La mayor parte de
la narrativa británica más actual se mueve planteando dilemas morales de clase
media, sean de corte político, ideológico o personal. De modo que la irrupción
de un narrador como la Gabriel Krauze con Who They Was limpia muchas
telarañas, sacude el polvo más rancio y acomodaticio y le encaja un golpe directo
en el rostro a la literatura convencional y mercantil.
Desde la primera
página de este libro uno se da cuenta de que el texto que tiene entre sus manos
es algo tremendamente novedoso, diferente y genuino. Narrada rigurosamente en
primera persona, Krauze es un autor extremadamente inusual, pues ha vivido en
dos mundos: el universo amable del entorno familiar, la escuela privada con relajantes
vacaciones veraniegas en Italia choca frontalmente con Snoopz, el alter
ego de Gabriel (la novela tiene mucho material autobiográfico, y el nombre del
protagonista es solo un dato) el alias del delincuente y miembro de un grupo de
pandilleros que viven de atracos, robos a mano armada y el narcotráfico.
Por un Rolex como éste, el Gotti sería capaz de rajarte en menos que canta un gallo. Fotografía de Madrox. |
Es esa divergencia
entre los dos universos en los que se mueve con total soltura lo que crea la
tensión narrativa y confiere a esta novela una energía insólita que no decae.
No hay momentos de flaqueza. Who They Was te atrapa y no te deja ir.
El hecho es que
Gabriel se convierte en Snoopz no porque carezca de oportunidades: es
blanco, cuenta con una educación que ya quisieran tener los policías que lo
arrestan. No hay remordimiento porque Snoopz considera que es esa vida
de pandillero la que le hace sentirse vivo de verdad.
En el universo de
Snoopz no hay moral alguna. Antes que te maten es preferible matar. Luego, en
los seminarios a los que asiste en la universidad, Gabriel asevera a profesores
y compañeros de clase que en las enseñanzas de Nietzsche queda perfectamente
justificada esa disposición: “La moral no es otra cosa que una norma de
comportamiento relativa al nivel de peligro en el que vive un individuo. Si tú vives
en una época peligrosa, no te puedes permitir vivir según estructuras morales
tal como lo puede hacer alguien que viva en seguridad y en paz.”
Combinando sin
fisuras la jerga jamaicana del noroeste de Londres en la que vive Snoopz con
una prosa expedita al tiempo que lírica y poética, Krauze deslumbra por lo honesta
que se siente su historia. Hay incluso una suerte de bravuconería, de provocación:
es como si Krauze nos quisiera recordar que, si nos lo hubiésemos cruzado en
una callejuela de Londres hace una década, Snoopz no habría temblado en
robarnos. A veces la honestidad del relato es incluso ofensiva: las mujeres
jóvenes con las que Snoopz y sus secuaces son descritas como objetos
sexuales. No es un mundo de bondades y gentilezas el de Snoopz.
Una finca de Carlton Vale. Fotografía de Danny Robinson. |
El subtexto, sin
embargo, es de durísima crítica al sistema que margina, empobrece, vitupera y
humilla a ciertos sectores de la población. En el universo de South Kilburn,
Carlton Vale o Maida Vale de hace una década se respiraba violencia; en las pandillas,
tener una reputación de tipo duro era esencial para sobrevivir. Ser vulnerable
o mostrarse débil constituían errores que se podían pagar con la vida. Lugares
en los que la desigualdad empujaban a los jóvenes hacia las pandillas
criminales, de las que era casi imposible salirse.
Who They Was estuvo entre los finalistas del Premio Booker del año 2020. Te invito a leer los primeros tres párrafos de la novela.
No le mires la
jeta
Así que me bajo del
buga y ya estoy en la calle y es en este momento – cuando te bajas del carro y
ya es demasiao tarde para echarse atrás – cuando sabes terminantemente que vas
a hacerlo, aunque el modo en que la adrenalina te está reventando por todo el
cuerpo por un instante te haga desear no estar allí. Y ya estamos recorriendo
la calle, ella está muy por delante de nosotros, nos hemos equivocao con los
tiempos pero no podemos echar a correr para alcanzarla porque eso la pondrá en
alerta y se dará media vuelta, de manera que nos estamos acercando a toda
virolla pero con sigilo. Llevo el pasamontañas bien ajustao sobre la jeta y me he
echao la capu por encima y siento cómo me explota la adrenalina en la boca del
pecho como una estrella moribunda y es como si el cuerpo entero se hubiese
convertido en la bomba del latido del corazón.
Y me acerco
rápido para ponerme detrás de ella y el Gotti está justo a mi lao y ella no nos
ha oío, no por la manera en que nos movemos, como arrastrándonos cerca del
suelo, con estos pantalones negros de chándal de Nike, para que no se oiga nada,
y unas zapatillas Nike, que son silenciosas sobre el asfalto. Y durante lo que
duran unos latidos observo cómo todo lo que hay en la calle parece ser la idea
que alguien tiene de una vida pacífica, ese sol que flota ahí arriba, descollando
en la panza celestial, rociando la calle con un brillo que se derrama sobre
todas las cosas; hileras nítidas de perfectas casas, arbustos verdes bien pulíos
y ordenaos ante el pavimento, ese fresco olor a metal de la mañana, y ahora la
mujer abre la puerta de una verja y gira y se encamina por una estrecha senda
hacia la puerta de su casa.
Y hemos jodío los
tiempos, pero aún podemos pillarla en el umbral, así que echamos a correr,
todavía intentando ser sigilosos pero ya tenemos que ser rápidos o la
perderemos, así que empujamos la puertecilla de la verja – la tipa está ya casi
en la puerta, rebuscando en el bolso para dar con la llave de la casa – y
corremos por la senda y nos ponemos justo detrás de ella, si extiendo el brazo
puedo tocarle el pelo, huele a champú y a suavidad y luego a perfume muy caro, que
casi me pone enfermo, y en este momento todo lo que jamás he sabido se derrumba:
la memoria, el pasado, el futuro, y luego la calle, la mañana, y todo lo demás
que nos rodea desaparece como si estuviese olvidando el mundo y solamente hubiese
el Ahora, cristalino, en el umbral de la casa. Y antes de poder ponerle el
brazo al cuello para hacerla callar, la tía va y se da la vuelta. (p. 1-2, mi
traducción)