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1 abr 2016

Reseña: On Beauty, de Susan Johnson

Susan Johnson, On Beauty (Carlton: Melbourne University Press, 2009). 91 páginas.
´Beauty is in the eye of the beholder´, dice un antiquísimo proverbio en lengua inglesa cuya traducción más convencional (‘Todo es según el cristal con que se mire’) no termina de convencerme; me parece imperfecta, en tanto que la versión en castellano deja caer la noción de belleza de la ecuación y la reemplaza con un “todo” absoluto que nada tiene que ver con lo que expresa el proverbio inglés.

Este librito de la escritora australiana Susan Johnson es un modesto y ameno ensayo sobre la belleza, entendida no solo como concepto, sino también como sentimiento humano. Digo sentimiento porque pienso que a la abstracción intelectual de la belleza no es posible llegar sin antes percibir o sentir la presencia de algo que nos es bello.

La belleza, así pues, se nos presenta de formas muy variopintas y también muy personales, como expresa muy bien el aforismo mencionado antes. Para la mayoría, la belleza se nos aparece como algo esencialmente visual, otros ven más belleza en la interpretación de una pieza musical, mientras que otros pueden percibir la belleza a través de las palabras. De lo que no cabe ninguna duda es que consideramos como “bello” algo que satisface nuestros sentidos, nuestro sentido de la proporción y el ideal de la realidad exterior.

Johnson subraya el hecho de que la belleza es una paradoja. La belleza queda “sometida con el fin de prestar un servicio, por parte de la moralidad, la religión, el arte, la política, el mito, y la mayor parte de las veces por hombres que creen poseerla.” (p. 11, mi traducción) Confiesa Susan Johnson que para ella la vida parece haber sido a veces “una larga búsqueda de la belleza” (p. 25). Puede que sea así para todos los que, en mayor o en menor medida, nos hemos involucrado personalmente en campos relacionados de alguna manera con la creación artística o sencillamente nos atrevemos a dar a conocer nuestra opinión sobre las creaciones de otros.

Naturalmente, importa mucho el medio en el que se nos presenta una creación: un castillo de fuegos artificiales visto por TV (incluso en una retransmisión en HD) ni siquiera se acerca al canon de belleza que alcanza ese mismo espectáculo visto en vivo, a metros del lugar desde donde se disparan las carcasas. Las fotografías suelen hacer justicia a los paisajes, pero ninguna puede reemplazar la sensación que estar allí presente, en el momento apropiado.

Una de los comentarios de este librito que más curiosidad me han suscitado es el que hace Susan Johnson respecto a la “obra” de los hermanos Chapman, Jake y Dinos. En particular, el tratamiento al que sometieron a los grabados de Goya, los llamados Desastres de la guerra. Dice Johnson que “si los hermanos Chapman tenían la esperanza de despertarnos de nuestro letargo al desfigurar y destrozar la obra de Goya, tuvieron éxito: quería escupirles a ambos, de una manera transgresora, y ciertamente, sin belleza alguna.” (p. 70, mi traducción) Y por lo que he podido ver, tiene toda la razón.

No comment...
Podríamos hacer una rápida prueba (la cual no probaría nada, por otra parte – ¡y menos mal!). ¿Cuántas de estas cosas que incluyo crees tú que se aproximan lo suficiente al canon de lo que consideras “bello”?

Dicen que la primavera la sangre altera, pero esta música siempre me ha parecido bella, independientemente de la estación.
La belleza de unas florecillas en el Parque Nacional de Snowy Mountains, Nueva Gales del Sur.
La belleza de la perfección en el deporte. La obra de arte del futbolista que todos soñábamos con poder ser alguna vez cuando éramos niños.
La naturaleza, cosa que sé demasiado bien, puede entrañar horror y terror. Cuando está calmada, en cambio, es la estampa misma de la belleza. Un fiordo noruego, fotografía de Erik A. Drabløs.
La belleza de una comida sencilla, sabrosa y saludable. Pescado fresco del río Mekong. Insuperable.

31 jul 2015

Reseña: Reality Hunger, A Manifesto, de David Shields

David Shields, Reality Hunger: A Manifesto (Camberwell: Penguin, 2010). 213 páginas.

En el párrafo 239 de su libro, David Shields expone sus dudas de que él sea “la única persona a la que le parezca cada vez más difícil querer leer o escribir novelas.” (p. 81, mi traducción). Puede que sea cierto, que no esté solo, pero a mí no me cabe ninguna duda de que probablemente sean muchos más los que quieren seguir leyendo (si no escribiendo) obras de ficción.

Un libro a ratos absurdo y contradictorio y a ratos provocador y sugestivo, este mal llamado manifiesto abunda en la (ya repetida hasta la saciedad) inminente muerte de la novela como género literario. Aduce Shields que el público tiene hambre de realidad. Personalmente, la ficción es el género que prefiero leer casi de continuo, para poder evadirme de la realidad – mi realidad, que nunca será la realidad de David Shields o de ningún otro ser humano. No niego que haya muchos a quienes se les despierte el ansia de consumir eso que convenimos en llamar realidad. Como apunta Shields, (muy acertadamente, por cierto), eso que llamamos realidad (esto es, los hechos) y que se aloja en nuestra memoria no deja de estar extremadamente mediada (está harto expuesta a la ficción que solemos construir en nuestra mente de lo que meramente percibimos como hechos).

Uno de los problemas de este libro es su estructura. Por mucho que Shields agrupe las citas, paráfrasis, digresiones y reflexiones en capítulos (ordenados según las letras del abecedario de la lengua inglesa – en la versión en castellano no existe el capítulo ñ, claro), el conjunto es más bien caótico y dista mucho de poder capturar la atención del lector de manera sostenida. Dicho de otra manera, los árboles no te dejan ver el bosque.

Mucho más interés y validez tienen para mí sus observaciones sobre la necesidad de mezclar, fundir,  aunar, fusionar (añade tú otros sinónimos que te parezcan apropiados) ficción y no ficción: eliminar los límites que demarcan una cosa de la otra producirá a largo plazo obras literarias que merezca la pena leer. En mi opinión, no es que la ficción imaginativa haya menguado, sino que se publica demasiada ficción imaginativa de poca o nula calidad. Es lógico que el género se resienta.

El otro tema que trata Shields y que suscita mi interés es la cuestión del plagio y la propiedad intelectual de los textos. Más de la mitad de su libro se compone de palabras que han escrito o dicho otros, quienes a su vez probablemente se inspiraron (el origen de esta palabra quizás ilumine algo a este respecto) en las obras de los que le precedieron. ¿Quién es dueño de las palabras?, dice Shields. Todos y nadie. Las nuevas tecnologías amenazan con el derrumbe de un sistema establecido desde hace siglos: sería bueno que el desenlace de las tensiones actuales fuera cumplir con el ideal democrático de la libertad.

Para que no haya malentendidos: no me refiero a la libertad de pasarse copias digitales de un usuario a otro, sino a la libertad para que un escritor pueda utilizar los textos de un escritor que le precedió en la historia para rescribir y recrear. (Y si hay que pagarle unos pocos pesos a alguien o a la viuda de alguien, se hace y en paz, pero todo en su justa medida. Nada de abusar de la juventud, por favor, que ya padecen lo suyo.)

Una de las citas que incluye Shields me ha dejado un tanto aturdido. En el párrafo 242 dice (citando, según parece, a Andrew O’Hehir): “Our culture is obsessed with real events because we experience hardly any” [Nuestra cultura está obsesionada con los hechos reales porque prácticamente no experimentamos ninguno, p. 82] ¡Quia! Shields habría hecho bien en aplicarse el detector de bobadas que menciona en la página 46, y que en su opinión tiene que ser el don fundamental de un buen escritor.

Reality Hunger: A Manifesto lo ha traducido Martín Schifino (Hambre de realidad: un manifiesto) para Círculo de Tiza (2015).

9 dic 2014

Reseña: Tim Winton: Critical Essays

Lyn McCredden & Nathanael O'Reilly (eds.) Tim Winton: Critical Essays (Crawley: UWA Publishing, 2014). 341 páginas.

Han transcurrido ya casi veinte años desde que nació en mí un interés por la obra de Tim Winton, cuando una amiga me prestó su copia de Cloudstreet, un fragmento de la cual llegué a utilizar en mis clases durante el único año en que ejercí como docente en la Universitat de València. Desde entonces ha llovido mucho, y por fortuna Winton ha continuado escribiendo novelas, narraciones cortas, memorias y teatro. Por mi parte, he seguido leyéndole y reseñando sus nuevos libros.

Durante varios años de esas casi dos décadas (el plural produce una sensación de vértigo) me enfrasqué en el laborioso proyecto de traducir Cloudstreet al castellano, albergando la (vana) esperanza de que, en alguna parte, algún editor quisiera publicarla. Ni la producción de una serie televisiva basada en la novela ni algún que otro ensayo o trabajo que he publicado en libros o revistas de naturaleza académica parece haber despertado interés alguno por el libro en el mercado editorial de la lengua española.

Ellos se lo pierden.

Tim Winton: Critical Essays apareció este año, editado por Lyn McCredden y Nathanael O’Reilly y publicado por University of Western Australia Press. En el prólogo, los editores señalan que esta colección de ensayos se enmarca en un renovado intento por aportar más voces a la crítica literaria, cuyo objetivo debe ser “contribuir a los debates culturales, a la reflexión sobre la obra individual y sobre el estado de la cultura en la que participa la obra literaria.” (p. 2-3, mi traducción)

El mismo prólogo apunta la inherente cualidad contradictoria de la obra de Winton: “las tensiones entre la capacidad humana para construir significado y el poder destructivo de un accidente o la temporalidad; entre la intimidad tangible, dichosa, y los estragos de la violencia en las relaciones; entre las exigencias y placeres de la existencia material y las insinuaciones de un mundo sagrado, trascendente, que se presiente en lo palpable y lo cotidiano.” (p. 4, mi traducción)

Es indudable que Winton es uno de los narradores australianos contemporáneos más populares, y sin embargo su popularidad no es óbice para que se reconozca su intrínseca cualidad (y calidad) literaria. Winton escribe novelas ‘literarias’ que atraen a un público bastante heterogéneo, y por lo tanto su obra debe en teoría reflejar en buena medida qué es lo que se cuece en la escena cultural australiana en su sentido más amplio.

La colección de ensayos es, como cabría esperar de una recopilación tan variada, bastante desigual en su calidad. De hecho, si los editores hubiesen decidido descartar un par de ellos por su lenguaje excesivamente academicista y reducir el volumen a 10 ensayos, a lo sumo 11, pienso que el libro resultaría todavía más atractivo.

De todos los ensayos que integran el volumen, son dos los que me han cautivado, tanto por su temática como por su riguroso pero muy asequible análisis. El primero se titula simplemente ‘Water’, y lo firma Bill Ashcroft. Se trata de un estudio exquisitamente redactado en torno al agua como símbolo virtualmente omnipresente en la obra de Winton. Ashcroft trata el símbolo desde diversos puntos de vista, desde el litoral (de Australia Occidental) como límite o punto geográfico/moral/psicológico que no se puede sobrepasar al “medio de huida y libertad” (p. 24), pasando por el carácter onírico que el agua adquiere en novelas como Shallows (1984), Breath (2008) o Dirt Music (2001) o como símbolo de la muerte o el renacimiento de índole religiosa. El agua, el río, es el espejo/umbral que Fish cruza finalmente en el desenlace de Cloudstreet para regresar a un pasado y a una muerte interrumpida. El de Ashcroft es una delicia de ensayo, y en tanto que ocupa el primer lugar en la colección, sitúa el listón muy alto para el resto de contribuyentes.

El otro ensayo que quiero destacar es el segundo, ‘“Bursting with voice and doubleness”: vernacular presence and visions of inclusiveness in Tim Winton’s Cloudstreet’, cuya autora es Fiona Morrison. Tras hacer mención del hecho de que Cloudstreet haya pasado a engrosar la lista de títulos publicados por la prestigiosa editorial The Folio Society (ya estaba en la colección Clásicos Modernos de Penguin), Morrison analiza detalladamente cómo emplea Winton el lenguaje corriente, el habla popular en la novela o saga de las dos familias que comparten una enorme casona en una calle del Perth de la posguerra. Dice Morrison de la novela: “Cloudstreet es una obra que demuestra un don especial para reunir diversas formas de plenitud cómica y una reconciliación final: modismos junto a momentos de extremado lirismo, cuentos de tipo colonial junto a un neo-romanticismo postcolonial, lo natural junto a lo sobrenatural, el pasado y el presente.” (p. 56, mi traducción)

Hay otros interesantísimos ensayos en este volumen, por supuesto. Nicholas Birns realiza en ‘A not completely pointless beauty: Breath, exceptionality and neoliberalism’ una curiosa lectura de Breath, con un trasfondo histórico-político que nunca me habría pasado por la cabeza, pero que al menos a mí me resulta harto convincente. Cuando leí la novela en 2008 y escribí esta reseña para la revista Espéculo no intuí en modo alguno los paralelos que pueden perfectamente establecerse entre la trama de la novela de Winton y la relación geopolítica de Australia con los Estados Unidos de América en la década de los 70.

También resulta original la aportación de Per Henningsgard, ‘The editing and publishing of Tim Winton in the United States’, donde analiza las modificaciones y alteraciones que ha sufrido la obra de Winton en los EE.UU.


Se echa en cambio en falta un estudio de cómo (y en qué condiciones) se ha recibido la obra de Winton en otras lenguas. Como ya he comentado en otras ocasiones, constato una sensación de extrañeza o incluso estupefacción ante la falta de criterio o lógica respecto a qué autores australianos contemporáneos resultan ‘premiados’ con el honor (o fustigados con la desgracia, como fue el caso de Tim Winton y Música de la tierra) de la traducción al castellano. Uno puede perfectamente entender que una novelita tan graciosa como El proyecto Rosie se traduzca casi instantáneamente a una veintena o treintena de idiomas. Las editoriales ganan dinero con los best-sellers, and that’s fair enough. Lo que nunca terminará de cuadrarme es que exista un buen número de otros autores y obras surgidas en Australia que, por lo que se ve, nunca van a poder leer los lectores de lengua castellana. ¿Hasta cuándo?

24 jul 2014

Reseña: The Burning Library, de Geordie Williamson

Geordie Williamson, The Burning Library: Our Great Novelists Lost and Found (Melbourne: Text, 2012). 224 páginas.

Podría argumentarse que una de las necesidades para todo emigrante es informarse del patrimonio cultural del país de acogida. Siempre he sostenido que una de las mejores maneras de formarse una imagen (que estará no obstante incompleta) de un lugar y de la sociedad que lo habita es a través de la literatura que ese lugar ha producido. La publicación de The Burning Library, del distinguido crítico Geordie Williamson, buscaba poner de relieve a algunos autores australianos del siglo XX cuyos libros han quedado si no olvidados, ciertamente descatalogados.

Tomemos por ejemplo el caso de David Ireland, de quien allá por 1998 compré en una librería que da salida a restos The Chosen, una curiosa y bastante sofisticada novela dotada de múltiples puntos de vista narrativos, que pasó desapercibida en su momento. The Chosen me gustó en su momento; luego pude comprobar (no sin cierta sorpresa) que la única forma de acceder a los libros anteriores de David Ireland era o bien buscándolos en librerías de segunda mano, o tomándolos prestados de las bibliotecas públicas. Y así fue como en librerías de viejo de Canberra, Melbourne y Sydney pude encontrar ejemplares de segunda mano de The Unknown Industrial Prisoner, The Glass Canoe, The Chantic Bird, Archimedes and the Seagle y Burn, títulos descatalogados en su mayoría.

La mayoría de los nombres de autores sobre los que escribe Williamson en The Burning Library son por lo general bien conocidos: además del Nobel Patrick White, gozan de alguna fama los nombres Tom Keneally, Christina Stead, Xavier Herbert. Randolph Stow y Gerald Murnane, éste último todavía bastante activo activo, con tres nuevos títulos publicados en los últimos cinco años. Pero de los demás (Marjorie Barnard, Flora Eldershaw, Dal Stivens, Jessica Anderson, Sumner Locke Elliott, Amy Witting, Olga Masters y Elizabeth Harrower) las únicas referencias que tenía hasta ahora eran breves menciones en algún que otro volumen dedicado a la historia de la literatura australiana.

Y puede que sea ése precisamente el gran valor de esta colección de breves ensayos: The Burning Library, sin llegar a constituir un profundo ni minucioso estudio de las obras de los autores a los que incluye Williamson, sí proporciona excelentes pistas al lector que quiera conocer algo más sobre ellos y la época en que se dieron a conocer en la (a veces caprichosa) escena literaria australiana.

El entusiasmo de Williamson por la literatura australiana es evidente – como no podía ser de otro modo, si es que hace falta mencionarlo – pero lo alienta un ánimo reflexivo, meditado, nada fanático ni exaltado. Si exceptuamos la provocadora consigna de la página 1 (“Asi pues, ¿quién, o qué, mató a la literatura australiana?”), no hay grandes gestos ni grandilocuencia, y eso se agradece, pues si hay algo que quizás sobre actualmente en el escenario en el que se desenvuelve la literatura australiana, es una cierta tendencia a expresarse con desmesura y exaltación, no exenta de conexiones considerablemente politizadas.

No obstante lo anterior, se debiera preguntarle al autor de The Burning Library también por las ausencias (que las hay, y bastante llamativas). Han sido varios los críticos que han señalado que la aparición de este importante volumen parece haber estado dirigida a acompañar la colección de “clásicos” que la editorial Text inició en 2012. Sea como fuere, The Burning Library puede muy bien servir de plataforma de (re)lanzamiento de un variado elenco de autores que han quedado un tanto distanciados u olvidados.

Personalmente, The Burning Library me ha servido para corroborar ciertas ideas que he ido formando acerca de la literatura producida en Australia gracias a mis lecturas en las dos últimas décadas, pero sobre todo ha espoleado mi interés y curiosidad por muchos de estos “desconocidos conocidos”. Ojalá encuentre el tiempo para leerlos y descubrirlos. De momento, The Watch Tower (de Elizabeth Harrower) es uno de los títulos que he añadido a mi must-read list, y espero que a éste le sigan muchos otros.

Pienso que muchas veces, en el fragor del debate académico y de la crítica literaria, muchos se olvidan del hecho de que la literatura nunca deja de ser un ente vivo, un gran árbol, del cual, naturalmente, caen hojas y ramas, pero en el cual hay brotes nuevos impulsados por una savia que bebe de lo viejo y lo nuevo; un árbol, asimismo, al que es posible realizarle injertos foráneos con gran éxito, y cuyos frutos deleiten, no solamente para fruición de los locales, sino que también sean exportables al extranjero.

5 jul 2014

Reseña: Friendship, de A.C. Grayling

A.C. Grayling, Friendship (New Haven: Yale University Press, 2013. 229 páginas.

¿Quién no recuerda las miradas de complicidad de padres o hermanos cuando uno se presentaba en casa a media tarde en compañía de una ‘amiga’? ¿Y las risitas que provocaba en ese público medroso y recatado de los años 70 cuando Kiko Ledgard repetía la presentación de una pareja de concursantes del ‘Un, dos, tres’ por parte de la azafata de rigor como “amigos y residentes en…” pero añadía la palabra “sólo” en lo que era en realidad una pregunta capciosa y entrometida? Como todos sabemos, la palabra 'amigo/a' puede estar cargada de significados que distan mucho de la definición que nos da el diccionario.

Friendship es un estudio de la amistad desde una base filosófica e histórica. En una época en la que cualquiera que abra una cuenta en Facebook contará de inmediato con numerosísimos amigos (por cierto, no te molestes en buscarme en Facebook: no estoy), uno podría tener la impresión de que el concepto de amistad está más bien devaluado. De hecho, resulta altamente significativo que, al menos en la lengua inglesa, ‘friend’ se ha convertido en verbo, y sus opuestos, ‘defriend’ o ‘unfriend’, forman ya parte del vocabulario habitual. ¿Realmente se puede eliminar una amistad con un clic del ratón?

Grayling divide este volumen, el primero de una nueva serie que Yale University Press dedica a los ‘Vicios y Virtudes’ humanos, en tres partes: Ideas, Leyendas y Experiencias. En la primera realiza un preciso aunque no exhaustivo repaso al significado de la amistad en la cultura occidental, desde Platón y Aristóteles a autores del siglo XIX y XX, incidiendo en los valores y propósitos que los seres humanos hemos visto en la amistad desde el principio de los tiempos. La taxonomía que Grayling resume para el lector nos presenta con cuatro conceptos que ya los antiguos griegos discernían: ‘phila’, ‘eros’, ‘agape’ y ‘storge’.

La segunda sección examina los ejemplos míticos, literarios e históricos de amistades imperecederas, como los casos de Aquiles y Patroclo, o Hamlet y Horacio, entre muchos otros. En los capítulos que componen la tercera parte Grayling trata de producir una síntesis, refinando y categorizando términos y nociones de la amistad en tanto que responsabilidad ética, o el peliagudo asunto de si es posible (por supuesto que no es per se imposible, pero aún así, es necesario debatirlo) la amistad entre personas de distinto sexo, o qué es lo que puede llegar a constituir una mala (o nociva) amistad.

El hecho de que Grayling en cierto modo adapte su esquema ensayístico alrededor de la historia de una idea hace de Friendship una especie de tour en un archipiélago. Al lector se le lleva de isla en isla sin que sepa en ningún momento cuál es la meta final. Lo cual – como sucede con todo viaje que no sea un mero, frívolo itinerario turístico – a fin de cuentas importa poco, pues lo que cuenta no es el destino sino el viaje en sí mismo. Y como en todo viaje, uno puede quedarse prendado de detalles llamativos, como éste:

La idea de que el amor de uno por los demás debiera ser universal y no debiera distinguir a una persona más que a otra sería, no simplemente inaceptable sino también insostenible, exactamente igual que la enseñanza del Evangelio que nos dice que, si queremos realmente seguir a Cristo debemos deshacernos de todo nuestro dinero y posesiones y, como los lirios del campo, no hacer plan alguno para el porvenir. Al más coherente y honrado de los epígonos se le considera un fanático por hacer lo que las escrituras de las principales religiones le dicen; si todos fueran fanáticos, la vida humana sería intolerable, pero en todo caso tampoco duraría (quizás, por fortuna) mucho tiempo.” (p. 74, mi traducción)
Quizás uno de los aspectos de esta relación tan intrínsecamente humana que más fácil resulta obviar hoy en día es, como apunta Greyling, el hecho de que adoptar o asumir una amistad también implica cosas que pueden resultar negativas. Son muchas e innegables las bondades de una relación de amistad, pero “la amistad tiene también sus aspectos negativos y sus peligros. Uno de ellos es que, cuando hacemos amigos, nos comprometemos con el dolor. Lo mismo cabe decir para el amor. Inevitablemente, uno de los dos…va a quedar privado del otro – a causa de la muerte, del divorcio, del distanciamiento que el tiempo conlleva a medida que la gente y las circunstancias cambian.” (p. 179, mi traducción)


Friendship es un ensayo de lectura muy asequible, pensado obviamente para el gran público, no para académicos. Sin ser superficial o frívolo en su tratamiento de cuestiones de honda raíz filosófica, por fortuna Grayling nunca abandona la posición de que la sencillez es la apuesta más segura a la hora de abordar ideas y debatirlas.

4 may 2014

Reseña: On Being Blue: A Philosophical Inquiry, de William H. Gass

William H. Gass, On Being Blue: A Philosophical Inquiry (Nueva York: New York Review of Books, 2014 [1976]). 91 páginas.

"Dilo. Venga, ponte en pie frente al espejo, mírate la boca y dilo: Blue. ¿Ves cómo frunces los labios, cómo se abren con las consonantes hasta formar un beso, y esa exhalación final de la vocal? Blue." (p. vii) Así comienza el prólogo que Michael Gorra ha escrito en 2014 para este librito de William H. Gass publicado por primera vez en 1976, que recientemente ha reimpreso New York Books. No ha sido, al menos hasta la fecha, traducido al castellano; si alguna vez alguien se molestara en hacerlo (o se atreviera a intentarlo), se encontraría  de entrada con un enorme (y puede que insalvable) obstáculo: el azul del castellano tiene dos sílabas; además, la casi interminable lista de acepciones de la palabra blue en inglés tendría quizás, como mucho, un cincuenta por ciento de equivalencias o aproximaciones en la lengua castellana.

En On Being Blue: A Philosophical Inquiry Gass realiza una esmerada – pero para nada academicista –  exploración del color, del azul en particular, por su asimilación al color del cielo; pero éste es un libro que constituye ante todo una reflexión sobre el lenguaje (de la ficción, cabria quizás añadir). En el estudio entra por supuesto el lenguaje obsceno o pornográfico (cuyo color es quizás el verde en castellano, pero que es caracterizado como azul en inglés). Gass denunciaba ya en 1976 la patética inopia del lenguaje para describir el sexo: "We have more names for parts of horses than we have for kinds of kisses. […] We have a name for the Second Coming but none for a second coming. In fact our entire vocabulary for states of consciousness is critically impoverished." (p. 25) [Disponemos de más nombres para las partes de un caballo que tenemos para designar clases de besos. […] Tenemos un nombre para la Segunda Venida [de Cristo] pero ninguno para venirse/correrse por segunda vez. De hecho, todo el léxico de que disponemos para denominar los estados de conciencia está críticamente empobrecido.]

"Seldom was blue for blue's sake present till Pollock hurled pigment at his canvas like pies." Blue Poles está aquí en Canberra...
Un ensayo cuya disposición formal que dista mucho de la ortodoxia ensayística, con On Being Blue logra Gass conectar mundos y visiones distintas de éste, enfocando  importantes y complejas  ideas en apenas unas cuantas palabras: "No one betrays perception more promptly than the empiricist. First he appeals to common sense, which he flouts; then to experience, which he misrepresents." (p. 68) [No hay nadie que traicione más la percepción que el empirista. Primero apela al sentido común, el cual desatiende; luego a la experiencia, la cual malinterpreta.]


En su exploración el autor deja caer algún que otro juego de palabras: "It is not simple, not a matter for amateurs, making sentences sexual; it is not easy to structure the consciousness of the reader with the real thing, to use one wonder to speak of another, until in the place of the voyeur who reads we have fashioned the reader who sings; but the secret lies in seeing sentences as containers of consciousness, as constructions whose purpose it is to create conceptual perceptions" (p.86). [No es sencillo, no es asunto para aficionados, hacer que las oraciones sean sexuales; no es fácil estructurar la conciencia del lector con lo real, emplear una maravilla para hablar de otra, hasta que en el lugar del voyeur que lee hayamos moldeado al lector que canta; mas el secreto estriba en ver las oraciones como recipientes de la conciencia, como construcciones cuyo propósito es la creación de percepciones conceptuales]

La ballena azul, el mamífero más grandioso de nuestro planeta azul 
Es un libro escrito con un enorme gusto por la musicalidad; en algún momento mientras lo leía me he sorprendido a mí mismo repitiendo algunos pasajes en voz alta, solamente para deleitarme en su lectura, como éste, cuya sonoridad es absolutamente intraducible: "The word itself has another color. It’s not a word with any resonance, although the e was once pronounced. There is only the bump between b and l, the relief at the end, the whew. It hasn’t the slight turn which crimson takes halfway through, yellow’s deceptive jelly, or the rolled-down sound brown. It hasn’t violet’s rapid sexual shudder, or like a rough road the irregularity of ultramarine, the low puddle in mauve like a pancake covered with cream, the disapproving purse to pink, the assertive brevity of red, the whine of green." (p. 34)

Dada su brevedad, recomendaría a todo aquel que quiera leerlo tomárselo con calma, disfrutarlo porque vale la pena. Las listas que Gass incluye de referencias al color azul dan para muchos meandros personales y rodeos. Por ejemplo, en Australia ‘blue’ es un apodo típico para un pelirrojo, pero también puede ser una pelea. Se podría confeccionar una lista de canciones con la palabra ‘blue’. Deberíamos empezar con ‘Blue Monday’, 

o quizás con ‘Blue Velvet’.

No debería faltar ‘Blue Hotel’,

ni ‘Bullet the Blue Sky’.

También deberíamos incluir a los escoceses The Blue Nile.

Y en Melbourne, los azules son naturalmente el equipo de Carlton.

Quizás la idea que más marcada me ha quedado de este ensayo de William H. Gass es que el estilo literario no consiste en un añadido del lenguaje de una obra, sino que resulta ser lo que la fundamenta, su esencia misma. On Being Blue es una excelente demostración de ello.

9 feb 2014

Reseña: The Good Life, de Hugh Mackay

Hugh Mackay, The Good Life (Sydney: Pan Macmillan, 2013). 264 páginas.

Uno de los datos que más me han sorprendido en este libro del sociólogo australiano Hugh Mackay figura en la página 244. Dice así: “En la ciudad australiana de Tamworth, el análisis de los historiales  médicos de los pacientes a lo largo de un periodo de tres meses en 2011 mostró que un 77 por ciento de pacientes que superaban los 75 años de edad y que murieron en el hospital habían realizado su primera discusión documentada en torno al tema de cómo terminar su vida solamente tres días antes de su muerte.” Cuando los avances médicos y tecnológicos han hecho posible la prolongación artificial de la vida hasta límites que, hace unos cincuenta años, habrían parecido cosa de ciencia ficción, más importante debiera resultarnos tomar una decisión sobre el tema mientras contamos con el aplomo y el conocimiento necesarios para ello. Después de todo, ¿no quedará una buena vida estropeada por una mala muerte?

La buena vida es el tema del libro de Mackay, escrito en un lenguaje sencillo, que busca alcanzar al mayor número posible de personas. The Good Life se compone de siete capítulos, y en el primero (‘The Utopia Complex’) intenta demoler el concepto tan en boga en las dos últimas décadas de la felicidad como meta única y última en la vida, tan frecuentemente propugnado por esas ‘filosofías’ de la positividad, que a mi parecer no son más que propaganda de baratillo. Mackay denuncia la absoluta futilidad de la búsqueda de la felicidad como meta en sí misma.

Mackay propone en cambio que la felicidad es, en el mejor de los casos, un producto subsidiario, no la meta, de una vida bien vivida. Es difícil en general no estar de acuerdo con las observaciones de Mackay; pero se trata de observaciones muy generalizadas, y no siempre acertadas. The Good Life es un libro dirigido a un público muy amplio y variado. Como comentario crítico de los males y vicios que afligen a la malacostumbrada sociedad occidental actual es una propuesta válida y útil. Pero el lector que busque ideas más profundas y elaboradas no las encontrará en The Good Life.

Con todo, el libro me pareció algo incompleto. Entre otros aspectos no tratados por Mackay está cómo puede afrontar un ser humano el resto de la vida ante la pérdida de un hijo. Sí menciona el tema en el caso de viudedad, o en el de sobrevivir a una experiencia traumática, pero muy por encima. La pérdida de un hijo es una pérdida con características muy diferentes a la pérdida de un padre o un hermano o un amigo, que marca el resto de los años de una vida que, por muy buena que pueda ser, estará siempre truncada, mermada de futuro.

20 nov 2012

Cuerpo y alma. El Premio Calibre de Ensayo de 2012, en Hermano Cerdo

an Cathach
La revista Hermano Cerdo acaba de publicar mi traducción del Premio Calibre de Ensayo 2012 de la revista Australian Book Review, del autor australiano Matt Rubinstein.

Se trata de una valiente reflexión sobre el crítico momento actual por el que pasa la industria editorial. La irrupción de la tecnología digital en el mundo del libro, arguye Rubinstein, va a suponer una auténtica revolución, y de las actitudes y decisiones con que autores y editores enfrenten los cambios radicales que están ya sucediendo depende el futuro de la literatura. Mientras que el pirateo comercial parece haber perdido toda posibilidad de prosperar en el siglo XXI, es el pirateo individualizado (como ya censuré yo mismo aquí) lo que puede arruinar a la industria, a menos que la industria sea flexible y adopte estrategias para atraer a lectores y amantes de la literatura al interior del marco legal que sería deseable. La alternativa, como siempre, es la selva, el caos y la ruina.

‘Cuerpo y alma: El derecho de la propiedad intelectual y su cumplimiento en la era del libro electrónico’ es, en definitiva, una lectura fascinante para todo aquel que disfrute de la literatura y ame los libros. Agradezco a Peter Rose y la Australian Book Review la oportunidad de trasladar este importante debate a los lectores en lengua castellana.

El ensayo comienza así:

El manuscrito más valioso que custodia la Real Academia Irlandesa es el RIA MS 12 R 33, un libro de salmos del siglo VI, conocido por el título de an Cathach (‘El luchador’), o Salterio de San Columba. Se cree que es el salterio irlandés existente más antiguo, el ejemplo más temprano de escritura en Irlanda – y la copia pirateada más antigua del mundo. Según la tradición, San Columba transcribió en secreto el manuscrito a partir de un salterio que pertenecía a su maestro, San Finiano. Finiano descubrió el subterfugio, exigió la copia, y expuso la disputa ante Diarmait, el último de los reyes paganos de Irlanda. El rey decretó que “a cada vaca le pertenece su ternero”, y por tanto la copia de un libro pertenecía al propietario del original. Columba apeló la decisión en el campo de batalla, y derrotó a Finiano en sangriento combate en Cúl Dreimhne. No queda resto alguno del manuscrito original de Finiano, si es que existió. Únicamente subsiste ‘El luchador’.

Puedes seguir leyendo en Hermano Cerdo.

7 sept 2011

Reseña: The Memory Chalet, de Tony Judt



Tony Judt, The Memory Chalet. Londres: William Heinemann, 2010. 226 páginas.


Se suele decir que momentos antes de que sobrevenga la muerte, uno ver pasar su vida en apenas un instante. Desde mi perspectiva personal no estoy tan seguro de que sea así. Sobreviví a una catástrofe en la que estuve a punto de perecer ahogado: el tsunami que destruyó las costas meridionales de Samoa, entre otros lugares, en 2009.

En un caso muy distinto, Tony Judt vivió una lenta pero inexorable sentencia de muerte, que le permitió disponer de dos largos años para contemplar y rememorar su vida antes de morir. La enfermedad, un tipo de esclerosis que va paralizando el cuerpo poco a poco, primero los dedos, luego un brazo, luego otro, luego las piernas, y finalmente los músculos del torso impiden la respiración. La pregunta que uno cabría hacerse es si esa circunstancia se trata de una condena, o si podría considerarse un motivo de dicha: ‘disfrutar’ (es un decir) de un periodo de tiempo relativamente largo para rememorar y reflexionar sobre nuestra vida, a sabiendas de que el final se acerca inexorablemente. Cada lector será de un parecer según cuáles sean sus convicciones morales.

En 2008, dos años antes de su muerte en agosto de 2010, los médicos le revelaron a Tony Judt, reputado historiador británico de la Universidad de Nueva York, que padecía una enfermedad incurable de carácter motor neuronal. Estaba pues atrapado en su cuerpo: no podía moverse, pero sí tenía sensaciones; la enfermedad en sí misma no le producía dolor, y además era plenamente consciente de todo lo que le estaba sucediendo. Judt se pasaba la mayor parte de las noches (y los días) en vela, ‘con libertad para contemplar según su conveniencia y con la mínima incomodidad el catastrófico avance del deterioro individual’. Fue en esas condiciones que Judt dictó el libro. Por las noches, divagaba y almacenaba sus ideas en la memoria, para luego dictárselas a su ayudante durante el día.

The Memory Chalet tiene el formato de un mosaico. Se compone de fragmentos autobiográficos, recuerdos variados que abarcan desde su infancia en el Londres de la posguerra hasta su migración a los Estados Unidos, pasando por su estancia, por ejemplo, en un kibbutz del Golán en la década de los 60, experiencia que le supuso un desengaño respecto a la ideología que él denomina ‘la teoría y práctica de la democracia comunitaria’, o sus peculiares experiencias en el París de 1968.

Es, en muchos aspectos, un libro único. Lo suyo era la historia europea del siglo XX, y jamás se le había pasado por la cabeza escribir sus memorias. Pero las temibles y terribles circunstancias que rodean la creación de este libro le confieren a sus recuerdos un rigor y una energía singulares. Por otro lado, se evidencia también que Judt podía tener un talante bastante conservador: el recuerdo de su primer profesor de idiomas (alemán) le lleva a elogiar los viejos métodos de enseñanza que recurrían a la intimidación del estudiante. Ni tanto, ni tan calvo.

Neoyorquino de adopción, Judt rememora del Londres de su niñez ‘una densa neblina amarilla’, producto de la combustión de carbón, que tenía tal espesor que tenía que asomarse por la ventanilla del coche para indicarle a su padre a qué distancia quedaba el bordillo. Elogia la sociedad multicultural de Nueva York, sin reconocer en cambio que el proceso de mezcla humana está adquiriendo un ritmo cada vez más acelerado y más extendido: Sydney o Melbourne podrían ser ejemplos tan buenos como el de Nueva York.

Personalmente, un artículo que ciertamente me cautivó es el que lleva por título ‘Edge People’, y que versa sobre la cuestión de la identidad. Desde mi condición de emigrante, suscribo las palabras de Judt: ‘Prefiero el margen: el lugar donde países, comunidades, lealtades, y raíces tropiezan de manera incómoda unos contra otros – donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad como la circunstancia normal de la vida’. La vida del emigrante es un constante tropezar, buscando el hueco donde hacerse el sitio, tratando de mantener unos márgenes invisibles que de algún modo te permitan respirar(te).

Judt concede no obstante que declararse en el margen de forma permanente es síntoma de autoindulgencia. O puede sea, una burda artimaña propia más bien de una campaña publicitaria. En todo caso, la tendencia a no destacar siempre es más fuerte, pues uno siente más seguridad entre otros semejantes, formando parte del gran pelotón. Y sin embargo, a Judt le aterraba la idea de lealtades incondicionales y inflexibles, a ideas, a países, a líderes o a entelequias religiosas. Su visión del futuro inmediato no era muy halagüeña para la humanidad.

La mayoría de los ensayos que componen The Memory Chalet fueron apareciendo en forma de artículos en The New York Review of Books. Si llegado el momento tuviéramos la posibilidad de elegir, ¿no sería un modo ciertamente provechoso de pasar los últimos años de nuestra vida escribiendo unas memorias?


*****

Un fragmento del artículo titulado 'Edge People':

Prefiero el margen: el lugar donde países, comunidades, lealtades, y raíces tropiezan de manera incómoda unos contra otros – donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad como la circunstancia normal de la vida. Hubo un tiempo en que abundaban los lugares así. Bien entrado el siglo XX había muchas ciudades que comprendían múltiples comunidades y lenguas —a menudo mutuamente antagonistas, en ocasiones en conflicto, pero que de algún modo coexistían. Sarajevo fue un lugar de esos, Alejandría otro.  Tánger, Salónica, Odesa, Beirut y Estambul, todas esas ciudades cumplían los requisitos— al igual que otras ciudades más pequeñas, como Chernivtsi y Uzhgorod. Para los patrones conformistas norteamericanos, Nueva York se asemeja a algunos aspectos de esas ciudades cosmopolitas ya perdidas: es por eso que vivo aquí.
Claro está, hay un tanto de autoindulgencia en la afirmación de que uno está siempre en los bordes, en los márgenes. Dicha aseveración está únicamente abierta a cierto tipo de persona que ejerce unos privilegios muy particulares. La mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, preferiría no destacar: no es seguro. Si todos los demás son chiítas, es mejor ser chiíta. Si todos en Dinamarca son altos y blancos, entonces ¿quién —si le dieran a elegir— optaría por ser bajito y moreno? Incluso en una democracia abierta hace falta cierta terquedad de carácter como para ir deliberadamente contra la corriente de la propia comunidad, en particular si se trata de una comunidad pequeña.
Pero si uno nace en márgenes que se entrecruzan y —gracias a la peculiar institución de la titularidad académica— tiene la libertad de permanecer allí, me parece una posición privilegiada indudablemente ventajosa: ¿Qué sabrán de Inglaterra los que solamente conocen Inglaterra? Si la identificación con una comunidad de origen fuese fundamental para mi sentido del ser, quizá dudaría antes de criticar a Israel —el ‘estado judío’, ‘mi gente’— de manera tan rotunda. Los intelectuales con un sentido más madurado de la afiliación orgánica se autocensuran de forma instintiva: se lo piensan dos veces antes de ponerse a lavar la ropa sucia en público.
A diferencia del difunto Edward Said, creo que puedo comprender e incluso empatizar con los que saben lo que significa amar a un país. No considero que esos sentimientos sean incomprensibles; simplemente no los comparto. A lo largo de los años, esas intensas lealtades incondicionales —a un país, a Dios, a una idea, o a un ser humano— han terminado por aterrarme. La fina capa de barniz de la civilización descansa sobre lo que puede perfectamente ser una ilusoria fe en nuestra común humanidad. Mas sea ilusoria o no, haríamos bien en aferrarnos a ella. Ciertamente, es esa fe —y las limitaciones que ésta ejerce sobre la conducta humana— lo primero en desaparecer en tiempos de guerra o de malestar social.
Sospecho que estamos iniciando una época de conflictos. No son solamente los terroristas, los banqueros y el clima los que van a causar estragos en nuestro sentido de la seguridad y la estabilidad. La misma globalización —la ‘tierra plana’ de tantas fantasías conciliatorias— será fuente de miedo y de incertidumbre para miles de millones de personas que acudirán a sus líderes en busca de su protección. Las ‘identidades’ se volverán mezquinas y cerradas, mientras los indigentes y los desarraigados golpean los cada vez más altos muros de las urbanizaciones cerradas, desde Delhi a Dallas.
Ser ‘danés’ o ‘italiano’, ‘norteamericano’ o ‘europeo’ no será solamente una identidad; será un rechazo y un reproche para los que ésta excluya. El estado, lejos de desaparecer, puede que esté a punto de alcanzar su apogeo: los privilegios de la ciudadanía, la defensa de los derechos de los que son titulares de una tarjeta de residencia, se blandirán como comodines políticos. Los demagogos intolerantes en las democracias establecidas exigirán ‘exámenes’ —de conocimientos, del idioma, de la actitud— para decidir si los desesperados recién llegados merecen la ‘identidad’ británica u holandesa o francesa. Ya lo están haciendo. En este nuevo siglo echaremos en falta a los tolerantes, a los marginales: a la gente de los márgenes. Mi gente.

Esta reseña apareció ayer en Hermano Cerdo, a excepción del anterior fragmento traducido. 

9 ago 2011

Después de Lalomanu



La revista Hermano Cerdo publica esta semana un breve ensayo que comencé a escribir ahora hace unos cuantos meses, y que finalmente, tras barajar varias opciones imposibles, he titulado ‘Después de Lalomanu’. En él quise hacer una reflexión pública sobre ese silencio al que se enfrentan las personas, a la falta de respuestas, tanto propias como externas, no solamente ante la pérdida de un ser querido sino también tras una experiencia traumática, como fue mi caso.





Quiero expresar mi agradecimiento a René López Villamar, uno de los editores de la revista, por sus valiosas sugerencias y consejos, que me permitieron elaborar la versión definitiva del ensayo. Gracias asimismo a Anthea Wykes por las fotos de la playa de Lalomanu, que tomó en octubre de 2009. Y gracias también, por último, a Joan Margarit, poeta catalán con quien he tenido el privilegio de mantener correspondencia, por la inspiración que me proporcionaron estos dos versos de su poema ‘L’origen de la tragèdia’, perteneciente al libro No era lluny ni difícil, que reseñé en su día:

Viure, al cap i a la fi, és buscar consol.
Buscar-ho en el dolor de les paraules.

Life is ultimately a quest for consolation.
We search for comfort in the hurt of words.

Mientras siga vivo, cosa que muchos días hago por pura inercia, a mí me faltará el consuelo; en algún rincón recóndito, profundo, de nuestro ser tienen que estar esas palabras; aunque nos duela, debemos hacer el esfuerzo de encontrarlas. No hacer ese esfuerzo nos rebaja como humanos.

5 jul 2011

‘Huellas’ de Jane Goodall, el Premio Calibre de ensayo de 2009, en Hermano Cerdo

Acaba de aparecer mi última colaboración con la revista Hermano Cerdo. Se trata de la traducción de un ensayo, titulado ‘Huellas’, cuya autora es Jane Goodall, de la Universidad de Western Sydney. Goodall explora el tema de la creciente presión del ser humano sobre el planeta, y plantea preguntas que cada uno de nosotros debe hacerse, en tanto que todos somos socios de esa inmensa corporación socio-financiera y altamente consumista llamada humanidad. Las respuestas no son fáciles, y en muchos casos puede que resulten algo penosas. O quizás no: allá cada cual con su sistema de principios éticos (si es que contamos con uno).

Un breve extracto de ‘Huellas’:

“La pregunta crudamente sencilla que subyace en el candente asunto de la sostenibilidad es: ¿podemos parar? No es: ¿podemos hacer que dure esto o aquello en nuestros sistemas de abastecimiento de energía y materias primas? sino ¿podemos parar, nosotros la raza humana, con todas nuestras necesidades y deseos y ansiedades y problemas?”

El dilema está servido: ¿tenemos el deber moral de detener el progreso, tal y como lo conocemos?

En mi opinión, y tras haberlo traducido, ‘Huellas’ es un escrito tremendamente revelador, sin provocaciones gratuitas ni estridentes. Está magistralmente estructurado. Es una de esas piezas que lees y te hace pensar, y además te entran deseos de haberla escrito. ‘Huellas’ es una exposición de ideas muy lúcidas, que alcanza unas conclusiones tan valientes como preocupantes. La versión original del ensayo, en inglés, puedes descargártela en formato PDF desde la web de la revista Australian Book Review.

Aprovecho asimismo este post para celebrar que la nueva web de Hermano Cerdo ya está en marcha: la nueva y ambiciosa etapa de la revista promete mucha buena literatura, muchos análisis y comentarios de interés para el lector. No dejes de visitarla: el enlace está también en la sección de sugerencias, a la derecha de la página.

21 may 2011

Reseña: La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo




Fernando Vallejo, La puta de Babilonia (México y Bogotá: Planeta, 2007). 317 páginas.

Vaya un libro ha escrito Vallejo. Antes que nada, se debe sin embargo hacer una advertencia: el que sea creyente (sea de la religión que sea), mejor que no lea a Vallejo, pues va a sentirse muy ofendido.

Uno puede no estar de acuerdo con el lenguaje empleado, tan lleno de colorido e insultos ('el alcahueta Wojtyla', 'la verborrea mierdosa [d]el representante del Unigénito', etc., etc.). El colorido es gratuito, pero el humor se agradece. O uno puede sencillamente relajarse y leer esta larga diatriba, repleta de acusaciones fundamentadas en datos históricos y racionales.

El título del libro hace referencia al epíteto que los albigenses, un pueblo de ascetas quemados y masacrados por la Iglesia cristiana, le dio en su momento a la institución. En el libro Vallejo reproduce fragmentos de documentos antiquísimos, y rescata de las hogueras inquisitoriales a muchas víctimas de la intolerancia de la fe, no solamente la cristiana (católica, ortodoxa, protestante, anglicana, en fin, todas sus denominaciones), sino también la musulmana y la judía. Al fin y al cabo todas tienen un origen común y todas han participado a lo largo de los siglos en comportamientos idénticos: guerras, exterminios, destrucción, oscurantismo, barbarie.

Este es un texto divertido gracias a la voz de Vallejo; es un libro de una contundencia inusual. Su objetividad se basa en gran parte en la virulencia de sus acusaciones, fundamentadas en datos históricos y fehacientes, pero también en la rotundidad de sus conclusiones. Veamos algunos ejemplos: ‘es obvia la cerrazón mental bimilenaria de los cristianos que creen oír la palabra de Dios en esa sarta de necedades y contradicciones que son los evangelios’ (p. 134); ‘el año pasado [2006] los diez países más poderosos con la Puta fueron, en orden de dadivosidad: Estados Unidos, Italia, Alemania, Francia, España, Irlanda, Canadá, Corea, México y Austria” (p.215); nos dice que el peor enemigo de la Biblia es la Biblia misma, lo cual puede llevarnos a importantes conclusiones.

Vallejo indudablemente disfruta con su ataque, que no deja títere con cabeza. Menciona uno a uno los delitos y crímenes en que ha incurrido la Iglesia desde su fundación hasta ayer mismo: su probada hipocresía, sus mentiras, sus contradicciones, sus genocidios, sus persecuciones inmisericordes, sus incoherencias. Y lo hace en un tono de burla cuando es necesario, mas aferrándose a datos y pruebas en todo momento.

Vallejo no se corta en sus críticas con otros grandes personajes históricos como Tomás de Aquino, Lutero o Mahoma. Todas las religiones son ‘fanatismos monstruosos’. Pero los dardos los apunta con mayor frecuencia a la iglesia católica: 'Quemar víctimas en estado de indefensión ha sido en todo caso la gran especialidad de la Puta desde que se montó al poder en el 313 y lo que había sido hasta entonces una religión de necios se convirtió en una empresa de asesinos' (pp. 277-8).

La única pega que le he encontrado al libro no tiene nada que ver con el autor, sino con la editorial. Al ejemplar de La puta de Babilonia que adquirí el año pasado (por correo) le falta la página 67. ¡Está en blanco! Ya es malo de por sí que en algunas páginas la calidad de la impresión sea un tanto deficiente, pero es que no hay nada peor que quedarse a mitad de oración cuando estás leyendo un libro, y tener que seguir dos páginas más adelante, con el hilo narrativo totalmente partido. No me cabe la menor duda de que Planeta sabía que algunas copias eran defectuosas, y engañan al lector vendiéndole un libro incompleto.

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