18 may 2017

Reseña: The Laughing Monsters, de Denis Johnson

Denis Johnson, The Laughing Monsters (Nueva York: Farrar, Strauss and Giroux, 2014). 228 páginas.
¿Quién es Roland Nair y qué demonios hace en Freetown, la capital de Sierra Leona? Al comienzo de este poco convencional thriller, Nair cuenta que ha transcurrido poco más de una década desde su última visita a la ciudad. En el aeropuerto espera encontrar a su amigo Michael Adriko, un ugandés con el que ha compartido innumerables aventuras, entre otros lugares, en Afganistán.

Una playa de Freetown, donde Roland Nair bien podría estar ahora mismo vendiendo secretos oficiales, o tomándose el sexto vodka martini de la tarde.Fotografía de Erik Cleves Kristensen. 
Mientras relata su espera en un hotel venido a menos, de Nair aprenderemos que tiene, además del estadounidense, un pasaporte danés, y que trabaja para los servicios de inteligencia de la OTAN. Adicto al alcohol y al sexo con prostitutas, Nair no es ni por asomo un James Bond.

Pero a Freetown ha venido, además de a encontrar a Adriko (por órdenes de su agencia), a reencontrarse con África, y de paso, a hacerse rico vendiendo secretos oficiales. El caso es que, desde el momento en que vuelve a hacer equipo con Michael, queda claro que cada uno va a actuar por interés propio. Además, Michael ha llegado acompañado de Davidia, una atractivísima afroamericana hija del comandante a cuyas órdenes estaba Michael antes de desertar ("desconectarse", según Michael).

El plan de Michael es muy sencillo: ir a Uganda y desde allí entrar ilegalmente en la República Democrática del Congo para reconectar con su clan y contraer matrimonio con Davidia. Sobre el papel, parece una fiesta cojonuda, ¿no? Sin embargo, Nair sabe que Michael miente con más frecuencia que respira.

Cuando Michael le revela que su plan incluye la venta de uranio enriquecido, Nair sabe que los problemas solo han hecho que empezar. En su huida hacia adelante, Nair, Adriko y Davidia atropellan a una mujer a la que no prestan auxilio, luego lograrán cruzar la frontera en el Landcruiser robado (prestado, según Michael), para luego quedar separados tras sobrevivir al ataque contra un pequeño pueblo por parte de unas violentas milicias congoleñas no definidas, además de sobrevivir al hambre y la sed, o a la miseria y la desesperación de los lugareños de una región montañosa conocida como The Laughing Monsters, o los monstruos risueños.

Montañas del Parque Nacional Virunga, República Democrática del Congo. A simple vista, no parecen para nada monstruosas. In situ, la cosa podría cambiar, y mucho.Fotografía de Guy Debonnet.
La paulatina descomposición mental y moral de Nair queda perfectamente reflejada en las páginas del diario que escribe. Me resultó curioso que Johnson escogiera el formato del relato en primera persona: ¿hasta qué punto es creíble lo que nos cuenta Nair, un narrador nada fiable, alcoholizado y corrompido hasta la médula, cuyo compañero de aventuras es un mentiroso patológico como Michael Adriko? Sin duda, es una estrategia deliberada: Johnson decide mostrar a Nair tal como es, a través de sus propias palabras. Para él, las mujeres son objetos de usar y tirar: la primera noche en Freetown se lleva a una menor a su habitación. En su posterior delirio, le propone a Davidia que huya con él y deje tirado a Michael. Más que un antihéroe: un degenerado, un ser totalmente aborrecible.

A medida que se adentra en una parte del mundo en que nunca encontrará un espacio propio, Nair se mueve en un escenario chocante, horripilante y desesperanzado. Su degradación parece no tener límites. Cuando unos lugareños comparten un extraño licor que extraen de plantas autóctonas, todos rompen a reír. ¿Quiénes son los monstruos que ríen ahora?

The Laughing Monsters no es una novela que destaque por la belleza de su prosa, ni por un intrincado desarrollo de la trama. ¿A quién le hace falta acción cuando con las mentiras y medias verdades que unos se cuentan a otros y la continua postergación de todas las informaciones y sus decisiones te permiten avanzar en la forja de un libro?

The Laughing Monsters fue publicada en castellano por Random House Mondadori en 2016, con traducción a cargo de Javier Calvo. Sin ser una obra que vaya a pasar a la Historia (ésa con la hache mayúscula, sí), ha conseguido picarme bastante la curiosidad como para que siga buscando libros de Denis Johnson. De ella me quedan muy marcados su subtexto y una descorazonadora moraleja: ese enorme charco de sangre, muerte, enfermedad, hambre y desesperación que es el interior de África, donde los arroyos son tóxicos y los muertos en la carretera quedan en la cuneta a merced de los animales, donde la sobreexplotación de los recursos es ley.

14 may 2017

Reseña: Dr Mukti and other tales of woe, de Will Self

Will Self, Dr Mukti and other tales of woe (Londres: Bloomsbury, 2004). 257 páginas.
Nadie podría haber previsto que, cuando el Dr. Shiva Mukti conoció al Dr. Zack Busner en un congreso de profesionales de la psiquiatría, nacería entre ambos una competencia tan encarnizada y brutal que a la postre devendría en un duelo a muerte sin límites, en el que los pacientes serian manipulados y utilizados como bombas de relojería que, de no ser debidamente desactivadas, podrían hacer pedazos a los doctores.

‘Dr Mukti’ es el primero de los relatos de este volumen, publicado en 2004, y con su longitud, superior a las 100 páginas, encaja perfectamente en la categoría de nouvelle, que tan bien se le da al autor. Por el relato desfilan un sinnúmero de personajes a cada cual más desequilibrado desde el punto de vista de la salud mental. Obviamente, tanto el Dr. Mukti como su rival, Busner, entran cabalmente en el grupo antes descrito. ¿Hay alguien cuerdo en este relato? Posiblemente, alguno de los enfermeros del hospital donde trabaja Mukti o alguno de sus numerosos familiares, pero no adquiere en momento alguno protagonismo.

El caso es que Mukti es un hombre sumamente frustrado. Hijo de un emigrante brahmán de la India, a este pobre psiquiatra le persigue la falta de prestigio profesional, y en casa le atormenta la falta de carnalidad que define su matrimonio asexual. No es de extrañar que se obsesione con Busner, en quien encuentra un blanco psico-sionista ideal.

El volumen lo completan otros cuatro relatos, mucho más cortos y, para mi gusto, desiguales. ‘161’ narra las peripecias de un pandillero que huye de sus enemigos y se cuela en la casa de un anciano en una decrépita torre de apartamentos de un barrio de mala muerte de una ciudad que pudiera ser Birmingham, Londres o Liverpool. El chico logra pasar varios días en el interior del apartamento sin que su presencia sea advertida (o al menos, eso piensa él). El desenlace añade una nota de sorpresa y dosis extra de ingenio.

En ‘The Five-Swing Walk’, un padre separado despierta de una pesadilla para enfrentarse a la realidad de tener que llevar a cuatro niños (tres de ellos suyos) de paseo en un itinerario que comprende, como dice el título, cinco columpios en diversos parques de la ciudad de Londres. En el paseo les acompaña el Infortunio, en forma de presencia alegórica. Es un relato lóbrego, sombrío, en el que la sátira presente en el primero que da título al libro se torna más agria.

"¿Qué piensas del globo?" me preguntó Keith un día a finales del verano cuando estábamos de camino a otra barbacoa cerca de MI6. El globo llevaba algunas semanas en el aire, amarrado a unos cuatrocientos pies de altura por encima de Vauxhall Cross. Pero aunque formaba parte de nuestra ronda, todavía no habíamos visitado el lugar de amarre. Desde nos encontrábamos en ese instante, cruzando Battersea Park en dirección sudeste, podíamos ver su panza de marquesina a rayas, acercándose a las difuntas torres de refrigeración de la Central Eléctrica. Un escorzo de Londres. (p. 221, mi traducción). Balloon over Vauxhall Station, fotografía de Keith Edkins.
El que le sigue, ‘Conversations With Ord’, se sitúa también en las calles de Londres. Dos amigos simulan alternativamente ser, en una diversión dialéctica que le sirve a Self para demostrar sus dotes literarias y de dominio del léxico inglés, Ord, un carismático personaje, y su biógrafo, Flambard. Es una narración a ratos desternillante, a ratos algo desdibujada. El volumen lo cierra  ‘Return to the Planet of the Humans’, una efectiva sátira en la que un simio inteligente trata de adaptarse a la vida dentro de una intolerable sociedad humana.

Tal como anuncia el título, estas son historias de desdicha. Self ejerce su posición de narrador cínico con absoluta potestad. Esperar que el autor muestre una pizca de empatía o comprensión hacia sus personajes es una vana empresa, que no conduce a ninguna parte. En la mejor tradición de Swift, Self sigue en la línea de Grey Area y Tough Tough Toys for Tough Tough Boys.

11 may 2017

Ressenya: Earth Hour, de David Malouf

David Malouf, Earth Hour (St Lucia: University of Queensland Press, 2014). 88 pàgines.
L’hora de la Terra, ‘Earth Hour’, ha esdevingut un fenomen anual – gairebé una celebració del tipus ‘feel good’ que tanta bona voluntat assoleix entre reporters i les masses en general – quan tothom apaga les llums a casa i mostra el seu compromís amb el nostre fotut planeta. Res a veure amb la poesia de Malouf, afegeixo ràpidament per a no confondre ningú!

Malouf és possiblement un dels poetes australians amb més renom internacional, encara que sigui conegut més per la seva obra narrativa que no per la seva poesia. Amb més de 80 anys de vida, Earth Hour podria esdevenir (encara que espero que no sigui així) una mena de testament poètic per a Malouf. Els temes d’aquest poemari de 2014 són tots d’una rabiosa actualitat. La terra, el medi ambient, els hàbitats dins els quals la humanitat ha construït la seva morada, és també l’indret on tots, tard o d’hora, haurem inevitablement de tornar. Almenys mentre la ciència no descobreixi l’elixir de la vida eterna.

Paradoxalment, es per això que la presència del passat és una constant en Earth Hour. Alguns dels poemes de Earth Hour ens porten cap a temps i llocs particulars, els quals, mitjançant l’abstracció que només la poesia pot assolir amb poques línies, es transformen en mites modernes.

Estornells, fotografia de J.M.Garg
Així com la màxima diu que una imatge val més que mil paraules, també caldria reconèixer que amb les paraules es pot construir dues imatges, i simultàniament! És el cas del poema ‘A Recollection of Starlings: Rome ’84’ (p. 38). El record del pas d’una una bandada d’ocells (estornells) a la ciutat eterna es converteix a la pàgina en una bandada de paraules que volen davant els meravellats ulls del lector. Aquest poema em va fer recordar les nombroses bandades d’estornells que omplien (¿encara ho fan?, em pregunto) els arbres de les Grans Vies de València.

Considerats de manera individual, els poemes poden portar-nos sorpreses: per exemple, al poema ‘Trees’ (‘Arbres’), l’autor ens transporta a la posició d’un arbre en mig del camp,

“when nomad thoughts possess us, standing/ in one place only with nowhere to go/ but upwards or deeper.”

“quan ens posseeixen pensaments nòmades, dempeus/ a un lloc sense tenir cap lloc on marxar,/ que no sigui cap amunt o cap a la profunditat.”

Malouf té una tècnica exquisida; treballa tant amb versos curts com llargs, dotant els poemes d’una musicalitat sorprenent per la concisió i la condensació que aconsegueix per mitjà d’apariats sense rima i tercets. Sempre atent a les aparentment insignificants revelacions de lo quotidià, fa servir la ironia com a punt de reflexió sobre el destí que estem donant-li a nostra casa, la Terra: “...we sit behind moonlit/ glass in our McMansions, cool/ millions at rehearsal/ here for our rendezvous each with his own/ earth hour’ (‘Earth Hour’, p. 51). Els encavalcaments, com és el cas dels versos precedents, conviden el lector a un joc de connotacions i dobles lectures.

Són molts els poemes que caldria destacar dins d’aquest llibre, però si em preguntessin, assenyalaria, a més dels ja esmentats, ‘Whistling in the Dark’ [Xiulant dins la foscor] (p. 12), una successió de tretze apariats sense rima, que constitueixen una profunda reflexió sobre eixe silenci infinit amb què l’univers ens turmenta i ens mortifica, i que alguns prefereixen anomenar déu, quan no hi sembla haver (fins ara) una altra cosa que no sigui un llarg, inabastable silenci. Potser els límits duals (eixa descripció en parelles de contraris tan estructuralista de la realitat) amb els quals fem el nostre camí per la vida semblen no ser tan inalterables com tothom voldria creure?

Earth Hour, naturalment, inclou molts més poemes, amb un parell de seccions de temes comuns, com ara ‘A Green Miscellany’ o ‘Garden Poems’. Un llibret molt recomanable, amb un gotet de vi negre i a la llum d’una espelma encesa una albada de juny, per exemple.

5 may 2017

Arbres: un poema de David Malouf

Fotografia: Amada44
Arbres

Els arbres tenen vides pròpies, senzilles,
tot i que empaitades segons quina estació;
a les seves branques, aventures celestials
de déus transitoris.

Inventen la fusta
que no podem veure, i un qualsevol
és tan semblant als altres,
que ens preguntem quin sentit tenen

de ser el que nosaltres seriem,
quan ens posseeixen pensaments nòmades, dempeus
a un lloc sense tenir cap lloc on marxar,
que no sigui cap amunt o cap a la profunditat.

Porten acoblats els nostres cors esbossats;
dietaris muts d'això que sentíem,
declaracions fetes
davant el testimoni de roques i núvols: A estima B

per sempre. Una promesa solament
guardada aquí i ara,
en les seves vides, no les nostres, malgrat que la ferida
encara fa mal, en tots els oratges.


David Malouf, Earth Hour (2014). Traducció: Jorge Salavert, 2017.

30 abr 2017

Jordi Tomàs's El mar dels traïdors: A Review

Jordi Tomàs, El mar dels traïdors (Barcelona: Proa, 2013). 233 pages.
Idealism and naivety characterise the protagonist of El mar dels traïdors, a young Catalan doctor who, soon after graduating from university, is accepted aboard a merchant ship that is to cross the Atlantic Ocean from the coasts of Africa to the Spanish colonies in the Caribbean Sea. The year is 1864, and Antoni Riubó is the young physician’s name. At such tender age and with the promise of acquiring valuable professional experience, who wouldn’t take such a step forward when exotic adventures and the appeal of fortune are calling from the tropics?

But Riubó is being all too easily deceived. The ship is owned by a friend of the family, and the goods they will be exporting from Africa are not limited to ivory, ebony and spices. Although prohibited by law, the slave trade can still render juicy benefits, as the captain will remind Riubó many times during the voyage.

La notícia del motí al vaixell Amistad va recórrer el món sencer l'any 1839.
When the young doctor finds out what their real cargo is, he is appalled and disgusted. His duty is therefore to look after the health of the human cargo below deck, and ensure they make it to Cuba in as healthy a condition as possible. Driven by his moral principles, he starts planning a mutiny. Does he have any support among the crew? It is hard to say, one way or another. As he reads his predecessor’s notes, left within the pages of a medical book, he realises he is all alone in the middle of the ocean, surrounded by the boundless sea and a crew of unprincipled men who will only look after the money the illegal commerce of humans can bring them.

His extremely innocent attempt to take control of the vessel fails miserably. The captain decides not to kill the doctor – Riubó might still come handy should an infectious disease break out among the more than 400 Africans crowded inside the Verge de Monserrat. By chance, an English frigate appears in the horizon. Riubó thinks the English have received his letter he tried to send them while docked in the Cape Verde archipelago. But the captain is always one step ahead of developments.

When Riubó wakes up – the cook and other crew members force feed him some sleep-inducing substance mixed with the ratafia – all the slaves are gone and the English boat has vanished. His life is not a worth a cent, obviously, but the captain still retains him. The rest of the voyage becomes unendurable for everyone on board as they run out of fresh fruit and drinkable water, so they’re extremely glad to reach English territory in the Antilles.

Monserrat Island, Riubó's final destination. Photograph by Mike Schinkel 
Faced with the opportunity to make a dime where a loss had been incurred, Captain Tubau gets the commission to transport an abolitionist lawyer and his daughter to the island of Monserrat. Riubó then sees his chance to report him to the authorities and, believing the words of a fellow crewman, plans to reveal the true nature of the ship and the men who travel in it. The plot has a tragic final twist, and after falling into the trap the slave traders have laid for him, Riubó fails again.

The ending contains yet another surprising twist, one that exposes how disgracefully treacherous the nature of persons whose only aim in life is greed can be.

Jordi Tomàs uses a mix of personal diary entries and letters written to relatives to narrate Riubó’s story, and it is mostly an effective format. El mar dels traïdors highlights the true origin of some of the wealthiest families in 19th-century bourgeois Barcelona. Tomàs spares no detail on the cruelty and brutality slave traders were capable of.


In choosing the format of a personal account through the diary and letters of the young doctor, Tomàs creates a very credible character, a young man whose idealism starkly contrasts with the captain’s appetite for money. Slave traders stopped at nothing: if the abolition of slavery could have made some people think the end of such horrors would be the last to put an indelible stain on humankind, the 20th century came to prove just wrong they had been. El mar dels traïdors is a very good read, and no doubt deserved the award it received.

24 abr 2017

Reseña: Dorian: An Imitation, de Will Self

Will Self, Dorian: An Imitation (Londres: Penguin, 2002). 278 páginas.
Hace falta tener muchas agallas literarias para tomar un distinguido clásico de la literatura inglesa como es The Picture of Dorian Gray de Oscar Wilde (1891) y recrearlo para el público lector de principios del siglo XXI, y hacerlo no solo con lucimiento sino también con humor, y al mismo tiempo endosarle a esa ‘nueva obra’ unas significativas dosis de reflexión sobre la creación literaria o artística en general. Es el caso de Will Self. Puedes adorarlo o despreciarlo, pero nunca te va a dejar indiferente.
Siempre mordaz: Will Self. Fotografía de Taras.
Self reutiliza el grueso de los materiales para su ‘imitación’ (no es meramente un homenaje, que también lo es) de la obra de Wilde, pero los traslada a las dos últimas décadas del siglo XX. El escenario es inicialmente Londres, pero en este mundo nuestro ya globalizado, la trama también se desplaza a Nueva York y a Hollywood.

Wilde ha inspirado a muchos artistas. The Picture of Dorian Gray, by Ivan Albright (1943-44)
Self hace los cambios necesarios para adaptar la historia de Dorian Gray a los tiempos que vivimos: en vez de un retrato al óleo, Gray queda inmortalizado en una instalación artística de 9 tomas diferentes en video, presentadas a través de 9 pantallas. La primera víctima mortal de Gray es, en lugar de una joven actriz, un atractivo jovencito prostituto del Soho, Herman, a quien le paga en heroína. Herman muere de sobredosis. Como en la obra de Wilde, está también Lord Henry Wotton, de afilada lengua e ingenio desbordante. Self dota a la novela de unos diálogos verdaderamente impagables. Una muestra, en el transcurso de una fiesta en casa de Lord Henry Wotton, con Fergus y Basil Hallward:

“—Well, Baz, long time no see. I understand from out host that you’ve become quite the clean-liver queen.
—I’m dying, Fergus, just like Henry, and I’ve no time left for being stoned.
—Ah yes, Baz, but you’ve always insisted on calling a spade a spade, so it’s no wonder that you’ve managed to dig your own grave.
—Are you suggesting it’s my literalism that’s killing me rather than AIDS? Even as he did it Baz regretted being drawn into this banter.
—I wouldn’t know, the Ferret [Fergus] snuffled; I haven’t qualifications in either philosophy or medicine. Have you met Gavin?”
 “—Caramba, Basi, cuánto tiempo. Por lo que me ha dicho nuestro anfitrión, te has vuelto la auténtica reina del hígado limpio.
—Me estoy muriendo, Fergus, como Henry, y no me queda tiempo para ponerme ciego.
—Sí, Basi, sí, pero tú siempre has insistido en decir las cosas sin rodeos, así que no es nada de extrañar que te estés yendo a la tumba sin dar rodeo alguno.
—¿Estás insinuando que es mi literalidad lo que me está matando, en lugar del sida? Incluso mientras lo hacía, Basi lamentaba verse arrastrado a este tipo de guasas.
—Qué sabré yo, dijo el Hurón con un sorbido; no tengo titulación en filosofía y mucho menos en medicina. ¿Conoces a Gavin?” (p. 138, mi traducción)
Para enmarcar la historia de Dorian en un contexto histórico contemporáneo, Self esparce datos y episodios reales en la narración, como la visita de Lady Di a un enfermo de sida en un hospital londinense. De hecho, la novela se ciñe a los años de la vida pública de Diana Spencer, incluyendo su muerte en un túnel de París.

Donde Wilde se veía obligado a la autocensura, Self (por fortuna) no contempla límite alguno. Si bajo la férrea moral victoriana el autor de The Importance of Being Earnest recurría a los juegos de palabras y los dobles sentidos para provocar una respuesta en el lector, al autor de The Sweet Smell of Psychosis nadie le pone trabas: Dorian, Wotton y sus compañeros de parranda viven la vida como si el hedonismo fuera un decreto gubernamental y tuvieran que cumplirlo a rajatabla: todas las drogas hacen acto de presencia y su consumo no decae ni siquiera cuando están a punto de irse al otro barrio; el sexo sin protección acompaña la ingesta de sustancias y licores varios.

El desenfreno y la disipación añaden tintes todavía más surrealistas si cabe a lo que es una fastuosa representación del mito fáustico en los estertores del siglo XX. Como con el retrato de Dorian Gray, la imagen de Dorian en los vídeos filmados por Basil Hallward se deteriora, embrutece y envejece, mientras el atractivo y licencioso joven rubio sigue tan lozano, hermoso y fresco como cuando lo filmaron.

Pure evil: el actor Hurd Hatfield en una producción cinematográfica de 1945 de The Picture of Dorian Gray.

Tras cerca de 250 páginas de esta imitativa recreación, una gran sátira no exenta de efluvios homófobos y misóginos en la que el blanco es la cultura postmodernista, Self le añade a la historia un desenlace en forma de epílogo, el cual resulta ser tan sorprendente como enriquecedor. Una vuelta de tuerca más al proceso creativo que viene a ser una auto-parodia, quizás no tan acertada como el resto del libro.

14 abr 2017

Reseña: All That Man Is, de David Szalay

David Szalay, All That Man Is (Londres: Jonathan Cape, 2016). 437 páginas.
‘All that man is’ [Todo lo que es un hombre] es un verso de ‘Byzantium’, un poema de W.B. Yeats, y así se llama esta colección de relatos, cuyos protagonistas pertenecen todos al género masculino. Que su autor (o la editorial) se haya empeñado en llamarla novela no deja de ser una anécdota, que el paso del tiempo lo único que es verdaderamente eterno se encargará sin duda de enmendar.

Otra característica que comparten todos los protagonistas es su origen: son todos europeos. Lo que a fin de cuentas parece decirnos el autor es que a todos les une es la conciencia (en algunos casos, repentina; en otros, resultado de un proceso algo más largo) de saberse mortales, de que todo lo que nos rodea, todo lo que vivimos día tras día, es transitorio y efímero, que somos seres caducos por nuestra naturaleza misma. ¿Qué decir de esto? Si nunca has estado cerca de la muerte, puede que te impresiones.

Pero si por las circunstancias que sean has mirado a la Parca a los ojos y has visto el filo de su guadaña bien de cerca, quizás tu reacción será – como es mi caso – “¡Guau! ¡Menudo descubrimiento!”

¿Quiénes son los hombres cuya mesurada introspección se narra en estos relatos? Hay de todo: dos mochileros ingleses recorriendo el centro de Europa; un avaricioso promotor inmobiliario; un periodista danés sin escrúpulos que viaja a Málaga para sonsacarle detalles jugosos a un Ministro de Defensa cuyo lío de faldas ha descubierto el periódico; un magnate ruso, el “emperador del hierro”, que asiste impotente al final de su imperio; un profesor universitario que descubre que ha dejado embarazada a su amante en mitad de un viaje por media Europa para entregarle un coche de lujo al padre de ella, jefe de policía de una pequeña ciudad polaca; un cincuentón escocés borrachín, que pierde todos sus ahorros en una estafa en el pueblo croata donde vive.

Todos ellos se enfrentan a situaciones que podríamos llamar críticas, se sienten solos (mejor dicho: están solos) y no tienen ni idea de cómo gestionar el desbarajuste que rige sus vidas. La crisis que enfrentan la desarrolla el narrador de forma muy esquemática, incluso apresurada, con un notable exceso del presente de indicativo histórico. Muchos de los personajes quedan bosquejados con apenas tres o cuatro palabras. Contrasta esto con la inclusión de detalles muy realistas, como las marcas de la cerveza que beben, los cigarrillos que fuman o incluso el tipo de gasolina con el que repostan. Si la intención con estos ociosos detalles era dotar estos relatos de una vertiente que roce en lo cinematográfico, ciertamente no lo logra.

La impresión que deja el conjunto es, a pesar de los innegables nexos que unen los nueve relatos, la de un formato repetitivo. Se ha escrito mucho de la crisis de la masculinidad en los albores del nuevo milenio, y ciertamente David Szalay no demuestra compadecerse de sus personajes. A su manera, cada uno de ellos es un perdedor. Puede que lo peor, sin duda, sea que se han perdido a sí mismos.

No voy a negar que Szalay escribe con soltura, a ratos incluso con cierto donaire, y que detrás de sus relatos y escuetos esbozos de historias y personajes se esconde una muy fina ironía, incluso una devastadora censura que lanza sus dardos contra la avaricia, el sexismo, el egoísmo o la autocompasión. Pero de ahí a poder atribuírsele la concepción de una novedosa narrativa dista mucho. Como sugiere la reflexión de uno de los protagonistas: “la vida no es una broma”. Tampoco la literatura debe verse como una.

Tal como a los protagonistas de estos nuevos relatos les sobreviene la lúcida reflexión sobre la inutilidad de sus vidas, al lector de All That Man Is le asaltará la duda de si ha valido la pena invertir varias horas de su vida en esta lectura. Quizás su inclusión en el grupo de finalistas del Premio Man Booker de 2016 le haya dado una resonancia que, francamente, en mi opinión, no merece.

7 abr 2017

Reseña: Ashland & Vine, de John Burnside

John Burnside, Ashland & Vine (Londres: Jonathan Cape, 2017). 337 páginas.
La narradora de esta novela del escocés Burnside es una joven estudiante de cinematografía. Kate Lambert ha perdido recientemente a su padre, quien le había ocultado su enfermedad, y esa pérdida la ha dejado algo tocada. Kate comparte apartamento con un académico y cineasta provocateur, Laurits. En realidad, comparten algo más que un apartamento: las botellas de moscatel y la marihuana son parte regular de las largas y vagas sesiones de conversaciones y otras acrobacias que tienen lugar en la cama del profesor. Los habrá sin duda que las denominarían hands-on tutorials.

Kate se gana unos cuantos dólares con pequeños proyectos de investigación de historia oral que le encarga su compañero de apartamento. En uno de ellos, y arrastrando consigo una nada despreciable resaca, conoce a una anciana llamada Jean Culver, quien la invitará a escuchar sus historias con una condición: que deje de ingerir alcohol.

Empieza así la narración enmarcada que le otorga al libro una miga que de otro modo no tendría. Es por tanto una versión contemporánea del mito de Scheherezade, solo que en esta historia nadie pierde la cabeza por no contar un cuento. Kate acepta el reto, y con cada café, té o infusión que comparte con Jean va cumpliendo su parte de este pacto tan poco faustiano. Hay además una niña que merodea la casa de Jean y que intriga a Kate sobremanera.

Al principio no me di cuenta de la niña. Debía de estar entre los árboles cuando llegué, y entonces, cuando me vio, se acercó paso a paso, con cautela, hasta donde había luz, como un ciervo, sin estar segura de qué amenaza podría yo suponer. Rondaría los 13 años, supuse, muy blanca, de cabello rubio como la paja, y unos ojos de un azul claro y pálido, que parecían iluminados por alguna llama interna. O alguna fiebre interior, quizás, alguna excitabilidad permanente que no sabía cómo extinguir. Algo en ella me recordó a un rostro que había visto en un cuadro de Paul Klee – los mismos colores pálidos, la luz que la atravesaba – aunque no recordaba si ese rostro era el de una niña o un ángel. (p. 58-59, mi traducción) Angelus Novus, de Paul Klee - The Israel Museum, Jerusalem
¿Y qué tiene Jean que contar que tanto le (nos) pudiera interesar a Kate? Pues bastante, a decir verdad. Comenzando por la muerte de su padre, en la esquina de las calles Ashland y Vine en su ciudad natal. Un asesinato a sangre fría que presenció su hermano Jeremy. Tras una dura infancia, Jeremy combate en la II Guerra Mundial, donde será testigo de barbaridades indecibles. A su regreso, se casa con Gloria, con la que tiene un hijo, Simon, y una hija, Jennifer. Jeremy se pone a trabajar para el gobierno en un puesto más o menos secreto, y paulatinamente se aparta más y más de su familia.

La historia que narra Jean es en gran medida la historia de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Simon y Jennifer encarnan la reacción de la juventud norteamericana a las intervenciones militares en medio mundo que pretendían pararle los pies al coco del comunismo.

Entretanto, Laurits se mezcla con un hampón local y tras una noche en su bar favorito, sufre un ataque mortal. De pronto, Kate se queda completamente sola. Destrozada por la muerte de Laurits, vuelve a caer en el alcohol y entra en el oscuro callejón sin salida de la soledad y el desconsuelo.

Será Jean quien la rescate de una situación que nunca se nos explica. Kate se muda a la casa de Jean, y poco a poco comienza a cuidar de la anciana, cuya salud es endeble. Las historias sobre Simon, Jennifer, Jeremy y Gloria siguen aflorando, por supuesto. Pero por encima de todas, sobrevolándolas o esperando en las sombras de la narración, está la propia historia de Jean y su mejor amiga, Lee, de quien había estado enamorada, y por cuya muerte Jean siempre se ha sentido culpable.

Las historias que Jean le cuenta a Kate refuerzan más si cabe el nexo de amistad e intimidad que ha ido surgiendo entre ambas. Dos almas perdidas que se encuentran y se dan apoyo mutuo cuando más lo necesitan. Burnside, sin embargo, deliberadamente deja muchos huecos en la historia, preguntas para las que no quiere dar respuesta, tanto en la historia de la propia Kate, como en las historias de los personajes de la narración enmarcada. La técnica que emplea el autor no es siempre la idónea: ninguna voz narradora resulta efectiva cuando trata de reproducir las palabras de conversaciones que nunca presenció ni escuchó.

Aparte de ese pequeño problema, Ashland & Vine es una novela repleta de poesía, de referencias al cine, a la literatura, al arte. Una vez Burnside se lanza adelante con las historias de Jean Culver, el libro bulle con intriga, lirismo y excelentes detalles de una humanidad que tan rara es de encontrar en la vida real hoy en día.

25 mar 2017

Reseña: No ficción, de Alberto Fuguet

Alberto Fuguet, No ficción (Santiago de Chile: Penguin Random House, 2015). 174 páginas.
La carne es débil, dice el viejo dicho tan popular. Pero más débil puede llegar a ser la calidad de una obra literaria construida sobre una premisa enormemente forzada, poco madurada y pobremente ejecutada. El resultado, como en el caso de No ficción, será inevitablemente decepcionante.

Dos amigos chilenos, dos hueones: Alex y Renzo. Alex es escritor y cineasta, y ha llegado a saborear las mieles del éxito. Renzo es el perdedor, el dañado, el que ha vivido a la sombra (y de los favores) de su amigo. Después de muchos años, Alex visita a Renzo en su departamento “monoambiental” del centro de Santiago de Chile una tarde de estío.

Quienes eran muy buenos amigos están ahora enfrentados. Alex quiere tratar de entender qué demonios pasó para que una amistad tan buena se fuera al garete. Alex quería consumar la amistad con Renzo con algo más que abrazos, pero Renzo se negó y de ahí surgió el conflicto y la ruptura. Pero de la lectura de esta ¿novela? (174 páginas de diálogo con muchas líneas ocupadas por los consabidos puntos suspensivos del silencio no le otorgan realmente la talla) deja en claro que ninguno de los dos personajes (no hay otros) sabe a ciencia cierta en qué consistía su relación. Escribir un libro sobre la base de ese desconocimiento entraña muchos riesgos.

Me apuesto un brazo que Renzo y Alex no pusieron un candado en el famoso puente de los candados en Providencia...
El diálogo es reiterativo y circular. Y el hecho de que Alex y Renzo se mamen una botella (¿o son dos? Caray, perdí la cuenta) de whiskey no podría justificar tanta repetición y circularidad en una obra literaria que se precie. Para realities, la TV, gracias. ¡Es tan fácil desconectarla!

Quizás lo único que pudiera salvarse de este librito de Fuguet es el habla de un cierto sector de la población santiaguina, que recoge el escritor con bastante fidelidad. Dentro de unos cincuenta años, imagino, capaz que constituya un legado lingüístico que se estudie con lupa. O no.

Lo dicho. Una idea no sirve para construir una novela si los otros recursos narrativos son tan escasos (dos personajes sin enjundia y frases y silencios repetidos hasta el aburrimiento). Aunque ya se la compré, señor Fuguet, no se la compro. ¿Cachai?

19 mar 2017

Reseña: Dissident Gardens, de Jonathan Lethem

Jonathan Lethem, Dissident Gardens (Londres: Jonathan Cape, 2014). 366 páginas.
‘Make America Great Again’, dice el eslogan de la marioneta del pelo teñido. Es como si de un plumazo hubiera borrado la historia del siglo XX y ya nadie quisiera recordárnosla. Por suerte (y solo a medias) Lethem se empeñó en escribir una novela que nos refrescara la memoria, que nos hiciera ver que en los EE.UU. hubo un significativo movimiento izquierdista, aplastado por el McCarthyismo. Pero el problema es que mucha gente no lee. Y en el caso de Jonathan Lethem, puede que haya casi buenas razones para que ello ocurra.

La trama (o, mejor dicho, el Guadiana de línea argumental que es el libro) gira en torno a tres generaciones de una misma familia judía emigrada tras la Segunda Guerra Mundial a Nueva York. Corre una noche de 1955 y Rose Angrush Zimmer recibe en su casa a un grupo del Partido Comunista, cuya misión es comunicarle su expulsión del partido. ¿El motivo? Porque se acuesta con un policía negro, Douglas Lookins. Su marido, Albert Zimmer, ha huido hace tiempo de Nueva York para regresar a Alemania – la que era por entonces Alemania del Este.

Senator McCarthy. How at ease would he be with Putin's influence on USA politics these days?
Rose tiene sin embargo una hija, Miriam, a la que tendrá que criar sola. Miriam crece aprendiendo mucho sobre libertad y derechos, y a pesar de la dureza con que la educa Rose, termina siendo una mujer inteligente y decidida, que se junta con un cantautor irlandés, Tom Gogan. Los dos llevarán una vida bohemia en el corazón de la mejor época hippie y tendrán un hijo, Sergius. Mas cuando deciden emprender un viaje a Nicaragua para dar su apoyo a los Sandinistas, Miriam y Tom han sellado su destino sin saberlo. Sergius crecerá a partir de ese momento con los cuáqueros, en una residencia para estudiantes.

Pero es sin duda alguna Rose el personaje central de esta historia. Una versión femenina del matón de barrio con una clara predisposición ideológica, Rose no cede ante nada ni nadie, y cuando el Partido la expulsa, decide seguir luchando por su cuenta, en el seno de su comunidad, de su barrio. El principal beneficiario de esos esfuerzos será el hijo del policía, Cicero Lookins, quien en cierto modo ejemplifica la realización de una de las versiones del gran American Dream: cómo llegar a ser profesor de universidad desde el seno de una familia afroamericana de clase trabajadora.

Escrita desde una multitud de puntos de vista narrativos, Dissident Gardens adolece en mi opinión de varios defectos. El principal de estos es que cuenta con una escritura sobre-elaborada, barroca y pesada. Lethem trabaja el material con exceso, y con la excepción del capítulo integrado exclusivamente por las cartas de Albert a Miriam (y la respuesta final de ésta a su padre), la lectura me resultó fatigosa.

Otro de los defectos (siempre en mi opinión) es que la novela está construida más sobre la base de anécdotas, rumores y circunstancias históricas que en torno a una trama propiamente dicha. Los continuos saltos adelante y hacia atrás en el tiempo no ayudan a crear un soporte narrativo adecuado. Lethem parece buscar transmitir la idea de que la caza de brujas es un estado permanente de existencia en los Estados Unidos; al menos eso parece deducirse del capítulo final.

Por Dissident Gardens transitan todos los temas posibles: el consumo de drogas en la era de Acuario, la música de protesta, el feminismo, el racismo, el pacifismo, el sexo interracial, heterosexual y homosexual, la filosofía, la tradición religiosa y el ateísmo, la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, y muchos más que quedan en el tintero. Un auténtico potpourri que, al menos en mi caso, ha supuesto una experiencia lectora cargante, laboriosa y poco placentera.

Si aun así te decides a leerla, puedes encontrarla tanto en castellano (Los jardines de la disidencia, publicada por Random House en traducción de Cruz Rodríguez Juiz) com en català (Els jardins de la dissidència, publicada per Angle Editorial, amb traducció a càrrec de Ferran Ràfols Gesa.

5 mar 2017

Reseña: Something Quite Peculiar, de Steve Kilbey

Steve Kilbey, Something Quite Peculiar: The Church, the Music, the Mayhem (Melbourne: Hardie Grant Books, 2014). 273 páginas.

Creo que sería en 1987 o 1988 cuando una compañera de trabajo llamada Lola me regaló una casete pirata de The Blurred Crusade. Era una banda australiana, me dijo, “seguro que te van a gustar”. Unos cuantos meses o quizás un par de años después (como a todo el mundo, la memoria me falla), The Church tocaron en Valencia, en lo que fue uno de los mejores conciertos de rock psicodélico que se recuerdan en la ciudad del Turia.

Indiscutiblemente, Steve Kilbey es el alma máter de The Church; el músico publicó hace un par de años esta autobiografía, un libro peculiar e inusual. El grupo (y Kilbey como solista) sigue sacando álbumes. La escena musical actual es, sin embargo, muy diferente de la de los años 80 y 90.

'Almost with You' fue siempre una de mis favoritas, y sigue siendo un temazo.

Kilbey emigró a Australia con sus padres cuando tenía tres años. Inicialmente vivió en la región al sur de Sydney llamada Illawarra, pero unos pocos años después la familia se vino a Canberra. Compraron una casa en Lyneham, no muy lejos de donde vive ahora mi amigo Gustavo. Desde bien pequeño Kilbey destacó por ser un bocazas (según lo admite el propio autor) y por su dominio de la palabra. De hecho, en una de las más jugosas anécdotas de su adolescencia y juventud, Kilbey recuerda cómo llegó a competir (formando parte del equipo de oratoria de Lyneham High School) en la final contra un equipo de Sydney, en el que estaba un tal Malcolm Turnbull, a quien (según dice la prensa) no le valieron de mucho sus dotes oratorias en una reciente conversación telefónica transpacífica.

Hello? Donald? U still there? Hello...?!!
Como muchos rockeros, Kilbey no tuvo una formación musical ortodoxa: aprendió por sí mismo, y a los 16 años su padre le compró el bajo que Steve quería (en lugar de la más habitual guitarra eléctrica con la que molestar a los vecinos). Al poco tiempo le ficharon para un grupo, Saga, que versionaba cientos de canciones en bares, pubs y recintos similares de toda Canberra. Según confiesa Kilbey, ganaba casi tanto como su padre.

El grueso del libro se centra, no obstante, en The Church, desde su creación hasta la separación (provisional). Es un sorprendente relato en torno a lo que era la vida de un grupo de rock en los años 80: el proceso creativo de letras y música, las sesiones de ensayo, las sesiones de grabación, las discusiones y negociaciones con las casas discográficas, las giras, las noches de alcohol y drogas, el caos al que hace referencia el subtítulo del libro, los inevitables choques de personalidad entre los diferentes miembros de The Church.

'Under the Milky Way' fue sin duda el mayor éxito comercial de The Church. Kilbey ofrece una curiosísima historia en torno a su génesis y comercialización.

Kilbey lo narra desde un principio en un lenguaje coloquial. Va directo al grano y no tiene pelos en la lengua. Junto con su reconocida arrogancia, Kilbey muestra una enorme capacidad para la autocrítica. Es difícil dilucidar cuánto de lo que cuenta pueda ser fiable: el abundante uso de sustancias estimulantes no puede ser garantía de plausibilidad alguna. En particular, la adicción a la heroína (según dice, fue Grant McLennan quien hizo las presentaciones en Bondi) es un tema que Kilbey trata con enorme sinceridad y franqueza. Por ejemplo, cómo terminó en alguna ocasión huyendo de la policía a la carrera, o incluso acabó encerrado en el calabozo.

A quien le guste el subgénero de la autobiografía de las estrellas musicales, Something Quite Peculiar debería ser lectura obligatoria. Puede que The Church nunca llegaran al máximo estrellato que otras bandas alcanzaron en esas dos décadas prodigiosas – la competencia era mucha, y ciertamente muy cualificada – pero, a decir verdad, no son todos los que pueden llegar a contarlo. Steve Kilbey ha podido hacerlo; quizás incluso sea algo asombroso, teniendo en cuenta lo que se metió en el cuerpo.

Te ofrezco ahora el prólogo del libro, una de las mejores presentaciones de un libro que he leído en mucho tiempo. Dudo mucho que el libro llegue a ver la luz en español. Aunque nunca se sabe.
Corre el año 2010, y estoy aquí sentado en la ceremonia de ingreso en el Salón de la Fama de los ARIA [Premios de la Industria Discográfica Australiana]. Van a dejar que ingrese mi grupo, The Church. Incluso se han traído al famoso periodista George Negus para llevar a cabo el ingreso en ese salón inexistente. Me he sentado entre mi madre y mi hermano Russell. Estoy aquí a regañadientes, he de admitirlo. No estoy deseando que comiencen los actos. Por regla general no me gustan las ceremonias de entrega de premios. Siempre he sentido que no me hacían ninguna falta elogios empapados en alcohol para que se justifique mi contribución al rock australiano, sea lo que eso signifique, qué demonios. Pero aquí estoy, en una gran mesa en el Hordern Pavilion, tratando de arreglármelas con la no muy buena opción vegetariana del menú, y cuidando además de mi vieja mamá y asegurándome de que lo esté pasando bien. Hablo con todos los que se dejan caer cerca de la mesa a ofrecerme su enhorabuena. ¿Y sabes qué? Eso tampoco es santo de mi devoción… ¿Tanta palmadita en la espalda y todo eso? ¿Tanta farsa y presunción? ¿Qué tiene que ver eso con la música?
No, no he estado que llegase esto, de ninguna manera. Mi banda y yo hablamos mucho de ello entre nosotros: nos lo han ofrecido unas cuantas veces antes y lo habíamos rechazado, pero todos creían ahora que nos correspondía hacerlo. Así que aquí estoy. Todos los del grupo han dicho que no deberíamos hacer un discurso, de manera que no lo he preparado. Vale, eso era lo fácil, no tener un discurso…
Pero a medida que avanza la velada todos los otros nominados hacen discursos muy gentiles y reconfortantes, que suenan de maravilla. Y es cada vez más obvio que lo considerarán una grosería si no decimos al menos algo. No será suficiente dejar que la música hable por nosotros, tal como habíamos planeado. La ocasión exige un discurso. ¡Y va a recaer en mis huesudos hombros el pronunciarlo! Tim Powles (el batería y ‘el chico nuevo’ de The Church) se ha dado cuenta de exactamente lo mismo: hace falta un discurso. Me lleva a los camarines y me sirve un diminuto traguito de mi licor favorito: Unicum Zwack, de Hungría. Una gotita da para mucho cuando hay que refrescar una actitud.
“¡Vas a tener que decir algo!” me dice Tim. Sí, hay que joderse, tendré que hacerlo. La única razón por la que he venido es porque me dijeron que no tendría que dar un discurso, y ahora, cuando quedan apenas quince minutos, es muy evidente que se espera un discurso. Un discurso que sea divertido y cautivador, y todo lo que merece una ocasión como esta. Ligeramente animado por el Zwack, vuelvo a sentarme entre mi madre y mi hermano, y me pongo a pensar, intentando crear el discurso de agradecimiento perfecto. Se me termina el tiempo mientras trato de juntar en cinco minutos lo que debería haber preparado en los últimos cinco meses. Típico Kilbey, típico The Church. El tiro de gracia lo pone Lindy Morrison, una buena amiga y batería de The Go-Betweens. Me ve sentado ahí, boquiabierto, mientras intento mentalmente componer un discurso magnánimo y elocuente: “¡Será mejor que digas algo!” dice Lindy muy sensata.
“Claro”, le respondo, tratando de no hacer caso de su bienintencionada interrupción.
“¿Qué vas a decir?”, pregunta.
“Eee, no sé… algo”, dio en un murmullo, mientras trato de concentrarme.
“Pero, ¿qué va a ser?” me vuelve a preguntar.
“¡No sé! ¡Estoy intentando pensar en algo!”
Seguimos dale que dale un rato, hasta que veo que George Negus nos está señalando que subamos al escenario. Hay cámaras y focos, y gente que me estrecha la mano y me dan palmadas en la espalda. De repente estoy en el podio y me hacen entrega de mi premio, ese triángulo dorado; me giro hacia el público. Puedo ver a mamá y a mi hermano, que están preguntándose qué voy a decir. ¿Voy a echarlo a perder de manera descortés y desagradecida? Veo a otros músicos, managers, agentes, editores y acompañantes, y a los simples espectadores curiosos, que han pagado por entrar. Todos sentados, esperando que los últimos en subir se expliquen y acepten el premio. No hay manera de que les baste con un sencillo “Gracias”.
De manera que empiezo a decir lo primero que se me pasa por la cabeza, y sigo hablando unos quince minutos, y entonces paro. De algún modo, me pongo elocuente, y mis palabras les hacen reír y aplaudir y vitorearnos. Y en medio de todo esto, Michael Chugg, que fue nuestro manager una vez, hace una pregunta muy pertinente a gritos al notar la alegría y regocijo que está causando mi discurso. “¿Por qué no podías haber sido así hace veinticinco jodidos años?”, pregunta en medio de más risas.
Sí, es una pregunta muy buena. ¿Por qué le lleva a alguien tanto tiempo llegar a ser algo que podría haber sido todo el tiempo?  Chugg fue mi manager en mi fase de aislamiento, de confusión y malhumor, que precedió a mi fase arrogante y displicente, que dio paso a mi fea fase de yonqui, que a su vez engendró mi fase de familiar excéntrico: esa en la que me hallo ahora.
La respuesta a la pregunta de Chugg quizás se encuentre flotando en las páginas de este libro.

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