25 ago 2014

Reseña: Drown, de Junot Díaz

Junot Díaz, Drown (Londres: Faber & Faber, 2008 [1997]). 166 páginas. 

Ahora que el gobierno de los Estados Unidos de América más trastabilla en su política de inmigración y emprende la expulsión no ya de adultos latinoamericanos (que entran en su mayoría de forma clandestina en su territorio), sino también de miles de niños, pasa por mis manos este breve pero descarnado volumen de cuentos de Junot Díaz, estadounidense nacido en la República Dominicana. Drown se publicó originalmente en 1996, pero el ejemplar que ahora tengo en mi biblioteca es una edición rústica de 2008.

Los cuentos de Drown tienen en común no solamente la voz (o las voces) de su narrador, por lo general un joven dominicano que se expresa en un inglés directo y coloquial salpicado de hispanismos. Los cuentos también tratan temas muy similares en todos ellos: los intentos de los chicos jóvenes emigrados a los EE.UU. por re-crear una identidad de apariencia externa dura mientras la estructura familiar se está colapsando irremediablemente. Son jóvenes machistas que han crecido en la miseria de la República Dominicana y han aprendido a valerse por sí mismos. Cuando son trasplantados al durísimo entorno neoyorquino saben cómo abrirse camino, aunque sea en el inframundo del comercio de drogas ilegales.

Las narraciones alternan la República Dominicana y los EE.UU. como lugar en el que se desarrollan. Aunque el efecto en ocasiones sea algo extraño (ese ir y venir, en realidad, pocas veces refleja la realidad de los emigrantes, que casi nunca logran ahorrar capital para hacer el viaje de regreso a la Isla), sí resulta llamativo el contraste entre las barriadas y el campo dominicano y los guetos suburbanos en los que se quedan anclados por la pobreza, la falta de educación o su propia indolencia.

Hay cuentos con los que, como en el caso de ‘Fiesta, 1980’, Díaz arranca más de una sonrisa al lector con una espléndida narración de una celebración de dominicanos en un apartamento desde el punto de vista de un niño, Yunior, al que su padre castiga cada vez que se marea cuando viaja en el automóvil familiar (lo que ocurre indefectiblemente siempre que sube al coche). Otros se centran en los dilemas en torno a la sexualidad de un joven emigrante en la sociedad estadounidense, como en el caso de ‘How to Date a Browngirl, Blackgirl, Whitegirl or Halfie’, o en ‘Drown’.

En ‘Aguantando’, el tema es la inabordable soledad que siente una mujer emigrante entregada a la lucha y al esfuerzo titánico diario empeñada en sacar adelante a sus dos hijos después de que el marido la haya abandonado.

Una veta oculta que recorre subrepticiamente casi todos estos relatos de Drown es la violencia, a veces explicitada (como en el caso del hermano mayor de Yunior en ‘Ysrael’), otra veces sutilmente soslayada. Estas son narrativas de diáspora, relatos de ausencias y bruscos cambios de hábitos y costumbres, historias de familias truncadas y separadas, en las que la figura paterna está ausente o representa una imagen violenta, autoritaria y opresora. 

Drown se publicó en España como Los boys (vaya usted a saber por qué), en traducción de Eduardo Lago para Mondadori, y reeditada en 2009 por Debolsillo. Quizá algún día podremos leer otras historias, de otros niños latinos que fueron expulsados del territorio de los EE.UU. de América porque la agenda política interna así lo dicta.

18 ago 2014

Reseña: California, de Edan Lepucki

Edan Lepucki, California (Londres: Little Brown, 2014). 392 páginas.

‘It’s the end of the world as we know it’, cantaban REM a finales de los años 80. La fascinación por el apocalipsis o una versión más o menos llevadera del final del mundo lleva décadas presente en la literatura occidental. Desde la más que sugestiva The Road de McCarthy a la papilla facilona ideada para ser llevada a la televisión (The Leftovers de Tom Perrotta), o las novelas de Margaret Atwood, hay para todos los gustos.

Impulsada por el grupo editorial Hachette en su particular guerra comercial con Amazon, pronto llegará a las estanterías (o a su dispositivo electrónico, si así lo prefiere) California, la primera novela de la estadounidense Edan Lepucki. En California, una joven pareja, Calvin y Frida, han logrado huir de un escenario post-apocalíptico en la ciudad de Los Ángeles. A los cataclismos sobrevenidos con el cambio climático y algunos brutales terremotos se han añadido el colapso del gobierno, de la economía y del orden público. En algún momento, y por culpa de los continuos apagones, internet dejó de funcionar (yeah!), nos cuenta la voz omnisciente de esta entretenida (ojo, pero solamente a ratos) novela.

Cal y Frida escapan en un automóvil cargado de enseres y se adentran en una región boscosa de lo que se supone es el estado de California. En un principio se instalan en un cobertizo, apartados del mundo y de los pocos seres humanos que, según parece, habitan esa parte del mundo. La costa este de los EE.UU. y el midwest han quedado devastados por supertormentas. Del resto del planeta – ¿a quién podría importarle el resto de la humanidad? – no se sabe nada. Casi mejor, diría uno: ¿no sería deliciosamente irónico que esta hecatombe solo afectara a unos pocos ‘escogidos’ in God’s own country…?

El caso es que Cal y Frida sobreviven en su cobertizo, cultivando hortalizas, recolectando setas y frutillas y cazando animalitos en el bosque; cuando están aburridos (no hay tele, no hay libros, no hay internet) se entregan al sexo (lo cual, parece sugerirnos Lepucki, les sucede casi todo el tiempo). Al poco tiempo hacen contacto con otra familia, los Miller, que también se han establecido en la región. Bo y Sandy subsisten, al igual que ellos, a duras penas, pero están sacando adelante a sus dos hijos, Jane y Garrett.

Hay también una especie de buhonero, August, quien desde su carreta tirada por una yegua se dedica al trueque. Tanto los Miller como August transmiten a los jóvenes desconfianza y miedo. El mundo es un lugar peligroso, y es recomendable no explorar los alrededores, en concreto un asentamiento cercano que Bo Miller le enseña un día a Cal.

Todo cambia, sin embargo, cuando Cal descubre que toda la familia Miller ha muerto envenenada. Después de darles sepultura, Cal y Frida se mudan a la casa de los Miller, mejor dotada y preparada para el invierno. Pero la curiosidad les azuza, y Cal y Frida emprenden el camino hasta adentrarse en una especie de laberinto construido con enormes estacas.

Tanto va el cántaro a la fuente que al final Frida se queda embarazada (o eso sospecha ella). Al llegar a esa colonia que protegen las estacas (que los lugareños denominan ‘The Land’, la tierra), Frida se llevará una enorme sorpresa que la deja sin habla. Su hermano, Micah, al que ella creía muerto tras un acto de terrorismo suicida, es el líder de ese extraño poblado.

Lo cierto es que no les reciben con los brazos abiertos. En The Land hay muchas reglas que los recién llegados deben cumplir a rajatabla; además, la suspicacia parece ser la característica conductual más extendida. Poco a poco Frida y Cal van averiguando cosas acerca del pasado de esta extraña comunidad aislada del mundo. En ese lugar no hay niños, y por lo tanto la decisión de comunicar el posible embarazo de Frida se convierte en un significativo elemento de suspense.

La narración retrocede constantemente a un pasado indefinido: a cuando Micah y Cal eran estudiantes en Plank, o a cuando Micah comenzó a coquetear con un grupo clandestino de cariz activista, The Group. Quizás se deba a este hecho que la novela parece por momentos avanzar a trancas y barrancas.

Como contrapunto a esta existencia espartana y laboriosa, los personajes hacen constante referencia a las Comunidades, enclaves formados tras el colapso del sistema político que había existido hasta el comienzo de esta ‘vida de ultratumba’, tal y como Cal y Frida describen su nueva vida alejados de Los Ángeles. En las Comunidades viven los ricos, y el acceso a ellas está fuertemente restringido.

El principal problema de California es que el nuevo mundo distópico no está bien definido en ningún momento. Las interrogantes sin respuesta son tan numerosas que el lector debe optar por seguirle la corriente a la autora hasta el desenlace, dramático y efectista, sin duda alguna. Que Lepucki mantenga y alargue el suspense (no siempre con pericia) no soslaya los muchos peros y limitaciones que encierra esta historia. California no llega a profundizar en ninguno de los temas que toca someramente: la innata atracción que el ser humano siente por ejercer el poder, o la división social entre sexos y la asignación de roles a mujeres y hombres, entre otros.

Una de las incongruencias de la novela es la vehemente reacción que la visión del color rojo produce en las mujeres de The Land. Cuando Frida se hace un pequeño corte en un dedo mientras trabaja en la cocina, por ejemplo, o mucho antes, cuando Sandy ve el saco de dormir rojo en el cobertizo donde viven Cal y Frida. Si esa reacción tan colérica es, como parece serlo, una premisa fundamental de la historia, ¿qué ocurría exactamente en The Land cuando sus mujeres tenían la menstruación? ¿Cerraban los ojos, y santas pascuas?

Dado el mediocre poder creativo que demuestra tener Hollywood en la actualidad, no será de extrañar que California se convierta en su momento en una miniserie o en un largometraje para el consumo de masas. Más papilla, gracias, tenemos hambre.

11 ago 2014

Reseña: The Following, de Roger McDonald



Roger McDonald, The Following (North Sydney: Vintage Books, 2013). 260 páginas.
Quien quiera hacerse una idea definida y precisa de cómo es la vida en Australia sin abandonar las comodidades del siglo XXI puede optar por refugiarse (sí, has leído bien) en un gran centro metropolitano; o bien asumir riesgos y aventurarse entre las suaves ondulaciones al oeste de la Gran Cordillera Divisoria para terminar recorriendo las grandes planicies que separan al desierto de la densamente poblada franja costera. Son dos Australias distintas, pero están obviamente conectadas. La inmensa mayoría de los que visitan este país continente nunca verán esas regiones, y si aprenden algo de ellas, por lo general es bien poco y a través de terceros.

Esta singular novela del australiano Roger McDonald se compone de tres partes (o tres nouvelles, si se quiere) que presentan algunas tenues conexiones entre sí. La que abre el libro se sitúa en los albores del siglo XX en el oeste de Nueva Gales del Sur, y sigue la vida de Marcus Friendly, un chico huérfano, criado por su abuelo, que sabrá ascender peldaños en la escala social hasta alcanzar la cúspide, el puesto de Primer Ministro. De maquinista ferroviario a político en la Canberra de los años posteriores a la Gran Depresión, Friendly simboliza el ‘bloke’, el arquetipo masculino blanco que en su época sustentó (y desde un punto de vista meramente histórico, sigue sustentando) toda una mitología. Esta narración es, para mi gusto, la más conseguida de las tres. La caída en desgracia de Friendly debido a su oposición al reclutamiento forzoso en la Primera Guerra Mundial no será óbice para que progrese en las filas del partido Laborista.

La segunda sección de The Following se centra en tres personajes masculinos muy diferentes en la Australia de los años 60 y 70: Kyle Morrison, hijo del poeta Bounder Morrison, y terrateniente arruinado; el capataz de la propiedad, Ross Devlin; y finalmente un novelista amigo de Kyle, Powys Wignall (quien bien podría ser Patrick White, al igual que Friendly representaría al Primer Ministro Ben Chiefly). Kyle vive en una inmensa propiedad agrícola del oeste de Nueva Gales del Sur, gracias a la caridad de una tía suya, que intercedió para que no lo expulsaran de la granja. El desenlace funesto de esta parte me recordó en cierto modo a Voss, de Patrick White. Antes que abandonar la tierra que adora y que siente suya, se entrega a ella en cuerpo y alma. Literalmente.

La tercera nouvelle está más próxima a la época actual y la acción (por así decirlo) nos lleva a la costa sur de Nueva Gales del Sur. Un grupo de amigos está reunido al final del verano austral tratando de paliarle el dolor a su amiga Sonia, enferma terminal de cáncer. Rodeados por el humo de los incendios habituales en esa época del año, Max Petersen (parlamentario laborista que espera una cartera ministerial en cualquier momento), Harris, el marido de Sonia, y Tiger Yeomans beben y comen mientras recuerdan el pasado. Se menciona a modo de insinuación que Max es el hijo de Marcus Friendly, pero no termina de estar claro qué papel juega esa conexión en el entramado general del libro.

Con una prosa por momentos algo densa, McDonald fuerza en ocasiones al lector a desmadejar los nudos sintácticos con que engarza ideas en sus párrafos. The Following vendría pues a ser el enaltecimiento de un tiempo y una forma de vivir ya fenecidos: la sordidez de la escena política que retrata McDonald en la tercera parte contrasta con los valores de honestidad y esfuerzo que Friendly representaba.

Sin embargo, me resultó un tanto incongruente que no se haga una denuncia explícita y ecuánime de la desposesión de la población indígena. Dado que McDonald opta por un narrador omnisciente, son demasiados los interrogantes que quedan sin respuesta y muchas las lagunas que quedan sin explorar. La intención de The Following no termina de resultarme clara: numerosos personajes que aparecen y desaparecen sin que desempeñen un papel claro en un conjunto ya de por sí confuso.

5 ago 2014

Leer sin interrupciones

Now I have that new-smartphone feelin'! Do you?
El día se compone de veinticuatro horas. De esas veinticuatro quisiera poder dedicar, cuando menos, una hora y media diaria ininterrumpida a la lectura, ya que no lo hago a la escritura. Hace ya más de dos años que decidí que no quería tener un teléfono móvil, inteligente o no. No estoy seguro de que esta negativa de carácter ludita tenga mucho que ver con lo anterior. Sí sé, en cambio, que algo tiene que ver con lo que hace un par de meses parecía molestar tanto al escritor y traductor Tim Parks, que escribió en un post titulado ‘Writing: The Struggle’ de su blog en The New York Review of Books lo siguiente:

“De lo que hablo es el estado de absoluta distracción en el que vivimos y de cómo afecta las energías muy especiales que se necesitan para abordar una sustancial obra de ficción—para sumergirse en ella y regresar una y otra vez a ella en numerosas ocasiones durante lo que pueden ser días, semanas o meses, retomando cada vez los hilos de la historia o las historias, el esquema  de referencias internas, el posicionamiento de la obra en el contexto de otras novelas y, de hecho, del mundo en un sentido más amplio.” (mi traducción)
Y no es solamente la lectura como actividad intelectual ininterrumpida lo que está en estado de sitio constante. También la escritura, aunque sea tan esporádica como la del blog. En el mes de julio Martin Duwell, quien publica mes a mes una habitualmente exquisita reseña de poesía australiana en Australian Poetry Review decidió suspender la correspondiente a ese mes porque estaba dedicando casi todo su tiempo libre a ver no solamente el Mundial de fútbol de Brasil, sino también los pases de ‘grandes partidos’ históricos de ediciones anteriores del evento balompédico por excelencia que la cadena SBS emitía por las mañanas aquí en Australia.

Se suponía que todas estas nuevas tecnologías iban a hacernos la vida más fácil. Y en muchos aspectos, así ha sido. Ya es posible hablar y ver con un teléfono a otra persona en la otra punta del planeta, algo que en algún momento de mi infancia formó parte de las ficciones que formaba en mi cabeza. Quizás con lo que no contábamos es con esta inacabable serie de interrupciones que causan las tecnologías de la comunicación. Volviendo a lo que nos contaba Tim Parks:

“…cuando leemos hay más pausas, interrupciones y reinicios más frecuentes, más aportaciones procedentes de otras partes,  menos refugios en los que acomodar la mente. No se trata sencillamente de te interrumpan; se trata de que tienes de hecho una tendencia a la interrupción. Es por ello que se necesita más y más energía  para mantener el contacto con un libro, en especial uno que sea largo y complejo.” (mi traducción)
En el mismo remedio hemos creado otra enfermedad. ¿Quién no ha sufrido la inoportuna interrupción de alguna interesante, no ya importante, conversación, sea con colegas, con amigos, o incluso con desconocidos? La máquina se adueña de la atención humana y crea en nosotros una artificiosa necesidad de atender a sus requerimientos.

Y no te pienses que la circunstancia de no disponer de un teléfono celular te va a hacer menos vulnerables a las interrupciones. También existe el factor humano.

Un día de la semana pasada recibí cerca de veinticinco llamadas de teléfono procedentes de algún centro de llamadas radicado en, probablemente, la India. En una de las llamadas decidí coger el silbato que uso ocasionalmente cuando ejerzo de árbitro en los partidos de fútbol australiano que juega el equipo al que pertenecen mis hijos. El interlocutor colgó al instante. En otra llamada, fingí no hablar inglés. “Me no English. Español, Spanish, ¿sí? ¿Habla español? Yo very little English. No comprendo English.” Creo que el pobre jovencito se quedó pasmado – estoy seguro de que era un jovencito, que se esclaviza diciendo las fantochadas que esas empresas que los explotan les exigen decir. Y no me vale que me digan que eso se arregla desconectando el teléfono: dado que trabajo en casa y gran parte de mis ingresos proceden de ese trabajo, la idea de desconectar una de las vías de comunicación que me permite conseguir trabajo remunerado es obviamente contraproducente.

Hace poco menos de un año, el novelista Jonathan Franzen, en un artículo que publicó The Guardian y que llevaba por título ‘What’s Wrong with the Modern World’ (‘Qué tiene de malo el mundo moderno’ – por cierto, parece que ya ha desaparecido de la web del diario británico) señalaba la aborrecible tendencia que nos empuja a centrarnos únicamente en el presente:

“…hoy, 53 años después, la queja primordial de [Karl] Kraus – que el nexo entre tecnología y los medios de comunicación ha forzado inexorablemente a la gente a enfocarse en el presente y a olvidarse del pasado – no puede sino sonarme sincera. Kraus fue el primer gran ejemplo de escritor en percatarse plenamente de cómo la modernidad, cuya esencia es el ritmo de cambio cada vez más rápido, crea en sí misma las condiciones para que se dé un apocalipsis personal. Naturalmente, puesto que fue el primero, los cambios le parecían distintivos y singulares a él, pero de hecho lo que hacía era consignar algo que se ha convertido en elemento fijo de la modernidad. Las experiencias de cada nueva generación son tan diferentes de las de la anterior que siempre habrá a quien le parezca que se ha perdido la conexión con los valores clave del pasado. Mientras dure la modernidad, todos los días le parecerán a alguien los últimos de la humanidad.” (mi traducción)

Hace apenas dos semanas que mi amiga F. comenzó a impartir clases en una universidad local, después de unos cuantos años sin haber pisado un aula como docente. Me confesaba que sus estudiantes no demuestran tener curiosidad alguna por prácticamente nada. Medio en broma, medio en serio, le dije que para mucha gente hoy en día aprender conocimientos puede que suponga una pérdida de tiempo, puesto que lo que realmente valoran es la rapidez con la que pueden acceder a la información que precisen en un momento determinado. Ya no se valoran ni la erudición ni la capacidad de almacenar conocimientos sino la preparación tecnológica que permite acceder a información, sea esta veraz o falaz.

Mi día, como el tuyo, se compone de veinticuatro horas. Y cada día que consigo leer una hora sin interrupción alguna es para mí una pequeña conquista. No sé muy bien qué clase de territorio pudiera ser el que estoy adquiriendo, ni siquiera sé si se trata de algo tangible o perceptible que pueda mostrar, como si fuera un trofeo de caza. Pero no me cabe duda de que es mío.


Y que nadie se piense que esto lo he escrito de una sentada. Eso, ya se sabe, es imposible.

4 ago 2014

Reseña: To Silence, de Subhash Jaireth

Subhash Jaireth, To Silence (Sydney: Puncher & Wattman, 2011). 111 páginas.

Tres autobiografías ficcionalizadas en forma de breves monólogos. Tres personajes históricos, de cuyas vidas existen algunos datos, pero a los que sin embargo Jaireth manipula con soltura y un gusto exquisito. Y un vocablo cuyo significado puede ser maleable, como lo es el silencio.

To Silence es un libro único en varios sentidos. No es un compendio exhaustivo de las vidas de los tres personajes. Muy al contrario: los detalles pueden ser oscuros o carecer de importancia. Lo que les une, no obstante, es la cercanía de la muerte. El primero es un poeta místico de la India del siglo XV, de nombre Kabir; le sigue María Chejova, hermana de Antón Chejov; el tercero – sin discordia en este caso – es el filósofo y astrólogo renacentista Tommaso Campanella. En sus narraciones, que Jaireth con amplia lucidez sitúa en un tiempo anterior a la llegada de la muerte misma, pasan de las mundanas preocupaciones de su presente a la rememoración de un pasado, que por lo general será un proceso doloroso.

Kabir encara sus últimos días presionado por su hijo, que quiere ganar dinero con su obra. Pero Kabir ya no puede recordar con absoluta precisión las letras de sus poemas y canciones, y cuando su hijo contrata a un escriba para que transcriba su obra para la posteridad, cae en la cuenta de que la palabra escrita nunca podrá capturar la alegría ni el brío del arte oral. ¿No será mejor, pues, dejar como legado un estruendoso silencio?

Una María Chejova envejecida comienza su monólogo celebrando con circunspección la muerte del tirano Stalin. La presencia de un niño de cuatro años en la casa altera sus días. Pero son las fotografías que le enseña al niño las que la llevan a la reflexión, al recuerdo, al dolor. Sus recuerdos nos hablan del silencio de su hermano cuando ella le pidió su parecer acerca de un pretendiente que quiso casarse con ella, y al que rechazó. Pero es otro silencio mucho más perceptible y evidente el que la atormenta: el silencio colectivo del siglo XX ante la barbarie y las atrocidades (un silencio que en ocasiones parece haberse, si no perpetuado, sí trasplantado a esta segunda década del siglo XXI). ¿Estamos siendo, como admite haber sido María Chejova, testigos mudos de la historia?

El tercer monólogo, el de Campanella, es el que en cierto modo menos me satisfizo de los tres. Quizás el motivo radique en que soy reacio a aceptar la creencia en un dios todopoderoso, y mucho menos el dios monoteísta hecho a imagen y semejanza de la figura patriarcal que tanto daño ha causado a lo largo de los siglos. Y es que Campanella atribuye todo a la gracia de su dios. El silencio que Campanella arrastra como una losa en sus últimos años de vida tiene un doble filo: por un lado el del amor (homosexual) prohibido y el pecado que éste conlleva en la religión que profesa; por otro, el silencio respecto a un execrable crimen que presenció en su juventud y frente al que no reaccionó.

El tono común a los tres monólogos es pues confesional, pero también meditativo. Los personajes nos hablan con una exquisita cercanía. La intimidad de sus palabras fascina tanto como una auténtica narración autobiográfica: Jaireth consigue llevarnos a la choza donde Kabir pasa sus últimos días, o a la casa museo de Chejov donde su hermana llora en la intimidad de su silencio. El silencio como reconciliación con el pasado y con el mundo, pero también el silencio como lamento y rendición de cuentas. ¿Qué es el tiempo sino el silencio que todo lo cubre con su manto? Para Jaireth el tiempo cronológico no importa como artificio narrativo: del siglo XV en India pasamos a la Rusia del XIX y XX, para terminar en el XVII en Roma.

Subhash Jaireth (de quien ya reseñé su novela After Love) escribe con una gentileza inusual en nuestros días. Aun siendo narraciones, estos tres monólogos son el resultado de un perspicaz injerto de diferentes géneros, y la poesía está también presente:

“The wings the words span isn’t limitless; often they fail to fly and it would be prudent to remain cognisant of their failure; if they cause infliction, the cure for it resides in close proximity to them, and the cure, my dear friend, is silence.
Yes, just silence.” (p. 107-8)
“Las palabras no son de una envergadura ilimitada; a menudo no logran echar el vuelo, y es cuestión de ser prudente y seguir siendo conocedor de su fracaso; si ocasionan una pena, su cura radica en la cercanía a ellas, y la cura, amigo mío, es el silencio.
Sí, solamente el silencio.”
Un libro extraordinario por su sencillez y delicadeza. Todos terminaremos, todo termina, de alguna manera, más pronto o más tarde, en el silencio. Bienvenido sea.

2 ago 2014

Raons de sang i foc, by Pep Castellano: A Review

Pep Castellano, Raons de sang i foc (Alzira: Bromera, 2011). 214 pages.

From a reader’s point of view – at least from this reader’s point of view – one of the most prized aspects of historical fiction should perhaps be the sense of verisimilitude characters can bring with them. It is not enough to provide accurate descriptions of the costumes, tools and other utensils that were used in the past; nor is it sufficient to give an enjoyable account of the historical events that constitute the backdrop to a given story. No, we probably want more: We want to hear the words, the accents, the idioms; we want to ‘feel’ the sounds that make a character even more credible to our eyes.

Widower Muhammad, a cobbler, lives in 16th-century Castelló with his only daughter, Saïda. She’s a real beauty, and works very hard to help her father in the tanning business. They are Moorish, moriscos, and in the early 16th century their social status is very low – the Valencian moriscos have become sort of pariahs in their own lands. They’re being targeted by the budding bourgeoisie made up of guilds of Christian craftsmen, while in the rural areas the aristocracy exploits them rather abusively.

When procuress Salma witnesses the rape of Saïda by her uncle Ahmed (nicknamed ‘Fartdevi’, i.e., Drunkard), she stabs him to death. With the help of Muhammad she does her best to pretend it has all been an accident (Ahmed, drunk as usual, fell asleep close to the hearth and got burnt), but the Deputy Governor, Jeroni, finds a bloodied shirt in the house and accuses Saïda of murder. Salma, a woman whom everyone seems to owe some favour of one kind or another, has always been very protective of Saïda, and somehow manages to convince him to keep quiet about the whole affair. As a result, they will all be blackmailed.

The times are tumultuous, to say the least. There is violence everywhere. The agermanats (city-based Brotherhoods of craftsmen and tradesmen) mercilessly ransack and destroy the Moorish quarter of Castelló and raid the village of Xivert, only to be crushed later by the mascarats’ army led by the Duke of Sogorb.
The Castle in Xivert
Raons de sang i foc is however a love story set against this historical backdrop of violence, wars and religious persecution. It is being told by Selma to her sister, a shepherdess who is a bit of an outsider, and who has apparently been attacked by soldiers and left mute. Selma (nicknamed Cerafina, i.e., Fine Wax) tells the love story of Saïda and Manel, apprentice to a tanner. Selma facilitates their trysts (her house is no bordello, though, she assures us) and helps them find a way to leave these troubled lands. “What woeful times we have had to live in, eh? Love and death go hand in hand, you see”, she tells her sister.

Against the widespread racial and religious prejudices that dictate the course of events, Manel and Saïda have not only to fight their own mistrust and prejudices but also pretend what they are not in order to survive.
Cap i Corb, where Saïda, Manel and Selma made a bold decision.
Castellano’s real success in Raons de sang i foc is Selma. Her voice, her narrative tone, echoes across the centuries in her broad street talk, the idioms and proverbs she employs to describe other characters, to give advice to Saïda or Manel or to criticise the powerful, and also her sense of humour. With very witty dialogues, this is a book to read aloud. This is not only entertaining historical fiction but also a well-constructed narrative whose intrinsically oral qualities allow the reader to hear a 16th-century Moorish Celestina tell a story with flair. Let Selma take you back time. It is a worthwhile trip.

Raons de sang i foc was awarded the 2010 Blai Bellver Prize for Fiction.

28 jul 2014

Reseña: Floodline, de Kathryn Heyman

Kathryn Heyman, Floodline (Sydney: Allen & Unwin, 2013). 297 páginas.

Quien pasee por las calles del casco viejo de la ciudad de Valencia podrá ver en algunas de las paredes inscripciones o rótulos que señalan el máximo nivel alcanzado por las aguas de la riada que devastó la ciudad del Turia en 1957. Entonces yo todavía no había nacido, pero recuerdo muy claramente las historias que mis abuelos y mi madre contaban de aquellos días terribles en que las aguas se desbordaron del que es ahora gran parque y pulmón de la ciudad y en su época fue cauce del río.
(Fuente: Expansion.com)
Las inundaciones son fenómenos habituales, y como demuestra la misma historia del Diluvio Universal que recoge la Biblia, muy antiguas. La autora australiana Kathryn Heyman crea con la ficticia ciudad de Horneville un escenario de desastre natural en el que dos historias paralelas confluyen en un desenlace insinuado pero no cerrado.

Por una parte está el hospital de Roselands, en el centro de la ciudad, al que la catástrofe convierte en prisión de los enfermos y sus cuidadores. En lugar de ser un lugar de refugio al que los afectados por la riada puedan acudir, el hospital pasa a estar en estado de emergencia, del que habrán de ser evacuados tanto pacientes como empleados. Tras la pérdida de la electricidad que causan las aguas, y finalmente la parada de los generadores eléctricos, la dirección del hospital se verá obligada a tomar decisiones muy difíciles. Este hilo argumental sigue a la enfermera Gina, cuya historia personal (familia abandonada por el padre, madre alcoholizada de quien tiene que cuidar desde muy pequeña) la ha endurecido tanto que parece no mostrar emoción alguna en medio de las calamidades y dilemas éticos a los que se tiene que enfrentar en los larguísimos días en que el hospital sucumbe a la catástrofe.
El río Turia a la altura del puente de la Pechina el 14 de octubre de 1957. Un puente que he cruzado miles de veces.
La otra historia de Floodline se centra en Mikey Brown y sus dos hijos, Talent y Mustard. Mikey se ofrece como voluntaria a llevar un remolque lleno de suministros de ayuda preparados por una iglesia de corte evangelista (NuDay) a las víctimas del desastre de Horneville. Su pasado también esconde puntos oscuros: a sus hijos siempre les ha contado que el padre, Scott, se fue a Horneville y no volvió nunca a casa.

La riada, provocada por lluvias que los fieles de NuDay no dudan en atribuir a la intervención de Dios como castigo a los habitantes de Horneville, cancela el festival de ‘iniquidad y corrupción’ que la comunidad gay y lesbiana había preparado para esas fechas.

Tanto Mikey como sus dos hijos han sido sometidos a un auténtico lavado de cerebro, y resulta interesante constatar cómo van cambiando sus opiniones y percepciones de los ‘depravados’ homosexuales de Horneville tras llegar al recinto donde se congregan los encargados de dirigir todas las operaciones humanitarias. Siendo el rostro familiar del canal de compras de TV de NuDay (‘Shop for Jesus’), a Mikey le cambia el gesto tras ver con sus propios ojos en qué consisten los paquetes de ayuda humanitaria que la organización de NuDay había preparado, gracias a una generosísima subvención gubernamental.

Con todo, es el enorme dilema ético que se vive en el hospital el que captura la atención del lector de Floodline. Cuando es evidente que los suministros se van a agotar y que no será posible evacuar a todos los enfermos, las terribles, espinosas decisiones en torno a los pacientes cuya vida no será posible salvar interesarán a todo aquel que perciba en dilemas éticos similares un punto de preocupación muy actual. ¿Qué es más ético en mitad de una tragedia como ésta? ¿Mostrar emociones y empatías, o tomar frías decisiones y pasar a la acción?

Floodline explora temas de interés contemporáneo: la ausencia y la presencia de la fe religiosa en situaciones límite, lo indescifrable que resulta ser la naturaleza humana en determinadas circunstancias, el papel de los padres en la educación de los hijos, la tolerancia y la aceptación de la diferencia social por razones de preferencias sexuales. Para mi gusto, lo mejor de la novela son las escenas y diálogos que Heyman crea, en un escenario casi apocalíptico: un hospital rodeado de aguas fecales y en el que los pacientes se apilan en pasillos en una atmósfera asfixiante debido al calor y la falta de aire acondicionado, y del que conforme pasan las horas es más y más difícil escapar. No me convenció, en cambio, el modo en que la autora trata de hacer confluir las dos tramas en un desenlace abierto, aunque quizás un poco trillado.

24 jul 2014

Reseña: The Burning Library, de Geordie Williamson

Geordie Williamson, The Burning Library: Our Great Novelists Lost and Found (Melbourne: Text, 2012). 224 páginas.

Podría argumentarse que una de las necesidades para todo emigrante es informarse del patrimonio cultural del país de acogida. Siempre he sostenido que una de las mejores maneras de formarse una imagen (que estará no obstante incompleta) de un lugar y de la sociedad que lo habita es a través de la literatura que ese lugar ha producido. La publicación de The Burning Library, del distinguido crítico Geordie Williamson, buscaba poner de relieve a algunos autores australianos del siglo XX cuyos libros han quedado si no olvidados, ciertamente descatalogados.

Tomemos por ejemplo el caso de David Ireland, de quien allá por 1998 compré en una librería que da salida a restos The Chosen, una curiosa y bastante sofisticada novela dotada de múltiples puntos de vista narrativos, que pasó desapercibida en su momento. The Chosen me gustó en su momento; luego pude comprobar (no sin cierta sorpresa) que la única forma de acceder a los libros anteriores de David Ireland era o bien buscándolos en librerías de segunda mano, o tomándolos prestados de las bibliotecas públicas. Y así fue como en librerías de viejo de Canberra, Melbourne y Sydney pude encontrar ejemplares de segunda mano de The Unknown Industrial Prisoner, The Glass Canoe, The Chantic Bird, Archimedes and the Seagle y Burn, títulos descatalogados en su mayoría.

La mayoría de los nombres de autores sobre los que escribe Williamson en The Burning Library son por lo general bien conocidos: además del Nobel Patrick White, gozan de alguna fama los nombres Tom Keneally, Christina Stead, Xavier Herbert. Randolph Stow y Gerald Murnane, éste último todavía bastante activo activo, con tres nuevos títulos publicados en los últimos cinco años. Pero de los demás (Marjorie Barnard, Flora Eldershaw, Dal Stivens, Jessica Anderson, Sumner Locke Elliott, Amy Witting, Olga Masters y Elizabeth Harrower) las únicas referencias que tenía hasta ahora eran breves menciones en algún que otro volumen dedicado a la historia de la literatura australiana.

Y puede que sea ése precisamente el gran valor de esta colección de breves ensayos: The Burning Library, sin llegar a constituir un profundo ni minucioso estudio de las obras de los autores a los que incluye Williamson, sí proporciona excelentes pistas al lector que quiera conocer algo más sobre ellos y la época en que se dieron a conocer en la (a veces caprichosa) escena literaria australiana.

El entusiasmo de Williamson por la literatura australiana es evidente – como no podía ser de otro modo, si es que hace falta mencionarlo – pero lo alienta un ánimo reflexivo, meditado, nada fanático ni exaltado. Si exceptuamos la provocadora consigna de la página 1 (“Asi pues, ¿quién, o qué, mató a la literatura australiana?”), no hay grandes gestos ni grandilocuencia, y eso se agradece, pues si hay algo que quizás sobre actualmente en el escenario en el que se desenvuelve la literatura australiana, es una cierta tendencia a expresarse con desmesura y exaltación, no exenta de conexiones considerablemente politizadas.

No obstante lo anterior, se debiera preguntarle al autor de The Burning Library también por las ausencias (que las hay, y bastante llamativas). Han sido varios los críticos que han señalado que la aparición de este importante volumen parece haber estado dirigida a acompañar la colección de “clásicos” que la editorial Text inició en 2012. Sea como fuere, The Burning Library puede muy bien servir de plataforma de (re)lanzamiento de un variado elenco de autores que han quedado un tanto distanciados u olvidados.

Personalmente, The Burning Library me ha servido para corroborar ciertas ideas que he ido formando acerca de la literatura producida en Australia gracias a mis lecturas en las dos últimas décadas, pero sobre todo ha espoleado mi interés y curiosidad por muchos de estos “desconocidos conocidos”. Ojalá encuentre el tiempo para leerlos y descubrirlos. De momento, The Watch Tower (de Elizabeth Harrower) es uno de los títulos que he añadido a mi must-read list, y espero que a éste le sigan muchos otros.

Pienso que muchas veces, en el fragor del debate académico y de la crítica literaria, muchos se olvidan del hecho de que la literatura nunca deja de ser un ente vivo, un gran árbol, del cual, naturalmente, caen hojas y ramas, pero en el cual hay brotes nuevos impulsados por una savia que bebe de lo viejo y lo nuevo; un árbol, asimismo, al que es posible realizarle injertos foráneos con gran éxito, y cuyos frutos deleiten, no solamente para fruición de los locales, sino que también sean exportables al extranjero.

21 jul 2014

Reseña: The Circle, de Dave Eggers

Dave Eggers, The Circle (Londres: Penguin, 2013). 491 páginas.

¿Cómo saber que quien un día lea estas líneas no pondrá mi nombre en una de las diferentes listas negras de disidentes que pueden estar confeccionando agencias de seguridad y vigilancia en la Red? Imposible saberlo. Y en el fondo, no es que me importe demasiado, a decir verdad. Por decir algo que es lugar común: El constante e imparable avance e intromisión de las nuevas tecnologías en nuestras vidas (tanto en su vertiente privada como en la pública), ¿no tiene algo de siniestro?

La penúltima entrega del estadounidense Dave Eggers, The Circle (recientemente se ha publicado otra novela suya) tiene como protagonista a una jovencita Mae Holland, que hace poco hace egresado de la universidad y que gracias a la influencia de una amiga y excompañera de casa suya, Annie, consigue un puesto de trabajo en un imperio tecnológico, una gran empresa de las redes sociales tan dominantes en esta prodigiosa era post-postmoderna (¿es eso, no?) que nos ha tocado vivir. La compañía se llama The Circle, y cuenta con un fastuoso y extenso campus cercano a San Francisco. “’Oh, Dios mío’, pensó Mae. ‘Es el Cielo’.” Hete ahí la primera oración de la novela.

The Circle vendría a ser la (verosímil hasta cierto punto) suma de todas las grandes empresas que ofrecen sus servicios y productos en el mercado virtual: Facebook, Google, Apple, Twitter, Linkedin, PayPal, y añada usted todas las que quiera. La dirigen los ‘Tres Sabios’ (otra posible traducción de este trío, por cierto, sería ‘Los Tres Reyes Magos’), y se dedica a reclutar a lo más granado y prometedor de entre los mejores ingenieros, diseñadores, programadores, arquitectos, etc., disponibles en el gran e inagotable mercado global.

Para una explicación detallada de la significación de los nombres que asigna Eggers a los personajes de esta novela, recomiendo la reseña titulada ‘When Privacy is Theft’ [Cuando la privacidad es un robo] que hizo en su día la canadiense Margaret Atwood para The New York Review of Books, y que puedes encontrar aquí.

La trama de The Circle contiene guiños a muchas otras obras que la han precedido: 1984, por supuesto, y Un mundo feliz de Huxley, pero también poemas clásicos como el ‘Infierno’ de Dante o ‘Kubla Khan’ de Coleridge. A medida que Mae va adaptándose a su nuevo trabajo y a la sociedad que The Circle está construyendo como modelo exportable a todo el mundo, su personaje resulta, al menos en mi opinión, menos plausible, menos creíble.

Tras un absurdo tropiezo con la ley que la pone en una situación algo comprometida, Mae recibe el perdón de uno de los Tres Sabios a cambio de convertirse en distintivo viviente y en vivo de la empresa, omnipresente portadora, gracias a la red y a millones de cámaras asociadas a la causa de la transparencia, de los valores de aquella: sin la capacidad crítica necesaria para poder siquiera atisbar las consecuencias finales de sus decisiones, Mae prostituye su cuerpo, su mente y, si me apuran, hasta su espíritu, apuntándose con facilidad simplona a la visibilidad permanente de su vida y a la venta de los eslóganes tecno-fascistas de The Circle: “Los secretos son mentiras. Compartir es cuidar. La privacidad es un robo.” ¿No se acuerdan ustedes de que “Hacienda somos todos”? Que se lo pregunten al Bigotes o al Bárcenas, a ver qué piensan al respecto.

Todo lo hace Mae en aras de la transparencia, la verdadera democracia, la erradicación de la pobreza, el crimen, la protección de los niños indefensos. Únicamente puede desconectar la señal de audio de su transmisión continua cuando entra al baño a hacer sus necesidades: la transparencia también tiene sus límites. En una alusión muy pertinente a la situación a la que parece encaminarse la sanidad pública en las llamadas democracias occidentales, Mae consigue colocar a sus padres bajo la cobertura del seguro médico de la empresa (su padre padece esclerosis múltiple), pero el precio humano que ellos deben pagar por ese ‘lujo’ les resulta al poco tiempo intolerable.

Atwood señala en su reseña que Eggers “maneja sus materiales con admirable ingenio y entusiasmo”, y si bien advierte de que “no es ‘ficción literaria’ de esa clase” [ha mencionado a Chejov un poco antes] sino “un entretenimiento, pero exigente”, yo discrepo. La idea fundacional de The Circle, o esa especie de luz atisbada entre tinieblas que invita o provoca la creación de una obra literaria (o de arte, en términos más amplios), es muy buena. Es cojonuda y extremadamente relevante.


Pero la puesta en escena cojea. Al igual que me ocurrió con A Hologram for the King (reseñada hace más de un año aquí), no me sentí conectado con la novela en casi ningún momento, quizás porque me parece detectar un trasfondo artificioso, como si Eggers nunca se hubiera en serio a sí mismo. Además, me parece bastante pretencioso que un autor divida una novela de 491 páginas en tres ‘libros’, de los cuales el tercero contiene solamente dos páginas y media. Quizás a alguien se le haya olvidado que antiguamente muchos libros solían incluir un ‘epílogo’, cuya función primordial era la de atar cabos. Claro que estas son observaciones que solamente se le podrían ocurrir a un viejo ludita que ni tiene cuenta en Facebook, ni puñetera falta que le hace.

17 jul 2014

Reseña: An Unnecessary Woman, de Rabih Alameddine

Rabih Alameddine, An Unnecessary Woman (Melbourne: Text, 2014). 291 páginas.
¿Qué mejor manera podría haber de comenzar el año que acometiendo la traducción de una gran obra de la literatura mundial? La protagonista de An Unnecessary Woman [Una mujer innecesaria] es una traductora aficionada residente en Beirut que ronda los 72 años. A finales del año, cuando ha terminado de redactar a mano un proyecto de traducción que luego esconde con esmero en cajas de cartón, elige un nuevo proyecto.

La vida de Aaliya ha girado en torno a los libros desde que su marido, “el apático mosquito al que le fallaba la trompa” (p. 13, mi traducción), se divorciara de ella hace más de 50 años. Casada a los 16 años, cuando “mi país…aún trataba de zafarse del siglo XIV” (p. 14), trabajó durante décadas como dependienta en una librería de Beirut, de donde fue sacando a hurtadillas los innumerables volúmenes que ahora reposan en su pequeño y ajado apartamento, donde vive sola. Cuando se presenta al principio de la novela ante nosotros, sus lectores, acaba de teñirse el pelo azul por error, y se debate, tras haber concluido la traducción al árabe de Austerlitz de W.G. Sebald, en si acometer o no la enorme obra póstuma de Bolaño, 2666.

Aaliya solamente traduce obras que no hayan sido escritas originalmente en inglés o en francés, los dos idiomas que, aparte del árabe, domina con fluidez. El corpus de su obra como traductora cuenta con 37 títulos. Es decir, lo que hace es traducir a partir de traducciones ya publicadas en inglés y en francés, traducciones que nunca ha leído nadie.

De esta encantadora narración en primera persona que realiza Aaliya surgen múltiples historias acerca de las personas que jugaron algún papel significativo en la vida de esta señora tan atípica. Así, conocemos a  Ahmad, joven voluntarioso que un día se presenta en la librería buscando un libro (El conformista de Alberto Moravia) y que termina por convertirse en su ayudante de librero con tal de poder leer los volúmenes que Aaliya vende (o no vende). Tras el Septiembre Negro Ahmad encuentra en la tortura su vocación, y será entonces cuando Aaliya, mucho mayor que él, descubra el placer del sexo con él. También los numerosos miembros de su familia, en especial su madre y su medio hermano, forman parte de los recuerdos que Aaliya va desgranando. La narración (no me queda del todo claro que pueda decirse que haya una trama) fluctúa entre los larguísimos años de la guerra civil libanesa y la época actual en la que escribe Aaliya, y está salpicada de abundantes citas, referencias y anécdotas literarias.

Aaliya encarna la típica lectora imperecedera. En su solitaria vida le acompañan sin embargo nombres ilustres de la literatura, en la lectura atenta de libros que han logrado capturar a lo largo de los siglos el esencial caos que supone la vida, el misterio del ser humano, de autores como Tolstoi, Conrad, Faulkner, Kafka, Hemingway, Dostoievski, Calvino, Borges, Nabokov, Javier Marías, Saramago, David Malouf, Joseph Roth, Flaubert, Proust, Spinoza, Schopenhauer y Fernando Pessoa, entre muchos, muchos otros. También hacen acto de presencia compositores, pintores y hasta directores de cine, de cuyas vidas y obras Aaliya ha aprendido en algún momento algo que le sirve de consuelo o le da pie a la (auto)reflexión.

Pero posiblemente sea la historia de su amiga Hannah la que más nos acerque al corazón de Aaliya. Hannah, unos cuantos años mayor que Aaliya, debería haber formado parte de su familia, pero el infortunio se ceba en ella cuando el que cree que será su prometido, teniente del ejército libanés al que conoce en un taxi, fallece en un accidente. Durante años, Hannah y Aaliya comparten infinidad de cosas en una sociedad donde una mujer que pierda o sea abandonada por su marido se convierte en un “apéndice innecesario”. Gran parte del dolor que siente la traductora emana de la muerte de su amiga, muerte que no supo prever ni evitar.

El telón de fondo de esta deliciosa novela es siempre la ciudad natal de Alameddine, Beirut. Dice de ella Aaliya: “Beirut es la Elizabeth Taylor de las ciudades: chiflada, hermosa, cursi, arruinada, envejecida y siempre impregnada de drama. Se casará también con cualquier pretendiente obsesionado que le prometa una vida más acomodada, sin que le importe lo inadecuado que él sea.” (p. 88)

Rabih Alameddine crea en Aaliya un personaje singular y memorable, una anciana que puede resultarnos por momentos fastidiosa pero también enternecedora. Estoy seguro de que sus vecinas, a las que ella se refiere como “las tres brujas”, coincidirían en esa apreciación. Por otra parte, son constantes sus humorísticas ocurrencias, con las que de alguna manera logra enfrentarse al desgaste que le ocasionan la vejez, la soledad y el dolor por la pérdida de los seres queridos. De su posible locura, dice Aaliya: “Debo mencionar ahora que solamente porque durmiera con un AK-47 en lugar de un marido durante la guerra no me convierte en una loca.” (p. 26)

An Unnecessary Woman es también la historia de la entereza y el coraje con que una mujer toma conciencia de la necesidad de luchar por sobrevivir y aferrarse a la cordura en medio de la barbarie y la desesperación, inmersa por otra parte en una cultura que encasilla a la mujer en papeles secundarios. Aaliya parece conseguirlo aferrándose a la belleza que encuentra en la literatura universal, al tiempo que reconoce lo absurdo y lo fútil que puede resultar ser el arte en última instancia. Un personaje complejo y mordaz al que Alameddine dota de una elegancia epigramática heredada del mismísimo Ovidio.


An Unncessary Woman la publicó Lumen en español en 2012 como La mujer de papel, en traducción de Gemma Rovira.

Esta reseña ha aparecido también en Hermano Cerdo.

5 jul 2014

Reseña: Friendship, de A.C. Grayling

A.C. Grayling, Friendship (New Haven: Yale University Press, 2013. 229 páginas.

¿Quién no recuerda las miradas de complicidad de padres o hermanos cuando uno se presentaba en casa a media tarde en compañía de una ‘amiga’? ¿Y las risitas que provocaba en ese público medroso y recatado de los años 70 cuando Kiko Ledgard repetía la presentación de una pareja de concursantes del ‘Un, dos, tres’ por parte de la azafata de rigor como “amigos y residentes en…” pero añadía la palabra “sólo” en lo que era en realidad una pregunta capciosa y entrometida? Como todos sabemos, la palabra 'amigo/a' puede estar cargada de significados que distan mucho de la definición que nos da el diccionario.

Friendship es un estudio de la amistad desde una base filosófica e histórica. En una época en la que cualquiera que abra una cuenta en Facebook contará de inmediato con numerosísimos amigos (por cierto, no te molestes en buscarme en Facebook: no estoy), uno podría tener la impresión de que el concepto de amistad está más bien devaluado. De hecho, resulta altamente significativo que, al menos en la lengua inglesa, ‘friend’ se ha convertido en verbo, y sus opuestos, ‘defriend’ o ‘unfriend’, forman ya parte del vocabulario habitual. ¿Realmente se puede eliminar una amistad con un clic del ratón?

Grayling divide este volumen, el primero de una nueva serie que Yale University Press dedica a los ‘Vicios y Virtudes’ humanos, en tres partes: Ideas, Leyendas y Experiencias. En la primera realiza un preciso aunque no exhaustivo repaso al significado de la amistad en la cultura occidental, desde Platón y Aristóteles a autores del siglo XIX y XX, incidiendo en los valores y propósitos que los seres humanos hemos visto en la amistad desde el principio de los tiempos. La taxonomía que Grayling resume para el lector nos presenta con cuatro conceptos que ya los antiguos griegos discernían: ‘phila’, ‘eros’, ‘agape’ y ‘storge’.

La segunda sección examina los ejemplos míticos, literarios e históricos de amistades imperecederas, como los casos de Aquiles y Patroclo, o Hamlet y Horacio, entre muchos otros. En los capítulos que componen la tercera parte Grayling trata de producir una síntesis, refinando y categorizando términos y nociones de la amistad en tanto que responsabilidad ética, o el peliagudo asunto de si es posible (por supuesto que no es per se imposible, pero aún así, es necesario debatirlo) la amistad entre personas de distinto sexo, o qué es lo que puede llegar a constituir una mala (o nociva) amistad.

El hecho de que Grayling en cierto modo adapte su esquema ensayístico alrededor de la historia de una idea hace de Friendship una especie de tour en un archipiélago. Al lector se le lleva de isla en isla sin que sepa en ningún momento cuál es la meta final. Lo cual – como sucede con todo viaje que no sea un mero, frívolo itinerario turístico – a fin de cuentas importa poco, pues lo que cuenta no es el destino sino el viaje en sí mismo. Y como en todo viaje, uno puede quedarse prendado de detalles llamativos, como éste:

La idea de que el amor de uno por los demás debiera ser universal y no debiera distinguir a una persona más que a otra sería, no simplemente inaceptable sino también insostenible, exactamente igual que la enseñanza del Evangelio que nos dice que, si queremos realmente seguir a Cristo debemos deshacernos de todo nuestro dinero y posesiones y, como los lirios del campo, no hacer plan alguno para el porvenir. Al más coherente y honrado de los epígonos se le considera un fanático por hacer lo que las escrituras de las principales religiones le dicen; si todos fueran fanáticos, la vida humana sería intolerable, pero en todo caso tampoco duraría (quizás, por fortuna) mucho tiempo.” (p. 74, mi traducción)
Quizás uno de los aspectos de esta relación tan intrínsecamente humana que más fácil resulta obviar hoy en día es, como apunta Greyling, el hecho de que adoptar o asumir una amistad también implica cosas que pueden resultar negativas. Son muchas e innegables las bondades de una relación de amistad, pero “la amistad tiene también sus aspectos negativos y sus peligros. Uno de ellos es que, cuando hacemos amigos, nos comprometemos con el dolor. Lo mismo cabe decir para el amor. Inevitablemente, uno de los dos…va a quedar privado del otro – a causa de la muerte, del divorcio, del distanciamiento que el tiempo conlleva a medida que la gente y las circunstancias cambian.” (p. 179, mi traducción)


Friendship es un ensayo de lectura muy asequible, pensado obviamente para el gran público, no para académicos. Sin ser superficial o frívolo en su tratamiento de cuestiones de honda raíz filosófica, por fortuna Grayling nunca abandona la posición de que la sencillez es la apuesta más segura a la hora de abordar ideas y debatirlas.

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