de una periodista llamada Alison Rehn, al servicio de Murdoch (en el periódico The Daily Telegraph) aquí en Australia, quien en octubre de 2009 tuvo la desfachatez de dejar la nota que reproduzco arriba en la puerta de la casa de mis suegros.

Decía la nota:
‘To the family of Clea Salavert Wykes,
I am so, so sorry for your tragic loss. I understand completely it is difficult dealing with the media at this terrible time, and I apologise for that. My employer, News Ltd., is only keen on publishing an elegant, glowing tribute to little Clea. We already have Jorge and Trudie’s loving words, but what would make the tribute complete is a photograph. The best tributes are always those that can be illustrated. If you change your mind you can call me, Alison Rehn, on XXXXXXXXX. Call anytime. 
Kindest regards, Alison’
Es decir:
‘A la familia de Clea Salavert Wykes:
Siento tanto, tanto vuestra trágica pérdida. Comprendo perfectamente que es difícil tratar con los medios de comunicación en este terrible momento, y pido disculpas por ello. Mi empresa, News Ltd., solamente tiene interés en publicar un tributo elegante y elogioso a Clea. Ya contamos con las cariñosas palabras de Jorge y Trudie, pero lo que haría el tributo completo es una fotografía. Los mejores tributos son los que pueden ilustrarse. Si cambiáis de opinión, podéis llamarme, a Alison Rehn, al XXXXXXXXX. Llamad a cualquier hora.
Muy cordialmente, Alison’
La nota habla por sí sola. Tras sus palabras lisonjeras se esconde la desesperación por obtener una foto de mi hija a toda costa, por tener la primicia, la exclusiva. Es lo único que quería de nosotros.

Por lo menos, yo he tenido el decoro de no incluir su número de teléfono, no vaya a ser que a alguno de mis lectores se le ocurra dejarle un recadito a Alison en su teléfono móvil. Realmente, no vale la pena. Agua pasada no mueve molino.

Muchos periodistas nunca se paran a considerar si sus actos tiene una base moral sobre la que sostenerse. Carecen de principios éticos porque únicamente se rigen por un objetivo que dista mucho de ser el meramente informativo. Cuando murió mi hija, los medios de comunicación españoles no dudaron en utilizar mi fotografía, sin obtener previamente ni mi permiso ni el de la institución para la que trabajo. Sencillamente la copiaron.

Para los que así actuaron (no sé quiénes fueron, y poco me importa ya a estas alturas) solamente tengo dos palabras: SOIS BASURA.

Reseña: Blanco nocturno, de Ricardo Piglia


Ricardo Piglia. Blanco nocturno (Barcelona: Anagrama, 2010). 299 páginas.

Con frecuencia, conforme avanzo en la lectura de un libro, no es nada extraño que me tope con frases, oraciones, incluso párrafos enteros, que por momentos cautivan y me obligan a releerlos. Hay autores cuya maestría literaria, tanto narrativa como estética, se extiende a lo largo de toda su obra; hay otros, en cambio, que solamente parecen destilar la excelencia en pequeñas dosis, las cuales esparcen en medio de tramas de narraciones más o menos logradas. Pese a la indudable brillantez de esas gotas de talento, a veces no son suficientes para iluminar el resto de la obra.

Blanco nocturno es la primera novela que leo de Ricardo Piglia, y por lo tanto no puedo compararla con obras suyas anteriores. Francamente, la novela cuenta con algunos pasajes en los cuales su prosa desprende cierto esplendor, pero la trama, al menos en la segunda parte, adolece de cierta prolijidad, y por momentos se hace latosa.

(Por cierto, permítaseme un pequeño inciso: ¿quién o quiénes le cambiaron el sentido a la palabra ‘prolijo’, y por qué? ¿Quién les dio venia para hacerlo? ¿Por qué se está empleando ‘prolijo’ – aquí en Australia se oye bastante, especialmente entre peruanos y colombianos – para decir justamente lo contrario de lo que significa la palabra? Para que no quepan dudas: ‘prolijo’, del DRAE: 1. adj. Largo, dilatado con exceso; 2. adj. Cuidadoso o esmerado; 3. adj. Impertinente, pesado, molesto. Yo la empleo aquí en los sentidos impares.)

La novela parte del asesinato de un portorriqueño,  Tony Durán, con pasaporte norteamericano, en un pueblo de La Pampa argentina, un lugar cerrado, donde los rumores vuelan de boca en boca y la mala intención parece crecer como los hongos. El encargado del caso es el ya mayor comisario Croce. A estas alturas, Blanco nocturno tiene todos los visos de ser una novela policiaca. El narrador trata de enlazar los datos que Croce va recogiendo, ofreciendo sus paralelismos, intuiciones y deducciones. En un primer momento, Yoshio Dazai, el conserje japonés del turno de noche del hotel donde se alojaba Durán, es acusado del asesinato: un crimen pasional, dicen. Mas Croce no está convencido y prosigue con sus pesquisas. Algo huele a podrido en mitad de La Pampa, y el fiscal Cueto parece empecinado en que nadie descubra de dónde proceden esos malos olores, al precio que sea. Mientras tanto, al pueblo ha llegado Renzi, profesional del periodismo (‘confidencias personales y noticias falsas, ese era el género’) procedente de la capital, para cubrir la noticia; a Renzi inmediatamente le fascinan el ambiente lóbrego del pueblo y sus trifulcas intestinas.

Traicionado por su ayudante Saldías, Croce toma refugio en un manicomio.  Allí acude Renzi, quien le promete convertirse en sus ojos y oídos en el exterior. Y ahí termina la primera parte (en mi opinión, mucho mejor que la segunda) de Blanco nocturno.

Mientras Piglia centra la trama en proponer un posicionamiento para que el lector reflexione sobre qué es verdad y qué es falso en el caso Durán, la novela puede cautivar. Abundan aquí párrafos de excelente prosa y fina ironía sobre la sociedad argentina de los años 70, sobre su literatura.

Me resultó mucho más aburrida la segunda parte, en ocasiones tediosa, e irrefutablemente repetitiva, como si Piglia no se hubiera tomado el tiempo de revisarla. La narración (el narrador) se obsesiona con un obseso, Luca Belladona, hijo de uno de los terratenientes del lugar, enfrentado a Cueto. Encerrado en su fábrica, Luca es un demente, un soñador, un inventor, un visionario ensimismado que trata por todos los medios de defender su propiedad de los ataques de los buitres especuladores inmobiliarios. La inclusión de extractos de las conversaciones de Renzi con Sofía, una de las dos hermanas gemelas de Luca, no siempre resulta efectiva, del mismo modo que el recurso a las notas a pie de página (que se atribuyen a muy distintas fuentes en una extraña polifonía que no termina de cuajar) llega a resultar un poco cansino.

La edición de Anagrama contiene algún que otro error tipográfico, pero resultan particularmente imperdonables los errores ortográficos de algunos vocablos ingleses que aparecen pésimamente transcritos: ‘clerigman’ (p. 226) o ‘Bleack House’ (p. 270, cita de la novela de Dickens). Es lamentable que el rigor editorial de antaño se esté perdiendo a marchas forzadas. La buena y sana costumbre de saber escribir se está perdiendo, parece que irremediablemente a juzgar por las cosas que uno puede encontrarse en muchos foros literarios y culturales de internet, y este es un mal que no afecta solamente al castellano.

Blanco nocturno ha sido galardonada con dos premios: el de la Crítica (que otorga la Asociación Española de Críticos Literarios) y el Rómulo Gallegos (que otorga el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela), ambos en 2011. Es evidente que a los miembros de ambos jurados les debió entusiasmar.

5 jul 2011

‘Huellas’ de Jane Goodall, el Premio Calibre de ensayo de 2009, en Hermano Cerdo

Acaba de aparecer mi última colaboración con la revista Hermano Cerdo. Se trata de la traducción de un ensayo, titulado ‘Huellas’, cuya autora es Jane Goodall, de la Universidad de Western Sydney. Goodall explora el tema de la creciente presión del ser humano sobre el planeta, y plantea preguntas que cada uno de nosotros debe hacerse, en tanto que todos somos socios de esa inmensa corporación socio-financiera y altamente consumista llamada humanidad. Las respuestas no son fáciles, y en muchos casos puede que resulten algo penosas. O quizás no: allá cada cual con su sistema de principios éticos (si es que contamos con uno).

Un breve extracto de ‘Huellas’:

“La pregunta crudamente sencilla que subyace en el candente asunto de la sostenibilidad es: ¿podemos parar? No es: ¿podemos hacer que dure esto o aquello en nuestros sistemas de abastecimiento de energía y materias primas? sino ¿podemos parar, nosotros la raza humana, con todas nuestras necesidades y deseos y ansiedades y problemas?”

El dilema está servido: ¿tenemos el deber moral de detener el progreso, tal y como lo conocemos?

En mi opinión, y tras haberlo traducido, ‘Huellas’ es un escrito tremendamente revelador, sin provocaciones gratuitas ni estridentes. Está magistralmente estructurado. Es una de esas piezas que lees y te hace pensar, y además te entran deseos de haberla escrito. ‘Huellas’ es una exposición de ideas muy lúcidas, que alcanza unas conclusiones tan valientes como preocupantes. La versión original del ensayo, en inglés, puedes descargártela en formato PDF desde la web de la revista Australian Book Review.

Aprovecho asimismo este post para celebrar que la nueva web de Hermano Cerdo ya está en marcha: la nueva y ambiciosa etapa de la revista promete mucha buena literatura, muchos análisis y comentarios de interés para el lector. No dejes de visitarla: el enlace está también en la sección de sugerencias, a la derecha de la página.

28 jun 2011

Reseña: Freedom, de Jonathan Franzen


Jonathan Franzen, Freedom (Londres: Fourth Estate, 2010). 562 páginas.


Durante los ocho años de la presidencia de George W. Bush al frente de la administración del gobierno de los Estados Unidos, hubo un uso (y abuso) de la palabra ‘libertad’ para enmascarar oscuros propósitos e intereses que nunca han quedado del todo esclarecidos, y es evidente que las consecuencias de ese y muchos otros ‘abusos’ – por emplear un eufemismo – siguen candentes y continúan pagándose ahora, en muy diversas formas y en tierras muy lejanas del país adalid de la libertad.


El hecho de que Jonathan Franzen haya escogido esta palabra para darle título a su novela puede que no deje de ser sintomático de algo mucho más extendido, de unas dimensiones tan grandes que pase desapercibido en el considerablemente torpe transcurso de la vida contemporánea de la mayoría de la población de la especie Homo sapiens (¡) que habita este sufrido planeta.

Los personajes de Freedom anhelan alcanzar una aparentemente elusiva libertad individual en el marco de sus relaciones personales. Pero, ¿cuál será el precio de alcanzar esa libertad? Una vez la vislumbran, tan pronto alcanzan ese estado de aislamiento que, según parece, creían identificar con la libertad, su ánimo se desmorona. Joey, por ejemplo, termina por casarse de hurtadillas con Connie después de haber intentado romper la relación varias veces; Walter y Patty no saben vivir juntos, pero tampoco saben cómo sobrevivir cada uno por separado. Incluso Richard Katz, quien no parece dispuesto a ceder ni un ápice de su independencia, descubre que no puede estar solo. La contradicción es evidente y palmaria: puede que veamos la dependencia respecto a otras personas como una condena que nos priva de la libertad; en general, en cambio, la soledad suele ser mucho peor.

Freedom es, en mi opinión, una obra de mucho ingenio, en la cual Franzen demuestra una gran capacidad de observación. Al inicio de la novela, la narración nos presenta a los Berglund, una característica familia americana de clase media, a través de los comentarios que sus vecinos hacen de ellos. Esos comentarios constituyen el primer capítulo, que viene a ser uno de los mejores comienzos de novela que he leído en mucho tiempo. La perspectiva narrativa que adopta Franzen nos acerca a los Berglund desde el exterior hasta el núcleo familiar. Los padres, Walter y Patty, fueron en cierto modo los pequeños burgueses pioneros en un barrio pobre de la ciudad de St Paul, en Minnesota; entre los vecinos gozan de una cierta buena reputación. Son conocidos por sus modos liberales, pero desde un primer momento llaman la atención. Walter insiste en ir al trabajo en bicicleta incluso tras días de fuertes nevadas de febrero, y Patty es ‘a sunny carrier of sociocultural pollen, an affable bee’. Totalmente entregada a criar a sus dos hijos, Jessica y Joey, cuando este seduce a la chica de los vecinos y, ante la oposición de sus padres, se marcha de casa y se muda con su novia a casa de al lado, a Patty se le cae el mundo encima. 
Tras esta primera ración de sutil humor y agua observación no exenta de cierto ácido, Franzen nos brinda una supuesta autobiografía de Patty – titulada ‘Mistakes were made’, que por cierto recuerda a ciertas justificaciones a posteriori del anterior presidente – y escrita (nos dice la autobiógrafa) a sugerencia de su psicoanalista. A pesar de su efectividad en el grueso de la obra, esta es posiblemente la parte menos afortunada, literariamente hablando, de Freedom.

Hay una variedad de subtramas que mantienen el interés del lector en todo momento. La ambición de Freedom (si es que la tiene) es la de proporcionar un retrato un tanto irónico de la América de la primera década del siglo XXI, tras el trauma del 11-S y bajo el pleno control del poder por parte de la ideología neoconservadora del tejano Bush and friends.

De entre todas las subtramas que hacen avanzar la novela hacia su resolución, la más entretenida, y con creces la de mayor interés, me pareció la de Joey, quien a sus 19 años, y empujado por una ambición y una codicia desmedidas, se mete en unos negocios un tanto turbios: tras realizar un estudio para una empresa americana que maniobra para hacerse con el control de la producción de pan en el Irak post-Hussein, Joey firma un contrato por el cual se compromete a enviar piezas de recambio de un obsoleto camión de fabricación polaca al norte de Irak. Tras no encontrar nada en Polonia, viaja al Cono Sur para buscar piezas en Paraguay. El viaje lo hace con la ‘deseable’ hermana de un amigo, Jenna, para pasar unos días en un rancho cercano a Bariloche. En la lujosa habitación del rancho, Joey tendrá que buscar el anillo de bodas que un par de días se había tragado involuntariamente mientras con él en la boca. La imagen de Joey revolviendo sus heces hasta dar con el trocito duro y brillante de su sortija mientras Jenna golpea la puerta del cuarto de baño podría ser una excelente alegoría de esa década a la que antes hacía referencia.

El retrato que confecciona Franzen de la sociedad de comienzos del siglo XXI es demoledor: el dinero la corrompe, el ejercicio del poder la convierte en una gran masa cínica, privada de principios éticos. Walter, tras su caída en desgracia – en realidad, como solía decir el del chiste, se tira – mientras pronuncia un discurso bajo los efectos de potentes somníferos, se refugia en la naturaleza, y hacia el final de la novela emprende una interesante campaña contra los gatos y sus amos que no aceptan ninguna responsabilidad por lo que hacen. Como en los Estados Unidos, también en Australia los gatos domésticos suponen una grave amenaza para los pájaros.

La realidad que se va desvelando a Walter es que los problemas cruciales que afronta el planeta son insolubles. En última instancia, perdemos todos.

No es habitual encontrar ironía y sátira en la novela americana. Los británicos, sobre todo, pero también algunos autores australianos, suelen distinguirse más en el género. Freedom muestra toda una serie de marcas o retazos de sarcasmo y sutil desdén que encubren una profunda indignación, una enorme rabia.

Y como siempre que me es posible y me apetece hacerlo en estas reseñas tan poco convencionales, dejo aquí la traducción de un par de párrafos de la novela, a modo de anzuelo para incitar a su lectura. Son los dos primeros párrafos de Freedom:


La noticia sobre Walter Berglund no fue recogida en el ámbito local; él y Patty se habían mudado a Washington dos años antes, y ya no representaban nada en St. Paul. Pero no es como si la burguesía urbana de Ramsey Hill no fuera lo suficientemente leal con su ciudad como para no leer el New York Times. Según una larga y nada aduladora historia que llevaba el diario, Walter había hecho de su vida profesional en la capital de la nación un desastre absoluto. A sus antiguos vecinos les costaba horrores cuadrar los epítetos que el Times tenía sobre él (‘arrogante’, ‘prepotente’, ‘un riesgo ético’) con el empleado de IM, generoso, sonriente y ruborizado al que recordaban pedaleando en su bicicleta por Summit Avenue entre la nieve de febrero; parecía un tanto extraño que Walter, que era más verde que Greenpeace y además de extracción rural, anduviera ahora metido en líos al conchabarse con la industria del carbón y maltratar a la gente del campo. Pero bueno, con los Berglund siempre había habido algo que no era del todo conforme.

Walter y Patty fueron los jóvenes pioneros de Ramsey Hill – los primeros licenciados en comprarse una casa en Barrier Street desde que el viejo corazón de St. Paul había empezado a deteriorarse tres décadas antes. Pagaron prácticamente nada por la casa victoriana y luego se dejaron la piel durante diez años en renovarla. Al principio, alguien con mucha determinación les quemó el garaje, y les abrieron el coche dos veces antes de que pudieran reconstruirlo. Algunos moteros de tez requemada por el sol se reunían en los solares vacíos al otro lado de la callejuela, a beber sus cervezas Schlitz, a asarse salchichas y a darle gas a los motores a altas horas de la madrugada, hasta que Patty salió de casa en chándal y les dijo: ‘Eh, tíos, ¿sabéis una cosa?’ Patty no asustaba a nadie, pero tanto en el instituto como en la universidad había sido una deportista sobresaliente y poseía una especie de audacia atlética. Desde el mismísimo primer día en el vecindario había llamado irremediablemente la atención. Alta, con coleta, absurdamente joven, pasaba empujando el cochecito por delante de coches desvencijados, botellas de cerveza rotas y nieve vieja cubierta de vómito; puede que llevara todas las horas de su día en las bolsas de ganchillo que colgaban del cochecito. Uno podía ver en su estela los preparativos hechos, cargada de niños, para toda una mañana de recados, también cargada de niños; por delante tenía una tarde de radio de la cadena pública, el Libro de cocina para paladares distinguidos, los pañales de tela, la argamasa para muros de mampostería y la pintura de látex; luego, les leía Goodnight Moon, y por último un vaso de vino tinto. Ella era ya totalmente lo que apenas estaba comenzando a ocurrir en el resto de la calle.

¿Quieres descargarte este libro u otro cualquiera gratis? Ve aquí.

16 jun 2011

Vicisitudes de los estudios de traducción e interpretación




Por correo electrónico me llegó anteayer la copia de una carta abierta de Ricardo Muñoz, Presidente de la AIETI (Asociación Ibérica de Estudios de Traducción e Interpretación) dirigida a la Profesora Milena Žic Fuchs, quien preside el Comité Permanente para las Humanidades de la Fundación Europea de la Ciencia.

En su misiva, Muñoz llama la atención sobre la controvertida posición de los Estudios de Traducción e Interpretación como disciplina académica dentro de los términos de referencia del Comité. Lamentablemente, el Comité no ha encontrado en los Estudios de Traducción e Interpretación un área académica con la suficiente envergadura como para tener su propio listado de publicaciones especializadas: 'TIS has no separate listing of translation and interpreting publications, which implies that our field was not considered central to the European humanities community’.

En Australia, los estudiosos y académicos en este campo, representados por AALITRA (Australian Association for Literary Translation), también presentaron a fines de 2010 una propuesta para que la traducción literaria y erudita fuera recogida de manera específica dentro de las directrices que evalúan las revistas y otras publicaciones donde se dan a conocer los resultados o los trabajos de investigación académica.

¿Cuántas veces más habrá que defender el valor, no ya sociocultural y comunicativo, sino académico e investigador, que tiene la traducción literaria y el trabajo de erudición académico que comporta la traducción de textos literarios?

Algunos ya estamos cansados, no de discutir este tema, sino de que se reciba con oídos sordos el planteamiento de una proposición lógica y sobradamente justificada: la traducción es componente indispensable del intercambio intelectual y del progreso de la humanidad, y es por tanto y sin duda alguna, una seria actividad intelectual y creativa y una forma perfectamente legítima de investigación académica.

11 jun 2011

Footy y poesía (parte 3)

Las futuras y entusiastas promesas de Gungahlin Jets aprenden los aspectos fundamentales del juego los domingos por la mañana.

Otro aspecto que puede sorprender a muchos neófitos en el tema del footy, el fútbol de reglas australianas, es la facilidad con la que  lo adopta la segunda generación de emigrantes. Iría más lejos, y a riesgo de elaborar una afirmación que pudiera ser errónea, me atrevería a decir que el footy aúna el país y a sus muy diversas gentes de un modo que ninguna otra cosa, sea de carácter social, político o cultural, consigue hacerlo.

Un somero vistazo a los nombres de las actuales estrellas del footy, es decir, de jugadores que juegan esta temporada del año 2011, nos muestra una lista de apellidos como Riewoldt, Giansiracusa, Didak, Pavlich, Rischitelli, Zaharakis, Dal Santo, Montagna, etc… Son todos ellos australianos, pero en muchos casos sus abuelos o sus padres emigraron a esta tierra en pos de un futuro, como tantos otros en otras partes del mundo.

Lewis Jetta, desequilibrando por el lateral en el partido que enfrentó a Sydney contra Western Bulldogs (Manuka Oval, 7 de mayo de 2011)

El footy es asimismo el deporte que practican los jóvenes indígenas en toda Australia, pero especialmente en Australia Central y en el Territorio del Norte, hasta el punto de que muchos de ellos han sido y son fantásticos profesionales, considerados auténticas figuras estelares: antaño, jugadores como Phil and Jimmy Krakouer, Michael Long, Nicky Winmar, y Mick O’Loughlin; en la actualidad, estrellas como Adam Goodes, Lewis Jetta, Cyril Rioli, Lance ‘Buddy’ Franklin, Liam Jurrah, Aaron Davey, Austin Wonaemirri, Eddie Betts, y muchos otros.

El footy, como casi todos los deportes espectáculo, se ha ido convirtiendo con el paso de los años en un gran negocio. La Liga Profesional (AFL en sus siglas inglesas) maneja millones de dólares al año, gracias a los derechos de retransmisión televisiva, que también aquí domina un señor ya anciano, nacido en Adelaida y quien, por amor al dinero, se hizo ciudadano estadounidense.
La Australian Football League trata de cuidar y mimar al máximo la base y el futuro del juego: los niños. En el descanso de todos los partidos de la Liga (excepto en los días en que el campo esté inservible a causa de la lluvia) el campo de juego lo ocupan niños quienes, durante unos minutos, emulan a las grandes estrellas o simplemente entretienen a los espectadores con su versión del juego, adaptada a la edad y condición física de los niños y niñas.




Auskick en el SCG. Disfrutan como enanos, ¿verdad?


En la actualidad, el fútbol australiano no se practica únicamente en Australia; la AFL supervisa de manera indirecta otras federaciones y campeonatos locales en multitud de países. Se tratan lógicamente de torneos de aficionados, pero para muchos australianos es sin duda un motivo de orgullo y de alegría saber que al footy se juega en otros cuatro continentes con regularidad. En la actualidad hay pequeñas ligas locales en China, India, Japón, Nauru, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Samoa y Tonga en el área del Asia Pacífico; en Gran Bretaña, Dinamarca, Francia, Alemania e Irlanda por lo que respecta a Europa; en algunos países del Oriente Medio; en Canadá y los Estados Unidos, y en Sudáfrica.
El poema que sigue, de Tom Petsinis (nacido en Macedonia en 1953), forma parte de un libro cuya temática es exclusivamente el footy. El poema nos sitúa primero en el caos del tráfico mientras el forofo se dirige al estadio, el fastuoso Melbourne Cricket Ground, más conocido como MCG. El aficionado salva todos los obstáculos, aunque en el camino a su ‘vista divina’ en las gradas deje la moral y la solidaridad en la cuneta. El sonido del torniquete es la llave que le abre las puertas de su particular cielo, la promesa vital que el bote inicial da por cumplida.

El bote inicial
de Tom Petsinis

Media hora antes del partido
Y la distancia hasta el estadio es aún de pesadilla,
Me afano en el indolente tránsito,
Me salto semáforos, enrojecido por la ira.


Hoy no puedo permitirme la tolerancia, 
Ya amaré a mi prójimo, sí, pero mejor mañana:
Hacia la puerta siete desfilan las más viejas almas
Con su murmullo celestial.
 
Es aquí donde creo con mis cinco sentidos,
No cederé un ápice a sus miradas suplicantes:
El viento sopla con mucha fuerza para permitir milagros,
Nunca han sido los últimos los primeros.
 
Suena el torniquete de la puerta: ya estoy dentro.
Subo a la carrera, quiero una vista divina.
Queda dispensada por completo la promesa vital,
Sellada con el bote que da inicio al partido.

 ‘Opening Bounce’, de Tom Petsinis, publicado por primera vez en 2009, en Four Quarters. © de la traducción: Jorge Salavert, 2011.

8 jun 2011

Reseña: El somni de Farringdon Road, de Antoni Vives



Antoni Vives, El somni de Farringdon Road (Barcelona: RBA, 2010). 473 páginas.






La guerra civil española continúa siendo el contexto en el que se sitúan muchas novelas recientes. Antoni Vives, economista, político y novelista catalán nacido en 1965, nos transporta con El somni de Farringdon Road a esa turbulenta época de la historia del estado español, y lo hace desde una casona en Londres, en pleno siglo XXI, donde un joven pareja, Víctor y Marta, que están en la ciudad del Támesis de vacaciones, se acercan a la Marx Memorial Library, cerca de Farringdon Road, y allí entablan conversación con una vieja señora llamada Jane Mulligan, quien entiende sus palabras en catalán y les dice que llevaba tiempo esperándoles. Para ahondar más el misterio, les regaña por no haberle hecho caso al sueño antes. ¿De qué sueño les habla?

Mientras se encuentran allí ocurren cosas extrañas e inexplicables, pero terminan por enfrascarse en ordenar los papeles y fotos de un álbum, que lleva por título The Farringdon Road Dream. Y así da comienzo la interesante narración que constituye la historia de la vida de Pau Capdevila, un joven huérfano barcelonés, abogado de profesión y que ha padecido tuberculosis. Poco antes de la guerra y para ayudar en su convalecencia, Capdevila se marcha a un pueblo de las tierras altas de Tarragona, a Vilalba dels Arcs. Allí se enamora de Marta Soler, la hija de un jerarca local. Sus diferentes clases sociales son el mayor obstáculo a la felicidad de ambos, además de la férrea oposición del hermano de Marta y el pretendiente, el señorito Lluís Coll. Pau tiene que huir del pueblo tras ser víctima de una agresión que, de no ser por Marta, hubiera terminado en un vil asesinato.

Vuelve Pau a Barcelona, y al poco tiempo se produce el alzamiento militar que desencadena la guerra civil. A partir de este momento, la narración se irá centrando en los sucesos de la guerra civil y en los enfrentamientos entre las fuerzas que en teoría defendían la legalidad vigente, es decir, el gobierno de la II República, en la retaguardia. Las vicisitudes de la contienda bélica van arrastrando a Pau de un lugar a otro: de Barcelona al frente de Aragón; de allí al frente de Madrid; de Madrid a Albacete, donde conocerá a una enfermera americana, Jane Mulligan, antes de partir a la batalla del Jarama. Allí es hecho prisionero y enviado a un convento que ha sido convertido en campo de concentración.

Vives hace que Capdevila se maneje entre diversos personajes reales históricos que forman parte de la trama de la novela, como Simone Weil, Ernest Hemingway, Buenaventura Durruti o el siniestro mafioso sindicalista Justo Bueno; el efecto general de esta mezcla de ficción e historia es en términos generales bastante acertado. La tensión narrativa no decae en ningún momento: la narración nos desplaza de un lado al otro del frente, siguiendo a Pau y a Marta, quien se ve obligada a huir con Lluís Coll a Zaragoza al inicio de la guerra cuando tanto su padre como su hermano son muertos en el pueblo a manos de los revolucionarios anarquistas.

Cuando el siniestro Joan Riera intenta eliminarlo en el frente de Madrid y mata a Durruti por error, Pau tiene que salvar el pellejo como sea, y los papeles de un brigadista internacional albanés muerto en combate, Viktor Rama, le servirán para poder salir con vida de Madrid. A partir de ese instante, Pau tiene que vivir como un extranjero en su propio país, siempre alerta y bajo sospecha. Sus experiencias con los brigadistas internacionales forman el grueso de muchos capítulos de la novela, y son de lo más memorable de esta ambiciosa narración de Antoni Vives.

Las extraordinarias experiencias y vicisitudes por las que pasa Pau le ayudan a cimentar sus reflexiones y razonamientos sobre la guerra civil. A punto de entrar en la que será la última batalla, de la que no espera salir con vida, con inconmensurable candidez y franqueza Pau le manifiesta a un comisario del PSUC que todavía no había estado en el frente:

‘Precisament hem confós la lleialtat necessària als principis de dignitat de les nostres vides, per humils que siguin, amb la lleialtat als grans principis desl partits, de les revolucions que ens havien d’alliberar. Sense dignitat no hi ha revolució, no hi ha servei, no hi ha comunitat ni país. Dignitat per merèixer la llibertat, comissari; això ens ha faltat. La dignitat de la veritat, l’única justificació per al somni. La garantia de la netedat del somni. Avui, però, la dignitat és tan sols orgull, honor. Això sí que pesa en els nostres dies. Per això guanyen els qui se’n foten de la dignitat, que és el mateix que fotre’s de la llibertat. En aquest bàndol i a l’altre. Pregunti, pregunti als nois de les nostres trinxeres per què lluiten. No en sortirà cap gran paraula. Entre els qui tenen por, entre els qui estan cagats; si fossin sincers, arrencarien a córrer i ens deixarien sols. Pregunti-ho entre els qui han vençut l’impuls de fugir i, encara més, entre els qui l’han vençut i estan convençuts de per què són aquí, per què val la pena conservar una merda de penyal ressec i fastigós, la resposta serà senzilla: lluitem per ser lliures. Després és vosté, comissari, qui els haurà d’assegurar que, a la rereguarda, hi regna la llibertat, el somni d’un país digne, fraternal, poca cosa mes. I hem fallat en això darrer. Hem fallat en el nostre somni. No ens ho podem permetre mai més.’ (p. 461)
‘We’ve mistaken the required loyalty to the principles of dignity in our lives, no matter how humble those principles are, with the loyalty to the great principles of the party, of the revolutions which were to set us free. There’s no revolution without dignity; there’s no service, there’s no community, no country. The dignity to deserve freedom, Superintendent; that’s what we’ve been lacking. The dignity of truth, the only justification for the dream. The guarantee that the dream will be an unsoiled one. Nowadays, however, dignity is merely pride, honour. That does carry some weight these days. That’s why the winners are those who laugh at dignity, which is the same as laughing at freedom. On this side and on the other side. Go and ask, ask the boys in our trenches what they are fighting for. No great words will be said. Amongst those who are afraid, amongst those who are shit-scared; if they were truthful, they would run off, they would leave us behind. Ask amongst those who have overcome the impulse to flee or, even better, amongst those who have overcome it and are convinced about why they’re here, why it’s worth their while to keep this crappy, repugnant, scorched rock, their answer will be an easy one: we’re fighting to be free. And then it will be you, Superintendent, who will have to assure them that freedom reigns in the rearguard, the dream of a worthy, brotherly country, and little else. But we’ve failed in that last bit. We’ve failed our dream. And we can’t afford to do that ever again’.

A pesar de los numerosos detalles sobre asesinatos, venganzas, odios, torturas y crueldades varias practicadas por unos y por otros, y cuyas descripciones salpican la novela – cosa inevitable tratándose de una historia ambientada en la guerra civil – El somni de Farringdon Road viene a ser un sentido y profundo alegato por la paz, la tolerancia y el amor. Como lector, prefiero quedarme con las palabras que alimentan y reflejan ese sueño, el de una auténtica libertad nacida de la dignidad y el respeto, aunque la vieja máxima de que la historia se repite y estamos condenados a revivirla parece en ocasiones incrementar sus probabilidades, para nuestra inseguridad e incertidumbre.

Posts més visitats/Lo más visto en los últimos 30 días/Most-visited posts in last 30 days

¿Quién escribe? Who writes? Qui escriu?

Mi foto
Ngunnawal land, Australia