16 nov 2020

Reseña: Out of the Line of Fire, de Mark Henshaw

Mark Henshaw, Out of the Line of Fire (Melbourne: Text, 287 páginas).

El autor de The Snow Kimono (reseñada aquí hace ya tres años, después de que ganase un premio que hizo las delicias financieras del autor, residente como yo en esa “aburrida” ciudad “sin alma”, Canberra) solamente había publicado una novela anteriormente, en 1988: Out of the Line of Fire. En su momento, esta primera obra también estuvo en la lista de finalistas del premio literario más prestigioso de Australia, el Miles Franklin.

La novela se inicia con una curiosa reflexión sobre la traducción al inglés de la novela de Italo Calvino Se una notte d’inverno un viaggiatore, planteando que hay en la edición de 1982 en Picador una diferencia entre el texto de la portada y el texto de la primera página: la diferencia ortográfica entre ‘traveler’ y ‘traveller’. Todo apunta a que a Henshaw le gustan los juegos metaliterarios, y que se trata de una novela que podríamos calificar de enfocada o encerrada en sí misma.

La trama es, sobre el papel, sencilla. El narrador es un australiano que está estudiando en Alemania, concretamente en Heidelberg, la capital del Palatinado; es allí donde conoce a Wolfi Schönberg, un doctorando austriaco nacido en Klagenfurt, cuya tesis doctoral versa sobre la percepción metonímica de la realidad. Entre ambos comienza a formarse una buena amistad, y Wolfi la profundiza a través de los relatos de su infancia.

¿Realmente existió un Wolfi Schönberg? Estación de Klagenfurt. Fotografía de Simon Legner.

De pronto, un buen día, mientras el australiano está en un viaje de estudios en Roma, Wolfi desaparece de Heidelberg sin dejar señas. La casera dice que se ha ido a Berlin. Al cabo de un año, le llega a Australia un paquete de Wolfi, en el que encuentra “manojos de papeles, recortes de periódico, cartas, postales y sabe Dios qué otras cosas”, y una nota que le deja más enojado todavía: «Vielleicht kannst Du etwas damit anfangen.» (Quizás sepas hacer algo con esto.)

Comienza ahí la segunda parte de la novela, construida por Wolfi. Nos cuenta su crianza en el seno de una familia dominada por la figura del padre, un estricto y desafecto profesor de filosofía. La historia comprende el relato de unas vacaciones en Dubrovnik. En su adolescencia, Wolfi está absolutamente obsesionado con su hermana Elena, pero con el paso del tiempo parece sobreponerse a esa obsesión. Luego está el episodio en el que pierde la virginidad con una muy atractiva prostituta llamada Andrea. La cita la hace su abuela (una mujer con un extraordinario carisma, según confiesa Wolfi), pero el joven inexperto se confunde de piso y entra en unas oficinas a la hora convenida:

‘Ya fuera en el pasillo me obligué a caminar con normalidad, refrenando el apremio de echar a correr, de huir lo más rápido posible por lo que ahora semejaba ser un túnel interminable que se me venía encima. ¿Cómo podía haberme puesto en tan gran ridículo? «Rudlinger y socios son consultores de diseño interior…» Mensch! Los sucesos de los últimos pocos minutos me rebotaban en la cabeza, mientras a mi alrededor resonaba un eco de risas reprimidas. Los imaginé contando mi historia en los años venideros: durante la sobremesa de cenas privadas en sus casas. Apenas podría terminar la frase a causa de las risas. Retorciéndose en la silla, secándose las lágrimas que le caerían por las mejillas.

«Pero ¿quién… quién… quién ha concertado la cita, Señor Schönberg? “Mi abuela”, va y dice. ¿Os lo podéis imaginar? Y se quedó allí de pie, como un buen colegial, sujetando la gorra entre las manos… y va suelta: “¡Mi abuela!»’ (p. 132-3, mi traducción)

Finalmente, Wolfi narra sus experiencias en Berlín, donde conoce a un actor especializado en robar en supermercados e implicado en varios negocios turbios. Tanto va el cántaro del delito a la fuente que a Wolfi lo arrestan tras un intento de extorsión a clientes de jóvenes chaperos y prostitutos en una estación de metro de Berlín. Del encuentro con su padre saltan chispas. Y es ahí donde termina la segunda parte, el relato autobiográfico de Wolfi.

Pero, ¿cuánto de lo que Wolfi nos ha contado es cierto? ¿Hay algo en esa historia que sea verdadero? El narrador australiano regresa a Alemania en un intento desesperado de saber cuál es la verdad. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es ficción? ¿Hasta qué punto se puede confiar en lo que Wolfi (nos) ha contado?

Out of the Line of Fire es una novela completamente alejada de las corrientes dominantes en la narrativa australiana de su época, por no hablar de la segunda década del siglo XXI. El libro está repleto de referencias metaliterarias y de disquisiciones sobre la traducción y las trampas que conlleva. Wolfi inserta extractos de la correspondencia entre Wittgenstein y Heidegger (como elemento fundamental de la investigación sobre su tesis, se presume).

Cuando vuelvo de la cocina, Wolfi está junto a la estantería. Ha cogido uno de los libros y lo está hojeando. Es Ich bin ein Bewohner des Elfenbeiturms [Soy un residente de la torre de marfil]. «Peter Handke,» dice. «¿Te gusta Peter Handke? Yo mismo escribí esto hace unos años.» (p. 18, mi traducción) Fotografía de  Wild + Team Agentur - UNI Salzburg.

A pesar de lo que a algunos les parecerá superfluo (en tanto que aparentes digresiones o desviaciones de la sustancia de la trama), la novela se sostiene en todo momento, y los capítulos finales tejen, destejen y vuelven a tejer un extraordinario misterio. Henshaw remarca que lo que distingue la ficción de lo que, a pesar de todo, seguimos insistiendo en llamar realidad, no es evidente ni válida. Para una novela que va camino de los 30 años, no ha envejecido ni una pizca.

8 nov 2020

Ressenya: Passport to Here and There, de Grace Nichols

Grace Nichols, Passport to Here and There (Hexham, Bloodaxe Books, 2020) 80 pàgines.

La poeta guyanesa Grace Nichols ha publicat enguany aquesta col·lecció de poemes, un més dins d’una llarguíssima trajectòria que va iniciar a l’any 1981. Es tracta d’un llibret amb un títol molt suggeridor (es podria traduir com Passaport per a viatjar aquí i allà). El llibre es divideix en quatre seccions, amb temàtiques prou diferenciades.

La primera secció es titula ‘Rites of Passage’, i inclou poemes sobre la seva infantesa a Guyana, com ara el primer, ‘If I were to meet’, una bellíssima reflexió de la experiència vital, i que s’inicia amb aquests versos:

If I were to meet the ghost

of my childhood running

with slipping shoulder-straps

and half-plaited hair

beside a brown expanse

of memorising water

and the mellow faces of wooden houses

half-hidden by a weave

of coconut, mango guenip trees.

I would say this was her childscape

this was where she was shaped

like first words formed on slate –

Es tracta d’una evocació de la noieta que ella va ser, reflexionant sobre el lloc on es va criar. Destaca el neologisme ‘childscape’, un deliciós mot creuat, una mena de paisatge memoritzat des de la infància que evoca l’indret tant físic com mental on Nichols va créixer, una ciutat colonial, Georgetown, amb cases de fusta mig ocultes per arbres caribenys, des de les quals podia veure’s l’aigua bruta i marró de l’oceà atlàntic.

En un altre poema d’aquesta primera secció, ‘Picture my Father’, l’autora ens duu de nou a la seva infància des de la imatge rememorada del seu pare, mestre d’escola, “treballant/ amb tot el pertret de l’imperi./ Quaranta fidels anys d’esser mestre / repartint disciplina, harmonia, estructura”.  Són aquests poemes de remembrança, d’una vida que només existeix en els records de la ciutat on va néixer, com ara ‘Georgetown Romance’ o ‘Sweet Fifteeen’, l’edat quan Nichols va enamorar-se “d’Otis Redding” mentre a classe el mestre, el senyor Owen, “entreteixia el Tractat de Tordesillas/ amb bromes sobre ell i la bona senyora Owen/ que sempre trigava una eternitat per vestir-se./ Tant, que quan finalment baixava les escales/ ell les pujava per haver-se d’afaitar un altre cop”.

"Cap altra cosa que fer que cercar refugi/ del caos de la Plaça del Mercat Stabroek/ i de l'or candent del sol a l'hotel Eldorado/ i submergir-se en la frescor/ del Museu de Georgetown"
El Mercat Stabroek, a Georgetown. Fotografia de Kevin Gabbert. 

Els poemes de la segona secció es centren en Anglaterra, i particularment en Londres, la metròpoli a la qual va emigrar Nichols fa més de quaranta anys. Hi ha poemes dedicats al té, la beguda “que parla d’una joia/ relaxada i d’un retorn a la teva essència”, i d’altres merament descriptius o evocatius, com ara dos sonets sense rimar intitulats ‘Viewing the Thames’ i ‘In the Shade of a London Plane Tree’. En el primer d’aquests, la ciutat del Tàmesi es descrita amb un “àlbum de fotos”, els records de l’autora, que llavors no podia veure les “mantes abandonades que marcaven/ els grups dels sense sostre”.

És la tercera part del llibre, ‘Back-Homing’, la que més interès assoleix, segons la meva opinió. Es tracta d’una sèrie de sonets, també sense rima, en els quals l’autora descriu moments de la seva recent visita a Georgetown. En el primer, ‘Landing’ [Aterratge], la primera sorpresa: no res pot esborrar el somriure dels llavis al arribar a casa, “ni tampoc el funcionari d’immigració/ qui, mentre fulleja el meu passaport britànic,/ em concedeix exactament els catorze dies d’estància/ que he sol·licitat, en el país on vaig néixer.”

La mar amenaça la ciutat, i els dics s'han fet necessaris a Georgetown. Fotografia de Dan Sloan.

Un altre esbalaïment es duu Nichols quan, en un autobús local, li diu “sorry” al home descamisat assentat al seu costat. ‘Wha yuh sorry fa?’, li contesta. Havia oblidat l’excés de cortesies, els massa ‘sorries’ dels anglesos, “que només aconsegueixen incomodar la teva gent.”

El darrer sonet d’aquesta secció és una elegia per Georgetown, la ciutat de la seva infantesa, que ara ha “d’acceptar les noves monstruositats de formigó/ que fa no res han brollat al costat/ de la teva tènue bellesa de fusta/ les teves artèries bloquejades de canals i carrerons?”

Carrer principal de Georgetown, en un quadre de Leila Locke. Fotografia d’Indra Khanna.

La quarta secció porta per títol ‘Interesting Times’, i és un recull de poemes amb temàtiques diverses, uns homenatges a artistes de Guyana i d’altres dedicats a amics, e inclou un mena d’epitafi per a Derek Walcott, el gran autor caribeny.

Si la tasca més important i significativa de la poesia és la de retenir les experiències i els records que ens inspiren certes persones o llocs, Passport to Here and There compleix la seva comesa. Un gran llibret que recomano.

12 oct 2020

Reseña: The Cost of War, de Stephen Garton

Stephen Garton, The Cost of War. War, Return and the Re-Shaping of Australian Culture (Sydney: Sydney University Press, 2020 [1996]). Segunda edición revisada. 283 páginas.

Quien por primera vez visita Australia desde el extranjero se encuentra con el paradójico ensalzamiento de la primera campaña militar de Australia como nación (la Federación de estados y territorios como tal se consolidó en 1901) en una estrecha playa de Turquía en 1914. Se dice que, simbólicamente, fue en tierras europeas (fue en el lado occidental del estrecho) donde nació Australia. Este concepto guarda y solapa un designio deliberadamente ideológico y político. La glorificación de la guerra como escenario del nacimiento de un estado moderno sirve para ocultar (y especialmente para ocultarnos a nosotros mismos los australianos) que el origen de las colonias se basó en una invasión y ocupación, con la ulterior desposesión gracias a otra guerra en contra de sus poblaciones indígenas.

ANZAC Cove, Turquía, septiembre de 2014.

Pero la guerra, obviamente, tiene un costo muy alto. Altísimo. Extraordinariamente oneroso para la sociedad. Esa es la premisa que llevó a Stephen Garton a realizar este completísimo estudio histórico de los múltiples impactos que los conflictos bélicos en los que se ha visto involucrada Australia han tenido sobre su población y su cultura. La primera edición del libro se publicó en 1996, y a principios de 2020 aparece esta segunda edición, que revisa, corrige y expande la primera.

El libro realiza un exhaustivo análisis en torno a aspectos cruciales de la experiencia del regreso y reintegración de los hombres y mujeres que prestaron su servicio en las dos guerras mundiales y en Corea y Vietnam. Garton organiza el material producto de su meticulosa investigación en siete capítulos bien delimitados. Los cuatro primeros tratan la cuestión del regreso de los campos de batalla, el recuerdo de los caídos en la guerra y la memoria de los que pudieron volver, y los problemas sociales y políticos que implicó la repatriación al término de los conflictos bélicos, especialmente el reasentamiento de los exsoldados y los éxitos y fracasos de las políticas gubernamentales que buscaban ayudarlos.

En los tres siguientes capítulos el estudio se centra en cuestiones más personales. Por un lado, las consecuencias psicológicas de la guerra; Garton explica detenidamente el proceso por el que surgió la idea del “shell shock” (un concepto que en castellano se suele traducir como “neurosis ocasionada por la guerra”), y que décadas después ha sido descrito más oportunamente como “trastorno de estrés postraumático”. En el capítulo que lleva por título ‘Home Fires’, Garton ahonda en los aspectos más terribles del retorno a casa: el enorme costo humano en términos de relaciones familiares destrozadas por la imposibilidad de adaptarse a la vida civil o los numerosos casos de violencia doméstica (cuando no sexual) de los exsoldados, y la vergonzante respuesta de algunos estamentos institucionales que preferían mirar a otra parte o incluso justificarla. El séptimo capítulo está dedicado a los exprisioneros de guerra y la frecuentemente fallida rehabilitación en su vuelta a Australia.

Son muchos los puntos de interés que señala el autor a lo largo de The Cost of War. Por ejemplo, indica que hubo muy claras diferencias en la recepción en el país que recibieron los exsoldados de cada uno de los conflictos: “Hubo sin duda algunas diferencias importantes en la recepción dispensada a los hombre y mujeres que sirvieron en las dos guerras mundiales y los veteranos de las campañas de Corea y Vietnam, particularmente para los veteranos de Vietnam que regresaron cuando los movimientos antibélicos y en pro de la moratoria cobraban mayor impulso. Está claro que la protesta pública contra los veteranos de la Guerra de Vietnam fue mucho mayor y más visible que cualquier cosa a la que se enfrentaron los exsoldados de la I Guerra Mundial. Ciertamente, para un significativo segmento de la población, la Guerra de Vietnam fue moralmente más ambigua que tanto la I como la II Guerra Mundial, y por tanto comprometía el sentido de una celebración pública. No obstante, los veteranos de conflictos anteriores también estuvieron expuestos al resentimiento, y muchos de los que sirvieron en Vietnam volvieron a casa en medio de entusiastas bienvenidas. Pero algunos de los veteranos de Vietnam hicieron su regreso a título individual en lugar de como brigadas del ejército, y fue esta experiencia la que enmarcó su recuerdo de la bienvenida a casa. A estos recuerdos también les han dado forma las narrativas históricas y populares que se han escrito acerca cada una de las guerras. Mientras que la I y la II Guerra Mundial se consideraron nobles victorias, la de Corea se disipó de la memoria pública y la de Vietnam estuvo envuelta en un velo de fracaso. El poderío del mito de los ANZAC pudo causar tanto su menoscabo como la exageración”. (p. 30, mi traducción)

"En su forma final, el edificio parece menos un templo griego o un mausoleo que una interpretación de estilo art decó de una basílica medieval, una impresión que refuerza el uso de la cúpula, el atrio, los claustros y las vidrieras de colores.” (p. 38, mi traducción). The Australian War Memorial, Canberra. Fotografía de Sardaka.

Y el hecho es que el mito de los ANZAC ha vertebrado desde la segunda década del siglo XX la tradición histórica ininterrumpida y la identidad de una gran parte de la sociedad australiana: “…en esta continuidad, la leyenda de los ANZAC ha conseguido mantener su lugar en el centro del simbolismo nacional. Esta es la memoria pública que une a los hombres y mujeres que prestaron sus servicios a Australia en la guerra. Es una memoria de una fuerza y una significancia extraordinarias para muchos australianos, y que ha dado forma a nuestro entendimiento de nuestra propia historia: si bien, como todas las memorias, es selectiva, pues bloquea narrativas y conmemoraciones históricas alternativas.” (p. 70, mi traducción)

Una de las conclusiones que el lector puede extraer del excelente estudio de Garton es el hecho de que la ideología configuró decisivamente las políticas gubernamentales de ayuda a la repatriación de los exsoldados: “Lo que sorprende es la ubicua naturaleza del llamamiento a los códigos masculinos como elemento reconocido y esencial de la política gubernamental. En su mayoría, esas políticas atendían a las necesidades materiales (hospitales, políticas de empleo, servicios de rehabilitación, ayudas asistenciales), pero incrustados en estas prosaicas inquietudes había problemas de cultura, de naturaleza, de sexualidad e identidad. Los soldados estaban regresando a sociedades que habían cambiado, y llevaban consigo una sensación generalizada de que también ellos habían cambiado. La repatriación, por lo tanto, había de negociar los problemas del cambio y la diferencia, mas su respuesta, especialmente después de la I Guerra Mundial, miraba en gran medida hacia el pasado, hacia convenientes certidumbres de la masculinidad; la importancia de la independencia varonil, la autoayuda, y la autosuficiencia. En la II Guerra Mundial se reconoció que ese enfoque, con todo lo deseable que podía ser, era insuficiente. […] Pero al hacer de la repatriación un problema de psicología individual, el nuevo enfoque científico rebatía la idea de la repatriación como problema cultural: una cuestión que precisaba de la negociación de las costumbres y expectativas de los que regresaban y las de los que los recibían. El nuevo enfoque de la repatriación era conservador y romántico, hacía uso de normas consoladoras e idealizadoras de un sujeto activo masculino y libidinal y un sujeto pasivo femenino: el sostén de la familia y una dependiente; eran normas que cada vez más eran difíciles de sostener, en particular para los exsoldados heridos y enfermos. (p. 109-10, mi traducción)

“Muchos manifestantes de la época (y desde entonces) han mantenido que su oposición era a la guerra, no a los soldados. En el ardor del momento, es probable que los veteranos no vieran distinciones tan sutiles […] pero debemos considerarlas en su contexto, más como proyecciones de los tumultuosos cambios socioculturales que han terminado asociados con la década de los 60. En todo Occidente, los cambios en la vestimenta, los peinados, la música, y los movimientos emergentes de la liberación sexual, la liberación gay, la liberación de las mujeres, la nueva izquierda, las protestas estudiantiles, el anticolonialismo y el antibelicismo, recibieron una extraordinaria cobertura mediática.” (p. 242, mi traducción). Protesta de hippies contra la guerra de Vietnam. Fotografía de S.Sgt. Albert R. Simpson - National Archives and Records Administration.
Garton demuestra una enorme empatía y compasión por todas las personas que sufrieron en los conflictos. Antepone siempre su parte humana en el análisis. Y no obstante, en el epílogo, a modo de conclusión, formula unas cuantas preguntas que cada australiano tendrá que responder conforme a sus valores morales y la jerarquía de estos en su visión del mundo y de la vida: “…oculta bajo la honorable tradición de los ANZAC se halla una historia más sombría de muertes prematuras, de duelo, de las vidas destrozadas de muchos que sobrevivieron, y las heridas emocionales infligidas a quienes los recibieron a su regreso. ¿Por qué se ha terminado entrelazando la nación tanto con la muerte? ¿No podemos tener la una sin la otra? ¿Merece la pena una cosa por la otra? Quizás el reto consiste en crear un estado nuevo, sin ignorar el anterior: en ensanchar nuestros valores como nación sin perder los antiguos, y en encontrar un sentido en ser australiano sin sufrir la futilidad de la guerra y todas sus consecuencias. ¿O son acaso el sacrificio voluntario y la aceptación de la muerte por la colectividad el único modo de que podamos asegurarnos que el lugar donde vivimos tiene un valor?” (p. 269, mi traducción) 

Lo que evidencia en todo caso este magnífico libro de Historia es que el coste de la guerra es, se mire como se mire, siempre excesivamente alto.

8 oct 2020

Reseña: The Pier Falls, de Mark Haddon

Mark Haddon, The Pier Falls (Londres: Jonathan Cape, 2016). 321 páginas.
Hay un tema que estructura en cierto modo todos y cada uno de los relatos de este libro de Haddon: la supervivencia. Hay en todos ellos un trasfondo oscuro, apesadumbrado. Construye un telón de fondo en el que el peligro, lo desconocido, la desesperanza y la negativa a aceptar la muerte caracterizan a los protagonistas. Hay, asimismo, una violencia inusitada en algunos de ellos, aunque no sea un aspecto que el autor parezca hacer prominente.

El único de los cuentos que componen The Pier Falls que ya había leído es el último de la colección, ‘The Weir’ [El azud], que apareció en The New Yorker hace casi cinco años. Cabe decir que son todos, sin excepción, relatos redondos, que rozan la perfección. Están repletos de acción y momentos cruciales que sacuden la atención del lector.

A weir on the River Serpis. Photograph by 19Tarrestnom65.

El primero, el que da título al libro, tiene la textura y el tono de un informe periodístico casi impersonal de una catástrofe. Es como si el narrador estuviese a bordo de un dron, o volando en las alas de un ave que observase la escena que tiene lugar abajo: el desmoronamiento de un muelle en una de las ciudades costeras de Inglaterra. La narración avanza paso a paso, detalle a detalle, como si se tratase de uno de esos reportajes televisivos o radiales en vivo, en los que las cifras de víctimas se van incrementando a medida que la magnitud del desastre se hace cada vez más patente. El narrador-observador se detiene en momentos de angustia, debilidad, sorpresa, rendición o lucha por la vida, pero sin sensacionalismo alguno, con la naturalidad o la imperturbabilidad de un espectador emocionalmente distante.

El muelle de Eastbourne ardió hace ahora poco más de seis años. Por fortuna, nadie perdió la vida. La fotografía es de Jeff & Brian, residentes de Eastbourne 

Otros relatos en los que los protagonistas pugnan por sobrevivir incluyen ‘The Island’, ‘The Woodpecker and the Wolf’ y ‘The Boys Who Left Home to Learn Fear’. El segundo plantea una expedición interplanetaria a Marte que queda incomunicada con la Tierra y en la que van muriendo uno a uno los expedicionarios, hasta que solamente queda una mujer, que además está embarazada. ¿Llegarán a tiempo los integrantes de la misión de rescate, o será una expedición para realizar el entierro de todos? El planteamiento del tercero es similar, en tanto que se trata de una misión de rescate al corazón de la Amazonía; pero desde el primer momento todo parece salirles mal.

Luego están los relatos con un desenlace inesperado, inusual y chocante. En ‘Bunny’, Leah, una mujer que aparentemente no tiene ningún porvenir asegurado, se muda a la casa de Bunny, un joven que padece de una extrema obesidad. Sin ambiciones ni prospecto alguno en su vida, Leah comienza a ofrecerle a Bunny el cariño y la amistad que nunca ha tenido en su vida. El relato posiciona al lector ante un inesperado dilema moral, y la ambivalencia que parece adoptar el narrador es, como mínimo, desconcertante.

‘Breathe’ describe el regreso del extranjero tras muchos años de Carol, una mujer de mediana edad, a la casa de su anciana madre. Lo que encuentra le resulta intolerable: una casa sucia, abandonada, y una mujer que vive en medio del más absoluto descuido. En un arrebato inesperado Carol se pone a limpiar y poner orden en la casa, mas choca con el antagonismo de la madre y la fuerte oposición de su hermana, que nunca salió de la ciudad. En ‘The Gun’ un hombre rememora una tarde de infame recuerdo cuando acompañó a un amigo al bosque y mataron un ciervo, al que luego descuartiza el hermano del amigo.

Sin duda el mejor de todos (y en esto casi todo el mundo parece estar de acuerdo) es ‘Wodwo’. Es el más largo y el que más disfruté de este libro. Lo que comienza como una velada navideña de la familia Cooper deviene en una pesadilla, pero Haddon juega con la línea temporal lógica de la narración insinuando inesperados giros en las vidas de los personajes, probables desgracias que les sobrevendrán. Hacia el final de la cena, alguien llama a la puerta en medio de una nevada que marca récords históricos. Se trata de un hombre muy alto y barba entrecana, de raza negra, que lleva un gorro de lana negra, un largo abrigo negro y pantalones de camuflaje militar. En el interior del abrigo esconde una escopeta. Les propone un juego. Lo que tiene que pasar pasa, pero el hombre se levanta a los pocos minutos y sale de la casa por donde ha venido, dejando el salón perdido de sangre y restos de vísceras.

¿Quién ha sido el que ha apretado el gatillo? Pues Gavin, el más famoso de los hijos de los Cooper, un personaje arrogante, tan ostentoso como frívolo. El extraño le ha dicho, antes de partir, que el próximo año volverían a jugar. Lo que sigue es el descenso a los infiernos en vida de Gavin. Un peregrinar por el lado oscuro de la vida, donde a la falta de empatía de los demás y la autodestrucción le siguen toda clase de penurias, desdichas y humillaciones. ¿Volverán a verse por Navidad Gavin y el extraño?

Para cerrar, ‘The Weir’: un cuento en el que un hombre solo, deprimido y solitario salva a una chica que se ha arrojado al río en un azud. Con el paso del tiempo, es la chica la que, en cierto modo, parece haberle salvado a él.

Haddon compone excelentes relatos con retazos breves y sutiles que perfilan rápidamente a sus protagonistas y te lanzan directamente a la arena de sus dudas y pugnas por sobrevivir en un mundo que es siempre dificil, si no abiertamente hostil. Muy recomendable, en mi opinión.

El libro se publicó en 2018 en castellano. Lleva por título El hundimiento del muelle, en Malpaso, y fue traducido por Jaime Blasco Castiñeira.

25 sept 2020

Reseña: From Here On, Monsters, de Elizabeth Bryer

Elizabeth Bryer, From Here On, Monsters (Sydney: Pan MacMillan Australia, 2019). 274 páginas.
Pongamos por caso que un día las autoridades (sean las que sean) decretan la supresión de ciertos vocablos del léxico con el que nos hasta ese momento nos hemos desenvuelto con aparente normalidad de forma cotidiana. ¿Qué nos ocurriría a los hablantes de esa lengua? ¿Y si los términos que terminasen eliminados fueran una lista elaborada deliberadamente con oscuros fines políticos?

Según me explicaba hace poco más de un año un amigo que solía trabajar para el Ministerio de Inmigración australiano, algo inquietantemente parecido a lo anterior ocurrió en este país en años no tan lejanos en el tiempo. Desde los más altos rangos ministeriales se dio la orden de dejar de usar ciertas palabras en los comunicados oficiales entregados a los medios. Si se suprime la palabra, desaparece el problema, ¿no? De alguna manera, se asemeja a la estrategia que adoptan muchos conductores en Canberra cuando dos carriles confluyen en uno: «si no te miro, no existes», esa es la señal que transmiten.

La novela se inicia en una librería regentada por la narradora protagonista, Cameron. Está releyendo El proceso de Kafka, y entra una mujer que viene a ofrecerle un trabajo. Cameron realiza tasaciones de bibliotecas personales (libros antiguos, rarezas, etc.) además de vender libros. La mujer es Maddison Worthington, una famosísima artista, y el trabajo consiste en tasar una biblioteca. Al día siguiente acude a la dirección indicada, y se encuentra con que la biblioteca es en realidad un cuadro, una enorme imagen de libros pintados. Otra persona se habría marchado airada de allí al instante, pero ella decide seguir el juego y finge tasar y valorar la imitación de una realidad.

La trama, no obstante, se complica bastante más. Poco después llega a sus manos un extraño códice escrito en antiguo castellano, y que parece detallar algo muy significativo (y que revolucionaría la historia oficial) acerca de Australia antes de 1788. Justo entonces se encuentra en el edificio que alberga la librería a un joven sin techo, Jhon, y decide echarle un cable a cambio de que le traduzca el códice. A partir de ahí los sucesos extraños e inexplicables se suceden.

Maddison le ofrece un atractivo e irresistible (por lo bien pagado trabajo) a Cameron. Su cometido es la generación y la sustitución de palabras para un gran proyecto de dimensiones y fines vagos e indefinidos. Al mismo tiempo descubre que Jhon tiene compañía: en el piso superior del edificio hay toda una multitud de personas exiliadas, emigradas, indocumentadas. Y desde más arriba, desde la azotea, se oyen durante la noche terribles sonidos de una criatura monstruosa.

Estructurada engañosamente como una novela detectivesca, From Here On, Monsters tiene mucho más que misterio. Y eso que de misterios la narración va sobrada: ¿por qué surge en le edificio de enfrente una habitación que se convierte poco a poco en una réplica exacta de la librería? ¿Por qué los compañeros de trabajo de Cameron desconfían de Maddison, hasta el punto de abandonar el proyecto? ¿Y qué demonios está pasando con el manual de estilo de los medios de comunicación y revistas, que parece adoptar la autocensura como regla de oro a seguir?

A pesar de los elementos un tanto surrealistas que salpican la trama de la novela, el hecho es que en esencia, esta es una novela plenamente literaria y política. Bryer busca hacernos ver que no hay nada más político que el lenguaje, y que por ende las políticas lingüísticas son las que las autoridades pueden emplear para cosificarnos o borrarnos, si se les antoja. Para muestra, un botón: hace ya años el acrónimo SIEV (Suspect Illegal Entry Vessel) empezó a reemplazar en el vocabulario oficial a las embarcaciones que transportaban a los solicitantes de asilo que llegaban a Australia por mar. Ni asilo, ni solicitantes, ni nada. Si se elimina la palabra, se elimina el problema.

Jhon prepara el texto de la traducción imitando su distribución en el códice.
Jhon prepara el texto de la traducción imitando su distribución en el códice.

Este es un libro valiente, inteligente, una novela compleja y fascinante; un gran debut, en definitiva. La única pega que se le puede poner es el hecho de que Jhon, quien declara tener un conocimiento rudimentario de la lengua inglesa, resulta ser un más que competente traductor. Quizás sea un truco.

La novela, si se tradujese algún día al castellano, supondría un enorme reto para el traductor, pues el texto del códice, lógicamente, habría que traducirlo al original, el castellano antiguo, para garantizarle al texto cierta verosimilitud y credibilidad. He ahí un reto que probablemente la autora no había contemplado en su creación. ¿O sí? Como indica el mismo título, nos adentramos en territorio desconocido y azaroso.

5 sept 2020

Reseña: The Topeka School, de Ben Lerner

Ben Lerner, The Topeka School (Londres: Granta, 2019). 282 páginas.
Cuando hablamos de una ‘novela de ideas’, ¿qué queremos decir exactamente? No hay una única respuesta a esa pregunta, de la misma manera que no hay dos lectores que interpreten una novela de la misma manera exactamente. Es la paradoja del lenguaje: nos sirve y no nos sirve. Sin él, fracasamos en la comunicación social, personal, artística. Y el fracaso comunicativo es asimismo consecuencia de la enorme falibilidad del lenguaje, y de los que lo utilizamos.

No sé si lo entiendo o no lo entiendo. ¿Qué menos que leerlo?
Ben Lerner, Fotografía de Slowking4
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The Topeka School es la tercera novela de Lerner, y es una obra con una fantástica abundancia de ideas. Nuevamente hace uso Lerner de esa muy fluida mezcla de lo real y lo ficticio que tanto le gusta, y que tan buenos resultados le dio con las dos novelas anteriores: Leaving the Atocha Station y 10:04. Como en la primera, una de las voces narradoras es la de Adam Gordon, el alter ego del autor, a la que se le unen sus padres, Jane y Jonathan. Ambos son psicoanalistas en “la Fundación” de Topeka, y buena parte de la novela investiga la relación entre el psicoanalista y su paciente, entre quien escucha y quien habla. Al fin y al cabo, ¿no son muchas de nuestras conversaciones personales, en cierta medida, sesiones gratuitas de análisis?

Otro de los temas recurrentes en The Topeka School es la adolescencia. De hecho, en el libro se caracteriza a los Estados Unidos como “la adolescencia sin fin”. Adam crece en una Topeka donde la virilidad es más que una cuestión de demostrar en las fiestas que se es hombre porque se bebe, sino que la violencia física forma parte de lo cotidiano. De hecho, un incidente que implica a un joven de la edad de Adam, Darren, es el protagonista de un episodio al que se alude en varias ocasiones a lo largo de la novela. En cierto modo, este episodio de violencia de género extrema como manifestación de la masculinidad tóxica es una convincente alegoría de la actual problemática que enfrenta el país.

Vista aérea de Topeka, Kansas.
Si el lenguaje al que los ciudadanos son sometidos a través de los medios de comunicación de masas y las redes sociales está corrompido hasta la médula y ha terminado por dominar absolutamente el debate político, Lerner viene a enfatizar en The Topeka School que la razón última es su inautenticidad. En uno de los capítulos vemos y escuchamos a través de los recuerdos de Adam cómo se entrena a esos adolescentes en el arte de la oratoria: la psicología de crear un ganador a toda costa vicia y pervierte la naturalidad y la esencia de la retórica. No se trata de convencer, sino de vencer al adversario.

Adam juega con la idea de cambiar un archivo abierto en el ordenador de su madre. La noción de pervertir las palabras para reconvertirlas en arma política o demagógica a conveniencia. “Había una suerte de poder especial en reconvertir el lenguaje, en redistribuir las voces, en cambiar el principio de su diseño, tenues chispas de un significado alternativo a la sombra del sentido original, del relato. Era un poder real y, al mismo tiempo, muy débil, como una señal remota. Escribió unos cuantos tercetos más, ninguno de ellos especialmente bueno; pero el proceso de componerlos, de permitir que alguna otra fuerza los compusiera a través suyo, le relajó un poco, como una especie de meditación. Cerró el documento haciendo clic en «No» a la pregunta de «¿Desea guardar los cambios?»” (pp. 247-48, mi traducción)
Jonathan, el padre de Adam, entra en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York tras haber ingerido LSD: "Entonces llegamos ante La Madonna y el niño de Duccio, donde nos plantamos durante varios minutos, y mientras lo mirábamos la mandíbula se me tensaba y destensaba. Normalmente los cuadros antiguos me aburrían; este me hizo pararme en seco. La presciencia en la expresión de la mujer, como si pudiera anticipar una repetición distante. El extraño parapeto debajo de las figuras, y cómo enlazaba el mundo sagrado con el mundo del público. Por un instante me parecía plano el fondo dorado, y al momento veía en él profundidades. Pero lo que de verdad me fascinaba, lo que de verdad me conmovía, no estaba en el cuadro: era cómo el borde inferior del marco original había quedado marcado por quemaduras de velas. Vestigios de un medio de iluminación más antiguo, la sombra de la devoción." (p. 46, mi traducción)
En la parte que cierra el libro, Adam y su esposa, que tienen dos hijas (como Lerner en la vida real) participa en una protesta en un edificio del ICE en Nueva York. Tras salir del edificio, su hija está dibujando corazoncitos en el pavimento con una tiza, y un policía le conmina a impedir que la niña pintarrajee lo que es “propiedad gubernamental”. Tras un intercambio con el representante de la ley, y cuando el policía le da una última oportunidad para que le diga a su hija Luna que deje de dibujar, Adam le responde que la niña nunca le hace caso, que las palabras no sirven: «…ya ves usted los zapatos que lleva puestos. ¿Tiene usted críos? Porque yo, es que no tengo autoridad alguna, es eso lo que estoy intentando decirle, no tengo ninguna autoridad sobre estos críos. ¿Tiene usted la autoridad? ¿De dónde le viene a usted la autoridad, me lo puede repetir?» (p. 281, mi traducción)

El intercambio concluye sin más incidentes. Pero unas cuantas páginas antes, Adam cuenta un desagradable desencuentro con el padre de un niño al que podríamos denominar ‘protofascista’. En un parque neoyorquino al que lleva a sus hijas, el niño se ha subido al tobogán y ni baja ni permite que otros niños utilicen el tobogán. «No se admiten niñas feas y estúpidas», dice. Tras intentar razonar con el padre de la criatura y ser ignorado y menospreciado, Adam cita a Wordsworth (“El niño es el padre del hombre”) y entre paréntesis añade: “Yo ayudé a crearla, a Ivanka, mi hija, Ivanka, que mide un metro ochenta, tiene un cuerpo fabuloso, ha ganado muchísimo dinero. Porque cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa. Tienes la autoridad. Una luna o una estrella muerta infinitamente densa suspendida en el firmamento del sótano.”

Harto de la despectiva actitud del padre de la criatura, Adam se enfrenta directamente: “¿Me está usted ignorando?, le pregunté, algo necio por mi parte. El padre levantó la vista y me miró, ambos éramos ya dos padres malos, y dijo: no pienso hablar más con usted; le he pedido que me deje en paz, ahora le estoy diciendo que se vaya a tomar por saco. Solamente cuando oí el ruido que hizo al caer en el asfalto fui consciente de que le había quitado el teléfono de las manos con un manotazo.” (p. 270, mi traducción)

Conmigo no tendría ese problema, debo añadir. No tengo teléfono móvil ni lo quiero.

Un estupendo libro, no defrauda de ninguna manera. Lerner continúa produciendo novelas absorbentes, repletas de ideas originales y urgentes.

28 ago 2020

Reseña: La pasión de Brahms, de Elizabeth Subercaseaux

Elizabeth Subercaseaux, La pasión de Brahms (Santiago: Sudamericana, 2016). 342 páginas.
La pasión de Brahms ficcionaliza los últimos días de la vida del compositor alemán en Viena, y mediante el uso de dos narraciones complementarias: una en forma de diario confesional en primera persona, en la que Brahms rememora su vida al tiempo que se enzarza con su ama de llaves en banales discusiones. La otra está elaborada a base de episodios históricos narrados en tercera persona, desde el nacimiento de Brahms en Hamburgo hasta la despedida del compositor del público en marzo de 1897. Un mes después moría a los 63 años.
Johannes Brahms. Fritz Luckhardt - Friedrich Nicolas Manskopf Portrait Collection, Biblioteca de la Johann Wolfgang Goethe University (Frankfurt am Main)
No me cabe duda de que la autora ha realizado una exhaustiva investigación sobre la vida de Brahms. De hecho, la narración está salpicada de cartas y misivas, tanto de Brahms como de otras personas que jugaron un papel decisivo en su vida. Son evidentemente ficciones creadas a partir de los datos existentes sobre la vida del músico, pero en los diálogos los personajes rara vez cobran vida en la imaginación del lector.

La vida de Brahms pica ciertamente nuestro interés y curiosidad. Subercaseaux opta por situar a la familia en un barrio muy humilde de Hamburgo, e insiste repetidamente en describir su infancia como la de un niño necesitado, que se veía obligado a acompañar a su padre a tabernas, donde tocaba para ganarse unas monedas. Algunos historiadores, sin embargo, disputan el dato de que los Brahms pasaran por tan graves carencias económicas.

La novela sí aborda la controversia entre las dos tendencias musicales de la época, y la pericia que era necesaria para no crearse enemigos. Destaca la anécdota (no está probado que sea cierta) del desaire que el joven Brahms le hizo a Franz Liszt, dormitando en medio de una interpretación del maestro húngaro.

Subercaseaux, no obstante, centra mucho más su atención como autora en la vida emocional de Brahms, y su gran pasión por Clara, la mujer de Robert Schumann, gran intérprete de piano. Uno de los momentos más genuinos se da en el entierro de Clara, justo al comienzo de la novela, y en él se manifiesta el dolor de Brahms ante la pérdida de la mujer a la que más amó en su vida: “El temor a perderte y que el mundo siguiera existiendo sin ti me ha perseguido toda la vida. ¿Cuántas veces me habré preguntado qué haría el día en que no estuvieras en ninguna parte y yo no pudiera verte ni hablarte ni escribirte una carta? La respuesta fue siempre «mejor morir».” (p. 10) Lo decepcionante es que el nivel de esas primeras páginas no se mantiene en el resto de la obra.

La pasión de Brahms, Clara Schumann. Imagen de Elliott & Fry. 
Sin duda es a través de la música como mejor se expresaba el compositor, y es por suerte algo que los que seguimos vivos podemos reconocer y disfrutar. En un artículo para The New Yorker, ‘Grieving with Brahms’, el crítico musical Alex Ross decía en abril de este año de la música de Brahms: “Hay en su obra una enorme tristeza, y sin embargo es una tristeza que resplandece en su comprensión, que alivia la pesadumbre al compartir la suya propia. Es como si su música, en una extraña manera, te escuchase a ti, incluso cuando tú la escuchas. En un tiempo en el que un número anormalmente grande de gente está sintiendo lo que es estar de duelo, yo recomiendo a Brahms, como guía y confidente.” (mi traducción)

La primera novela de Subercaseaux que leo me ha dejado un tanto frío. Cuando uno se acostumbra a leer novela histórica con magníficos ejemplares como Wolf Hall de HilaryMantel, por poner un ejemplo, de verdad que esto te defrauda una pizca. Hay asimismo frecuentes faltas ortográficas en esta edición, incluso gazapos sintácticos de bulto, como este: “Yo había empezado a escribir Un réquiem alemán un par de años antes de la muerte de mi madre. En esa hora que estuve a solas junto a su cuerpo disminuido entendí que sería mi obra para ella y para el maestro Schumann. Se los dije en silencio.” (pág. 306)

Adagio, segundo movimiento del Quinteto para clarinete de Brahms, Opus 115.
Jerusalem String Quartet
Sharon Kam, clarinete.
Conciertpo en la Schubertiade del 27 de abril de 2013.

Me quedo con la música. Sublime.

23 ago 2020

Reseña: Humans: A Brief History of How We F*cked It All Up, de Tom Phillips

Tom Phillips, Humans: A Brief History of How We F*cked It All Up. (Londres: Wildfire, 2018). 261 páginas.

En un lugar de Valencia de cuyo nombre me acuerdo perfectamente había una tarde de primavera dos adolescentes con un caja de fósforos. Que a los valencianos nos guste el fuego no es excusa para lo que uno de esos dos chicos hizo: encender un matojo de petorret*. En apenas segundos lo que había comenzado como un juego estuvo a punto de convertirse en un incendio. Por suerte, no fue el caso. Adivina quién era el chico de las cerillas.
Petorret en Punta de Capdepera, Mallorca. Fotografía de H. Zell. 
La premisa principal de Tom Phillips en este libro suyo sobre los humanos queda perfectamente expresada en el subtítulo: A Brief History of How We F*cked It All Up, o lo que es lo mismo, ‘Una breve historia de cómo lo cagamos todo’, sin ese asterisco que tanto parece emocionar a la autocensura anglosajona. El libro es un compendio de los errores, desatinos, aberraciones, barbaridades y, en términos más ramplones, grandes cagadas que los humanos han causado a lo largo de los miles de años que llevamos dominando la vida en este sufrido planeta.

Lo hace en clave de humor, pues un tema tan serio como este merece realmente algo de humor. De lo contrario, la demostración de que los seres humanos somos capaces de no aprender de los errores cometidos década tras década o siglo tras siglo podría conducir a cualquiera a la depresión. O a algo peor.

El libro está dividido en diez secciones, y cuenta además con un prólogo y un epílogo. En el prólogo Phillips apunta que contamos con “una notable capacidad para cagar las cosas.”  En la primera sección trata de los errores que la propia evolución del animal que somos ha ocasionado, achacando al cerebro humano la propensión a equivocarnos: “¿Cómo es que nuestro singular modo de pensar nos ha permitido dar forma a nuestro mundo según nuestros deseos de maneras increíbles, pero también tomar constantemente las más rematadamente peores decisiones posibles pese a que está muy claro lo muy malas ideas que son?” (p. 17, mi traducción) Esa primera sección Phillips la ha titulado ‘Por qué tu cerebro es un idiota’.

Las demás secciones refieren los desastres medioambientales que hemos causado y seguimos causando por mor de la agricultura y la ganadería. O por cuestiones de política y de liderazgo. También hay capítulos dedicados a las guerras, el colonialismo, la diplomacia en manos de completos inútiles y, por supuesto, los numerosos desarrollos tecnológicos fallidos y sus muy desastrosas consecuencias. El último capítulo lleva por título ‘A Brief History of Not Seeing Things Coming’ [Una breve historia de no ver lo que se nos viene encima], lo cual tiene definitivamente una más que rabiosa actualidad.

El libro ofrece una abundante cantidad de anécdotas históricas de fracasos, cagadas y descalabros de todo tipo. Algunas ya me eran conocidas (la fabricación de los gases refrigerantes clorofluorocarbonados, o la adición del plomo a las gasolinas; lo curioso de ambos desastres es que fue, en cierto modo, un mismo hombre quien los provocó: Thomas Midgley Jr.). Otros errores épicos más o menos ya conocidos incluyen la suelta indiscriminada de conejos y de sapos de la caña de azúcar en Australia.
Thomas Midgley Jr: Mientras ganemos más dinero, ¿a quién le importa lo que pase al planeta?
Otras anécdotas son menos conocidas, pero te provocan la risa por lo ridículas o absurdas que fueron en su momento. Es el caso de Sigurd el Poderoso, que en el siglo IX retó a otro caudillo, Mal Brigte, en un combate a muerte, con cuarenta guerreros en cada bando. Pero el listillo de Sigurd se trajo ochenta hombres consigo. Qué cabrón, me ha parecido que te he oído decir.

No sé si era bueno como jugador de ping-pong, pero la idea de masacrar los gorriones en China causó después una hambruna que mató a millones. Mao Zedong, el Gran Timonel que no tuvo la suficiente clarividencia de prever que a menos pájaros, más langostas. Y a más langostas, menos trigo.
Por supuesto, toda una falta de honradez, pero podríamos añadir acto seguido que, en este sentido, bien poco ha cambiado la humanidad. El caso es que Brigte perdió la batalla y también la cabeza. Tras decapitarlo, Sigurd anudó la chola del perdedor a la silla del caballo y se fue a casa a celebrarlo. Por entonces no se celebraban rúas, ni acudían en masa a Cibeles o parajes similares. En su victorioso regreso al hogar, los incisivos del difunto le hicieron una herida en la pierna al gran guerrero nórdico. A los dos días, a causa de la infección que le provocó la herida, Sigurd era ya historia. Moraleja: asegúrate de que, si le vas a cortar la cabeza a tu enemigo y la vas a colgar de tu montura, vaya primero al dentista. O algo parecido, ¿no?

De la conclusión quiero mencionar un párrafo, haciendo hincapié en que esto es de 2018: “Sea lo que sea que nos depare el futuro, sean los que sean los desconcertantes cambios que sobrevengan en el año que viene, la década siguiente y el siglo que tenemos por delante, parece probable que seguiremos haciendo básicamente las mismas cosas. Culparemos a otros de nuestras desgracias, y construiremos complejos mundos de fantasía para que no tengamos que pensar en nuestros yerros. Recurriremos a líderes populistas después de las crisis económicas. Nos pelearemos por el dinero. Sucumbiremos al pensamiento grupal y a las manías y al sesgo de confirmación. Nos diremos que los nuestros son unos planes muy buenos y que nada puede salir mal.” (p. 253, mi traducción). 

Y justo en la página siguiente, esto:

(*Arbusto mediterráneo que al arder hace un ruido similar a la pedorreta)

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