12 oct 2020

Reseña: The Cost of War, de Stephen Garton

Stephen Garton, The Cost of War. War, Return and the Re-Shaping of Australian Culture (Sydney: Sydney University Press, 2020 [1996]). Segunda edición revisada. 283 páginas.

Quien por primera vez visita Australia desde el extranjero se encuentra con el paradójico ensalzamiento de la primera campaña militar de Australia como nación (la Federación de estados y territorios como tal se consolidó en 1901) en una estrecha playa de Turquía en 1914. Se dice que, simbólicamente, fue en tierras europeas (fue en el lado occidental del estrecho) donde nació Australia. Este concepto guarda y solapa un designio deliberadamente ideológico y político. La glorificación de la guerra como escenario del nacimiento de un estado moderno sirve para ocultar (y especialmente para ocultarnos a nosotros mismos los australianos) que el origen de las colonias se basó en una invasión y ocupación, con la ulterior desposesión gracias a otra guerra en contra de sus poblaciones indígenas.

ANZAC Cove, Turquía, septiembre de 2014.

Pero la guerra, obviamente, tiene un costo muy alto. Altísimo. Extraordinariamente oneroso para la sociedad. Esa es la premisa que llevó a Stephen Garton a realizar este completísimo estudio histórico de los múltiples impactos que los conflictos bélicos en los que se ha visto involucrada Australia han tenido sobre su población y su cultura. La primera edición del libro se publicó en 1996, y a principios de 2020 aparece esta segunda edición, que revisa, corrige y expande la primera.

El libro realiza un exhaustivo análisis en torno a aspectos cruciales de la experiencia del regreso y reintegración de los hombres y mujeres que prestaron su servicio en las dos guerras mundiales y en Corea y Vietnam. Garton organiza el material producto de su meticulosa investigación en siete capítulos bien delimitados. Los cuatro primeros tratan la cuestión del regreso de los campos de batalla, el recuerdo de los caídos en la guerra y la memoria de los que pudieron volver, y los problemas sociales y políticos que implicó la repatriación al término de los conflictos bélicos, especialmente el reasentamiento de los exsoldados y los éxitos y fracasos de las políticas gubernamentales que buscaban ayudarlos.

En los tres siguientes capítulos el estudio se centra en cuestiones más personales. Por un lado, las consecuencias psicológicas de la guerra; Garton explica detenidamente el proceso por el que surgió la idea del “shell shock” (un concepto que en castellano se suele traducir como “neurosis ocasionada por la guerra”), y que décadas después ha sido descrito más oportunamente como “trastorno de estrés postraumático”. En el capítulo que lleva por título ‘Home Fires’, Garton ahonda en los aspectos más terribles del retorno a casa: el enorme costo humano en términos de relaciones familiares destrozadas por la imposibilidad de adaptarse a la vida civil o los numerosos casos de violencia doméstica (cuando no sexual) de los exsoldados, y la vergonzante respuesta de algunos estamentos institucionales que preferían mirar a otra parte o incluso justificarla. El séptimo capítulo está dedicado a los exprisioneros de guerra y la frecuentemente fallida rehabilitación en su vuelta a Australia.

Son muchos los puntos de interés que señala el autor a lo largo de The Cost of War. Por ejemplo, indica que hubo muy claras diferencias en la recepción en el país que recibieron los exsoldados de cada uno de los conflictos: “Hubo sin duda algunas diferencias importantes en la recepción dispensada a los hombre y mujeres que sirvieron en las dos guerras mundiales y los veteranos de las campañas de Corea y Vietnam, particularmente para los veteranos de Vietnam que regresaron cuando los movimientos antibélicos y en pro de la moratoria cobraban mayor impulso. Está claro que la protesta pública contra los veteranos de la Guerra de Vietnam fue mucho mayor y más visible que cualquier cosa a la que se enfrentaron los exsoldados de la I Guerra Mundial. Ciertamente, para un significativo segmento de la población, la Guerra de Vietnam fue moralmente más ambigua que tanto la I como la II Guerra Mundial, y por tanto comprometía el sentido de una celebración pública. No obstante, los veteranos de conflictos anteriores también estuvieron expuestos al resentimiento, y muchos de los que sirvieron en Vietnam volvieron a casa en medio de entusiastas bienvenidas. Pero algunos de los veteranos de Vietnam hicieron su regreso a título individual en lugar de como brigadas del ejército, y fue esta experiencia la que enmarcó su recuerdo de la bienvenida a casa. A estos recuerdos también les han dado forma las narrativas históricas y populares que se han escrito acerca cada una de las guerras. Mientras que la I y la II Guerra Mundial se consideraron nobles victorias, la de Corea se disipó de la memoria pública y la de Vietnam estuvo envuelta en un velo de fracaso. El poderío del mito de los ANZAC pudo causar tanto su menoscabo como la exageración”. (p. 30, mi traducción)

"En su forma final, el edificio parece menos un templo griego o un mausoleo que una interpretación de estilo art decó de una basílica medieval, una impresión que refuerza el uso de la cúpula, el atrio, los claustros y las vidrieras de colores.” (p. 38, mi traducción). The Australian War Memorial, Canberra. Fotografía de Sardaka.

Y el hecho es que el mito de los ANZAC ha vertebrado desde la segunda década del siglo XX la tradición histórica ininterrumpida y la identidad de una gran parte de la sociedad australiana: “…en esta continuidad, la leyenda de los ANZAC ha conseguido mantener su lugar en el centro del simbolismo nacional. Esta es la memoria pública que une a los hombres y mujeres que prestaron sus servicios a Australia en la guerra. Es una memoria de una fuerza y una significancia extraordinarias para muchos australianos, y que ha dado forma a nuestro entendimiento de nuestra propia historia: si bien, como todas las memorias, es selectiva, pues bloquea narrativas y conmemoraciones históricas alternativas.” (p. 70, mi traducción)

Una de las conclusiones que el lector puede extraer del excelente estudio de Garton es el hecho de que la ideología configuró decisivamente las políticas gubernamentales de ayuda a la repatriación de los exsoldados: “Lo que sorprende es la ubicua naturaleza del llamamiento a los códigos masculinos como elemento reconocido y esencial de la política gubernamental. En su mayoría, esas políticas atendían a las necesidades materiales (hospitales, políticas de empleo, servicios de rehabilitación, ayudas asistenciales), pero incrustados en estas prosaicas inquietudes había problemas de cultura, de naturaleza, de sexualidad e identidad. Los soldados estaban regresando a sociedades que habían cambiado, y llevaban consigo una sensación generalizada de que también ellos habían cambiado. La repatriación, por lo tanto, había de negociar los problemas del cambio y la diferencia, mas su respuesta, especialmente después de la I Guerra Mundial, miraba en gran medida hacia el pasado, hacia convenientes certidumbres de la masculinidad; la importancia de la independencia varonil, la autoayuda, y la autosuficiencia. En la II Guerra Mundial se reconoció que ese enfoque, con todo lo deseable que podía ser, era insuficiente. […] Pero al hacer de la repatriación un problema de psicología individual, el nuevo enfoque científico rebatía la idea de la repatriación como problema cultural: una cuestión que precisaba de la negociación de las costumbres y expectativas de los que regresaban y las de los que los recibían. El nuevo enfoque de la repatriación era conservador y romántico, hacía uso de normas consoladoras e idealizadoras de un sujeto activo masculino y libidinal y un sujeto pasivo femenino: el sostén de la familia y una dependiente; eran normas que cada vez más eran difíciles de sostener, en particular para los exsoldados heridos y enfermos. (p. 109-10, mi traducción)

“Muchos manifestantes de la época (y desde entonces) han mantenido que su oposición era a la guerra, no a los soldados. En el ardor del momento, es probable que los veteranos no vieran distinciones tan sutiles […] pero debemos considerarlas en su contexto, más como proyecciones de los tumultuosos cambios socioculturales que han terminado asociados con la década de los 60. En todo Occidente, los cambios en la vestimenta, los peinados, la música, y los movimientos emergentes de la liberación sexual, la liberación gay, la liberación de las mujeres, la nueva izquierda, las protestas estudiantiles, el anticolonialismo y el antibelicismo, recibieron una extraordinaria cobertura mediática.” (p. 242, mi traducción). Protesta de hippies contra la guerra de Vietnam. Fotografía de S.Sgt. Albert R. Simpson - National Archives and Records Administration.
Garton demuestra una enorme empatía y compasión por todas las personas que sufrieron en los conflictos. Antepone siempre su parte humana en el análisis. Y no obstante, en el epílogo, a modo de conclusión, formula unas cuantas preguntas que cada australiano tendrá que responder conforme a sus valores morales y la jerarquía de estos en su visión del mundo y de la vida: “…oculta bajo la honorable tradición de los ANZAC se halla una historia más sombría de muertes prematuras, de duelo, de las vidas destrozadas de muchos que sobrevivieron, y las heridas emocionales infligidas a quienes los recibieron a su regreso. ¿Por qué se ha terminado entrelazando la nación tanto con la muerte? ¿No podemos tener la una sin la otra? ¿Merece la pena una cosa por la otra? Quizás el reto consiste en crear un estado nuevo, sin ignorar el anterior: en ensanchar nuestros valores como nación sin perder los antiguos, y en encontrar un sentido en ser australiano sin sufrir la futilidad de la guerra y todas sus consecuencias. ¿O son acaso el sacrificio voluntario y la aceptación de la muerte por la colectividad el único modo de que podamos asegurarnos que el lugar donde vivimos tiene un valor?” (p. 269, mi traducción) 

Lo que evidencia en todo caso este magnífico libro de Historia es que el coste de la guerra es, se mire como se mire, siempre excesivamente alto.

8 oct 2020

Reseña: The Pier Falls, de Mark Haddon

Mark Haddon, The Pier Falls (Londres: Jonathan Cape, 2016). 321 páginas.
Hay un tema que estructura en cierto modo todos y cada uno de los relatos de este libro de Haddon: la supervivencia. Hay en todos ellos un trasfondo oscuro, apesadumbrado. Construye un telón de fondo en el que el peligro, lo desconocido, la desesperanza y la negativa a aceptar la muerte caracterizan a los protagonistas. Hay, asimismo, una violencia inusitada en algunos de ellos, aunque no sea un aspecto que el autor parezca hacer prominente.

El único de los cuentos que componen The Pier Falls que ya había leído es el último de la colección, ‘The Weir’ [El azud], que apareció en The New Yorker hace casi cinco años. Cabe decir que son todos, sin excepción, relatos redondos, que rozan la perfección. Están repletos de acción y momentos cruciales que sacuden la atención del lector.

A weir on the River Serpis. Photograph by 19Tarrestnom65.

El primero, el que da título al libro, tiene la textura y el tono de un informe periodístico casi impersonal de una catástrofe. Es como si el narrador estuviese a bordo de un dron, o volando en las alas de un ave que observase la escena que tiene lugar abajo: el desmoronamiento de un muelle en una de las ciudades costeras de Inglaterra. La narración avanza paso a paso, detalle a detalle, como si se tratase de uno de esos reportajes televisivos o radiales en vivo, en los que las cifras de víctimas se van incrementando a medida que la magnitud del desastre se hace cada vez más patente. El narrador-observador se detiene en momentos de angustia, debilidad, sorpresa, rendición o lucha por la vida, pero sin sensacionalismo alguno, con la naturalidad o la imperturbabilidad de un espectador emocionalmente distante.

El muelle de Eastbourne ardió hace ahora poco más de seis años. Por fortuna, nadie perdió la vida. La fotografía es de Jeff & Brian, residentes de Eastbourne 

Otros relatos en los que los protagonistas pugnan por sobrevivir incluyen ‘The Island’, ‘The Woodpecker and the Wolf’ y ‘The Boys Who Left Home to Learn Fear’. El segundo plantea una expedición interplanetaria a Marte que queda incomunicada con la Tierra y en la que van muriendo uno a uno los expedicionarios, hasta que solamente queda una mujer, que además está embarazada. ¿Llegarán a tiempo los integrantes de la misión de rescate, o será una expedición para realizar el entierro de todos? El planteamiento del tercero es similar, en tanto que se trata de una misión de rescate al corazón de la Amazonía; pero desde el primer momento todo parece salirles mal.

Luego están los relatos con un desenlace inesperado, inusual y chocante. En ‘Bunny’, Leah, una mujer que aparentemente no tiene ningún porvenir asegurado, se muda a la casa de Bunny, un joven que padece de una extrema obesidad. Sin ambiciones ni prospecto alguno en su vida, Leah comienza a ofrecerle a Bunny el cariño y la amistad que nunca ha tenido en su vida. El relato posiciona al lector ante un inesperado dilema moral, y la ambivalencia que parece adoptar el narrador es, como mínimo, desconcertante.

‘Breathe’ describe el regreso del extranjero tras muchos años de Carol, una mujer de mediana edad, a la casa de su anciana madre. Lo que encuentra le resulta intolerable: una casa sucia, abandonada, y una mujer que vive en medio del más absoluto descuido. En un arrebato inesperado Carol se pone a limpiar y poner orden en la casa, mas choca con el antagonismo de la madre y la fuerte oposición de su hermana, que nunca salió de la ciudad. En ‘The Gun’ un hombre rememora una tarde de infame recuerdo cuando acompañó a un amigo al bosque y mataron un ciervo, al que luego descuartiza el hermano del amigo.

Sin duda el mejor de todos (y en esto casi todo el mundo parece estar de acuerdo) es ‘Wodwo’. Es el más largo y el que más disfruté de este libro. Lo que comienza como una velada navideña de la familia Cooper deviene en una pesadilla, pero Haddon juega con la línea temporal lógica de la narración insinuando inesperados giros en las vidas de los personajes, probables desgracias que les sobrevendrán. Hacia el final de la cena, alguien llama a la puerta en medio de una nevada que marca récords históricos. Se trata de un hombre muy alto y barba entrecana, de raza negra, que lleva un gorro de lana negra, un largo abrigo negro y pantalones de camuflaje militar. En el interior del abrigo esconde una escopeta. Les propone un juego. Lo que tiene que pasar pasa, pero el hombre se levanta a los pocos minutos y sale de la casa por donde ha venido, dejando el salón perdido de sangre y restos de vísceras.

¿Quién ha sido el que ha apretado el gatillo? Pues Gavin, el más famoso de los hijos de los Cooper, un personaje arrogante, tan ostentoso como frívolo. El extraño le ha dicho, antes de partir, que el próximo año volverían a jugar. Lo que sigue es el descenso a los infiernos en vida de Gavin. Un peregrinar por el lado oscuro de la vida, donde a la falta de empatía de los demás y la autodestrucción le siguen toda clase de penurias, desdichas y humillaciones. ¿Volverán a verse por Navidad Gavin y el extraño?

Para cerrar, ‘The Weir’: un cuento en el que un hombre solo, deprimido y solitario salva a una chica que se ha arrojado al río en un azud. Con el paso del tiempo, es la chica la que, en cierto modo, parece haberle salvado a él.

Haddon compone excelentes relatos con retazos breves y sutiles que perfilan rápidamente a sus protagonistas y te lanzan directamente a la arena de sus dudas y pugnas por sobrevivir en un mundo que es siempre dificil, si no abiertamente hostil. Muy recomendable, en mi opinión.

El libro se publicó en 2018 en castellano. Lleva por título El hundimiento del muelle, en Malpaso, y fue traducido por Jaime Blasco Castiñeira.

25 sept 2020

Reseña: From Here On, Monsters, de Elizabeth Bryer

Elizabeth Bryer, From Here On, Monsters (Sydney: Pan MacMillan Australia, 2019). 274 páginas.
Pongamos por caso que un día las autoridades (sean las que sean) decretan la supresión de ciertos vocablos del léxico con el que nos hasta ese momento nos hemos desenvuelto con aparente normalidad de forma cotidiana. ¿Qué nos ocurriría a los hablantes de esa lengua? ¿Y si los términos que terminasen eliminados fueran una lista elaborada deliberadamente con oscuros fines políticos?

Según me explicaba hace poco más de un año un amigo que solía trabajar para el Ministerio de Inmigración australiano, algo inquietantemente parecido a lo anterior ocurrió en este país en años no tan lejanos en el tiempo. Desde los más altos rangos ministeriales se dio la orden de dejar de usar ciertas palabras en los comunicados oficiales entregados a los medios. Si se suprime la palabra, desaparece el problema, ¿no? De alguna manera, se asemeja a la estrategia que adoptan muchos conductores en Canberra cuando dos carriles confluyen en uno: «si no te miro, no existes», esa es la señal que transmiten.

La novela se inicia en una librería regentada por la narradora protagonista, Cameron. Está releyendo El proceso de Kafka, y entra una mujer que viene a ofrecerle un trabajo. Cameron realiza tasaciones de bibliotecas personales (libros antiguos, rarezas, etc.) además de vender libros. La mujer es Maddison Worthington, una famosísima artista, y el trabajo consiste en tasar una biblioteca. Al día siguiente acude a la dirección indicada, y se encuentra con que la biblioteca es en realidad un cuadro, una enorme imagen de libros pintados. Otra persona se habría marchado airada de allí al instante, pero ella decide seguir el juego y finge tasar y valorar la imitación de una realidad.

La trama, no obstante, se complica bastante más. Poco después llega a sus manos un extraño códice escrito en antiguo castellano, y que parece detallar algo muy significativo (y que revolucionaría la historia oficial) acerca de Australia antes de 1788. Justo entonces se encuentra en el edificio que alberga la librería a un joven sin techo, Jhon, y decide echarle un cable a cambio de que le traduzca el códice. A partir de ahí los sucesos extraños e inexplicables se suceden.

Maddison le ofrece un atractivo e irresistible (por lo bien pagado trabajo) a Cameron. Su cometido es la generación y la sustitución de palabras para un gran proyecto de dimensiones y fines vagos e indefinidos. Al mismo tiempo descubre que Jhon tiene compañía: en el piso superior del edificio hay toda una multitud de personas exiliadas, emigradas, indocumentadas. Y desde más arriba, desde la azotea, se oyen durante la noche terribles sonidos de una criatura monstruosa.

Estructurada engañosamente como una novela detectivesca, From Here On, Monsters tiene mucho más que misterio. Y eso que de misterios la narración va sobrada: ¿por qué surge en le edificio de enfrente una habitación que se convierte poco a poco en una réplica exacta de la librería? ¿Por qué los compañeros de trabajo de Cameron desconfían de Maddison, hasta el punto de abandonar el proyecto? ¿Y qué demonios está pasando con el manual de estilo de los medios de comunicación y revistas, que parece adoptar la autocensura como regla de oro a seguir?

A pesar de los elementos un tanto surrealistas que salpican la trama de la novela, el hecho es que en esencia, esta es una novela plenamente literaria y política. Bryer busca hacernos ver que no hay nada más político que el lenguaje, y que por ende las políticas lingüísticas son las que las autoridades pueden emplear para cosificarnos o borrarnos, si se les antoja. Para muestra, un botón: hace ya años el acrónimo SIEV (Suspect Illegal Entry Vessel) empezó a reemplazar en el vocabulario oficial a las embarcaciones que transportaban a los solicitantes de asilo que llegaban a Australia por mar. Ni asilo, ni solicitantes, ni nada. Si se elimina la palabra, se elimina el problema.

Jhon prepara el texto de la traducción imitando su distribución en el códice.
Jhon prepara el texto de la traducción imitando su distribución en el códice.

Este es un libro valiente, inteligente, una novela compleja y fascinante; un gran debut, en definitiva. La única pega que se le puede poner es el hecho de que Jhon, quien declara tener un conocimiento rudimentario de la lengua inglesa, resulta ser un más que competente traductor. Quizás sea un truco.

La novela, si se tradujese algún día al castellano, supondría un enorme reto para el traductor, pues el texto del códice, lógicamente, habría que traducirlo al original, el castellano antiguo, para garantizarle al texto cierta verosimilitud y credibilidad. He ahí un reto que probablemente la autora no había contemplado en su creación. ¿O sí? Como indica el mismo título, nos adentramos en territorio desconocido y azaroso.

5 sept 2020

Reseña: The Topeka School, de Ben Lerner

Ben Lerner, The Topeka School (Londres: Granta, 2019). 282 páginas.
Cuando hablamos de una ‘novela de ideas’, ¿qué queremos decir exactamente? No hay una única respuesta a esa pregunta, de la misma manera que no hay dos lectores que interpreten una novela de la misma manera exactamente. Es la paradoja del lenguaje: nos sirve y no nos sirve. Sin él, fracasamos en la comunicación social, personal, artística. Y el fracaso comunicativo es asimismo consecuencia de la enorme falibilidad del lenguaje, y de los que lo utilizamos.

No sé si lo entiendo o no lo entiendo. ¿Qué menos que leerlo?
Ben Lerner, Fotografía de Slowking4
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The Topeka School es la tercera novela de Lerner, y es una obra con una fantástica abundancia de ideas. Nuevamente hace uso Lerner de esa muy fluida mezcla de lo real y lo ficticio que tanto le gusta, y que tan buenos resultados le dio con las dos novelas anteriores: Leaving the Atocha Station y 10:04. Como en la primera, una de las voces narradoras es la de Adam Gordon, el alter ego del autor, a la que se le unen sus padres, Jane y Jonathan. Ambos son psicoanalistas en “la Fundación” de Topeka, y buena parte de la novela investiga la relación entre el psicoanalista y su paciente, entre quien escucha y quien habla. Al fin y al cabo, ¿no son muchas de nuestras conversaciones personales, en cierta medida, sesiones gratuitas de análisis?

Otro de los temas recurrentes en The Topeka School es la adolescencia. De hecho, en el libro se caracteriza a los Estados Unidos como “la adolescencia sin fin”. Adam crece en una Topeka donde la virilidad es más que una cuestión de demostrar en las fiestas que se es hombre porque se bebe, sino que la violencia física forma parte de lo cotidiano. De hecho, un incidente que implica a un joven de la edad de Adam, Darren, es el protagonista de un episodio al que se alude en varias ocasiones a lo largo de la novela. En cierto modo, este episodio de violencia de género extrema como manifestación de la masculinidad tóxica es una convincente alegoría de la actual problemática que enfrenta el país.

Vista aérea de Topeka, Kansas.
Si el lenguaje al que los ciudadanos son sometidos a través de los medios de comunicación de masas y las redes sociales está corrompido hasta la médula y ha terminado por dominar absolutamente el debate político, Lerner viene a enfatizar en The Topeka School que la razón última es su inautenticidad. En uno de los capítulos vemos y escuchamos a través de los recuerdos de Adam cómo se entrena a esos adolescentes en el arte de la oratoria: la psicología de crear un ganador a toda costa vicia y pervierte la naturalidad y la esencia de la retórica. No se trata de convencer, sino de vencer al adversario.

Adam juega con la idea de cambiar un archivo abierto en el ordenador de su madre. La noción de pervertir las palabras para reconvertirlas en arma política o demagógica a conveniencia. “Había una suerte de poder especial en reconvertir el lenguaje, en redistribuir las voces, en cambiar el principio de su diseño, tenues chispas de un significado alternativo a la sombra del sentido original, del relato. Era un poder real y, al mismo tiempo, muy débil, como una señal remota. Escribió unos cuantos tercetos más, ninguno de ellos especialmente bueno; pero el proceso de componerlos, de permitir que alguna otra fuerza los compusiera a través suyo, le relajó un poco, como una especie de meditación. Cerró el documento haciendo clic en «No» a la pregunta de «¿Desea guardar los cambios?»” (pp. 247-48, mi traducción)
Jonathan, el padre de Adam, entra en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York tras haber ingerido LSD: "Entonces llegamos ante La Madonna y el niño de Duccio, donde nos plantamos durante varios minutos, y mientras lo mirábamos la mandíbula se me tensaba y destensaba. Normalmente los cuadros antiguos me aburrían; este me hizo pararme en seco. La presciencia en la expresión de la mujer, como si pudiera anticipar una repetición distante. El extraño parapeto debajo de las figuras, y cómo enlazaba el mundo sagrado con el mundo del público. Por un instante me parecía plano el fondo dorado, y al momento veía en él profundidades. Pero lo que de verdad me fascinaba, lo que de verdad me conmovía, no estaba en el cuadro: era cómo el borde inferior del marco original había quedado marcado por quemaduras de velas. Vestigios de un medio de iluminación más antiguo, la sombra de la devoción." (p. 46, mi traducción)
En la parte que cierra el libro, Adam y su esposa, que tienen dos hijas (como Lerner en la vida real) participa en una protesta en un edificio del ICE en Nueva York. Tras salir del edificio, su hija está dibujando corazoncitos en el pavimento con una tiza, y un policía le conmina a impedir que la niña pintarrajee lo que es “propiedad gubernamental”. Tras un intercambio con el representante de la ley, y cuando el policía le da una última oportunidad para que le diga a su hija Luna que deje de dibujar, Adam le responde que la niña nunca le hace caso, que las palabras no sirven: «…ya ves usted los zapatos que lleva puestos. ¿Tiene usted críos? Porque yo, es que no tengo autoridad alguna, es eso lo que estoy intentando decirle, no tengo ninguna autoridad sobre estos críos. ¿Tiene usted la autoridad? ¿De dónde le viene a usted la autoridad, me lo puede repetir?» (p. 281, mi traducción)

El intercambio concluye sin más incidentes. Pero unas cuantas páginas antes, Adam cuenta un desagradable desencuentro con el padre de un niño al que podríamos denominar ‘protofascista’. En un parque neoyorquino al que lleva a sus hijas, el niño se ha subido al tobogán y ni baja ni permite que otros niños utilicen el tobogán. «No se admiten niñas feas y estúpidas», dice. Tras intentar razonar con el padre de la criatura y ser ignorado y menospreciado, Adam cita a Wordsworth (“El niño es el padre del hombre”) y entre paréntesis añade: “Yo ayudé a crearla, a Ivanka, mi hija, Ivanka, que mide un metro ochenta, tiene un cuerpo fabuloso, ha ganado muchísimo dinero. Porque cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa. Tienes la autoridad. Una luna o una estrella muerta infinitamente densa suspendida en el firmamento del sótano.”

Harto de la despectiva actitud del padre de la criatura, Adam se enfrenta directamente: “¿Me está usted ignorando?, le pregunté, algo necio por mi parte. El padre levantó la vista y me miró, ambos éramos ya dos padres malos, y dijo: no pienso hablar más con usted; le he pedido que me deje en paz, ahora le estoy diciendo que se vaya a tomar por saco. Solamente cuando oí el ruido que hizo al caer en el asfalto fui consciente de que le había quitado el teléfono de las manos con un manotazo.” (p. 270, mi traducción)

Conmigo no tendría ese problema, debo añadir. No tengo teléfono móvil ni lo quiero.

Un estupendo libro, no defrauda de ninguna manera. Lerner continúa produciendo novelas absorbentes, repletas de ideas originales y urgentes.

28 ago 2020

Reseña: La pasión de Brahms, de Elizabeth Subercaseaux

Elizabeth Subercaseaux, La pasión de Brahms (Santiago: Sudamericana, 2016). 342 páginas.
La pasión de Brahms ficcionaliza los últimos días de la vida del compositor alemán en Viena, y mediante el uso de dos narraciones complementarias: una en forma de diario confesional en primera persona, en la que Brahms rememora su vida al tiempo que se enzarza con su ama de llaves en banales discusiones. La otra está elaborada a base de episodios históricos narrados en tercera persona, desde el nacimiento de Brahms en Hamburgo hasta la despedida del compositor del público en marzo de 1897. Un mes después moría a los 63 años.
Johannes Brahms. Fritz Luckhardt - Friedrich Nicolas Manskopf Portrait Collection, Biblioteca de la Johann Wolfgang Goethe University (Frankfurt am Main)
No me cabe duda de que la autora ha realizado una exhaustiva investigación sobre la vida de Brahms. De hecho, la narración está salpicada de cartas y misivas, tanto de Brahms como de otras personas que jugaron un papel decisivo en su vida. Son evidentemente ficciones creadas a partir de los datos existentes sobre la vida del músico, pero en los diálogos los personajes rara vez cobran vida en la imaginación del lector.

La vida de Brahms pica ciertamente nuestro interés y curiosidad. Subercaseaux opta por situar a la familia en un barrio muy humilde de Hamburgo, e insiste repetidamente en describir su infancia como la de un niño necesitado, que se veía obligado a acompañar a su padre a tabernas, donde tocaba para ganarse unas monedas. Algunos historiadores, sin embargo, disputan el dato de que los Brahms pasaran por tan graves carencias económicas.

La novela sí aborda la controversia entre las dos tendencias musicales de la época, y la pericia que era necesaria para no crearse enemigos. Destaca la anécdota (no está probado que sea cierta) del desaire que el joven Brahms le hizo a Franz Liszt, dormitando en medio de una interpretación del maestro húngaro.

Subercaseaux, no obstante, centra mucho más su atención como autora en la vida emocional de Brahms, y su gran pasión por Clara, la mujer de Robert Schumann, gran intérprete de piano. Uno de los momentos más genuinos se da en el entierro de Clara, justo al comienzo de la novela, y en él se manifiesta el dolor de Brahms ante la pérdida de la mujer a la que más amó en su vida: “El temor a perderte y que el mundo siguiera existiendo sin ti me ha perseguido toda la vida. ¿Cuántas veces me habré preguntado qué haría el día en que no estuvieras en ninguna parte y yo no pudiera verte ni hablarte ni escribirte una carta? La respuesta fue siempre «mejor morir».” (p. 10) Lo decepcionante es que el nivel de esas primeras páginas no se mantiene en el resto de la obra.

La pasión de Brahms, Clara Schumann. Imagen de Elliott & Fry. 
Sin duda es a través de la música como mejor se expresaba el compositor, y es por suerte algo que los que seguimos vivos podemos reconocer y disfrutar. En un artículo para The New Yorker, ‘Grieving with Brahms’, el crítico musical Alex Ross decía en abril de este año de la música de Brahms: “Hay en su obra una enorme tristeza, y sin embargo es una tristeza que resplandece en su comprensión, que alivia la pesadumbre al compartir la suya propia. Es como si su música, en una extraña manera, te escuchase a ti, incluso cuando tú la escuchas. En un tiempo en el que un número anormalmente grande de gente está sintiendo lo que es estar de duelo, yo recomiendo a Brahms, como guía y confidente.” (mi traducción)

La primera novela de Subercaseaux que leo me ha dejado un tanto frío. Cuando uno se acostumbra a leer novela histórica con magníficos ejemplares como Wolf Hall de HilaryMantel, por poner un ejemplo, de verdad que esto te defrauda una pizca. Hay asimismo frecuentes faltas ortográficas en esta edición, incluso gazapos sintácticos de bulto, como este: “Yo había empezado a escribir Un réquiem alemán un par de años antes de la muerte de mi madre. En esa hora que estuve a solas junto a su cuerpo disminuido entendí que sería mi obra para ella y para el maestro Schumann. Se los dije en silencio.” (pág. 306)

Adagio, segundo movimiento del Quinteto para clarinete de Brahms, Opus 115.
Jerusalem String Quartet
Sharon Kam, clarinete.
Conciertpo en la Schubertiade del 27 de abril de 2013.

Me quedo con la música. Sublime.

23 ago 2020

Reseña: Humans: A Brief History of How We F*cked It All Up, de Tom Phillips

Tom Phillips, Humans: A Brief History of How We F*cked It All Up. (Londres: Wildfire, 2018). 261 páginas.

En un lugar de Valencia de cuyo nombre me acuerdo perfectamente había una tarde de primavera dos adolescentes con un caja de fósforos. Que a los valencianos nos guste el fuego no es excusa para lo que uno de esos dos chicos hizo: encender un matojo de petorret*. En apenas segundos lo que había comenzado como un juego estuvo a punto de convertirse en un incendio. Por suerte, no fue el caso. Adivina quién era el chico de las cerillas.
Petorret en Punta de Capdepera, Mallorca. Fotografía de H. Zell. 
La premisa principal de Tom Phillips en este libro suyo sobre los humanos queda perfectamente expresada en el subtítulo: A Brief History of How We F*cked It All Up, o lo que es lo mismo, ‘Una breve historia de cómo lo cagamos todo’, sin ese asterisco que tanto parece emocionar a la autocensura anglosajona. El libro es un compendio de los errores, desatinos, aberraciones, barbaridades y, en términos más ramplones, grandes cagadas que los humanos han causado a lo largo de los miles de años que llevamos dominando la vida en este sufrido planeta.

Lo hace en clave de humor, pues un tema tan serio como este merece realmente algo de humor. De lo contrario, la demostración de que los seres humanos somos capaces de no aprender de los errores cometidos década tras década o siglo tras siglo podría conducir a cualquiera a la depresión. O a algo peor.

El libro está dividido en diez secciones, y cuenta además con un prólogo y un epílogo. En el prólogo Phillips apunta que contamos con “una notable capacidad para cagar las cosas.”  En la primera sección trata de los errores que la propia evolución del animal que somos ha ocasionado, achacando al cerebro humano la propensión a equivocarnos: “¿Cómo es que nuestro singular modo de pensar nos ha permitido dar forma a nuestro mundo según nuestros deseos de maneras increíbles, pero también tomar constantemente las más rematadamente peores decisiones posibles pese a que está muy claro lo muy malas ideas que son?” (p. 17, mi traducción) Esa primera sección Phillips la ha titulado ‘Por qué tu cerebro es un idiota’.

Las demás secciones refieren los desastres medioambientales que hemos causado y seguimos causando por mor de la agricultura y la ganadería. O por cuestiones de política y de liderazgo. También hay capítulos dedicados a las guerras, el colonialismo, la diplomacia en manos de completos inútiles y, por supuesto, los numerosos desarrollos tecnológicos fallidos y sus muy desastrosas consecuencias. El último capítulo lleva por título ‘A Brief History of Not Seeing Things Coming’ [Una breve historia de no ver lo que se nos viene encima], lo cual tiene definitivamente una más que rabiosa actualidad.

El libro ofrece una abundante cantidad de anécdotas históricas de fracasos, cagadas y descalabros de todo tipo. Algunas ya me eran conocidas (la fabricación de los gases refrigerantes clorofluorocarbonados, o la adición del plomo a las gasolinas; lo curioso de ambos desastres es que fue, en cierto modo, un mismo hombre quien los provocó: Thomas Midgley Jr.). Otros errores épicos más o menos ya conocidos incluyen la suelta indiscriminada de conejos y de sapos de la caña de azúcar en Australia.
Thomas Midgley Jr: Mientras ganemos más dinero, ¿a quién le importa lo que pase al planeta?
Otras anécdotas son menos conocidas, pero te provocan la risa por lo ridículas o absurdas que fueron en su momento. Es el caso de Sigurd el Poderoso, que en el siglo IX retó a otro caudillo, Mal Brigte, en un combate a muerte, con cuarenta guerreros en cada bando. Pero el listillo de Sigurd se trajo ochenta hombres consigo. Qué cabrón, me ha parecido que te he oído decir.

No sé si era bueno como jugador de ping-pong, pero la idea de masacrar los gorriones en China causó después una hambruna que mató a millones. Mao Zedong, el Gran Timonel que no tuvo la suficiente clarividencia de prever que a menos pájaros, más langostas. Y a más langostas, menos trigo.
Por supuesto, toda una falta de honradez, pero podríamos añadir acto seguido que, en este sentido, bien poco ha cambiado la humanidad. El caso es que Brigte perdió la batalla y también la cabeza. Tras decapitarlo, Sigurd anudó la chola del perdedor a la silla del caballo y se fue a casa a celebrarlo. Por entonces no se celebraban rúas, ni acudían en masa a Cibeles o parajes similares. En su victorioso regreso al hogar, los incisivos del difunto le hicieron una herida en la pierna al gran guerrero nórdico. A los dos días, a causa de la infección que le provocó la herida, Sigurd era ya historia. Moraleja: asegúrate de que, si le vas a cortar la cabeza a tu enemigo y la vas a colgar de tu montura, vaya primero al dentista. O algo parecido, ¿no?

De la conclusión quiero mencionar un párrafo, haciendo hincapié en que esto es de 2018: “Sea lo que sea que nos depare el futuro, sean los que sean los desconcertantes cambios que sobrevengan en el año que viene, la década siguiente y el siglo que tenemos por delante, parece probable que seguiremos haciendo básicamente las mismas cosas. Culparemos a otros de nuestras desgracias, y construiremos complejos mundos de fantasía para que no tengamos que pensar en nuestros yerros. Recurriremos a líderes populistas después de las crisis económicas. Nos pelearemos por el dinero. Sucumbiremos al pensamiento grupal y a las manías y al sesgo de confirmación. Nos diremos que los nuestros son unos planes muy buenos y que nada puede salir mal.” (p. 253, mi traducción). 

Y justo en la página siguiente, esto:

(*Arbusto mediterráneo que al arder hace un ruido similar a la pedorreta)

13 ago 2020

Reseña: The Permanent Resident, de Roanna Gonsalves

Roanna Gonsalves, The Permanent Resident (Crawley: UWA Publishing, 2016). 285 páginas.
Con la clausura de fronteras y las fuertes restricciones al movimiento de personas que la pandemia ha traído, el programa migratorio que contribuye al sostén de la economía australiana ha cesado en 2020. Los migrantes que estaban aquí antes del cierre de fronteras están tratando por todos los medios de conseguir el estatus de residente permanente, el título de este libro de narraciones breves de Gonsalves, escritora natural de Goa (India).

El libro consta de dieciséis relatos en los que se contemplan y refieren las vicisitudes, las ambiciones soñadas y no logradas, las esperanzas quebradas y la pérdida de identidad, pero también los pequeños triunfos (que siempre son menos). Casi todos tienen como protagonista a una mujer india católica. Los relatos narran las dificultades a las que se enfrentan a su llegada a Australia. Quieren dejar atrás aspectos deleznables de su cultura de origen (el intolerable sexismo tan perfectamente detallado en ‘Up sky down sky middle water’, por ejemplo).

Las circunstancias pueden ser diferentes en algunos casos. En ‘Curry Muncher 2.0’, una joven india es testigo de la agresión racista que sufre su compañero de trabajo en un restaurante. Tras una odisea nocturna por los barrios de Sydney, el joven decide no presentar denuncia porque está esperando conseguir la residencia permanente.

En ‘CIA (Australia)’ una anestesista de origen indio presiona a la recepcionista del hospital para que calle sobre un error en el quirófano que desemboca en tragedia. Otro relato, titulado ‘The Dignity of Labour’, nos cuenta cómo el matrimonio de Deepak y Nina se viene abajo tras haber emigrado a Australia. Mientras el marido se ve obligado a realizar trabajos por debajo de la categoría a la que estaba acostumbrado en India, Nina estudia un posgrado. La fricción degenera en un terrible caso de violencia doméstica, que dejará a Nina con secuelas permanentes.

Uno de los mejores del volumen, en mi opinión, es ‘The Skit’. Una estudiante india de un MBA en una universidad australiana ha escrito un sketch y decide compartirlo con otros compatriotas en una reunión social. Tras leérselo, todos empiezan a hacerle sugerencias para que lo cambie, de manera que no hiera la susceptibilidad de los posibles lectores australianos. Gonsalves capta con sutilidad las voces, las inflexiones y manierismos lingüísticos de los comensales. Entre todos la convencen de que ha de cambiar el desenlace de su historia y hacerlo más del agrado de las autoridades para no poner en riesgo sus posibilidades de obtener la residencia permanente. La historia funciona muy bien como parábola de lo que hay que tragar para hacerse un hueco en la sociedad australiana.
¿Y qué contaba el sketch de Lynette? Pues esto:

“Era la primera vez que leía sus escritos en voz alta ante alguien, por no hablar de un grupo de personas. Al principio titubeó un poco, y al lengua se le enredó con las primeras frases del diálogo. Mas bien pronto interpretó el silencio reinante en la sala como interés, y se animó a seguir.

El relato era una amalgama de muchos otros relatos sacados de los periódicos de ese año. Una chica viene a Sydney con un visado de estudiante, asiste a una escuela privada donde aprende peluquería. Como a muchas otras antes que ella, su agente de migraciones, la escuela privada y el hombre que le estampó el visado en el pasaporte le han prometido la residencia permanente en Australia, la llamada RP. La matrícula cuesta mucho más de lo que publicitaba el folleto. Cuando ella se queja al encargado de asistencia social a los estudiantes, él se muestra muy comprensivo, la invita a su casa y después de un vaso de vino empieza a besarla. Al principio ella opone resistencia, como la buena mujer de las películas indias y las escuelas religiosas, pero él es muy mono, muy ardoroso y sabe qué hacer. Sucumbe a sus reclamos y a los que su propio cuerpo le hace. En medio de esa pasión, sin embargo, él le dice: «Llámame Mountbatten.» Luego, con los ojos cerrados, sin apenas aliento procede a llamarla guarra zorra apestosa a curry. Ella se queda pasmada. Se marcha de allí a toda prisa y decide presentar una denuncia por abuso sexual y racismo ante los juzgados locales. Él rebate las alegaciones y, utilizando los recientes escándalos de amaños de partidos de críquet entre la India y Australia, contraargumenta que ella estaba intentando comprarlo con sexo. La historia alcanzaba su desenlace en una dramática escena en la sala del tribunal: la chica es deportada y el funcionario sale impune.” (p. 42-43, mi traducción)

Aunque Gonsalves se esfuerza por mostrarnos los temores y las desagradables experiencias por las que pasan muchas inmigrantes indias en Australia, la principal pega que se le puede poner a este volumen de relatos es la excesiva uniformidad de sus tramas y temáticas. Son relatos insistentemente centrados en un grupo social específico: ciudadanas indias católicas en Australia. De las tramas no se transmite conocimiento alguno de otros grupos étnicos o sociales, ni siquiera de esa mayoría apática anglosajona que elige cada tres años a políticos y políticas que se adhieren a planteamientos abiertamente racistas. Es como si el resto de la sociedad fuera simplemente un paisaje de fondo para la exhibición de un grupo muy particular de emigrantes.

Cooks River, pintura de William Henry Broadhurst, de la colección de la Biblioteca Estatal de Nueva Gales del Sur.
Casi todos los relatos se ubican en Sydney, pero no muestran la poderosa riqueza multicultural que el país y su moderna sociedad ofrece. Quien solamente lea esta colección de relatos se va a crear una imagen muy distorsionada de la vida en las ciudades australianas en la primera mitad del siglo XXI. Sin duda al circunscribirse a los estratos sociales que la autora conoce bien la noción de autenticidad de lo que escribe está casi garantizada, pero ¿es suficiente para abrirse paso entre la comunidad literaria de una Australia multicultural? Lo dudo.

2 ago 2020

Reseña: The Amateur Science of Love, de Craig Sherborne

Craig Sherborne, The Amateur Science of Love (Melbourne: Text, 2011). 280 páginas.
El amor, ese eterno interrogante. ¿Qué es el amor? ¿Hay una ciencia del amor, aunque sea para aficionados? Según Colin Butcher, el protagonista y narrador de esta novela del escritor neozelandés radicado en Australia, Craig Sherborne, no nos enamoramos, sino que enfermamos (“They say we fall in love. But really we fall in sickness” p. 36)

Colin escribe esta especie de confesión en lo que él denomina un cubículo de honestidad. Es un pequeño recinto en la casa que comparte con su esposa Tilda, y allí escribe todos los días lo que él considera la verdad de su relación.

El joven Colin huye de la granja de sus padres en Nueva Zelanda con la ambición de convertirse en un afamado actor en Londres. Al respecto, Norm, su padre, piensa que no sabría distinguir un Hamlet del culo por donde caga (“wouldn’t know his Hamlets from his arsehole”, p. 5) Antes de emprender esa huida, se las ingenia para llevarse a la cama a Caroline, una mujer (casada) que viene a la casa a ayudar con la limpieza un par de veces por semana.

En Londres Colin no consigue pasar de la primera prueba que le hacen en la Real Academia de Artes Dramáticas. Al menos en el albergue juvenil de la City sí puede encontrar trabajo y un minúsculo cuarto donde dormir, muy lejos de los ambiciosos objetivos profesionales que se había marcado.

Y es allí donde conoce y elige a Tilda, una australiana, quien tiene unos diez años más que él. Tilda tiene también ambiciones artísticas y, en cierto modo, también huye de algo: de un matrimonio en el que se zambulló siendo demasiado joven. Como suele ocurrir en muchos enamoramientos, el principio es fogoso y febril, pero fulminante para los bolsillos de un joven como Colin. No se puede vivir de manera estable como pareja en un albergue juvenil, ni tampoco en pensiones u hoteluchos de Ámsterdam.

De manera que ese amor y la lujuria que lo acompaña los lleva a Australia. Y en Melbourne comienzan sus desencuentros. La interdependencia de su relación los sumerge en una cada vez más absurda y funesta espiral de la que ninguno de los dos parece saber muy bien cómo evadirse. En Melbourne, Tilda descubre que está preñada, y Colin consigue convencerla para que aborte.
El azud en el río Wimmera, en Jeparit, Victoria.
Con la idea de dejar atrás el sinsabor que Melbourne tiene para ella, la pareja encuentran un lugar donde instalarse. El pueblo se llama Scintilla, en la región conocida como Wimmera, en el oeste del estado de Victoria. Por cuatro chavos compran una vieja sucursal de un banco y lo convierten en su hogar. Colin encuentra pronto trabajo en la revista semanal local, donde escribe sobre asuntos tan triviales como supuestos avistamientos de pumas (especie exótica en Australia) o el robo de tuberías.

Cuando a Tilda le diagnostican un cáncer de mama, Colin muestra su verdadera naturaleza. Tilda sobrevive, pero al lector le queda la sensación de que a Colin tanto le habría importado un desenlace positivo como uno negativo. Para él, la diferencia de edad con Tilda empieza a ser un obstáculo insalvable. Y aun así, decide proponerle matrimonio a Tilda.

Tras una plaga de ratones de dimensiones bíblicas (un fenómeno no tan inusual en esa parte de Australia), Colin conoce a Donna, la atractiva mujer de Cameron Wilkins, periodista famoso que, coincidentemente, se está muriendo de cáncer. Y ahí lo dejo.

Si The Amateur Science of Love pretende ser el retrato de lo que solamente se puede explicar como la indiferencia, insensibilidad y puro ensimismamiento de un hombre egoísta e inmaduro, la novela lo consigue. De Tilda, sin embargo, queda un dibujo mucho menos detallado: en realidad, nunca llegamos a tener su punto de vista, lo cual es lógico en tanto que la novela es una confesión de Colin. Posiblemente ese desequilibrio sea intencional por parte de Sherborne. El problema es que la trama parece ser muy próxima a la propia vida del autor.

Los capítulos, relativamente cortos, tratan de proyectar la urgencia de la escritura de Colin. La prosa de Sherborne expresa cabalmente la agitación y la frialdad del narrador para admitir su deleznable actitud destructiva de una relación que nació como amorosa y se hunde con el paso de los años. Como a los miles y miles de imbéciles que no respetan las necesarias restricciones en este tiempo de incertidumbre y riesgo constante para nuestra salud, alguien debería haberle leído la cartilla a Colin: que la vida no es ninguna fiesta. 

Si fuera cierto lo que dice Colin del amor como una enfermedad, estaba ya curado antes de entrar en la pequeña capilla donde contrajo matrimonio.

21 jul 2020

Laurent Binet's The 7th Function of Language: A Review

Laurent Binet. The 7th Function of Language (Londres: Harvill Secker, 2017). 390 pages. Translated from the French by Sam Taylor.
Should I say I was lucky to study and read Roland Barthes at university? I believe so. I remember enjoying his Mythologies and wondering about what other product-signs we should be demythologising and deconstructing, yet at the time, most nights I would go out and I sort of ended up being interested in, well, different things.

Sort of a myth himself now, isn't he? Young Roland Barthes, Photograph by Fragolaleone
Barthes died in an accident in the streets of Paris. He was knocked down by a laundry van in late February 1980, and passed away a month later. I certainly found his work inspirational, and we could well ask ourselves what, were he still alive, he would be making of contemporary signs such as the bitten-off apple of the software and hardware giant or the M-shaped arches of the multinational you-want-fries-with-your-burger? company that has been clogging the arteries of millions of people all over the world for years.

Binet takes the fact of Barthes’ accident and makes it into a fictional murder. But why would a semiotician be murdered? Because he had with him the only copy of a text authored by Russian linguist Roman Jakobson. Allegedly, this text would identify the seventh function of language, which would be a magical performative function giving its possessor the power to make people do things. Something every politician might kill for, of course.

In a parody of detective novels, thrillers and similar, Binet constructs a big metafictional joke. The policeman in charge of the investigation into Barthes’ death, Bayard, starts by interviewing Foucault about semiotics and semiology. He understands fuck-all, obviously, so he tries to read Barthes and others, which angers him even more, and so he will seek the aid of a lecturer on semiotics: enter Simon Herzog, who impresses Bayard by revealing his background and most of his personality traits by simply looking at him and his clothes.

What happens next (and the above is just the beginning of this bizarre, hilarious and crazy fiction) is a long story. The unlikely duo are partnered in the pursuit of the mysterious document in a journey that takes them from Paris to Bologna, where they witness political vendettas, are allowed entrance to a secret Logos Club in which orators and debaters engage in rhetorical duels, with the loser getting a finger chopped off when defeated, and miraculously escape the bombing of the railway station.

They next travel to a big conference at Cornell University, in Ithaca, NY. Their stay is punctuated by various strange episodes, amongst them the death of Jacques Derrida, savagely killed by dogs while a girl named Cordelia was giving him a blowjob.

No, Derrida did not die here. Binet chooses to kill him at Cornell, but only in fiction. Photograph by Laurenvhs.
The final part takes them to Venice. More Logos Club challenges, more chopped fingers (and other body parts, too!) street skirmishes and kidnappings. Outlandish events and conversations are too numerous to recap; characters come and go without rhyme or reason. And after winning his oratorial challenge at the Club, Simon is made to pay a huge price.

With The 7th Function of Language, Binet enjoys himself a lot, and if you are game to take a refreshingly quick dip into the theory of semiotics, linguistics and metafiction, this is a novel that will make you laugh out loud. The list of real people Binet makes irreverent use of is inexhaustible: from Umberto Eco to Julia Kristeva, from Michel Foucault to Noam Chomsky, from Bjorn Borg to Vitas Gerulaitis. Presidents such as Giscard d’Estaing and Mitterrand, prime ministers such as Laurent Fabius, and a noticeably young Afro-American politician named Barack Obama.

There is comedy, there is Hollywood-style action, car chases, sex, hot steamy baths where old men and young gigolos meet. There are also puns, play on words and names, a constant game played between fact and fiction in which Binet deliberately shows his hand by using the first person, a bold interference in the narrative that not always pays dividends.

The volcano crater of Pozzuoli near Naples is where Simon exacts his revenge. What a scenic spot to finish the novel! Photograph by I. Shevtsov.
The 7th Function of Language is a delicious parody, yet to me it felt more like fanciful, delightfully absurd and exhilarating entertainment than a thriller. The plot is far more sophisticated than any bestseller might ever dream of; yet underlying the playful, the profane, and the mocking the novel does offer aplenty there is also a deeply felt homage to the sciences of language and a clever invention from historical materials. And I’d bet my little finger that Barthes would have given Binet his tick of approval.

19 jul 2020

Reseña: Rain, de Mary M. Talbot y Bryan Talbot

Mary M. Talbot and Bryan Talbot. Rain (Londres: Jonathan Cape, 2019). 157 páginas.

Las primeras cuatro páginas de este relato gráfico nos trasladan a la selva amazónica en la primera década del siglo XIX, citando a Alexander von Humboldt, quien ya observaba entonces que las consecuencias de la deforestación estaban alterando el sistema climático y el régimen de lluvias, a la vez que provocaba la erosión del terreno y graves inundaciones en torno a los ríos. Más de dos siglos después, el problema no solamente se ha agravado. Como señalaba Scranton en We’re Doomed. Now What?, hemos excedido los márgenes de explotación racional y sostenible de los recursos que alberga el planeta. Lo que nos sobrevenga de ahora en adelante es una incógnita.

Si von Humboldt pudiese ahora en 2020 hablar...
Mitch y Cath son las dos protagonistas de esta novela gráfica. La primera vive en el norte de Inglaterra, en un pueblo de Yorkshire, y su vida gira en torno a ideales medioambientalistas como la comida orgánica, y participa en grupos de protección de los páramos locales. Cath, por su parte, vive en Londres y desconoce en gran medida algunos de los temas que preocupan a su pareja.

Un paseo por los campos de las hermanas Brontë.
Buena parte de la historia se centra en los activistas locales y en sus acciones de vigilancia y protección de la fauna y flora. Los cambios producidos en el páramo y su entorno por un empresario y terrateniente local con el fin de sacar las máximas ganancias posibles de la masacre anual de urogallos son uno de los hilos narrativos. También lo es la participación de Mitch y Cath en protestas contra el fracking y las decisiones políticas del gobierno de Su Majestad.

Las protestas son necesarias, sí; pero en las urnas, ¿por qué se sigue votando a quienes no tienen voluntad de buscar soluciones urgentes?
La pega principal que se le puede poner al libro es que, pese a sus excelentes intenciones e ineludible mensaje, la historia personal de las dos mujeres no termina de cuajar dentro de su estructura total. Porque, de pasajes meramente didácticos, o incluso técnicos, sobre los efectos nocivos de pesticidas o de las repercusiones de prácticas contrarias al sentido común y al medio ambiente, pasamos a escenas domésticas sin mucha lógica narrativa. Que el libro tiene un ánimo pedagógico es innegable. Lograr que el mensaje llegue al lector de manera creíble a través de retazos de la historia de la relación personal de dos mujeres no es sin embargo tan fácil ni efectivo.

Son dibujos detallados, muy expresivos. El contraste entre páginas en tonos grises o simplemente en blanco y negro y páginas repletas de colorido sirve para remarcar decididamente la belleza de lo natural frente a lo urbano. A veces el paso del tiempo se representa por medio de una planta o un paisaje, como queriendo recalcar que aunque no lo percibamos en el día a día, la flora nos recuerda que las estaciones avanzan una tras otra.

Merry Christmas? I don't think so....
El relato de Mitch y Cath alcanza su punto culminante con la riada que impacta al pueblo. Este episodio está efectivamente basado en hechos reales: las inundaciones de los días de Navidad y San Esteban en 2015 que tantos daños causaron en el norte de Inglaterra y Escocia. Rain es un valioso intento de concienciar al lector de la terrible realidad a la que estamos abocados, sea por las lluvias torrenciales, sea por incendios forestales como los que padecimos en esta parte del mundo donde vivo. Pese a sus buenas intenciones, sin embargo, como novela gráfica no acaba de funcionar.

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