8 abr 2014

Reseña: Ghana Must Go, de Taiye Selasi

Taiye Selasi, Ghana Must Go (Londres: Viking, 2013). 318 páginas.

Hace unos días me sorprendí a mí mismo observando con mucha curiosidad las imágenes de decenas de personas encaramadas a una valla que trata de evitar su entrada en lo que es (todavía) territorio de la Unión Europea en África. La emigración, en tanto que fenómeno sociológico, y obedezca los motivos que sean, continúa incrementando su intensidad y frecuencia, y despertando recelos cuando no un agresivo e irracional antagonismo. Lo que parecen olvidar muchos que critican estas olas migratorias es que el acto mismo de la emigración es (casi) siempre una huida; es un acto traumático y para nada fácil, y es un hecho que ha venido sucediendo durante siglos.

“Ghana must go” fue el eslogan empleado por el gobierno de Nigeria durante la expulsión de ghaneses en la década de los 80. La creación de los estados africanos en el periodo posterior a la II Guerra Mundial propició muchos fenómenos de este tipo, pero puede ser sin duda mucho más llamativa desde un punto de vista histórico la emigración de ciudadanos africanos a los países desarrollados (la denominada fuga de cerebros).

Tras la muerte de su padre en una matanza en Nigeria una joven nigeriana, Fola, consigue llegar a los Estados Unidos para estudiar. Allí conoce a otro joven africano, Kweku Sai (de Ghana), que está estudiando para ser cirujano. Fola renuncia a sus estudios de derecho y se convierte en madre de familia, mientras Kweku adquiere una excelente reputación como cirujano. Parece que el gran sueño americano se ha hecho realidad para los Sai.

El hospital donde trabaja responsabiliza a Kweku de la muerte de una paciente en la mesa de operaciones. Es una familia adinerada y muy influyente, y el ghanés parece haber escogido todos los números de esta irónica rifa en la que alguien tiene que pagar el pato. Tras una larga lucha legal con el hospital de la que no consigue nada, el cirujano abandona a su familia (Fola y él han tenido ya cuatro hijos).

Ghana Must Go se inicia con la muerte de Kweku en su casa de Accra: “Kweku muere descalzo un domingo antes del amanecer, sus alpargatas junto a la entrada de su dormitorio, tiradas como perros. En ese momento se encuentra en el umbral que separa la solana del jardín, pensándose si debería volver para cogerlas. No lo hará.” (p. 3, mi traducción). Dividida en tres secciones, la novela es un vaivén continuo entre el presente y el pasado, entre Boston en los Estados Unidos y Accra y Lagos en África. Selasi hace avanzar la historia a un ritmo en ocasiones una pizca lento. La escritora adopta un estilo bastante ornamentado, muy profuso en las descripciones de elementos secundarios, de telones de fondo como puedan ser los reflejos del sol en las hojas de los árboles a la hora de la caída del sol. Hay asimismo algo muy cinematográfico en su técnica, que no esconde, en tanto que la voz narradora de hecho encuadra en ocasiones al personaje al que sigue.

En todo caso, Selasi es ambiciosa en su gusto por lo poético y en la exploración psicológica de los cuatro hijos (Olu, Kehinde, Taiwo y Sadie, dos varones y dos mujeres, los dos del medio mellizos). Hay una pizca de melodrama y muchas lágrimas (por ejemplo, desde su primera mención, uno puede presentir algo extremadamente ominoso en la larga estancia de los mellizos Kehinde y Taiwo en Lagos, en la casa del hermanastro de Fola, traficante de drogas); pero si lo hay, está bien tratado.

Por mucho que el desenlace de la trama se sitúe en Ghana, ésta es una novela escrita desde un ángulo esencialmente occidental. Los cuatro hijos de los Sai encarnan, cada uno a su manera, el éxito que logran muchos representantes de una segunda generación de emigrantes en el país de acogida, que se convierte en propio por naturaleza. La misma Selasi (de padres ghanés y nigeriana, como los de la novela) ejemplifica ese modelo: nació en Londres pero se educó en los EE.UU. y en Inglaterra, y vive en Roma. Ghana Must Go (Lejos de Ghana en la traducción de Rita da Costa que publica este mismo año Salamandra) es un gran debut.

No cabe ninguna duda de que su autora es una importante adición al elenco de autoras de origen africano que están destacando en el panorama actual de la novela, como es el caso de NoViolet Bulawayo (We Need New Names) o Chimamanda Ngozi Adichie. El punto de vista que predomina en Ghana Must Go es no obstante muy diferente del de la novela de Bulawayo, por no hablar de su técnica y estilo. Si me pidieran elegir entre una y otra, aconsejaría leer primero a Bulawayo, por el profundo impacto que me causó su historia, y sin ánimo de desmerecer la obra de Salesi. Se trata, sencillamente, de una preferencia personal, puesto que últimamente trato de huir de novelas que parecen estar en parte elaboradas para que las lleven a la pantalla: y éste es, en mi opinión, el caso de Ghana Must Go.

3 abr 2014

Reseña: Something Like Happy, de John Burnside

John Burnside, Something Like Happy (Londres: Jonathan Cape, 2013). 244 páginas.

La felicidad, o algo que se le aproxima sin llegar a serlo nunca: el final de un túnel que quizás resulta ser circular. Casi la totalidad de los protagonistas principales de estos cuentos del escocés John Burnside hace mención de ese concepto tan elusivo como inalcanzable, y que se resume de un modo casi perfecto en el título del relato que abre el volumen y que le da título. ‘Something Like Happy’. Algo similar, pero nunca la cosa misma.

Fiona, la protagonista de este primer relato, termina la historia contando se come las tostadas que había preparado para su hermana, “porque todavía tenía hambre, y porque de verdad me sentía feliz, sentada allí [en la cocina] en silencio, observando la nieve” (p. 28-29, mi traducción). En su relato narra cómo se va forjando el enfrentamiento de dos hermanos, Arthur y Stan, el segundo novio de la hermana de Fiona, y que deviene en prisión para Stan y huida definitiva de Arthur.

En ‘Slut’s Hair’ (que debe tratarse de una derivación de la expresión slut’s wool, referida a esos montoncitos de polvo, pelusa e hilillos que se acumulan en los rincones o debajo de las camas – la palabra slut antiguamente se usaba para referirse a una criada que no limpiaba la casa como debía) una mujer sufre en silencio la violencia doméstica de un marido alcoholizado y sádico. Un dolor de muelas lleva a un acto brutal: el ciclo habitual en estas situaciones se interrumpe simbólicamente cuando Janice descubre un pequeño ratoncito en la cocina, al cual decide salvar de la barbarie de Rob. Salvarle la vida al ratoncito – si es que esa masa amorfa que se esconde tras el frigorífico es un diminuto roedor – sería una modesta victoria para ella.

La nieve es el telón de fondo paisajístico de muchos de estos cuentos. De hecho, en el relato que cierra el volumen, ‘The Future of Snow’, la nieve es protagonista directa de la historia, en la que pocos días antes de Navidad un policía recoge a Frank, un viudo del pueblo cuya mujer murió congelada un año antes, y que se pasea sin destino aparente bajo una fuerte nevada en mangas de camisa y babuchas. El policía desvela un secreto que, de saberlo Frank, mucho habría cambiado su estado mental actual. En ‘The Bell-Ringer’, una mujer que se estaba haciendo ilusiones de entablar amistad con un estadounidense de visita en la ciudad asiste bajo una intensa nevada a una escena que la deja sin habla y que rompe en mil pedazos esas ilusiones que se había hecho.

Pero en mi opinión es ‘Peach Melba’ el cuento que destaca entre todos de este impresionante y envidiable conjunto de relatos de Burnside. El narrador de ‘Peach Melba’ nos dice al principio de su relato: “He olvidado la mayor parte de mi vida hasta este momento. Eso me sorprende, a veces, pues la he disfrutado tanto” (p. 51, mi traducción). Una búsqueda del pasado, una evocación del enorme poder que puede albergar un momento definitorio de nuestras vidas. El protagonista de “Peach Melba” (un postre que homenajea a una gran soprano australiana) es un hombre adulto que trata de rememorar el sabor de este postre helado y que asocia con un episodio dramático (y traumático) de su niñez, y que concluye diciendo: “Me gustaría decir que la Copa Melba – el sabor del helado, o el modo en que la frambuesa se desangra en el helado y lo tiñe de un oscuro carmesí – me gustaría decir que hay algo que me lo devuelve todo, pero no puedo. Lo que saboreo es helado y melocotones, lo que veo es el color carmesí, lo que oigo es el gorjeo de las golondrinas por encima y, después de todos estos años, todavía no sé dónde termina mi ser y comienza el mundo, mientras todo – ser y mundo, alma y materia – se deshace en la nada, con hermosura, con elegancia, y tal como debe ser, me deja atónito y despojado, y solo en mi casa, perdido, o quizás simplemente suspendido, en la persistente y ligeramente exagerada perfección de la Copa Melba” (p. 70-71, mi traducción).

Otro de los aspectos a destacar en estos cuentos de Burnside es una violencia latente, que solamente aflora en ellos con una placidez sorprendente, como en el caso de ‘Roccolo’, ‘Godwit’ o ‘The Cold Outside’.

He dicho antes que ésta es una envidiable colección de cuentos. Lo es porque cualquiera que, como es mi caso, haya tratado de escribir cuentos sin haber logrado despertar el interés de nadie más allá de un puñado de amiguetes, sentirá una sana envidia de un autor cuya obra inspira admiración y ganas de seguir leyéndole. Something Like Happy, de momento, no se ha publicado en castellano ni en catalán. Quizás sea hora de hacerlo.

27 mar 2014

Reseña: La vida y las muertes de Ethel Jurado, de Gregorio Casamayor

Gregorio Casamayor, La vida y las muertes de Ethel Jurado (Barcelona: Acantilado, 2011). 302 páginas.

La estructura narrativa de La vida y las muertes de Ethel Jurado gira en torno al concepto de fractal, el cual el autor define como “objeto irregular formado por partes también irregulares, las cuales, si son aumentadas de tamaño, se muestran prácticamente iguales a su todo, y a la vez están formadas por partes más pequeñas que cumplen la misma propiedad, y así sucesivamente.” Los cuatro fractales los representan cuatro narradores, cuatro puntos de vista que van desentrañando de forma paulatina el misterio que rodea a la auténtica protagonista de la novela, Ethel.

Cada uno de estos narradores escoge aportar a la narración desde su memoria ciertos recuerdos y datos que van formando ante el lector el mosaico de la personalidad de Ethel y el trauma que provoca su huida definitiva; pero Casamayor sabe muy bien marcar los tiempos para dar un competente golpe de efecto definitivo en las páginas finales.

El primer narrador es Quique, el hermano pequeño de Ethel, atormentado por la culpa por no haber sido capaz de reconocer lo que había estado ocurriendo en su casa delante de sus narices, y también por su silenciosa complicidad y la de su madre. El hogar de los Jurado lo retrata Quique como una especie de brutal prisión psicológica, en la que el padre, Esteban, ejerce de déspota mientras la salud se lo permite. Tras la huida de Ethel, la madre, Margo, se convierte en juez y verdugo. Ella asume esos papeles para llevar a cabo unas sentencias inmisericordes con su esposo y su hijo mayor, Santiago.

Los otros tres narradores son los compañeros de facultad de Ethel. Gerard Pruna aporta nuevos datos sobre Ethel: lo errático de su comportamiento, sus ausencias de las aulas universitarias motivadas por frecuentes crisis que los expertos han diagnosticado como un trastorno bipolar, la mirada curiosa de un amigo en el hogar de Ethel donde intuye las amenazas de Esteban y el insondable ambiente asfixiante al que someten a Ethel en ese piso lóbrego.

El tercer narrador es Marcos Recaj, quien asume que fue Ethel quien le escogió como compañero íntimo (el cuarto fractal le revela al lector una perspectiva totalmente distinta). Casamayor sigue aportando nuevos matices e insinuaciones, lo hace con cuentagotas, no hay duda, pero en una novela que apenas llega a las 300 páginas eso no constituye falta alguna. La perspectiva narrativa final la aporta la otra chica del grupo de estudios, Laura Morillo, que termina casándose con Gerard. Laura es la verdadera confidente de Ethel, la única que – solamente quizás – llega a saber la verdad sobre Ethel, y a través de la cual Casamayor proporciona el desenlace. Este no es realmente tan sorprendente; Casamayor conduce la historia hacia un punto idóneo para la resolución, y lo hace sin dejar de eliminar ese velo de misterio que rodea a Ethel desde la primera página. Oculta tras una especie de niebla persistente elaborada con la vaguedad de las palabras, el personaje de Ethel Jurado nunca se nos revela por completo.


Es inevitable que al hacer memoria sobre alguien con quien hemos convivido pasemos recuento a nuestra propia vida; en La vida y las muertes de Ethel Jurado los cuatro narradores hacen confesión de sus propias faltas y defectos. Esos episodios personales con los que envuelven sus referencias al tiempo vivido con Ethel añaden un punto de interés a la novela, que sin esas anécdotas personales tendría mucho menos valor.

26 mar 2014

Gagudju Man


Pocas veces en la vida tiene uno la oportunidad de ser testigo presencial de algo tan auténtico, tan singular y emocionante como la presentación de esta ceremonia fúnebre del pueblo Bunitj, del norte de Kakadu, Territorio del Norte.

Era la primera vez que una ceremonia antiquísima, más antigua que las civilizaciones faraónica, griega o inca, se representaba en un lugar fuera de Kakadu.

El espectáculo presentado ayer en Canberra (‘lugar de reunión' en la lengua Ngunnawal propia de la zona) es un homenaje a Bill Neidjie, último hablante de la lengua Gagudju, autóctona del norte de Kakadu, y cuya contribución fue decisiva para el establecimiento del Parque Nacional en esa región tan única.

Un importante giro cultural se está produciendo. Las nuevas generaciones de los pueblos indígenas australianos comienzan a comprender lo importante que es grabar sus ceremonias y otras manifestaciones culturales propias para poder perpetuarlas y legarlas al futuro.

Para evitar que danzas tan antiguas desaparezcan de la faz de la Tierra, para evitar que sus lenguas, canciones, historias y ceremonias rituales sigan vivas, gente como Bill Neidjie está tomando la decisión de romper con la tradición que les dice que su imagen (su espíritu) no debe capturarse.


El privilegio de haber visto esta ceremonia, y de haber pisado la misma arena que ellos (invitaron al público a bailar con ellos la danza de despedida al sol) no se me olvidará nunca.

22 mar 2014

Reseña: The Laughing Clowns, de William McInnes

William McInnes, The Laughing Clowns (Sydney: Hachette Australia, 2012). 296 páginas.

En cierto modo, mientras estamos todavía creciendo, en esos ahora ya lejanos años de nuestra infancia, hay un hombre algo desconocido que rige nuestras vidas, nuestro padre. El protagonista de esta sencilla y entrañable novela del australiano William McInnes, de quien hasta ahora únicamente conocía su faceta como actor (además de su excelente trabajo como policía corrupto en East West 101, recientemente vi Unfinished Sky – puedes ver el tráiler aquí – la cual recomiendo encarecidamente), es un arquitecto llamado Peter Kennedy. Acomodado en todos los sentidos de la palabra, Peter come en exceso e ignora las súplicas de su mujer para que preste más atención a su familia. Hace ya tiempo que dejó el aspecto creativo de su profesión para dedicarse a ejercer como consultor a sueldo de grandes compañías inmobiliarias ávidas por encontrar suelo edificable y convertible en muchos $$$$. No me cabe ninguna duda de que Peter podría haberse hecho literalmente de oro en esa España del señor del bigote que se hizo una foto en las Azores.

Cuando un cliente le pide que vaya a Pickersgill (un lugar ficticio cercano a Brisbane), donde Peter se crió y todavía viven sus padres y su hermana, a Peter le surgen algunas dudas en torno a su cometido. Es la semana del Show en Pickersgill, y la gran mayoría de los edificios del recinto donde se celebra el evento los diseñó su padre. Es precisamente ese recinto al que le han puesto el ojo los halcones inmobiliarios, y cuando acude al registro catastral descubre algo en los planos de su padre que no comprende, y que su padre le revelará. Desde ese instante, Peter verá a su padre con otros ojos.

El retorno al lugar donde se crió significa también encontrarse con viejos amigos de la infancia, con su primera novia. La novela transcurre entre los reencuentros y los recuerdos de sucesos, en un dinámico encaje narrativo sin paréntesis, adornos ni desviaciones. El subtexto es de una sutil ironía, una velada crítica a lo que Peter representa como profesional australiano de mediana edad, opulento e indiferente a lo que ocurre en su derredor: decididamente, no presta atención a nadie ni a nada de lo que le rodea. Su filosofía (si es que se puede aplicar ese término a Peter Kennedy) se reduce a dos principios: evita el conflicto y come.


Lo que en ningún momento puede anticipar es que el regreso a Pickersgill va a situarle cara a cara con algo de lo que hasta ese momento en su vida no ha querido saber nada. Intuyo que la influencia del séptimo arte en McInnes se hace muy evidente en el desenlace de la novela, que no por ser un final deja de ser agradable para el lector.

Esta primera edición de The Laughing Clowns hubiera merecido una más esmerada revisión, debido a las numerosas erratas que contiene. El volumen incluye además un cuento titulado ‘Cricket was the Winner’. La novela, pese a su simplicidad, o quizás debido a ella, es una lectura amena aunque no resulte deslumbrante. Contiene pasajes de un sutil humor que darán lugar a la carcajada, como este de la página 171, cuyas referencias muchos lectores en lengua castellana podrán reconocer:
“En la inauguración de la impresionante casa de cristales de Bull [O’Toole], el arquitecto, Bryce Halibut, había pronunciado un discurso breve y enérgico. ‘La gente vive en casas como esta en países como Colombia y Bolivia todo el tiempo, casas inspiradas por las grandes culturas aztecas del pasado. Los dioses del sol y los sacrificios, la belleza de la adoración pagana y esa misteriosa perspicacia y entendimiento de la cultura maya, todas son cosas que, de algún modo u otro, encuentran su hogar en este edificio’, indicó, mientras estornudaba y eliminaba restos imaginarios del producto procedente de Bolivia con el que hubiera podido estar en contacto un poco antes. ‘Además, he recibido las influencias españolas, la patria de los conquistadores, a la hora de diseñar los baños completos; representan la colonización de Sudamérica por parte del Viejo Mundo. Y ahora, quisiera pensar que aquí, en esta hermosa península nuestra ustedes van a disfrutar del estilo de vida de la cultura sudamericana, la cultura de este nuevo milenio.’
Tras esto, volvió a estornudar, estrechó la mano del alcalde Edwyn Hume y salió disparado hacia uno de los baños de influencia española para inhalar un poco más de ‘cultura’ sudamericana.” [p. 107, mi traducción].
The Laughing Clowns es ante todo una historia muy humana, puede que incluso lo sea demasiado para los tiempos que corren. Le resultará en cambio muy atractiva al tipo de lector poco exigente en cuanto a formalismos y técnicas narrativas. 

16 mar 2014

Reseña: The Empty Chair, de Bruce Wagner

Bruce Wagner, The Empty Chair (Nueva York: Penguin, 2013). 285 páginas.

The Empty Chair, de Bruce Wagner, cita la primera estrofa de un soneto de César Vallejo, que en el original en castellano dice:

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

The Empty Chair, la silla vacía, es un libro que trata de dos muertes separadas en el tiempo y el espacio, pero los dos relatos que lo componen también versan de la búsqueda de la espiritualidad y la aspiración que casi todos los seres humanos tenemos de alcanzar una especie de logro que dé sentido a la vida vivida.

Un libro inusual en cuanto a su estructura, The Empty Chair se compone en realidad de dos nouvelles. Por motivos que no debo mencionar en una reseña, Wagner decide anteponer el relato más reciente de los dos. En el prefacio, Wagner se ficcionaliza como oyente de historias: “Me he pasado una gran parte de los últimos quince años viajando por el país, escuchando a la gente contar sus historias.” (p. 1). Esos relatos, ofrecidos “de forma voluntaria y sin compensación” los transcribe y edita mínimamente un Bruce ficticio, al que los dos narradores (Charley en ‘First Guru’ y Queenie en ‘Second Guru’) se dirigen con toda naturalidad mientras le cuentan sus historias. El efecto es, naturalmente, bastante acertado.

Charley viaja y vive en una furgoneta repleta de libros por la costa oeste. No tiene problemas económicos porque sus abogados le ganaron un caso de abusos sexuales contra la Iglesia Católica. Aunque es abiertamente homosexual, estuvo casado con Kelly, budista profesional a quien Charley dirige sus dardos críticos: “Con el budismo pasa como con todo en lo que el ser humano mete mano: un día te despiertas y todo se ha ido a la mierda. A la magia la han reemplazado  camarillas de capullos con sus políticas, eslóganes y memeces, e insulsos rituales.” Juntos tienen un hijo, Ryder, quien crece en un entorno de constante sermoneo sobre la impermanencia por parte de su madre. Un día Charley se encuentra a Ryder muerto, totalmente desnudo; se ha ahorcado en la sala de meditación de su madre. La cosmovisión religiosa que Kelly se había construido lógicamente se desmorona al instante.

El segundo relato se sitúa en su mayor parte en la India, pero en dos momentos separados por unos treinta años. Queenie es una mujer ya madura y propensa a la depresión en Nueva York; un día recibe la llamada de su antiguo amante Kura, extraficante de drogas y en la actualidad multimillonario, quien le salvó la vida a Queenie cuando ésta era una adolescente licenciosa. Juntos viajaron a Bombay, donde Kura quería encontrar a un gurú hindú. Al llegar a la tienda de tabacos que hace las funciones de templo del gurú descubren que éste ha muerto, y en su lugar un alto americano rubio ha asumido el papel de gurú. Queenie se marcha de India pero Kura se queda adorando y aprendiendo del extraño gurú gringo, hasta que un éste desaparece sin dejar rastro. La llamada de Kura atrae a Queenie de nuevo a la India, donde los sirvientes de Kura han localizado al americano en una cueva en un villorrio en las afueras de Delhi.

Hay sin embargo un elemento que es nexo incontestable entre los dos relatos, un sorprendente giro en la trama del segundo relato (anterior sin embargo al primero). Aviso para navegantes: en ambos relatos son muy abundantes las referencias al budismo, y quien, como yo, no sea muy entendido en el tema, encontrará algunos de los párrafos de The Empty Chair algo oscuros, por no decir impenetrables.

Wagner, de quien ya reseñé The Chrysanthemum Palace hace unas cuantas semanas, confecciona una interesante narrativa a partir de dos monólogos en los que los personajes se autoevalúan y critican sin miramientos. Con ello no quiero decir que la travesía sea fácil: rara vez el ritmo narrativo del monólogo se acerca a una plena verosimilitud, y en ese sentido, The Empty Chair languidece a ratos. Sí es de agradecer, en cambio, la sutil pero mordaz crítica subyacente en ambos relatos de lo inmensamente vacuo en esa búsqueda de la espiritualidad en muchos adinerados habitantes del primer mundo. Los ecos y reflejos que se cruzan entre ambas nouvelles proporcionan un dinamismo y una razón de ser al conjunto, con la silla vacía como su poderoso símbolo central.

No me queda tan claro, no obstante, la hipótesis que Wagner plantea al final de su prefacio: “Si fuera posible mantener todas las historias de la gente de todo el tiempo en la cabeza, el corazón y las manos, no cabe duda alguna de al final que estaría cada una de ellas inexpugnablemente unidas  por un único detalle religioso.” Ese incognoscible Misterio con mayúsculas al que hace referencia Wagner unas líneas más abajo, y que él prefiere denominar “Dios”, no me sirve. Para nada. Mas puede que a usted, que se ha tomado la molestia de leer esta reseña, sí.

10 mar 2014

The Big Hole

A unos cuarenta kilómetros al sur de Braidwood, en Nueva Gales del Sur, comienza un sendero que conduce a lo que se conoce como 'The Big Hole', una impresionante sima de unos 90 metros de profundidad. Desde el aparcamiento hasta el mirador de la sima hay apenas dos kilómetros en un suave ascenso que cruza bosque de eucaliptos y matorral bajo.

El sendero obliga a cruzar el río Shoalhaven, y será necesario quitarse el calzado antes de hacerlo. Si hace buen tiempo, al regreso es posible darse un pequeño chapuzón y refrescarse.


Braidwood es un simpático pueblo entre Canberra y la costa. La gran poeta australiana Judith Wright, una de las más importantes voces en defensa del medio ambiente y de los derechos de los indígenas australianos, vivió en Braidwood las tres últimas décadas de su vida. Wright falleció en junio de 2000.


"Wisdom can see the red, the rose,
the stained and sculptured curve of grey,
the charcoal scars of fire, and see
around that living tower of tree
the hermit tatters of old bark
split down and strip to end the season;
and can be quiet and not look
for reasons past the edge of reason."

Del poema 'Gum Trees Stripping' de Judith Wright  

8 mar 2014

Reseña: The People in the Trees, de Hanya Yanagihara

Hanya Yanagihara, The People in the Trees (Londres: Atlantic Books, 2014). 368 páginas.

Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha buscado el elixir de la inmortalidad, la panacea universal que curara todas las enfermedades y le permitiera alcanzar el estatus de divinidad eterna, imperecedera. No es nada de extrañar pues que las religiones (de todo signo) sigan teniendo tantos adeptos. Son amplias tragaderas universales que nunca dejarán de funcionar entre las masas aterradas.

The People in the Trees es la única novela que hasta la fecha ha publicado su autora, quien se pasó cerca de 18 años escribiéndola, según confesó en una entrevista a Publishers Weekly. Más o menos basada en la historia real de un doctor estadounidense, Carleton Gajdusek, premiado con el Nobel en 1976, la novela es un complejo relato ejecutado de manera muy audaz por Yanagihara. Se inicia con dos escuetas notas de corte periodístico que dan cuenta de la detención y posterior ingreso en prisión de Norton Perina, prestigioso científico que ha sido acusado de estupro por uno de sus más de cincuenta hijos adoptados. Estas dos notas van seguidas del prefacio (unas diez páginas) que Ronald Kubodera, colega y admirador desmesurado de Perina, antepone al relato autobiográfico que éste ha escrito mientras ha estado en prisión. La autobiografía de Perina va seguida asimismo de otro artículo periodístico, un epílogo a cargo de Kubodera y un extracto de las memorias previamente censurado, además de un glosario y una cronología.

¿Y quién es, en sus propias palabras, Perina? Una infancia poco feliz, huérfano de madre a los pocos años, una sensibilidad muy mermada que deriva en una misoginia ridícula, prácticamente un sociópata (como tantos otros que hoy en día se agazapan tras extraños seudónimos en los foros online de los diarios). Tras completar sus estudios universitarios, a Perina le ofrecen la posibilidad de unirse a una expedición que va a explorar en 1950 una supuesta isla de la Micronesia, Ivu’ivu, en compañía de Tallent, un antropólogo del que Perina se enamora en el mismo instante de conocerlo, y de Esme Duff, por quien sentirá desprecio desde el primer momento por el hecho de ser mujer.

En Ivu’ivu descubren una remotísima comunidad indígena cuyos miembros llegan a superar los cien años de edad. Tienen una extraña ceremonia por la cual los que superan los 60 años de edad pueden comer la carne de una tortuga local (que solamente se encuentra en un lago de difícil acceso en las montañas). El problema es que, mientras que el cuerpo sigue vigoroso, sus mentes se deterioran rápidamente. A los que sufren este síndrome los expulsan del poblado, y tienen que vivir eternamente vagando por la jungla. Tallent, Perina y Duff encuentran a un grupo de estos “dreamers”; pasan varias semanas entre los indígenas, y son testigos de ceremonias iniciáticas que en otras partes del mundo darían pie a mucho más que una simple protesta.
¿Panacea universal? No, gracias.
Perina decide aprovechar su oportunidad, empeñado en descubrir cuál es el secreto de la inmortalidad de los habitantes de la isla, captura y descuartiza un ejemplar de la tortuga “opa’ivu’eke” para llevársela a su laboratorio en los EE.UU., y con la aprobación de Tallent se lleva también a tres de los “dreamers” de Ivu’ivu. El relato de sus pruebas de laboratorio con ratones es fascinante por momentos. ¿Habrá encontrado la fuente de la vida eterna? Con el paso de los años su fama como científico se extiende por todo el mundo, y culminará en el premio Nobel. Pero Ivu’ivu, naturalmente, está condenada.

Perina sigue viajando a Ivu’ivu, e incluso acompaña a Tallent y Esme en una segunda expedición. En uno de sus viajes decide adoptar a uno de los muchos niños que malviven en la isla, y al primero le seguirán muchos, muchos más. Posiblemente, demasiados.

The People in the Trees proporciona un desenlace que no defrauda, y que llevará al lector a reevaluar la apreciación que se había hecho del protagonista narrador. Yanagihara acierta de lleno con la inclusión de una segunda voz narradora, la de Kubodera, que edita la narración autobiográfica y decide suprimir un capítulo de la autobiografía de Perina para luego revelarlo a posteriori. Kubodera anuncia desde un principio su mano en la presentación del texto de las memorias de Perina, pero es esencialmente en las páginas finales donde la manipulación textual que lleva a cabo se revela en toda su dimensión y motivación.

Esta es una novela primorosamente escrita e ideada, sin duda los dieciocho años que invirtió su autora en ella valieron la pena. Yanagihara crea un mundo, un universo completamente verosímil, el de Ivu’ivu, con sus junglas asfixiantes donde no llega la luz del sol y montañas impenetrables. Pero también crea un personaje por el cual no es difícil sentir en un principio una cierta ambivalencia. En su época de ayudante de laboratorio cuando todavía era estudiante, Perina confiesa el disfrute que le produce matar a los ratones una vez han cumplido su cometido científico. Es un primer aviso inequívoco que el lector debe tomar en cuenta respecto a Perina. ¿Podría una mala persona, un individuo jactancioso, hiriente y cruel, ser un gran científico que busca alcanzar el secreto de la inmortalidad para todos los seres humanos?

La fuerte crítica al modelo occidental de colonización (Ivu’ivu, su cultura y su población, por supuesto) es el gran tema de fondo de esta novela: Perina reconoce su gran parte de culpa en la profanación, destrucción y rapiña de una suerte de jardín edénico en mitad del Pacífico que si alguna vez existió, hoy es (como en el caso de Samoa) un puesto remoto del capitalismo más salvaje del siglo XXI, donde la obesidad es rampante, el fundamentalismo cristiano ha borrado casi todos los vestigios que quedaban de una antiquísima cultura propia, y la corrupción se ha adueñado de las estructuras políticas traspasadas desde el imperfecto modelo occidental.

Visto lo visto, a uno solamente se le ocurre confesar que supone un alivio que la inmortalidad no sea, hoy por hoy, posible. Porque, ¿quién en su sano juicio querría padecer eternamente esto que llamamos vida?

4 mar 2014

Reseña: Liquid Nitrogen, de Jennifer Maiden

Jennifer Maiden, Liquid Nitrogen (Artarmon: Giramondo, 2012). 86 páginas.

¿En qué medida puede el poder político ser tema de la poesía (y no me refiero a la juiciosa disquisición en torno a la filosofía política) sin caer en la frivolidad? Quien desee aventurarse por esos derroteros tendrá que saber dominar muy bien el tema o los temas que trate, y dotar además a su poesía de algo especial que le otorgue no solamente interés temático sino cierto atractivo literario en tanto que creación lírica.

En el largo poema que abre Liquid Nitrogen, ‘The Year of the Ox’ [El año del buey], la autora australiana Jennifer Maiden nos dice que la poesía

is disparate concepts combined in binary
structures: stress/unstress, iamb/trochee,
alternating syllables, stanzas, letters, space…. (p. 13)

[son conceptos dispares combinados en
estructuras binarias: tónica/átona, yambo/troqueo,
sílabas alternantes, estrofas, letras, espacio….]

En unos versos inmediatamente anteriores a estos Maiden ha iniciado esta curiosa analogía de la poesía con la tecnología digital, en tanto que la analógica “fluye y es prosa”.

Mientras que la mayoría de los poemas de Liquid Nitrogen tienen un sesgo predominantemente político; dado que trata en gran parte de la política australiana contemporánea será necesariamente poco atractiva para lectores no familiarizados con la escena política australiana de los últimos años. Son estos poemas configurados en torno a conversaciones entre personajes reales contemporáneos o históricos ficcionalizados (Barack Obama, Hillary Clinton, Eleanor Roosevelt, los exprimeros ministros australianos Kevin Rudd y Julia Gillard, Dietrich Boenhoffer, Florence Nightingale, Henry James, Julian Assange, entre otros) y personajes más cercanos a la propia autora y procedentes de obras suyas anteriores.

El tono de muchos de los poemas de la colección se aproxima más al ensayo contemplativo que a la sátira que quizás podría esperarse de una obra poética que se inmiscuye con tanta intensidad en la política diaria dominada por el ciclo informativo de 24 horas de duración. El resultado es en ocasiones un tanto plano y, en mi opinión, monótono.

No faltan sin embargo buenos ejemplos de una acertada ironía,
“…Chemical Ali had been hangedin Iraq for gassing Kurds and that Skyby coincidence was featuring birthdefects caused by chemicals the U.S. usedin Fallujah….” (p. 5)
[…que habían ahorcado a Alí el Químicoen Iraq por gasear a los kurdos, y que Skyen una coincidencia estaba mostrando los defectoscongénitos causados por las sustancias químicas usadaspor los EE.UU. en Faluya….]
 o juegos de palabras de imposible traducción:
“…As an ox, I amLying on Straw and watching Straw Lying.” (p. 2)
en lo que constituye una ingeniosa referencia al Ministro de Asuntos Exteriores en la época de Tony Blair.

Los largos poemas narrativos que en gran parte integran Liquid Nitrogen no se aproximan a un tipo de poesía que encuentre mucho eco en mí como lector. De entre todos, me quedo con ‘My heart has an Embassy’ [Mi corazón tiene una embajada], a mi parecer el mejor poema del libro, en el que Maiden se aleja del tono coloquial de los diálogos y de la narración en verso libre para adoptar un estilo más lírico, más rico y expresivo,  también más íntimo.

Te ofrezco ahora mi versión en castellano:
Mi corazón tiene una embajada
Mi corazón tiene una embajada
para Ecuador, donde pediré
asilo. Seísmos
y réplicas socavan
mi esperanza y mis medios de trabajo,
y los estadounidenses
se han infiltrado en mi psique
con su negro don para el miedo.
Mi corazón tiene una embajada
para Ecuador de aire tan raro
y tan suntuosa como los Andes,
tan clara como el ecuador. En ella
habrá cascadas
y junglas como salvación.
Habrá amigos
a los que nada deba, ni
fianza afamada, ni espinosas
sexualidades cómplices. Mi corazón
tiene una embajada para Ecuador
donde no habrá secretos
y la verdad se derrama como el agua
desde una inmensa, pétrea desesperanza.
Liquid Nitrogen recibió hace unos semanas el galardón mejor remunerado de las letras australianas, el Victorian Prize for Literature. Es en mi opinión un poemario con mucha e innegable calidad, pero no me queda claro que mereciera un premio que lo señala como la mejor obra literaria publicada en Australia en 2013.

27 feb 2014

Reseña: Oblivion, de David Foster Wallace

David Foster Wallace, Oblivion (Londres: Abacus, 2004). 329 páginas.

Pocas veces me he sentido tan tentado de dejar un libro para una ocasión más propicia como en el caso de Oblivion. Este volumen de cuentos de David Foster Wallace se me ha atragantado en algunos momentos, mientras que en otros ha llegado a sobresaltarme: cuando he dado alguna cabezada al cerrárseme los ojos mientras leía, cosa que cabe en buena parte achacar al intenso calor que hemos sufrido en esta parte del mundo este verano austral de 2014, o quizás a las cincuenta primaveras que se ciernen sobre mí, como cóndores andinos.

Al igual que en Girl with Curious Hair, que reseñé hace unos cuantos meses aquí, la mayoría de los cuentos que componen Oblivion tienen una estructura narrativa aparentemente sencilla pero densamente poblada de detalles y paréntesis. La narración fragmentaria que, en mi opinión, es un triunfo literario y una delicia lectora en una gran novela como es Infinite Jest se convierte sin embargo en obstáculo en Oblivion. Este es un libro de lectura muy compleja (y no lo digo con ánimo alguno de justificar las siestas de borreguito de las que hacía mención anteriormente). Algunos de los relatos pueden resultar extremadamente frustrantes porque Wallace inunda la trama de detallismos que en algunos casos me parecen superfluos (o fríamente calculados para irritar a un lector impaciente).

Wallace premeditadamente desorienta al lector al presentar la historia in medias res y obligarle a cuadrar círculos que llegan a asemejarse a triángulos, rombos o trapecios. Nada es gratuito: Wallace no quiere hacer prisioneros. Son cuentos de argumentos enrevesados de los que elide fragmentos mientras abruma al lector con minuciosas digresiones en torno a la ropa, o rasgos físicos de un personaje. Si a ello le añadimos su tendencia a escribir en larguísimas oraciones (a pesar del exquisito estilo que posee), el esfuerzo que se le exige al lector no es pequeño.

El libro lo abre el cuento ‘Mr Squishy’, en el que un grupo de discusión típico del marketing evalúa un nuevo producto de repostería (Mr Squishy) mientras en el exterior un individuo escala las paredes del edificio. Si en última instancia las dos tramas están conectadas es algo que no me quedó nada claro. La idea que Wallace parece querer explorar es que el grupo de evaluadores está siendo a su vez evaluado dentro de una serie de pruebas a las que están siendo sometidos los que supervisan los grupos de discusión de nuevos productos. Francamente, ‘Mr Squishy’ me dejó indiferente.

No fue el caso de la siguiente historia, ‘The Soul is not a Smithy’, que cuenta con diferentes voces narrativas y que narra un inconcebible episodio en el aula de una escuela, en la que el maestro sustituto va paulatinamente perdiendo el control de sí mismo mientras escribe en la pizarra, repetidamente y en mayúsculas, “KILL THEM ALL”. Un episodio psicótico que termina con una intervención policial. El narrador principal se describe como uno de los “rehenes” de aquel trágico día, y en su relato intercala recuerdos de su época de estudiante y de su infancia.

‘Incarnations of Burned Children’ es un cortísimo cuento (apenas tres páginas) sobre la ineptitud de los padres de un niño pequeño que no para de gritar porque le ha caído agua hirviendo, y les lleva un tiempo darse cuenta de que el agua ha quedado atrapada en el pañal. A este relato le sigue ‘Another Pioneer’, un fascinante estudio antropológico por momentos, en torno al mito del niño prodigio que se convierte en líder y gurú de una aldea prehistórica cuyos habitantes terminarán por abandonarlo y quemar la aldea. Wallace dota la narración de largos circunloquios, al tiempo que pone en duda la fiabilidad del narrador al confesarnos éste que lo que narra es una historia que ha oído durante un vuelo transatlántico.

‘Good Old Neon’ es, en mi opinión, el mejor de los relatos que componen Oblivion. Narrado por un David Wallace que se declara fraude en la primera oración del cuento (“He sido un fraude mi vida entera. No estoy exagerando. Casi todo lo que he hecho todo el tiempo es crear una cierta impresión de mí en otras personas. Generalmente para caerles bien o que me admiren.” (p. 141, mi traducción). El narrador suicida acude a un psicólogo con la esperanza de que le pueda ayudar con su problema, pero en cierto modo termina desmontando toda la estructura de poder que un psicólogo posee sobre su paciente; pero el relato guarda una sorpresa final que es mejor no desvelar en una reseña.

Del resto de historias de Oblivion destacaré la que da título al libro, en la cual Wallace presenta a un hombre, Randall, cuya mujer (Hope) se queja de que ronca durante la noche y la despierta; pero Randall insiste en que él está despierto cuando ella se despierta airada por el ruido que, asevera ella, hace él. Randall sospecha que Hope está soñando que él la despierta con sus ronquidos.  Teniendo al parecer suficiente dinero para despilfarrar en estas bobadas, acuden a una clínica para que investiguen el problema, y deben pasar allí una noche cada semana mientras el estudio esté en marcha. El desenlace es en cierto modo previsible, y el cuento para mi gusto no funciona.

El relato que cierra el volumen, ‘The Suffering Channel’, tiene un aspecto interesante, en tanto que nos lleva a la casa de un supuesto artista, Brint, que ‘compone’ piezas artísticas al ‘depositar’ sus propios excrementos. El relato alterna entre las vicisitudes que sufre el reportero Skip Atwater (un apellido muy conseguido, con el que Wallace bautiza al personaje) en sus negociaciones con la mujer del artista y el mundo de chascarrillos y cotilleos de la revista Style, para la que trabaja Atwater.


Tengo en casa unas cuantas botellas de un pasable tinto australiano cuya etiqueta dice DFW. No recomiendo ponerse a leer Oblivion tras un par de vasos de DFW. Pienso que es harto difícil abordar estos relatos. Descartada por principio la opción de proporcionar un desenlace convencional o de articular el relato en torno al eje de lo que sucede, los cuentos de Oblivion están más centrados en el acto de narrar que en una trama. Wallace tenía la energía, el vocabulario apabullante, el sentido de la ironía. Sus cuentos sin embargo pueden ser extenuantes para el lector. Lo más lamentable es que nunca sabremos lo que David Foster Wallace podría haber logrado como escritor maduro.

15 feb 2014

Reseña: Say Her Name, de Francisco Goldman

Francisco Goldman, Say Her Name (Detroit: Thorndike Press, 2013). 602 páginas.


El único regalo que recibí las Navidades pasadas es un CD con cuatro canciones cuya música ha compuesto mi admirada Faye Bendrups; la letra de esas cuatro canciones procede de cuatro poemas de Lalomanu. Una de esas canciones es el poema que cierra el libro, ‘Epilogue’ y uno de los versos de ese poema dice “you’ll be skipping in our hearts, Clea”. Me resulta reconfortante que Francisco Goldman escriba lo siguiente en su libro de homenaje: “Say her name. It will always be her name. Not even death can steal it. Same alive as dead, always. Aura Estrada.” (p. 476) [“Di su nombre. Siempre será su nombre. Ni siquiera la muerte puede robarlo. Lo mismo viva que muerta, siempre. Aura Estrada.” (mi traducción)]

Aura Estrada fue la esposa del escritor estadounidense durante dos años. Se habían conocido dos años antes en un evento literario neoyorquino que Goldman narra en Say Her Name con sutil ironía y mucho humor. Aura era otra de las muchas jóvenes latinoamericanas que se hallan en los Estados Unidos estudiando e investigando, compaginando la elaboración de una tesis doctoral con trabajos mal pagados (cuando no ilegales). Aura había comenzado ya a demostrar un cierto talento literario cuando la fatalidad quiso que una ola la estampara contra el fondo del océano en la playa de Mazunte. El impacto le fracturó la espina dorsal y murió al día siguiente en un hospital de la ciudad de México.
Playa de Mazunte. Fotografía de Wikipedia.
Una de las interrogantes que el lector de Say Her Name deberá preguntarse y responderse (no hacerlo, seamos francos, diría muy poco en su favor) es en qué medida resulta convincente la aseveración que hace Goldman de que su libro es una novela (véase la entrevista que concedió a Paris Review). Yo personalmente he optado por clasificarla como no ficción. Una cosa es jugar con ciertos aspectos secundarios que ayudan a sostener una trama, y otra, bien distinta, atribuirle a esta perceptiva, a ratos tremendamente íntima narración, las características propias de una novela. Insisto: no lo parece, diría yo, en al menos un porcentaje por encima del 51%.

En un principio Goldman parece perseguir que su lector lea el libro como una confesión ficcionalizada del viudo sobre el que recae la sospecha de negligencia. La culpa como losa que no puede quitarse de encima. Pero conforme la narración avanza, Say Her Name pasa a convertirse en una admirable historia de amor; son las vivencias compartidas con Aura, rememoradas por Goldman, junto con los recuerdos borrosos de los largos meses de duelo, de dolor, de soledad, lo que le otorgan a este libro una energía y una sinceridad sobrecogedoras. Como el mismo Goldman señaló en la entrevista en Paris Review a la que he aludido antes, es un libro sobre el amor, no sobre la muerte (“I hope more people read it as a book about love than as a book about death”).

No se deben comparar los duelos por pérdidas de seres queridos. Es un error en el que caen demasiadas personas. O incluso situaciones mucho peores: un estúpido o estúpida evaluador/a de manuscritos le sugirió a mi mujer que la muerte de su hija en una catástrofe natural podría, para determinadas personas, entrañar un mismo nivel de embestida emocional que la muerte de una mascota, digamos un perro o un gato.

Say Her Name es el entrañable relato de cómo conoció Goldman a Aura, como ella cambió su vida para mejor y para siempre. También es el relato franco de un atónito Goldman ante la irracional reacción de la madre de Aura, Juanita, que en última instancia se niega a entregarle a Francisco las cenizas de su esposa y trata de instar por medio de sus abogados una investigación criminal, acusando a Goldman de imprudencia temeraria y negligencia, prueba de que el dolor desesperado puede instigar un odio ilimitado en personas con inestabilidad emocional o mental.

No obstante todo lo anterior, pienso que al lector de Say Her Name le resultaría interesante contraponer (que no comparar) la lectura del libro de Goldman con Wave, el sobrecogedor relato de Sonali Deraniyagala que reseñé hace unos meses.

Faye repite el nombre de mi hija en el estribillo de ‘Epilogue’, canción que no puedo escuchar sin derramar lágrimas de amor por Clea, y de agradecimiento a una mujer que me ha regalado lo más hermoso, lo más valioso, que nadie pudiera jamás regalar. Porque siempre será su nombre: Clea.

Say Her Name la ha publicado la editorial Sexto Piso en castellano, en traducción de Roberto Frías.

10 feb 2014

A portrait of contemporary Spain?


Burgos-born artist Ausín Sáinz had this and other artistic works removed by municipal staff in Salamanca with the aid of the police.


The paintings were subsequently dumped on the street and left in the heavy rain. The exhibition he had been preparing was cancelled.


Plastic arts are a very valid and most accurate means of portraying reality. Sáinz is no doubt a talented painter and demonstrates some flair for certain colours, shapes and hairdos.

All pictures sourced from www.20minutos.es

Say NO to censorship.

9 feb 2014

Reseña: The Good Life, de Hugh Mackay

Hugh Mackay, The Good Life (Sydney: Pan Macmillan, 2013). 264 páginas.

Uno de los datos que más me han sorprendido en este libro del sociólogo australiano Hugh Mackay figura en la página 244. Dice así: “En la ciudad australiana de Tamworth, el análisis de los historiales  médicos de los pacientes a lo largo de un periodo de tres meses en 2011 mostró que un 77 por ciento de pacientes que superaban los 75 años de edad y que murieron en el hospital habían realizado su primera discusión documentada en torno al tema de cómo terminar su vida solamente tres días antes de su muerte.” Cuando los avances médicos y tecnológicos han hecho posible la prolongación artificial de la vida hasta límites que, hace unos cincuenta años, habrían parecido cosa de ciencia ficción, más importante debiera resultarnos tomar una decisión sobre el tema mientras contamos con el aplomo y el conocimiento necesarios para ello. Después de todo, ¿no quedará una buena vida estropeada por una mala muerte?

La buena vida es el tema del libro de Mackay, escrito en un lenguaje sencillo, que busca alcanzar al mayor número posible de personas. The Good Life se compone de siete capítulos, y en el primero (‘The Utopia Complex’) intenta demoler el concepto tan en boga en las dos últimas décadas de la felicidad como meta única y última en la vida, tan frecuentemente propugnado por esas ‘filosofías’ de la positividad, que a mi parecer no son más que propaganda de baratillo. Mackay denuncia la absoluta futilidad de la búsqueda de la felicidad como meta en sí misma.

Mackay propone en cambio que la felicidad es, en el mejor de los casos, un producto subsidiario, no la meta, de una vida bien vivida. Es difícil en general no estar de acuerdo con las observaciones de Mackay; pero se trata de observaciones muy generalizadas, y no siempre acertadas. The Good Life es un libro dirigido a un público muy amplio y variado. Como comentario crítico de los males y vicios que afligen a la malacostumbrada sociedad occidental actual es una propuesta válida y útil. Pero el lector que busque ideas más profundas y elaboradas no las encontrará en The Good Life.

Con todo, el libro me pareció algo incompleto. Entre otros aspectos no tratados por Mackay está cómo puede afrontar un ser humano el resto de la vida ante la pérdida de un hijo. Sí menciona el tema en el caso de viudedad, o en el de sobrevivir a una experiencia traumática, pero muy por encima. La pérdida de un hijo es una pérdida con características muy diferentes a la pérdida de un padre o un hermano o un amigo, que marca el resto de los años de una vida que, por muy buena que pueda ser, estará siempre truncada, mermada de futuro.

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