15 nov 2010

Galu Afi


Lani Wendt-Young. Pacific Tsunami: Galu Afi. 2010. Editado por Hans Joachim Keil.

La impresión de este libro fue subvencionada por el Programa de Ayuda Exterior del Gobierno de Australia.


Vaya por delante una aclaración: Esto no es una reseña. No puede serlo. No me es posible hacer una reseña de Galu Afi, y no me es posible por razones que son muy obvias para mí y para quienes me conocen. Pues este es un libro que yo he vivido, como se suele decir, en carne propia; y aunque no haya contribuido, nuestra historia está en el libro. Y me reconozco en cada una de las historias que ha recogido Lani Young-Wendt.
Ha sido muy difícil, increíblemente difícil, leer este libro. En ocasiones lo he cerrado de golpe, con lágrimas en los ojos, maldiciendo mi sino. A veces lo leído me ha despertado en mitad de la madrugada, todavía aterrado, otra vez más huyendo del monstruo, de la bestia asesina surgida de las profundidades del mar. Pero ante todo Galu Afi, con toda la tristeza que es ahora parte de mi ser, me ha enseñado a admirar a la gente de Samoa, a respetar su milenaria cultura y querer descubrir más cosas acerca de esas pequeñas y hermosas islas en mitad del océano Pacífico, a aprender, en la medida de lo posible y dada la distancia, su lengua.
Galu Afi. La ola de fuego. A la pérdida de la rica tradición oral de la cultura samoana, en gran parte debida a la conversión al cristianismo infligida en su población durante el periodo colonial, puede atribuirse que a muchos samoanos no les pasara por la cabeza que aquella fatídica estuvieran en peligro. Ciertamente, a muchos de ellos (y también para quien escribe) el terremoto – o mejor dicho, los tres terremotos, según explicaron muchos meses más tarde los expertos en sismología – que sacudió esa parte del Pacífico no les pareció excesivamente fuerte.
Cuando el explorador francés La Perouse (epónimo de un barrio de la ciudad de Sydney, donde también estuvo la expedición gala) llegó a Samoa en 1787 – nos cuenta Lani – observó que los pobladores de la isla construían sus casas en las colinas, alejadas de las playas. La Perouse asumió que lo hacían porque en esa ubicación las viviendas eran más frescas. Cuando el misionero Tuner les preguntó a los habitantes por qué no vivían cerca de la costa, le respondieron: ‘Galu Afi’. La ola de fuego.
Galu Afi es un libro único. Es un compendio de testimonios personales, y la mayoría de ellos cuenta con detalles absolutamente espeluznantes. Cada una de las historias de los supervivientes del 29 de septiembre de 2009 incluye algunas pinceladas del terror de aquellos cuatro o cinco minutos indescriptibles, y del horror de las horas y los días que les siguieron.
No voy a comentar ninguna de las terribles historias que componen Galu Afi. No puedo hacerlo. El dolor es demasiado intenso cuando intento pensar en qué podría escribir sobre esas historias de terror y horror que son, al fin y al cabo, la mía.
Pero sí quiero poner por escrito algunos comentarios sobre el libro. Narrar una catástrofe como la del tsunami del 29 de septiembre de 2009 no puede ser fácil, pero Lani Young-Wendt lo hizo, y sufrió al hacerlo. Entre los distintos capítulos de las narraciones de los supervivientes, Lani intercala sus reflexiones y emociones, sus confesiones. Estas le añaden un valor todavía mayor a este libro. Nos confiesa Lani en la página 73, en la celebración del día de los niños en Samoa, el White Sunday de octubre:
“Ver a mis hijos subidos al estrado el domingo de los niños siempre me hace llorar. Pero hoy ha sido diferente. Hoy mis ojos se posaron en un pareja que ha entrado un poco tarde hacia la parte de detrás de la capilla, como a escondidas. Un hombre joven de ojos y cabellos oscuros, que iba empujando con cuidado una silla de ruedas en la que iba su mujer. Cada uno de sus movimientos expresaba protección. Ella estaba delgada. La silla de ruedas era demasiado grande para su cuerpo encogido. Tenía la pierna vendada, y en el rostro se veían cortes que comenzaban a sanar. He reconocido a esa pareja − y al hacerlo, se me ha caído el alma a los pies. No, este era el peor día posible que podían haber escogido para venir a misa. No. Hoy no.
Los hemos observado subrepticiamente. Los niños estaban cantando, y los ojos de la mujer se han inundado de lágrimas. El marido le ha cogido la mano entre las suyas. Un muchachito ha sonreído picaruelo al enredarse con las palabras que tenía que decir, y luego ha dejado escapar una sonora carcajada, en señal de triunfo cuando ha terminado. Y el hombre se ha puesto a llorar. Le temblaban los hombros en silencio mientras se cubría la cara con las manos. Y esta vez ha sido la mujer quien ha hecho por consolarle.
Ojalá alguien les hubiera avisado. Haberles dicho que no se acercaran hoy, de todos los días del año. Alrededor de ellos, otros padres sonreían al mirar a sus pequeños. Niños que cantaban, que se no se estaban quietos ante la atenta mirada de su maestra, niños que sonreían y saludaban cuando veían a su papá y a su mamá entre el público asistente.
No me pareció correcto estar tan feliz cuando otros sufrían tanto. No pareció correcto que se regocijaran con sus hijos cuando a otros se los habían arrancado. Al final de la misa, hemos hablado con esa joven pareja, pero las palabras me parecían tan inadecuadas. Perdón, quería decirles. Perdón porque, yo todavía tengo a mis hijos, pero los vuestros ya no están. Siento mucho que no puedan estar aquí hoy. Perdón, porque para nosotros, la felicidad es todavía una opción.
Perdón.”
Albert Wendt, el celebrado poeta samoano, y tío de Lani Young-Wendt, ha descrito Galu Afi como un ‘ie toga’, la fina esterilla que es el objeto más valioso y significativo de la cultura samoana: “Este libro es un tributo a los que perecieron, a sus vidas y su valentía, y a sus seres queridos – a sus familiares y amigos – que ahora tienen que vivir, con sus profundas ausencias y el dolor”.
Se necesita mucho coraje, mucha fibra, para hacer lo que ha hecho Lani. Y sin embargo, ella misma confiesa que hubo momentos en que pensaba que no podía cumplir con el compromiso de escribir este libro. Como en estos párrafos de las páginas 150-1, que escribió en noviembre de 2009:
“Hace ya un mes que comencé a trabajar a tiempo completo en este proyecto. Me he reunido con supervivientes de Saleaumua, Satitoa, Lalomanu, Saleapaga, Malaela, Lepa, Vavau. Y de Poutasi. He visto a niños que fueron salvados por sus padres, que los mantuvieron con los brazos en vilo por encima del agua mientras ellos estaban sumergidos [y tragando agua, debiera añadir]. He tocado árboles a los que la gente se subió para escapar de las aguas. He hecho fotos de un pequeño armario de madera al cual se subió un niño y en el cual flotó hasta ponerse a salvo. He conocido a delicadas ancianas octogenarias a quienes sus nietos se las cargaron a las espaldas y las pusieron a salvo. H escuchado a madres que lloran porque no pudieron salvar a sus pequeños. He sentido la rabia de padres que no pudieron luchar contra el tsunami. Y quiero escuchar. Quiero dejar constancia de sus historias. Y honrar sus vivencias.
Pero hoy no. Porque hoy he tenido miedo. […]
Hoy estaba desesperada por marcharme de Poutasi. He sentido cómo el pánico iba haciendo presa en mi pecho mientras cruzaba el estrecho puente con el coche. Iba pensando en olas. Tan fuertes que harían rodar a los coches varias vueltas de campana. Como una planta rodadora. Hoy solo hemos hecho tres entrevistas. Pero ha sido suficiente.
Hoy le tenía miedo al mar. Y de imaginarias olas asesinas que venían a por mí. […] Y pido perdón porque hoy no he estado a la altura. Estoy avergonzada, también. Porque no he tenido que sobrevivir a un tsunami. […] ¿Qué narices me pasa?”
Pienso que es normal tenerle miedo al mar, Lani. Es normal porque los seres humanos no debiéramos tenerle miedo a ningún otro ser humano, pero sí a lo que este planeta puede hacernos. Podemos sentir asco y desprecio por otras personas, como los que se dedicaron al robo y al saqueo a los pocos minutos de la catástrofe, pero no debemos tenerles miedo. Al océano sí podemos temerle.

Sin que sirva de precedente, he decidido incluir una versión del comentario anterior en inglés. He pensado que habrá algunas personas que quieran leer esto, y que no entenderán el castellano. 


Let me start with an explanation: This is not a review. It cannot be. I just cannot write a review of Galu Afi. It’s not possible for me to do so for reasons which are very obvious to myself and for those who know me. For this is a book I have lived, as the saying goes, in my own flesh; and even though I did not contribute to it, our story is there. I do recognise myself in each and every story Lani Young-Wendt has recorded.
I have found it very hard, incredibly difficult, to read this book. I have often snapped it shut, with tears in my eyes, cursing my fate. Sometimes what I have read has woken me up in the middle of the night, still terrified, once again fleeing the monster, the killer beast that came from the depths of the sea. But first and foremost, Galu Afi, with all this sadness that is now part of my self, has taught me to admire the Samoan people, to feel a deep respect for their ancient culture and a wish to discover further things about those small, beautiful islands in the middle of the Pacific Ocean, to learn, as far as it is possible given the distance, their language.
Galu Afi. The wave of fire. The loss of the rich oral tradition in the Samoan culture, largely due to the conversion to Christian cults inflicted by missionaries on the population during the colonial period, may be the reason why many Samoans did not even think they might be in danger that fateful morning. Indeed, to many of them (and yours truly, too) the earthquake – or rather, the three earthquakes, as we were told later by the expert seismologists – that shook that part of the Pacific did not seem excessively powerful.
When French explorer La Perouse (eponymous of a Sydney suburb, where the French expedition went, too) arrived in Samoa in 1787 – Lani tells us in the book – he remarked that the islanders had built their houses on the hills, far from the beaches. La Perouse assumed they did so because the dwellings would feel cooler in such locations. When missionary Turner asked them why they did not live closer to the sea, they would reply to him: ‘Galu Afi’. The wave of fire.
Galu Afi is a truly unique book. It is a gathering of personal accounts, and most of them include absolutely hair-raising details. Each of the 29/09/2009 survivors’ stories has some touches of the terror of those four to five unspeakable minutes, of the horror of the hours and days that followed.
I will not comment on any of those terrible stories that make up Galu Afi. I cannot. The pain is too intense, when I try to think what I could say about the stories of terror and horror, which are ultimately my own story.
Yet I do want to write a few comments on the book. Telling the story of a catastrophe such as the 29 September 2009 tsunami cannot be an easy task, yet Lani Young-Wendt did it, and suffered in doing so. Between the different chapters of the survivors’ narratives, Lani has inserted her reflections, her emotions, her confessions. They add an even greater value to this book. Lani tells us on page 73 about the celebration of children’s day in Samoa, the October 2009 White Sunday:
“Watching my children up on the stand on Children’s Sunday, always makes me cry. But today was different. Today, my eyes were on the couple who had edged into the back of the chapel a little late. A young man with dark hair and eyes, carefully pushing his wife in a wheelchair. His every movement spoke of protectiveness. She was thin. The chair was too big for her huddled frame. Her leg was bandaged, there were healing cuts on her face. I recognized the couple – and as I did so, my heart sank. No, this was the worst possible day they could have chosen to come to church. No. Not today.
I watched them furtively. The children sang and the woman’s eyes filled with tears. Her husband gripped her hand in his. A little boy grinned mischievously as he stumbled over his words then laughed aloud triumphantly when he was done. And the man started to cry. His shoulders shook quietly as he covered his face with his hands. It was the woman’s turn to comfort him.
I wished someone could have warned them. Told them to stay away on this day of all days. Other parents all around them were smiling as they gazed upon their little ones. Children singing, wriggling under a teacher’s watchful eye. Children smiling and waving when they caught sight of their mum and dad in the audience.
It did not seem right to be so happy when another was suffering so much.  It did not seem right to rejoice in one’s children when another’s had been ripped from them. At the end of the service, we talked to the young couple, but words seemed so inadequate. I’m sorry, I wanted to say. I’m sorry that while I have my children, yours are gone. I’m sorry that they can’t be here today. I’m sorry that happiness is even an option for us.
I’m sorry.”
Albert Wendt, the prestigious Samoan poet and Lani Young-Wendt’s uncle, has described Galu Afi as a ‘ie toga’, the fine mat that is the most valuable and significant object in Samoan culture: “This book is a tribute to those who died, to their lives and courage, and to their loved ones – their relatives and friends – who now have to live with their profound absences and sorrow”.
One needs a lot of courage, a lot of guts to do what Lani has done. She herself has however confessed there were times when she thought she would not be able to keep her commitment to write this book. As in these paragraphs on pages 150-1, which she wrote in November 2009:
“It’s been a month now since I started working fulltime on this project. I have met with survivors from Saleaumua, Satitoa, Lalomanu, Saleapaga, Malaela, Lepa, Vavau. And Poutasi. I have seen children who were saved by parents who held them above the water while they were submerged. I have touched trees that people climbed up to evade the waters. I have taken photos of the wooden cabinet a little boy sat on and floated to safety. I have met frail old ladies in their eighties who were carried on the back of their grandsons to safety. I have listened to mothers weep because they could not save their little ones. I have felt the anger of fathers who could not fight against a tsunami. And I want to listen. And record their stories. And honour their experiences.
But not today. Because today I was afraid. […]
I was desperate to leave Poutasi today. I felt panic claw its way up through my chest as I drove back over the narrow bridge. Thinking about waves. Strong enough to roll cars. Like tumbleweed. We only did three interviews today. But it was enough.
Today I was afraid of the sea. And imaginary killer waves out to get me. […] And I am sorry that I wasn’t up to it today. And I am ashamed too. Because I didn’t have to live through a tsunami. […] So what the heck is my problem?”
I think it’s quite normal to be afraid of the sea, Lani. It is normal, because human beings should not be afraid of any other human being, but we should be afraid of what this planet can do to us. We may feel disgust and contempt for other people, such as those who took to thieving and looting just minutes after the catastrophe, but we must not be afraid of them. The ocean, we can fear indeed.

1 nov 2010

Reseña: El baile de la Victoria, de Antonio Skármeta



Antonio Skármeta, El baile de la Victoria (Barcelona: Planeta, 2004). 376 páginas.



En el Chile post-Pinochet, y como consecuencia de una extraña e inesperada amnistía, dos presos, Ángel Santiago y Nicolás Vergara Grey, salen de la cárcel. Afuera, el desempleo, la soledad, el frío y el pasado son implacables con los recién salidos del presidio. Ángel, joven e idealista, solamente desea llevar a cabo su venganza contra el alcaide de la cárcel. Don Nico, maestro de ladrones, ya mayor, sufre el rechazo de su mujer y la indiferencia de su hijo –quien, cuando lo ve por vez primera tras salir de la cárcel, le confiesa que va a cambiarse de nombre. Vergara sabe que es imposible a su edad vivir al margen del crimen.

Desde dentro, el Enano le ha regalado a Santiago un mapa. Es el croquis del golpe perfecto, del gran robo que les resolverá la vida a los dos para siempre. Vergara se niega una y otra vez a escuchar a Ángel, pero este no ceja en sus intentos.

De pronto, en la vida de Ángel Santiago hace su aparición Victoria Ponce, una estudiante que ha sido expulsada del liceo, y que sueña con llegar a ser gran y afamada bailarina. Victoria es la hija de una de las últimas víctimas de la dictadura pinochetista. Es ella quien completa el trío y quien tras un episodio que raya en lo suicida consigue darle un nuevo sentido a la asociación entre los dos hombres.

Con esta novela, Skármeta ganó el Premio Planeta en el año 2003, el Premio Municipal de Literatura de la capital santiaguina y el Premio Ennio Flaiano en Italia. Recientemente, la novela ha sido llevada al cine por el director español Fernando Trueba, y la presencia del siempre magnífico actor argentino Ricardo Darín.

En su vibrante y dinámica narración, Skármeta invita al lector a acompañar a estos tres personajes en su deambular por las calles de Santiago. El autor sabe asimismo transmitir su amor por la ciudad de Santiago; conoce bien la ciudad y a sus habitantes. Los diálogos son de lejos lo mejor de la novela, ricos en el lenguaje coloquial de la gente de Santiago, lo que en cualquier caso no debería suponer apenas un obstáculo para la comprensión de la historia por parte de un estudiante avanzado de español. Y cuando Skármeta explora otros modos y técnicas narrativas, se desempeña normalmente con soltura, por ejemplo en el capítulo dedicado al delirio febril de Victoria en el hospital.

Skármeta captura la hermosura de la amistad y el amor en sus palabras, en sus descripciones y diálogos. Sabe que sin tener conocimiento del sufrimiento no es posible reconocer el gozo cuando se nos cruza en el camino de la vida, y que el dolor verdadero es parte de nosotros tanto como cualquier otro sentimiento, aunque muchos prefieran no admitirlo.

En definitiva, una lectura altamente recomendable.

19 oct 2010

Reseña: The Road, de Cormac McCarthy


Cormac McCarthy, The Road (Londres: Picador, 2006). 307 páginas.

Una América destruida por gigantescos incendios, un paisaje incinerado, bosques enteros ennegrecidos, lluvia y nieve impregnada de ceniza. Un ecocidio (¿o es la hecatombe nuclear?) parece haber terminado con la humanidad, y los supervivientes se dividen entre los buenos y los malos. Los malos no se detienen ante nada, y son capaces de la antropofagia con tal de sobrevivir.

En The Road McCarthy nos hace acompañar a un padre y su hijo, un niño de pocos años, en su huida del frío que se ha adueñado de esa región del planeta y de la hambruna resultante de la hecatombe. En el camino van encontrando horrores, escondiéndose continuamente y afrontando alguna que otra situación de vida y muerte. Cuando el hambre parece que va a terminar con sus vidas, la fortuna les sonríe y dan con provisiones que almacenaron otros seres humanos que no tuvieron tanta suerte como ellos.

El horror apocalíptico que nos describe McCarthy es pavoroso; el padre se debate en ocasiones entre seguir luchando por sobrevivir o terminar con sus propias vidas. En la carretera padre e hijo son el objetivo de otros seres humanos, los malos, dispuestos a cazar a otros seres humanos para poder comer. En la novela abunda la imaginería de la brutalidad, pero McCarthy nos la presenta con una urgencia cercana y directa. La pesadilla universal que viven padre e hijo (cuyos nombres nunca se nos revelan), McCarthy nos la presenta con un lenguaje tan frugal y sobrio como pulcro y portentoso.

McCarthy fascina al lector en su exposición brutal de la lucha por la supervivencia en un mundo sin moral y sin ley, y aunque el padre parece ser la única brújula para el niño, la única convicción de la conciencia humana, ésta va diluyéndose a medida que la necesidad perentoria de luchar por seguir vivo le lleva a tomar decisiones que al niño no siempre le parecen correctas.

¿Nos alcanza el horror de The Road todo lo seriamente que cabría esperar? Depende de qué tipo de lector sea uno. Si el lector recapitula un poco, quizá unos días después de haber leído la novela, la idea de que la historia de The Road sea mera ciencia ficción no es tan descabellada – por muy lúcida, inquietante y bien narrada que esté. Por otra parte, el detalle un tanto rosa del final (que no desenlace, pues la historia queda muy abierta a múltiples interpretaciones) puede que no termine de cuadrarle a quien no tenga convicciones religiosas. Y pongo por caso, y salvando las distancias, otra novela norteamericana reciente, What is the What, de David Eggers, inspirada en una historia real en la región sudanesa de Darfur. El horror que nos cuenta Valentino Deng a través de Eggers es un horror palpable, verídico y muy cercano, de hecho tan próximo que en general todos preferimos mirar hacia otro lado.

The Road es, con todo, una narración fascinante, y en muchos aspectos, espléndida. La desolación del paisaje apocalíptico que McCarthy describe con lenguaje vibrante tiene ribetes poéticos. Y sin embargo, personalmente me sobra el penúltimo párrafo de la novela, en el que McCarthy parece darnos a entender que el niño termina yéndose con los buenos, y que éstos son los creyentes en Dios. Cómo puede el ser humano aferrarse a una fe que lo rebaja y lo menoscaba en medio de la devastación absoluta es un postulado con el cual no puedo sino discrepar. Puede que sea muy difícil vender libros en los EE.UU. sin hacerles un guiño a los piadosos.

16 oct 2010

Un cuento: La dentellada

La dentellada

J. Salavert

Había visto las primeras señales unas dos horas antes, pero no las interpretó como algo extraño y terrible.

Ocurrió todo muy rápido. Los pájaros subieron desde la falda de la colina en un hervidero frenético y salvaje; nerviosos, se posaron en las ramas de los árboles de la plantación. Poco antes, los perros habían comenzado a aullar con un lamento extraño e insólito; les había conminado al silencio.

Cinco minutos antes, la tierra había temblado. Fue un largo temblor para lo que acostumbraban a sentir en la isla. Al temblor le siguió apenas cinco minutos más tarde un estruendo sordo, amortiguado por la distancia. Un fragor inhumano avanzó desde el océano a velocidad de vértigo y se abalanzó contra la isla.

Desde su humilde fale no se veía la playa. Le pareció escuchar un rumor difuso, que en realidad era el rugido salvaje de una bestia sedienta de muerte y destrucción. Una masa inimaginable de océano procedente del sur se estaba estampando contra la isla. Desde la cima de la colina, sin embargo, no le pareció que algo extraordinario hubiera sucedido.

Su familia había malvivido toda la vida en esa tierra. Unos años habían sido mejor que otros, saliendo adelante con las cosechas de taro, su pequeña piara de cochinos, algunas gallinas y pollos. Era una existencia muy pobre, que a veces rozaba la miseria. Habían sobrevivido con estrecheces hasta que pudieron convertir una buena parte de aquella selva que les rodeaba en plantación de bananas, que se pagaban mejor que el taro. Tenía también algunos papayos y mangos, y había ampliado el huertecillo para plantar tomates, pepinos y otras verduras. No vivían mucho mejor que lo habían hecho las generaciones de sus padres o sus abuelos, pero al menos ya no pasaban hambre, como había sido el caso durante años, cuando él era apenas un niño.

Era cierto que las familias de la playa vivían mucho mejor, no le cabía ninguna duda. Vivían mejor gracias al dinero palagi. Los Fautua, por ejemplo, habían consolidado ya su negocio turístico, expandido con el paso de los años hasta poder dar alojamiento y comidas a más de doscientos turistas. Habían abierto un restaurante en el que también recalaban muchos extranjeros para saciar su sed con una Vailima fría o un refresco, o para comerse un sándwich mientras contemplaban aquella extraordinaria y hermosa vista del océano Pacifico: la permanente línea blanca del arrecife de coral, y pasada la hermosa blancura del arrecife, otra isla, más pequeña, que destacaba con su verdor exuberante en el este en medio del azul más puro y grandioso.

En realidad no les tenía envidia; prefería su modesta choza a vivir con  el trajín diario de la carretera paralela a la playa, por la que circulaban coches, camionetas y camiones, y algunos de los pequeños autobuses de transporte local, siempre atiborrados de gente camino de la capital o de otros pueblecitos o asentamientos desperdigados por la isla. Y lo cierto era que desconfiaba de los extranjeros. No entendía su idioma ni sus costumbres, tan distintas de las tradiciones ancestrales de su gente.

Durante la temporada seca muchas veces corría el riesgo de quedarse sin agua, pero el pueblo no le quedaba demasiado lejos, y sus vecinos podían echarle una mano siempre que la situación se volviera crítica. Como muchos de los hombres de su generación, había sentido la tentación de emigrar durante muchos años. Pero no lo hizo cuando tuvo la ocasión, y ahora ya no estaba en edad de dejar la isla, la tierra de sus antepasados.

Pues ésa era en realidad la historia de su tierra, de esa isla en medio del Pacífico donde la gente entierra a sus muertos en el jardín, delante de sus casas. Él había oído las historias y anécdotas que contaban los del pueblo acerca de los que años atrás habían partido rumbo a Nueva Zelanda o Australia. Regresaban a veces en esos ruidosos pájaros de hierro que de vez en cuando veía en la distancia. Tenían siempre los bolsillos repletos de dinero, vestían ropas vistosas y calzaban hermosos zapatos de cuero. Hubo alguno que incluso les había mostrado a los lugareños de manera bien ostentosa un reloj de oro. Con él exhibía su poderío económico. También era cierto que muchos de ellos mantenían a flote a sus familias mediante las remesas que les hacían llegar regularmente desde Auckland, Wellington, Sydney, Brisbane.

Minutos después cruzó la plantación y se asomó con un poco de aprensión. La playa había desaparecido. Todas las casas, el restaurante, los fales para turistas en la primera línea de playa, todo había sido arrasado por el agua. En su mayor parte, el agua había regresado al océano igual que un niño pequeño vuelve a las faldas de su madre tras haber hecho alguna travesura. Entre la carretera y el pie de la colina el agua había quedado estancada, formando una laguna donde antes vivían las familias de los que trabajaban en los restaurantes. Todo había sido arrasado; solamente algunos árboles habían podido resistir la embestida de aquel monstruo que se había arrojado con toda su furia y hambre de muerte desde las entrañas del mar.

No le extrañó demasiado que unas dos o tres horas más tarde, cuando ya el asfixiante calor del mediodía se intuía en el aire, surgieran caminando desde el límite de su plantación cuatro turistas. Primero divisó a una mujer que a duras penas llevaba en sus brazos a un niño de unos cinco años; su mirada ida, perdida en otro lugar, que no era aquel donde se encontraba.

La palagi se había cubierto los pies descalzos con una especie de tela colorida, pero de la pierna derecha le brotaba sangre, tenía un corte profundo en forma de V mal trazada y bocabajo. Detrás de ellos venía un hombre, también descalzo; cojeaba del pie derecho y llevaba en brazos a otro niño, de edad similar.

Cuando se le acercaron un poco más, pudo ver los restos de arena en el pelo de la mujer y los niños. Sus rostros estaban desencajados, sucios. Las ropas estaban también muy sucias, como si hubieran cruzado una marisma. La mujer se paró y le dijo algo al palagi que venía detrás, en un idioma que reconoció como inglés, aunque él apenas lo hablaba y en realidad no lo entendía. Nunca había tenido la tentación ni la necesidad de conversar con ninguno.

El palagi se acercó hasta el fale e hizo un gesto. Le estaba pidiendo agua. A pesar de su desconfianza, él se apresuró a buscar un cazo y lo llenó. Se dio la vuelta y se lo ofreció al hombre, quien primero le dio de beber al niño. Luego el hombre se lo pasó a la mujer, quien primero le dio de beber al otro niño y luego tomó un largo sorbo.

Volvió a llenarles el cazo de agua. El palagi tomó entre sus manos el cazo y bebió. Dio un largo sorbo y por fin levantó la vista para devolverle el cazo. Le dio las gracias.

Los ojos del palagi se clavaron por primera vez en los suyos, y él vio en ellos una señal imborrable. Era una rúbrica atroz, aterradora. La marca de una saña violenta, imposible de olvidar. El hombre portaba en sus ojos la dentellada de la muerte, una dentellada profunda, aterradora.

Supo que aquel hombre había quedado herido de por vida por la muerte. Y aquella noche, mientras repasaba los sucesos de aquel día con su familia, comprendió el terror que había visto marcado a fuego y sangre en los ojos del palagi, y supo que iban a reportarle silencio y soledad. Mucho tiempo.

11 oct 2010

Lalomanu en el corazón

El gobierno de Samoa publicó el 29 de septiembre pasado el informe oficial del tsunami del año anterior. El informe da cuenta del desastre, de la respuesta al desastre y de las consecuencias para Samoa, rinde tributo a las víctimas y explica el camino a seguir en la recuperación de Samoa.

El informe está disponible en PDF de baja resolución (1,2 MB) en esta dirección de internet: http://www.mof.gov.ws/uploads/tsunami_publication2_wf_blanks.pdf . (Añadido el 12 de octubre, JS).


De especial interés y orgullo para mí es la inclusión de unos cuantos versos de mi poema 'On Lalomanu Beach' en un lugar muy destacado del informe, nada menos que después de la introducción del Primer Ministro de Samoa, el Honorable Tuilaepa Sailele Malielegaoi.



Las fotografías, tanto la de la portada del informe como la que acompaña mis versos, son el testimonio de lo hermoso que es el lugar. Lalomanu es y será para los samoanos sinónimo de belleza, aunque el casi paraíso que era antes del 29 de septiembre de 2009 haya quedado gravemente dañado. Poco a poco Lalomanu va recuperando su hermosura, pero las marcas de la destrucción que causó el agua asesina siguen muy presentes y visibles.

También en un artículo publicado el domingo 3 de octubre en el Samoa Observer, el Vice-Primer Ministro de Samoa, el Honorable Misa Telefoni, rindió tributo a los niños que perecieron en el tsunami, y citó mi poema 'Lalomanu Sunrise' dentro de su tributo a todas las víctimas de aquel monstruo sediento de muerte y destrucción. Misa Telefoni es también un hombre de letras, y ver mi obra citada en su columna me llena de orgullo, un orgullo que para nada atenúa el dolor y la desesperación del padre que pierde a su hija.

Lo queramos o no, llevamos a Lalomanu en el corazón. Mi familia, mi nombre, mi apellido, han quedado para siempre unidos con dolor y con amor a ese hermoso rinconcito rodeado por las aguas limpias y transparentes del océano Pacífico, y en cuyas orillas crecen palmeras que te hacen soñar con las aventuras de Jim Hawkins, Long John Silver y el simpático locuelo Ben Gunn.

10 oct 2010

Reseña: Echoes of Silence, una novela de Malasia


Chuah Guat Eng, Echoes of Silence (Kuala Lumpur: Holograms, 1994). (2ª impresión, 2009)

En la primera novela de Chuah Guat Eng, Echoes of Silence, el lector pudiera fácilmente asumir que se está sumergiendo en un thriller, si no fuera porque desde el primer párrafo de la novela la autora nos plantea una serie de premisas muy diferentes de las habituales en el género detectivesco. En una plantación de caucho propiedad de un caballero inglés se comete un asesinato que parece ser copia casi exacta de otro asesinato cometido unos veinte años atrás. Y a medida que progresa la trama que nos cuenta en primera persona la narradora, Ai Lian, se van desvelando pistas de otro calibre, de una índole mucho más compleja.

La novela avanza pues por dos caminos paralelos y complementarios. Por una parte, la búsqueda de las pruebas que puedan determinar de manera fehaciente quién fue el culpable de los dos asesinatos cometidos en la plantación del magnate Templeton, mientras en un plano paralelo de descubrimientos empiezan a resonar con fuerza ecos y reverberaciones de una odisea personal e íntima, la de la narradora en su busca de una identidad como ser humano en la maraña social multirracial y extremadamente compleja de la Malasia inmediatamente después de la independencia, con el trasfondo de los disturbios raciales de 1969.

Guat Eng se nos revela como una avezada narradora, al crear en la novela un sugestivo mundo imaginario (el del distrito de Ulu Banir). En ese mundo el lector percibe la profundidad de las ideas, el dolor y la madurez intelectual que resultan del ineludible paso del tiempo, la sensación de vivir, de crecer, el bosquejo de una sociedad que aprende a verse a sí misma y a expresar esa experiencia.

Hay en Echoes of Silence pasajes llenos de expresividad, de significados muy poderosos, de una humanidad amplia y rica en matices:

“You know”, he said one evening when the sunset was particularly beautiful, “sometimes I see myself as a tiny drop of water tossed this way and that in an endless shoreless sea. Through the sheer force of the sea’s movements, other droplets become attached to me. For a while we become bonded by the tide over which we have no control. We travel together. Then the tide forces us apart. New droplets take the place of the droplets washed away. We form new attachments, create new patterns. But we’re still running along willy-nilly, and the sea is always an anonymous, indifferent sea.

“It’s a sort of parable of life. Lives, dreams, ambitions, achievements, history itself, are not made. They just happen. The way they happen depends purely on the way this cosmic sea moves at any given moment. On the resulting conjunction of souls that accidentally bump into one another during this aimless drift.”(p. 266)

“Sabes”, me dijo un anochecer en el que la puesta de sol fue especialmente hermosa, “a veces me veo a mí mismo como una diminuta gota de agua arrojada de aquí para allá en un mar infinito, sin orillas. Debido a la magnitud de la fuerza de los movimientos del mar otras gotitas se acoplan a mí. Durante un tiempo quedamos unidos por culpa de la marea, sobre la cual no tenemos control alguno. Viajamos juntos. Entonces, la marea nos separa a la fuerza. Otras gotitas toman el lugar de las gotitas que se llevó la marea. Formamos nuevas conexiones, creamos nuevos paradigmas. Pero continuamos avanzado, lo queramos o no, y el mar es siempre un mar anónimo, indiferente.

Es una especie de parábola de la vida. Las vidas, los sueños, las ambiciones, los logros, la historia misma, no son cosas que se hagan. Simplemente, ocurren. El modo en que suceden depende sencillamente de cómo se mueva este mar cósmico en un momento dado. De la confluencia resultante de almas que fortuitamente tropiezan entre sí, en el transcurso de esta deriva sin sentido.”

Puede que la literatura sea una de las pocas cosas que nos ayude a darle un poco de sentido a esta deriva que aparentemente no tiene objeto alguno. Y si no nos lo da, al menos ayuda a sobrellevar el paso del tiempo. Echoes of Silence, con su estudiada estructura de novela detectivesca que abarca más de cuarenta años de historia familiar, ciertamente no defrauda.

28 sept 2010

Reseña: L'illa de l'última veritat, de Flavia Company


Flavia Company, L’illa de l’última veritat (Barcelona: Proa, 2010). 141 páginas.

Cuando el doctor Matthew Prendel descubre que está gravemente enfermo y que pronto morirá, siente la necesidad de confesar un secreto con el que ha podido vivir, pero con el que no puede morir. Eso nos cuenta al principio de L’illa de l’última veritat la narradora, Phoebe Westore, compañera sentimental del extraño doctor Prendel.
Cansado de su vida como médico y profesor universitario, enamorado de la mar y de la navegacion, Prendel convence a dos amigos suyos, Katy y Frank, para embarcarse con él en una travesía a través del océano Atlántico. De pronto son víctimas del abordaje de un barco de piratas. Se produce una discusión muy tensa, Prendel dispara contra un pirata que cae al mar, y a continuación los piratas matan a Katy y Frank, Matthew Prendel salta al mar. Los piratas se llevan su yate y lo dejan en mitad del océano, suponiendo que morirá.
Tras varios días en el agua, Prendel llega a un islote, casi muerto. Un hombre le salva la vida. Cuando se recupera, descubre que es el pirata al que le había disparado durante el abordaje.
El enfrentamiento psicológico entre estos hombres en una isla desierta es la cuestión más interesante, y ciertamente fascinante, de L’illa de l’última veritat. Nelson Souza, el pirata, le impone a Prendel sus condiciones para permitirle vivir en la isla, so pena de muerte. Le prohíbe ir a “su territorio”,  le impone un régimen de contacto, no comparte con él muchas de las cosas que tiene escondidas en su parte de la isla, etc. Prendel se debate entre la rebelión que podría acarrearle la muerte y el instinto por seguir vivo, entre la necesidad de contacto con otro ser humano y la locura. La única ocasión que intenta entrar en la “zona prohibida”, Souza le dispara y le hiere en una pierna. ¿Ojo por ojo?
Pasados ya dos años desde su llegada, Prendel pierde la noción del tiempo. Puede que hayan transcurrido ya cinco años cuando Souza acude un día a verle y le dice, jubiloso, que ya pueden marcharse de allí. ¿Será que Souza ha estado siempre loco? ¿Qué otros secretos le ha ocultado?
La noche antes de abandonar la isla de la verdad última, los dos hombres comparten un festín y beben whisky y fuman. ¿Se han hecho amigos después de tanto tiempo viviendo según las reglas de Nelson?
Flavia Company (Buenos Aires, 1963) ha creado una historia llena de tensión y suspense en L’illa de l’última veritat. Es un libro corto, sin duda, pero la trama no tiene por qué dar mucho más de sí, y que en todo caso, hasta podría resultar superfluo. La voz de Prendel nos llega por boca del relato que escribe Westore:
“Les coses, però, no podien seguir sempre igual a elles mateixes. Sap molt bé que la inèrcia troba gairebé sempre algun obstacle. Nelson i jo vivíem la nostra rutina. Jo no envaïa el seu espai, per por de la mort, i ell no es deixava veure, potser perquè pensava que el voldria atacar de sorpresa. Però, benvolguda Phoebe, jo no deixava de donar-hi voltes i, per més que no tenia ganes de tornar a Nova York, sí que la idea de surtir d’allà començava a fer-se’m repetitiva.
Però anem a pams. A pesar que en un primer moment el fet que tornés a desaparèixer va ser de nou un alleujament, al cap d’un temps que, com ja li he dit, ni tan sols vaig calcular, vaig començar a sentir-me inquiet. I si havia marxat de l’illot i no me havia adonat? I si m’havia quedat tot sol?” (p. 84)
“Things, however, could not remain as they were. You know too well that inertia almost always runs into an obstacle. Nelson and I lived our own routine. I would not invade his space, for fear of death, and he would not show up, perhaps because he thought that I would attack him by surprise. But, my dear Phoebe, I could not stop thinking about it, and although I did not want to return to New York, the idea of leaving the island recurred in my mind.

But let’s proceed bit by bit. Even though the fact that he disappeared once more was again a relief, after a time, which, as I have said, I did not even calculate, I began to feel uneasy. What if he had left the islet? What if I had been left all alone?”

El desenlace es más que sorprendente. En el epílogo, Phoebe Westore nos cuenta su visita al barrio lusitano de la Alfama, donde va a llevarle a la familia de Souza la carta que éste dejó como último mensaje. En la casa de los Souza, Phoebe va a descubrir el gran secreto que el doctor Matthew Prendel no llegó a revelarle antes de morir.
Esta es una novelita excelente, que no querrás dejar hasta saber cuál es la última verdad, y cuál es el secreto que ha ocultado Prendel todo el tiempo. La versión en castellano saldrá en enero de 2011, publicada por Lumen.

22 sept 2010

Fui cocodrilo

Fui cocodrilo


Yo fui cocodrilo que te hostigaba en tu barco de pirata,

mientras con tus chillidos y tus risas ahuyentabas el peligro.

Fui la mueca de fingida sorpresa cada vez que golpeabas

mi trasero con el tempo del columpio,

mas ahora yo me sé hombre viejo y cansado.

Fui la mano que, cuando te caías, te levantaba,

fui brazos que te rodeaban cuando tenías frío,

mas ahora soy endeble tobillo, próximo a quebrarse.

Fui mago de palabras, revelador de mundos,

inventor de paradojas y hechicero de tu risa,

mas ahora soy jardinero que siembra silencios,

soy la mirada perdida detrás de la ventana,

la mano dolorida que recorre el edredón

que en otro tiempo, no tan lejano, te cubría.

Fui gigante que te llevaba en sus espaldas,

fui quejido fingido que tus dedos arrancaban,

fui ogro que se desvanecía con tus besos

a primera hora de la mañana.

Fui coloso cuyas pisadas en arena dorada repetías,

mas ahora yo me sé hombrecillo enjuto, seco, retraído.

Fui nube blanca para tus ojos, fui viento en tus mejillas,

fui sol, fui luz, fui abrazo,

fui padre y anhelé ser tu guía,

mas ahora soy sombra, soy crepúsculo y escarcha.

Fui pues alegría mientras estuviste en mi vida.

Ahora no soy otra cosa que tristeza.


(Para mi amada Clea, mi babita, in memoriam, septiembre de 2010).




18 sept 2010

Reseña: Tarde, mal y nunca de Carlos Zanón


Carlos Zanón, Tarde, mal y nunca (Barcelona: Saymon Ediciones, 2009). 275 páginas.

Una mañana en un bar cualquiera en un barrio modesto de Barcelona: además del dueño, Salva, están Epi y Álex Dalmau, hermanos, y el colega de Epi, Tanveer Hussein. Epi entra en el baño con una bolsa de deporte. En la bolsa lleva un martillo. Parece pasar una eternidad decidiendo lo que va a hacer. Sale de pronto y ataca a Tanveer con el martillo. Entablan una lucha, pero finalmente Tanveer, del que luego vamos a ir descubriendo escabrosos detalles, se desploma. Está agonizando. Álex sale enseguida del bar para deshacerse del martillo sanguinolento, y entre todos se inventarán una historia para cubrir a Epi.

Así se inicia Tarde, mal y nunca, de Carlos Zanón (Barcelona, 1966). La expresión que da título al libro se utiliza “para ponderar lo mal y fuera de tiempo que se hace lo que fuera casi mejor que no se ejecutara ya” (del RAE). Lo que ocurre tras la letal agresión de Epi a Tanveer es una cadena de despropósitos, una sucesión de casualidades y de fatalidades, el acontecer diario de personas sin trabajo, sin futuro y sin apenas esperanzas de salir del agujero en que viven.

Tarde, mal y nunca es una historia dura y desgarradora, en gran medida por el punto de vista narrativo que adopta Zanón: la suya es una perspectiva fría, no juzga a sus personajes sino que nos los presenta como lo que son, de un modo carente de emociones. El narrador indica causas y detonantes de las acciones de los personajes a un ritmo veloz. El subtexto nos remite a la alarma social frecuente en el barrio, que en este caso es Barcelona, pero podría ser Madrid o cualquier gran ciudad española. Tarde, mal y nunca es un retrato que Zanón le ha hecho al mundo en el que vivimos en la primera década del siglo XXI.

Esta es una novela de ritmo vertiginoso, la trama avanza rápidamente y el narrador guía la historia hacia el desenlace, que por otra parte es a un tiempo abierto y sorprendente. Zanón rara vez se aparta de la trama y el diálogo. Mas cuando lo hace, Zanón nos regala algunos pasajes bastante logrados:

“La noche no es una aliada leal. Y despertar, la mayoría de las veces, no deja de ser un alivio. Hacía tiempo que Epi no se fiaba de la oscuridad. Aún así, aquella noche, apenas unas horas antes, había levantado el brazo como para intentar tocarla. Lo estiró hasta dar con el cristal del parabrisas. Eso pareció tranquilizarle. O quizás fue una decepción lo que se iluminó en su cara: decepción por no haberse mojado la punta de los dedos en esa gigantesca pantalla de plasma líquido que, en ocasiones, se le asemejaba la noche cuando estaba sentado al volante, en su furgoneta.

Todo lo que pasa de noche resulta incomprensible más tarde con el sol. De noche se hacen cosas que no se harían de día. Y la mayoría de cosas que uno hace de noche no se las cree al día siguiente. Quizás todo se resuma en esos dos mundos de los que le hablaba su padre. Uno oscuro y otro luminoso, opuestos. Los delitos y los amores que se perpetran de noche no deberían ser juzgados, castigados o mantenidos a la luz del día. Las líneas blancas del asfalto no se ven cuando brilla el sol.”(79)

“Nighttime is no loyal friend. Most of the time, waking up is but a relief. Epi had been distrustful of darkness for a long time. Even so, that night, just a few hours earlier, he had raised his arm as if trying to touch it. He had stretched his arm as far as the windscreen. That seemed to calm him down. Or perhaps it was disappointment that made his face light up: the disappointment of not wetting his fingers in that gigantic screen of liquid plasma that sometimes night appeared to be, when he was sitting at the wheel of his van.

Everything that happens at night turns out to be incomprehensible later in the sunlight. People do things at night they wouldn’t do during the day. And most things one does at night one would not believe the next day. Perhaps everything is encapsulated in those two worlds his father used to talk about. One dark, one luminous, opposed to each other. Crimes and loves made by night should be not judged, punished or kept in broad daylight. One can’t see the white lines on the road when the sun is shining”.

La calidad de la edición de Saymon Ediciones es sin embargo lamentable. Abundan las erratas, e incluso hay algunos errores de bulto. Así, Tanveer reaparece cuando el lector menos se lo espera. ¡El editor le ha permitido ‘resucitar’ fugazmente en el piso donde Epi mantiene secuestrada a Tiffany! Tarde, mal y nunca merecía sin duda una edición mucho más cuidadosa.

14 sept 2010

Not a happy birthday

No es un feliz cumpleaños


(Para Trudie, con amor y dolor)


Ya nunca más podrá

desearle a su mujer

un feliz cumpleaños.

¿Cuántos años más habrán

de soportar este dolor?

¿Cuántos años más sangrará

su herida?


Que sepan los que soslayan sus palabras por falta de valor,

o que han andado un sendero de silencio:

Nunca es jodidamente demasiado tiempo.

Nunca es una larga y tortuosa navaja

que les acuchilla sus esperanzas más recónditas,

una espina clavada por siempre en su interior

que les corta y desgarra el corazón,

cortando, como si fuese una flor, su posible vida.

Nunca es la roca implacable

que aplastó sus sueños

arrancando todo atisbo de alegría

de su vida.

Nunca es el tiempo atemporal que estarán aquí,

esperando a que les llegue su hora,

confiando en regresar a un tiempo

y a un lugar antes de que comenzara este nunca,

esperando a reunirse

con la hija que perdieron.

(Traducido del inglés por el autor)

Not a happy birthday

(For Trudie, in love and pain)

He will never again bring himself
to wish his wife
a happy birthday.
For how many more years
will they have to endure this pain?
For how many more years
will their wound bleed?

Let me tell those who skirt their words for want of courage
or those who have trodden a path of silence:
Never is a fucking too long time.
Never is a long crooked knife
stabbing their most intimate hopes,
a thorn stuck inside them forever
scoring and gnawing at their hearts,
cutting down, as if it were a flower, their possible life.
Never is the unyielding rock
that smashed their dreams
wrestling all glimpses of joy
away from them.
Never is the timeless time they will remain here,
waiting until it is their time to die,
expecting a return to a time
and place before the never began,
waiting to reunite themselves
with the daughter they lost.

(September 2010)

9 sept 2010

Reseña: Atonement, de Ian McEwan



Ian McEwan. Atonement. (Londres: Vintage, 2001). 372 páginas.

Corre el año 1935 y en una gran y poco estética mansión de la campiña inglesa una niña (Briony) de trece años con espíritu de fabulista es testigo desde una ventana de una escena que cambiará no sólo su vida sino la de toda su familia. En el transcurso de una discusión, ve cómo su hermana Cecilia se queda en paños menores y se mete en una fuente en presencia de Robbie Turner, el hijo de la limpiadora de la casa, a quien el padre de Cecilia y Briony ha protegido desde que su padre los abandonara a él y a su madre, Grace Turner. Lo que ha visto Briony no es lo que a ella le parece, pero los acontecimientos y casualidades se van a encadenar para dar lugar a un desenlace terrible para todos los que van a cenar esa noche en la casa.

A Atonement le cuesta ciertamente arrancar como novela. Parece que McEwan ralentice en un principio intencionadamente la narración, y el lector puede en algún momento, en particular en los primeros diez capítulos, llegar a preguntarse hacia dónde se encamina en realidad el libro que tiene entre manos. Pero McEwan es un espléndido narrador que domina perfectamente su oficio; la catástrofe no anda lejos, y una vez la mentira surge de la imaginación febril de la mente de Briony, el desastre es imparable.

Cuando los primos gemelos de Briony escapan de la casa esa noche, todos salen a buscarlos. Y la hermana mayor de los gemelos, Lola, es violada por un hombre al que Briony sorprende y entrevé en la oscuridad. Convence a Lola de que ese hombre era Robbie.

A Robbie, quien encuentra a los gemelos durante la noche, se lo lleva esposado la policía a la mañana siguiente. Una vida rota por culpa de la mentira y la tozudez estúpida de una niña de trece años.

Cuatro años después, Robbie ha conseguido salir a cambio de alistarse en el ejército. McEwan nos ha trasladado a Francia, en medio de la caótica retirada inglesa, y Robbie huye de una barbarie de la cual no puede escapar, perseguido por los bombardeos sanguinarios de los stukas alemanes hasta Dunquerque. La esperanza de volver a ver a Cecily le guía, y con la ayuda de otros dos soldados llega a la playa desde donde espera embarcar de regreso a Inglaterra.

En la tercera parte de la novela, es Briony quien adquiere el protagonismo. Con dieciocho años, la encontramos formándose para trabajar de enfermera en un hospital céntrico de Londres. Ha renunciado a una formación académica y tiene permanentemente en la conciencia el remordimiento de lo que le hizo a Robbie y a su hermana. La llegada de los primeros soldados heridos la hace madurar en cuestión de horas – o eso nos hace creer McEwan. Y finalmente asistimos al reencuentro con su hermana y Robbie en el diminuto apartamento donde Cecily ha tomado refugio. Briony se retractará de lo que declaró a la policía. ¿Le será posible purgar una mentira dañina de su vida?

Y es entonces, en la parte final de la novela, donde la maestría de McEwan hace su aparición en toda su magnificencia. La cuarta parte de la novela, nos dice Briony, está escrita en 1999. En su vejez, Briony escribe la novela que hemos leído, pero nos confiesa que es ficción. ¿Cuál es la verdadera historia? ¿Qué verdad hemos de creer? ¿Le debe importar verdaderamente al lector si las tres partes anteriores son una mera ficción, inventada por una mujer que ha ocultado un crimen (el perjurio) durante casi seis décadas?

No voy a desvelar aquí el desenlace de Atonement. Pienso que no sería nada justo con su autor. Personalmente, fueron la segunda y la cuarta parte de la novela las que más me gustaron. Atonement deja ciertamente un buen regusto: es una gran historia, aunque tenga un comienzo un poco lento, con una trama algo desdibujada en su planteamiento inicial. Este McEwan está más cercano a First Love, Last Rites o The Cement Garden que el McEwan de Saturday (2005), otra de sus novelas más recientes.

3 sept 2010

Un motivo de orgullo




Recibí esta semana en el trabajo un sorprendente email desde Nueva Zelanda, concretamente desde una distribuidora de libros, Wheeler Books. Me preguntaban por Lalomanu, el libro de poemas que escribí y publiqué yo mismo en abril. Querían comprarme copias del libro. En un primer momento, esto me causó unas sensaciones muy difíciles de explicar. Lalomanu no es un libro que esté en venta, expliqué en mi respuesta inicial.

Tras un intercambio de mensajes a un lado y otro del mar de Tasmania, desde Wheeler Books me explicaron que habían recibido pedidos del libro por parte de bibliotecas públicas en Nueva Zelanda. No debemos olvidar que en Nueva Zelanda vive un gran número de samoanos, y es muy probable que haya interés entre la comunidad samoana por un libro titulado Lalomanu.

En cualquier caso, accedí a vender unas copias del libro, pero el importe que reciba de la venta irá a engrosar la cuenta del Lalomanu Library Fund que ha financiado la construcción de la Biblioteca Clea Salavert en la Escuela Primaria de Lalomanu.

Creo que a mi hija Clea le hubiera supuesto un motivo de orgullo saber que el libro que su papá escribió por y para ella lo estarán muy pronto leyendo en Nueva Zelanda.

24 ago 2010

Narración breve: Una transacción comercial

Esta vez soy yo quien sale o salta a la palestra (del RAE: salir, o saltar, a la palestra: 1- Dicho de una persona: Tomar parte activa en una discusión o competición públicas; 2- Dicho de una persona o de una cosa: Darse a conocer o hacer pública aparición). En lugar de reseñar lo que otros han escrito, te presento una corta narración que busca convertir en cuento el reflejo íntimo de una vivencia que lamentablemente se ha producido en más de una ocasión. Hay  veces que me pregunto: ¿Qué es peor, ser ‘invisible’ o ser una ‘atracción de feria’?

J. Salavert



Una transacción comercial




Viernes

Subió al autobús, canceló el viaje correspondiente en su billete y avanzó por el pasillo. Lo reconoció nada más verlo; pero no deseaba entablar conversación alguna con él, y mucho menos tener contacto con su desolación devastadora. De modo que buscó un asiento alejado, y se dijo que no iba a girar la cabeza en ningún momento de los treinta y pico minutos que duraría el trayecto hasta el centro de la ciudad.

Sabía que él la había visto, y que por supuesto la debía haber reconocido. Recordó la última vez que había hablado con él en uno de los pasillos del supermercado donde trabajaba; recordó su voz, quebrada por el dolor. Había sentido cierta vergüenza cuando se vio en la tesitura de tener que justificar su presencia en el supermercado. (En realidad, la camisa con el logotipo de marras dejaba bien a las claras su condición de empleada del mismo). ¿Acaso no resultaba un poco triste? Tras lograr la residencia permanente en el país gracias a un curso de posgrado (un máster, nada menos) que les costó miles de dólares a sus padres, ahora trabajaba de cajera en un supermercado.

En el mismo instante de reconocerlo le vino a la memoria el momento cuando él se había alejado por el pasillo correspondiente a las latas de conserva, especias y aceites, con unas lágrimas de un insufrible dolor asomándole en los ojos. Pensó que tenía que evitar ese desconsuelo esa mañana, a cualquier precio.

En aquel asiento, en aquel autobús con destino al centro de una ciudad en un país donde siempre iba a ser una extraña, pudo sentirse todavía más a salvo cuando en la siguiente parada subió una mujer rubia que tomó el asiento que estaba libre a su derecha. Ya no tenía que entrar en contacto con aquel hombre tan lleno de dolor, un hombre que iba derramando tristeza en su mirada allí donde iba. Una especie de alivio la reconfortó. Pronto terminaría el viaje y el día continuaría como si nada.

*****

Sábado

Ya había llenado la cesta con las pocas cosas que le quedaban por comprar: pescado, algo de fiambres, pan, frutos secos, el espray de la ducha... De modo que se encaminó hacia las cajas registradoras de salida rápida. Había tres abiertas, y optó por la del medio, en la cual en ese instante no había nadie esperando. Pero al muchacho de la caja le llamaron en ese instante desde la caja principal, y le hizo un gesto para que fuera a otra caja, a la de la izquierda.

Allí estaba ella, la misma mujer que el día antes había visto en el autobús. Había quedado convencido de que lo había visto y deliberadamente había evitado saludarle. La misma chica con la que había compartido clases y apuntes del curso de postgrado en la universidad nacional, apenas cuatro o cinco años antes. La misma a la que otra mañana de sábado, apenas siete u ocho meses antes, le había dicho con la voz rota que no, que no se encontraba bien. Cómo podía encontrarse bien, habiendo perdido a su hija de seis años, ahogada en una isla en mitad del océano Pacífico. No lo sabía. Nunca leía los periódicos, le explicó ella. Balbució algunas palabras que absurdamente pretendían dar un consuelo imposible, y él se alejó por el pasillo mientras latas de conserva y botes de especias asistían mudos a aquella escena incomprensible, inconcebible.

Llegó a la caja. Ella lo saludó, tal como le habían instruido los managers de atención al cliente, y lo hizo aparentemente con un mayor grado de simpatía de la que acostumbraba a dispensar con otros clientes. Él no abrió la boca ni la miró. Uno a uno, fue sacando los productos de la cesta de la compra. Esto no es más que una transacción comercial, se dijo.

Cuando puso la última cosa en la cinta transportadora, dejó caer la cesta en tierra, se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y se sacó la billetera. Cuidadosamente, sin mediar palabra, sacó aquella tarjeta plastificada, símbolo de una estúpida lealtad de consumidor: la del programa que le daba puntos y vales de descuento en la gasolinera. Dejó la tarjeta en el mostrador, cerca del escáner. Ella la tomó, la pasó por el escáner y nuevamente le dio las gracias. Él no se inmutó ni respondió: esperó a que ella terminara de escanear todos los productos, y entonces sacó de su billetera la tarjeta de crédito y la pasó con la tira magnética por el lado correcto, el lado contrario al de las máquinas lectoras del otro supermercado.

Cuando la máquina se lo indicó, él pulsó el botón correspondiente a crédito y se dispuso a esperar el obligatorio trámite de la firma. No levantó la vista en ningún momento. Esperó a que ella le pusiera aquel ridículo pedacito de papel donde él debía firmar. Estampó su firma, devolvió el bolígrafo sin mediar palabra, sin mirarla a los ojos y sin prisas. Sin pausa, sin palabra alguna, recogió las bolsas. Finalmente se alejó de aquella caja registradora, sintiéndose en cierto modo satisfecho de haber completado aquella engorrosa transacción comercial sin decir nada, sin ni siquiera haberle dado las gracias.

Una transacción comercial, al fin y al cabo. En silencio.

Reseña: Pólvora negra, de Montero Glez



Montero Glez, Pólvora negra (Barcelona: Planeta, 2009). 323 páginas.

El 31 de mayo de 1906 un anarquista catalán, Mateo Morral, lanzó un ramo de flores en la calle Mayor de Madrid al paso de la comitiva real que acababa de celebrar las nupcias del rey Alfonso XIII con la nieta de la reina Victoria de Inglaterra, María Eugenia de Battenberg. El ramo, que contenía una bomba, al parecer tropezó con los cables eléctricos de los tranvías que por entonces circulaban en Madrid, y no cayó en el lugar que Morral tenía previsto. Los recién casados sobrevivieron, mas una treintena de personas perdieron la vida. De este suceso histórico se sirve Montero Glez para componer una sugestiva novela, dividida en tres partes que no se suceden entre sí cronológicamente. La novela se inicia cuando el atentado ya se ha producido, y el teniente Beltrán, el personaje principal de la trama que Montero va hábilmente revelándonos capítulo tras capítulo, se presenta en la horchatería del Candelas para interrogar a la Chelo, una camarera del local.

Beltrán es sin duda alguna el protagonista de Pólvora negra. Un individuo violento, cruel, soez, sucio, viscoso, amoral, con una personalidad visceral. Beltrán, formado como guardiacivil en la guerra de Marruecos, es un policía corrupto, "de dientes como puñales, fumador de puros y pupilas de plomo", que tan pronto tortura como asesina a los testigos ‘molestos’, y que lleva una mueca de asco permanente en el rostro. Es el personaje que Montero perfila diestramente desde el principio, el cual va puliendo capítulo tras capítulo y que finiquita con una innegable maestría.

Del otro personaje principal, Mateo Morral, Montero no hace en cambio una semblanza tan cuidada. Parece que el autor se preocupe más por desmitificar la teoría oficial del régimen monárquico de que Morral fue en realidad “un loco enamorado que, por despecho, lanzó su bomba” contra la comitiva de la boda real.

Roberto Montero González demuestra en Pólvora negra que se ha graduado cum laude como escritor. Si Sed de champán (2002), una obra provocativa y única en el paisaje narrativo español, tenía pasajes de una escritura que podríamos describir como excesivamente enmarañada, en los que Montero iba dejando caer metáforas inverosímiles, en Pólvora negra el autor domina la trama, la escritura y su lenguaje en todo momento. Montero disfruta de su escritura castiza y socarrona; el lector puede percibir que el autor se siente como pez en el agua; gracias a ello, Montero nos deleita con chispazos genuinamente madrileños, irreverentes y combativos:


“El novio no había llegado aún, pero la pompa carnal de su familia, por parte de abuela, calentaba los asientos. Las pupilas de plomo del teniente Beltrán atravesaron a la tía Eulalia. Mantenía el cutis lozano, de hembra satisfecha, y llevaba unos trapitos que hacían peligrar la reputación de la monarquía. El teniente Beltrán se recreó en la chicha tibia que transparentaba su vestido blanco. Era famosa en palacio la ternura lubricante de su entrepierna. Aquella mujer llevaba la sexualidad cosida a sus ropas y el teniente Beltrán la llevaba en ficha. Por lo mismo tenía sabido que su padre fue Miguel Tenorio de Castilla, secretario particular de la reina y tascador de bajos al servicio de la corona.”

“The groom hadn’t arrived yet, but the pompous carnality of his family on his grandmother’s side was already warming up the seats. Lieutenant Beltran’s leaden eyeballs pierced Auntie Eulalia. She kept a satisfied female’s fresh complexion, and was wearing clothes that would have imperilled the good name of the monarchy. Beltran enjoyed himself looking at the lukewarm flesh that showed through her white dress. The lubricous tenderness between her legs had become legendary at the Palace. That woman had had her sexuality sewn onto her clothes, and Lieutenant Beltran kept a file on her. Likewise, he had become acquainted with the fact that her father was Miguel Tenorio de Castilla, private secretary to the Queen and deep inside Her Majesty’s service”.


Montero nos sumerge en el Madrid de principios del siglo XX, y desde sus páginas consigue que nos llegue el hedor insufrible de un Madrid en el que campaban a sus anchas un régimen monárquico corrupto, un gobierno inepto y un cuerpo de policía que rebosaba de asesinos y gente de la peor calaña moral, y en donde, no obstante, la multitud se congregó primero para darle vivas al rey, y días después para linchar el cadáver de Morral, quien antes que entregarse vivo a la policía, se suicidó.

Una novela amena, tanto por el argumento como por el estilo del autor: en mi opinión, muy recomendable.

13 ago 2010

Enseñanza del español: Una buena noticia. ¡Por fin!




Desde 1996, cuando llegué a Australia con la idea de quedarme a vivir, trabajé muchos años (hasta octubre del año pasado) en muchas instituciones educativas distintas. He tenido infinidad de estudiantes ávidos de aprender la lengua de Cervantes, algunos con más entusiasmo que otros. Me cupo la fortuna de trabajar con profesionales muy capaces, del mismo modo que también me tocó lidiar con incompetentes, envidiosos y mediocres, cuyo único empeño era (y todavía es) acumular horas lectivas (la pasta, la pasta) y cuyo conocimiento de la lengua y de los métodos más efectivos para su enseñanza deja mucho que desear.

Es por eso que la noticia que encontré en el número 15 de la revista Campus Review me ha parecido digna de mencionar. Lidia Bilbatua y la Dra. Karen Daly de la Universidad de Wollongong (Nueva Gales del Sur) han recibido la mención honorífica del ALTC (Australian Learning and Teaching Council) por su excelente trabajo al frente del programa de lengua española. La mención reconoce el trabajo del programa, textualmente, “por su apasionante currículo de lengua española que aúna la lengua y la cultura mediante el uso creativo de la tecnología”.

No es moco de pavo. El programa que dirigen y enseñan Lidia y Karen ha conseguido un 75% (sí, has leído bien, 75%) de retención de estudiantes del año 1 al 2. Eso quiere decir que tres de cada cuatro estudiantes que 'prueban' el curso el primer año deciden continuar. Es un porcentaje más que brillante.

Y no se trata de algo que yo me esté inventando: el índice de retención para el mismo año en las tres instituciones donde se enseña el castellano en Canberra no llega ni al 50% en ninguno de los tres casos. En CIT, por ejemplo, en determinadas clases en 2008 y 2009 no llegó ni al 30%. Son demasiados los estudiantes que abandonan el curso a las pocas semanas, faltos de motivación y conscientes de la desidia e ineptitud de los mal llamados ‘docentes’ que les han puesto delante unos administradores torpes e ignorantes.

Enhorabuena, Lidia y Karen. ¡Y a seguir con el trabajo de calidad!

6 ago 2010

Reseña: Els Convidats, de Emili Teixidor



Emili Teixidor, Els convidats (Barcelona: Columna, 2010). 255 páginas.

Teixidor cuenta una historia ambientada en un pueblecito catalán en la posguerra, en medio de un ambiente marcado por la opresión, la desconfianza y el miedo, donde el poder totalitario del régimen franquista va poco a poco saturando la vida diaria y el futuro de los jóvenes y niños que sobrevivieron a la guerra.

El eje central del argumento es la boda inminente de la hija del cacique del pueblo, próximo a Vic. Maties es un hombre que no teme ni respeta a nadie, y espera hacerse con la alcaldía del pueblo tras invitar a la boda a todas las autoridades políticas, militares y culturales. El trasfondo de la narración comprende la fuga durante una riada de un prisionero de guerra condenado a trabajos forzados, la lúgubre existencia de los huérfanos de guerra en los asilos, el tira y afloja entre la iglesia católica y la jerarquía política o la depuración de los antiguos profesores que trabajaron en el bando republicano. Todas las tramas paralelas a la principal nos describen un mundo humillado, triste y derrotado, sin esperanza de futuro.

Dentro de este mundo asfixiante sitúa Teixidor a dos interesantes personajes: el joven Narcís y la sibilina Marededeuta. Narcís es un joven literato que alberga aspiraciones de salir del pueblo, estudiar magisterio y labrarse un futuro. Pero para ello deberá comulgar con las exigencias falangistas, que encarna el poeta oficial, Ruy Santamarta:

‘Pren-t’ho com una obligació: has de ser fidel a la teva vocació, i això a vegades costa. Però la recompensa serà bona: el nou país que construïm necesita joves com tu i segur que entre tots trobarem un lloc adequat a les teves qualitats. Uns ens defensem amb les armes i altres amb les lletres…’ (p. 237).

‘See it as a duty: you have to be loyal to your vocation, and that has sometimes a price. But the reward will be good: the new country we’re building needs young people like you, and I have no doubt that between all of us we’ll find you a position that matches your skills. Some of us defend ourselves with weapons, others with the letters…’ (Mi traducción).

Si hay algo que se pueda criticar a la novela es que quizá Teixidor podría haber explorado más a fondo el personaje de la curandera, que al final queda un tanto diluido por el rápido desenlace. Se intuye que es la conducta abominable de Maties la que causa el trágico desenlace. Els convidats, en todo caso, es una novela de prosa ágil, de una estructura narrativa dinámica y amena que no defrauda al lector.

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