Si todavía no has
comenzado a leer esta novela, vas a encontrarte cuando lo hagas con lo que
parecen ser dos hilos narrativos independientes que resultan difíciles de
conjugar entre sí. Es mucho más adelante cuando Moore explicita el nexo que
conecta las dos partes. Y aunque esa conexión sea tenue, temáticamente hay duda
de que sea válida.
Finn, profesor de
secundaria suspendido a causa de las ideas que propaga entre sus alumnos, viaja
a Nueva York para acompañar a su hermano moribundo, Max. Los dos rememoran íntimamente
y con buenas dosis de humor episodios compartidos en sus vidas, haciendo un pequeño
examen de su relación. A medida que vas leyendo esta parte te das cuenta de que
la neurosis ha plantado una firme pica en el territorio mental y emocional de Finn.
Cuando parece evidente que Max va a seguir vivo poco más de 24 horas, Finn
recibe un mensaje en su móvil que le hace regresar inmediatamente a Ohio.
El año es 2016, Trump
va a ganar las elecciones pese a perder (no conviene olvidarlo) en número de
votos. La razón por la que Finn deja en su lecho de muerte a Max se llama Lily.
La mujer con la que ha compartido muchos años de su vida, muchas alegrías y también
muchos sinsabores. Le dice a Max: «¿Cómo explicártelo?
Lily dice que se quiere morir. Es lo que dice siempre. Pero nunca te lo he
dicho. Ha sido su otro yo. Es su secreto, y también mío. Pero su deseo de morir
no es ella de verdad. El deseo se convierte en acciones y palabras a causa de
su enfermedad. Es una habitación extra en esa casa que es su mente. Es como una
araña que tiene dentro que, desde un rincón, le dice que la queme». (p. 28, mi traducción)
Tras un delirante viaje con
accidente y rescate incluidos, Finn llega y descubre que a Lily ya la han
enterrado. Se ha suicidado, pero Finn es incapaz de aceptar esa realidad, acude
al cementerio ecológico y en su exquisita alucinación la encuentra no muerta
del todo. Lo que sigue es una road movie en forma de novela. Si crees
que una zombi y su exnovio son personajes ridículos para construir una trama, es
mejor que lo pienses dos veces.
Es cierto: al principio a
Lily le sale tierra de la boca y las lombrices le adornan el cuerpo. Moore
disfruta detallando el proceso de descomposición: se le descoloran los ojos, comienzan
a marcarse las costillas en su abdomen y la piel se le enverdece en una
tonalidad grisácea, como la de un huevo muy cocido.
En una de las paradas que
hacen se alojan en una fonda donde Finn consigue darle un baño de agua caliente
a Lily. Es allí donde Finn encuentra un cuaderno en el que Elizabeth, poco
tiempo después del final de la Guerra Civil, le escribió una serie de cartas a
su hermana muerta. Moore maneja
diestramente la intercalación de esas cartas en la otra narrativa. El resultado
es un libro que nos habla del duelo, que nos presenta una versión amable de esos
fantasmas (que pueden sernos tan verosímiles) de quienes nos han dejado sin convertirse
en una historia de horror. Es un libro en el que Moore demuestra un enorme talento
para combinar el ingenio y la inteligencia que acompañan a la locura que podríamos
llamar ‘buena’ por un lado, y la irritación y la amargura de los que sufren la pérdida
de un ser amado por el otro. Es brutal, sin duda, pero también hermoso.
I am Homeless
if this is not my Home es
una sobresaliente adición en la obra de Lorrie Moore, de quien reseñé
hace ya diez años el volumen de cuentos Bark.
He seleccionado
un fragmento de la primera carta de Elizabeth a su hermana en la que habla de
ese país extranjero que llamamos pasado. Espero que te guste.
«Cuando regreso a los
lugares del pasado, ya no queda nada en ellos, como si me lo hubiese inventado
yo todo. Es como si la vida fuese un sueño, colocado junto la ventana para que se
enfríe, como un pastel, y que más tarde, te lo roban. Son esos los momentos en
que me siento y te imagino y me pregunto qué dirías. La reminiscencia es un
dolor de oídos, afirmarías tú. Aunque supongo que yo misma soy típica:
taciturna, remilgada, no tan cristiana como finjo ser, contra las madamas, tal
como ha observado el caballero que me corteja. Muchos de mis inquilinos (los
jugadores de cartas, los guerrilleros del Sur, los judíos y los indios Shawnee)
se han impregnado de la nueva cultura: la electricidad, los ferrocarriles, los
globos aerostáticos y el desierto occidental que aún continúa inventándose una
fiebre de la plata después de la del oro y luego de nuevo otra de la plata,
quizás para que haya más retratos de soldados y guerras, ocasionando que todo
el mundo de repente eche a volar como estrafalarios muchachos hacia un lugar cuyo
nombre incluya la palabra Dust o Butte o Scratch, ululando
y canturreando, acarreando la gran carga de sus lejanos corazones moribundos, y
todos van mucho más lejos de lo que debieran. El grito de “¡Hacia el oeste!” de
los soldados desengañados. Hay ahora una vereda de madera en la calle principal
que es idónea para dirigirlos hasta allí; unas tres manzanas como mínimo. Se nota
en el aire un tufillo a despilfarro. Ayer vi a una gran gorrina muy crédula,
trotando por el camino marcado por los surcos de las ruedas, como si hubiera
oído que se contaba algo y se hubiera comido a su camada para poder estar libre
e investigar. Aunque probablemente terminaría atiborrándose con el cuerpo de
algún muchacho en algún campo en alguna parte, después de las lluvias. Los cerdos
de los granjeros todavía desentierran a los soldados muertos. Y no es que para
eso haga falta estar cerca de un campo de batalla. Algunos de los chicos eran
desertores o iban rezagados, todos tenían hambre, y los fusilaron, y ahora,
años después, escarban sus restos y sirven de alimento para el ganado». (p.
11-12, mi traducción)
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Campo de batalla de la Guerra Civil estadounidense en New
Market (Virginia). |
El libro lo va a publicar
en castellano Seix Barral dentro de unas pocas semanas con el título Si este no es mi hogar, no tengo un hogar. La traducción está a cargo de Albert
Fuentes Sánchez.